Aunque las discusiones, en la barra de un bar, se ajustan normalmente al estado de forma de alguna figura del mundo del deporte o, todavía peor, de la política, aquella mañana parecía haber algo raro en el ambiente. El tema central del muy agitado debate parecía ser la creencia, o no, en el Unicornio Rosa. Yo estaba apurando mi taza de café, con una envidiable tranquilidad existencial, cuando alguien visiblemente exhaltado pareció dirigirse a mí. No puede evitar un gesto de sorpresa cuando aquel individuo parecía pedirme opinión sobre el asunto. Con una ligera sonrisa, aclaré que yo no entraba en esas disquisiciones, ya que simplemente no pensaba que existiera tal cosa. Mi asombro mutó en horror cuando mi interlocutor, todavía más enervado debido a mi respuesta, me exigió algo así como una opinión sobre si el susodicho Unicornio Rosa, además de Señor y Creador del Universo, intervenía en los asuntos humanos.
