Por mucho que se despotrique contra la mística de la religión y contra la pseudociencia de las terapias alternativas, no sé como diablos ocurre, que uno acaba dando de bruces con todo ello. Esa vez, no me pregunten ustedes por qué, me encontraba súbitamente rodeado de individuos cuyas palabras y actitud me producían, como no podía ser de otro modo, cierto déjà vu. La terminología, con algunas variantes, era la habitual en estos casos, algo relacionado con las "vibraciones" y constantes alusiones a la "energía", atribuyéndola de manera pertinaz cualidades morales y contradiciendo, así alegremente, las más elementales enseñanzas científicas. Lo que aportaba algo de originalidad, y tampoco demasiado no nos vayamos a engañar, a los postulados de aquellos seres extrañamente vaporosos es que no paraban de repetir a modo de mantra el epíteto "cuántico". También, una mención embelasada al poder del subconsciente y a lo maravilloso del universo onírico.
Aunque uno se encuentra ya algo blindado frente al constante hostigamiento del mundo espiritual-místico-alternativo, en esta ocasión, la aplastante superioridad numérica del enemigo me situaba en una posición de abierta desventaja. Al parecer, todos allí habían accedido a un deslumbrante "universo cuántico", lo que para ellos abría, hipotéticamente según el término de marras, la posibilidad de diversos estados o realidades. Por supuesto, no costaba demasiado dilucidar que nadie se había molestado en indagar en lo que de verdad nos dice la ciencia sobre la mecánica o física cuántica, tan solo se repetía incesantemente un discurso, tan simple y reduccionista, como pueril y encantador. Todo muy al gusto de lo que desea escuchar el consumidor de la terapia en cuestión. En esta ocasión, el acceso a un maravilloso mundo espiritual se producía a través de los sueños, algo que la persona podía acabar manejando si desarrollaba los niveles suficientes de maestría. Como en otras ocasiones, y disculpen ustedes si me repito, mi escepticismo crítico, junto con unas gotitas de indignación cuando llegué a escuchar que era posible encontrarse con los seres queridos ya fallecidos, les había empezado a encender todas las alarmas a aquellos individuos tan etéreos.
No tardé demasiado en averiguar que detrás de todo aquello, como es también habitual, había cierto interés crematístico. Líderes, maestros y gurús que impartían cursos y conferencias sobre un asombroso conocimiento onírico-espiritual, al parecer al alcance de cualquiera. Se esforzó mucho el personal en hacerme ver que el susodicho acceso a ese estado superior no es propio de una élite, sino que está al alcance de cualquier hijo de vecino. Por supuesto, desconocía de entrada el precio que hay que pagar en cada caso, así como el tiempo que tardaría en el arduo camino, especialmente si eres un pobre y negado escéptico como yo. Les aclaré que sus propuestas no dejan de ser los viajes astrales, o abandono del cuerpo por parte de un juguetón y excursionista espíritu, algo que ya se remonta a antiguo, muchas veces inducido en algunas culturas por ciertas drogas. Asintieron, muy contentos la verdad, afirmando que podía llamarlo como quisiera, y al parecer tampoco hacían ascos a ciertas sustancias estupefacientes si ello ayudaba a hacer finalmente el "viaje" a una nueva dimensión. Acabáramos. Detesto parecer un moralista, pero les insistí en que no me gustan las terapias, ni las drogas, que perturbaran mi conciencia y, seguramente, mi ya baqueteado cuerpo.
La insistencia en esa "realidad cuántica", accesible a través de los sueños y el subconsciente, empezaba ya a tocarme un poquito la moral. A pesar de lo cándido de su discurso, al ser yo uno frente a una abrumadora mayoría, me hizo dudar sobre si, tal vez, los raritos no eran precisamente ellos. Aquel momento de debilidad no duró mucho y me mostré firme apelando, no ya a la racionalidad, sino a la sensatez más elemental. Les dije que, por favor, se dejaran de sueños, que había mucho que hacer despiertos. Les expuse con rigor que se dejaran de tanta concentración de energía mística y volcaran sus esfuerzos en empresas más juiciosas. Les rogué que no alteraran demasiado sus sentidos ni su intelecto, ya que lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de los problemas del mundo real. Dije que, tal vez, nunca sepamos bien como funciona el subconsciente, pero es mucho más interesante potenciar el consciente. Les supliqué que dejaran de seguir a iluminados de todo calibre y empezaran a interesarse por las auténticas maravillas del conocimiento verificable. Afirmé, sin rubor, que las ideas, deseos e ilusiones están muy bien, siempre y cuando tengan una conexión firme con la realidad material. Aquella explosión verborreica, producto tal vez de muchos años de contacto y frustración con lo espiritual-místico-alternativo, produjo efectos ajenos a las leyes físicas conocidas. La multitud de parroquianos que me rodeaba empezó a desvanecerse de forma misteriosa. En ese momento, me desperté del sueño y accedí a la vigilia. Por un momento, creí en lo poderoso del mundo onírico.
