A lo largo de la historia, creo que puede decirse así, ha habido una tensión permanente entre una actitud racional y otra, digamos, apasionada. La primera podría corresponder a la ciencia y la segunda, aunque obviamente no solo, a la religión; por supuesto, la cosa necesita de matices en ambos polos.
Por su propia esencia, la religión es fundamentalista, dogmática, aunque sean apelativos que solo aplicamos muy influidos por los medios a los que terminan haciendo barbaridades en nombre de sus creencias. Cuando decimos que alguien es fanático, no estamos diciendo otro cosa que es excesivamente apasionado, es decir, que puede terminar por no corregir su actitud con una buena dosis de racionalidad (ni, muy importante, con una ética que a veces hay que aplicar sin más cuando se trata de respetar al prójimo). No es una tensión, volviendo al principio del texto, que sea fácil de resolver; sencillamente, es la vida cotidiana la que tiene que dar las respuestas. La frialdad científica no puede aplicar a todos los ámbitos humanos, y el dogmatismo, a mi modo de ver las cosas es siempre rechazable (creo que, aunque cueste un poco verlo, todo conlleva cierta dosis de relativismo, aunque sea un término que no defendamos abiertamente y que, especialmente, nos cueste ver aplicado en cuestiones morales).
La confianza en la ciencia de la modernidad, como garante de progreso y que supondría el fin de toda superstición, sencillamente hay que ponerla en duda a estas alturas. Y hay que hacerlo, no por disquisiciones filosóficas a veces algo delirantes (lo que llaman la posmodernidad), sino porque paralelamente a uno logros científicos altamente estimables se ha ido consolidando un sistema económico injusto y devastador, junto a uno político más bien frágil y muy subordinado al primero (no dejan de ser otros, una clase dirigiente y mediadora, aunque con la excusa "democrática", los que toman las decisiones). Recordemos, además, que en la época contemporánea se han producido también cultos ideológicos tan perniciosos como la religión, y que precisamente gracias a la ciencia han posibilitado acabar con muchos más seres humanos en menos tiempo (los herejes de las nuevas creencias). Es por eso que rechazar el dogmatismo, dejémoslo muy claro, supone criticar la religión junto a otras ideologías políticas cuyos métodos terribles han supuesto una secularización del ideal absolutista (ese que suele señalar al otro como equivocado). En las sociedades que hoy llamamos "avanzadas", y que también acostumbramos a calificar como "liberales", hay un evidente aumento de otras formas de irracionalidad: creencias religiosas clásicas, replegadas en el fundamentalismo, junto a nuevas formas que importan culturas exóticas fusionadas con toda suerte de disparates a gusto del consumidor.
A mi modo de ver las cosas, no se trata de una consecuencia simplemente del rechazo al conocimiento científico ni un problema causado por las nuevas corrientes filosóficas posmodernas (que, a veces, también se atacan con excesiva virulencia y simplicidad). El tema es más complejo y, además, habría que invertir los términos. Es decir, tal vez, son los problemas que continúan afectando gravemente a las sociedades humanas, tradicionales o "desarrolladas", los que suponen el caldo de cultivo para todo tipo de creencias. Los filósofos posmodernos se limitan a analizar la nueva situación, aunque es cierto que se eche de menos un cierto optimismo para un nuevo horizonte, algo que no tiene que estar enfrentado a esa saludable dosis de relativismo. Normalmente, atacamos los síntomas de la enfermedad (las creencias), pero rara vez hay un análisis que vaya a la raíz del problema (la patología, si continuamos con el símil). Es cierto que este sistema económico basado meramente en el comercio se sirve de ese caldo de cultivo para potenciarlo en su propio beneficio: de ahí, por ejemplo, los superficiales libros de autoayuda o de pseudociencia que campan a sus anchas. Pero, insisto, es posible que todo sea consecuencia de algo, una tensión, un malestar o una frustración, que nos empuja a refugiarnos en la creencia sin tener una visión amplia de la vida.
No soy ningún doctrinario marxista (un sistema que pareció derivar en nuevas formas de culto científico), pero creo que Marx podría tener su parte de razón cuando hablaba de que la cultura, ideología o religión (creencias, al fin y al cabo), eran un resultante de las condiciones económicas. No hay que verlo de una forma dogmática, y sigue siendo muy importante la difusión cultural para tratar de influir en el estado del cosas (con una filosofía basada en el escepticismo, el pensamiento crítico y la oposición al dogmatismo). Sin tener, obviamente, una receta "mágica" para ese nuevo horizonte, algo que parecen tener a veces ciertos aparentes partidarios del librepensamiento de forma simplista, nos limitamos, que puede que no sea poco, a aplicar ese escepticismo crítico y esa racionalidad a todos los ámbitos de la vida (incluyendo los ámbitos económico y político, que demandan cambios radicales), añadiendo la mencionada dosis de ética que necesita toda situación. Es tal vez esa ética la que pudiera ocupar el lugar del apasionamiento, tantas veces pernicioso en otras formas absolutistas, mencionado al principio del texto. Puede que todo ello sea, esta vez sí, cierto garante de progreso "espiritual" y científico para el conjunto de la humanidad.
