Es habitual que los cristianos consideren la figura de Jesús como un ejemplo sobrehumano (nunca mejor dicho) de doctrina y comportamiento éticos. Por extensión, resultaría evidente, el seguidor de la religión cristiana, incluso aquellos de menor talante dogmático, tendría como modelo el mayor ejemplo moral y ético de la historia de la humanidad. ¿Es esto realmente así? Si demostráramos lo contrario, tal vez empezaría a tambalearse todo el edificio sobre el que se sostiene el cristianismo. Sí, algo ambicioso y poco modesto por nuestra parte, pero quién dijo miedo. Por supuesto, no entraremos, dentro de las siguientes reflexiones, en la historicidad de Jesús. Daremos por hecho que es posible que hubiese una figura con cierta similitud a lo que nos han contado habitualmente. No obstante, a pesar de esta notable suspensión de la incredulidad, hay que decir que resulta francamente difícil, a poco que uno indague, hacerse una idea sobre cuáles fueron exactamente los principios morales de aquel hombre. Es más, los primeros autores cristianos, como Pablo, no aluden a las enseñanzas éticas de Jesús tal y como se exponen en los evangelios. Hay buenas razones para suponer que lo que hoy conocemos como ética cristiana, son adiciones posteriores a la doctrina original. A pesar de ello, como la mayoría de los cristianos parece ignorar este problema, nosotros hoy también lo haremos para nuestra valoración.