Aunque uno se encuentra ya algo blindado frente al constante hostigamiento del mundo espiritual-místico-alternativo, en esta ocasión, la aplastante superioridad numérica del enemigo me situaba en una posición de abierta desventaja. Al parecer, todos allí habían accedido a un deslumbrante "universo cuántico", lo que para ellos abría, hipotéticamente según el término de marras, la posibilidad de diversos estados o realidades. Por supuesto, no costaba demasiado dilucidar que nadie se había molestado en indagar en lo que de verdad nos dice la ciencia sobre la mecánica o física cuántica, tan solo se repetía incesantemente un discurso, tan simple y reduccionista, como pueril y encantador. Todo muy al gusto de lo que desea escuchar el consumidor de la terapia en cuestión. En esta ocasión, el acceso a un maravilloso mundo espiritual se producía a través de los sueños, algo que la persona podía acabar manejando si desarrollaba los niveles suficientes de maestría. Como en otras ocasiones, y disculpen ustedes si me repito, mi escepticismo crítico, junto con unas gotitas de indignación cuando llegué a escuchar que era posible encontrarse con los seres queridos ya fallecidos, les había empezado a encender todas las alarmas a aquellos individuos tan etéreos.
No tardé demasiado en averiguar que detrás de todo aquello, como es también habitual, había cierto interés crematístico. Líderes, maestros y gurús que impartían cursos y conferencias sobre un asombroso conocimiento onírico-espiritual, al parecer al alcance de cualquiera. Se esforzó mucho el personal en hacerme ver que el susodicho acceso a ese estado superior no es propio de una élite, sino que está al alcance de cualquier hijo de vecino. Por supuesto, desconocía de entrada el precio que hay que pagar en cada caso, así como el tiempo que tardaría en el arduo camino, especialmente si eres un pobre y negado escéptico como yo. Les aclaré que sus propuestas no dejan de ser los viajes astrales, o abandono del cuerpo por parte de un juguetón y excursionista espíritu, algo que ya se remonta a antiguo, muchas veces inducido en algunas culturas por ciertas drogas. Asintieron, muy contentos la verdad, afirmando que podía llamarlo como quisiera, y al parecer tampoco hacían ascos a ciertas sustancias estupefacientes si ello ayudaba a hacer finalmente el "viaje" a una nueva dimensión. Acabáramos. Detesto parecer un moralista, pero les insistí en que no me gustan las terapias, ni las drogas, que perturbaran mi conciencia y, seguramente, mi ya baqueteado cuerpo.
La insistencia en esa "realidad cuántica", accesible a través de los sueños y el subconsciente, empezaba ya a tocarme un poquito la moral. A pesar de lo cándido de su discurso, al ser yo uno frente a una abrumadora mayoría, me hizo dudar sobre si, tal vez, los raritos no eran precisamente ellos. Aquel momento de debilidad no duró mucho y me mostré firme apelando, no ya a la racionalidad, sino a la sensatez más elemental. Les dije que, por favor, se dejaran de sueños, que había mucho que hacer despiertos. Les expuse con rigor que se dejaran de tanta concentración de energía mística y volcaran sus esfuerzos en empresas más juiciosas. Les rogué que no alteraran demasiado sus sentidos ni su intelecto, ya que lo que tenemos que hacer es tomar conciencia de los problemas del mundo real. Dije que, tal vez, nunca sepamos bien como funciona el subconsciente, pero es mucho más interesante potenciar el consciente. Les supliqué que dejaran de seguir a iluminados de todo calibre y empezaran a interesarse por las auténticas maravillas del conocimiento verificable. Afirmé, sin rubor, que las ideas, deseos e ilusiones están muy bien, siempre y cuando tengan una conexión firme con la realidad material. Aquella explosión verborreica, producto tal vez de muchos años de contacto y frustración con lo espiritual-místico-alternativo, produjo efectos ajenos a las leyes físicas conocidas. La multitud de parroquianos que me rodeaba empezó a desvanecerse de forma misteriosa. En ese momento, me desperté del sueño y accedí a la vigilia. Por un momento, creí en lo poderoso del mundo onírico.
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