Por su propia esencia, la religión es fundamentalista, dogmática, aunque sean apelativos que solo aplicamos muy influidos por los medios a los que terminan haciendo barbaridades en nombre de sus creencias. Cuando decimos que alguien es fanático, no estamos diciendo otro cosa que es excesivamente apasionado, es decir, que puede terminar por no corregir su actitud con una buena dosis de racionalidad (ni, muy importante, con una ética que a veces hay que aplicar sin más cuando se trata de respetar al prójimo). No es una tensión, volviendo al principio del texto, que sea fácil de resolver; sencillamente, es la vida cotidiana la que tiene que dar las respuestas. La frialdad científica no puede aplicar a todos los ámbitos humanos, y el dogmatismo, a mi modo de ver las cosas es siempre rechazable (creo que, aunque cueste un poco verlo, todo conlleva cierta dosis de relativismo, aunque sea un término que no defendamos abiertamente y que, especialmente, nos cueste ver aplicado en cuestiones morales).
La confianza en la ciencia de la modernidad, como garante de progreso y que supondría el fin de toda superstición, sencillamente hay que ponerla en duda a estas alturas. Y hay que hacerlo, no por disquisiciones filosóficas a veces algo delirantes (lo que llaman la posmodernidad), sino porque paralelamente a uno logros científicos altamente estimables se ha ido consolidando un sistema económico injusto y devastador, junto a uno político más bien frágil y muy subordinado al primero (no dejan de ser otros, una clase dirigiente y mediadora, aunque con la excusa "democrática", los que toman las decisiones). Recordemos, además, que en la época contemporánea se han producido también cultos ideológicos tan perniciosos como la religión, y que precisamente gracias a la ciencia han posibilitado acabar con muchos más seres humanos en menos tiempo (los herejes de las nuevas creencias). Es por eso que rechazar el dogmatismo, dejémoslo muy claro, supone criticar la religión junto a otras ideologías políticas cuyos métodos terribles han supuesto una secularización del ideal absolutista (ese que suele señalar al otro como equivocado). En las sociedades que hoy llamamos "avanzadas", y que también acostumbramos a calificar como "liberales", hay un evidente aumento de otras formas de irracionalidad: creencias religiosas clásicas, replegadas en el fundamentalismo, junto a nuevas formas que importan culturas exóticas fusionadas con toda suerte de disparates a gusto del consumidor.
A mi modo de ver las cosas, no se trata de una consecuencia simplemente del rechazo al conocimiento científico ni un problema causado por las nuevas corrientes filosóficas posmodernas (que, a veces, también se atacan con excesiva virulencia y simplicidad). El tema es más complejo y, además, habría que invertir los términos. Es decir, tal vez, son los problemas que continúan afectando gravemente a las sociedades humanas, tradicionales o "desarrolladas", los que suponen el caldo de cultivo para todo tipo de creencias. Los filósofos posmodernos se limitan a analizar la nueva situación, aunque es cierto que se eche de menos un cierto optimismo para un nuevo horizonte, algo que no tiene que estar enfrentado a esa saludable dosis de relativismo. Normalmente, atacamos los síntomas de la enfermedad (las creencias), pero rara vez hay un análisis que vaya a la raíz del problema (la patología, si continuamos con el símil). Es cierto que este sistema económico basado meramente en el comercio se sirve de ese caldo de cultivo para potenciarlo en su propio beneficio: de ahí, por ejemplo, los superficiales libros de autoayuda o de pseudociencia que campan a sus anchas. Pero, insisto, es posible que todo sea consecuencia de algo, una tensión, un malestar o una frustración, que nos empuja a refugiarnos en la creencia sin tener una visión amplia de la vida.
No soy ningún doctrinario marxista (un sistema que pareció derivar en nuevas formas de culto científico), pero creo que Marx podría tener su parte de razón cuando hablaba de que la cultura, ideología o religión (creencias, al fin y al cabo), eran un resultante de las condiciones económicas. No hay que verlo de una forma dogmática, y sigue siendo muy importante la difusión cultural para tratar de influir en el estado del cosas (con una filosofía basada en el escepticismo, el pensamiento crítico y la oposición al dogmatismo). Sin tener, obviamente, una receta "mágica" para ese nuevo horizonte, algo que parecen tener a veces ciertos aparentes partidarios del librepensamiento de forma simplista, nos limitamos, que puede que no sea poco, a aplicar ese escepticismo crítico y esa racionalidad a todos los ámbitos de la vida (incluyendo los ámbitos económico y político, que demandan cambios radicales), añadiendo la mencionada dosis de ética que necesita toda situación. Es tal vez esa ética la que pudiera ocupar el lugar del apasionamiento, tantas veces pernicioso en otras formas absolutistas, mencionado al principio del texto. Puede que todo ello sea, esta vez sí, cierto garante de progreso "espiritual" y científico para el conjunto de la humanidad.
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