miércoles, 21 de diciembre de 2016

La increíble transformación del Logos en Cristo

He escuchado a más de una persona, expertas en filosofía, decir que el ser humano en la actualidad, en las sociedades occidentales, tiene más de la cultura cristiana, que de la griega (o greco-romana). Como uno es un crítico devastador del cristianismo, y de forma más general del monoteísmo que pareció acabar con la pluralidad y traer el dogma al humanidad, resulta importante lanzarnos a indagar por qué pensamos como pensamos. Por supuesto, hay que hacerlo de manera cauta, ya que pienso que a menudo caemos en no pocas simplificaciones y nos gusta jugar con excesiva soberbia a la ucronía (es decir, a una reconstrucción de la historia, algo que no es tan fácil valorar como mejor o peor). Para empezar, hay que comprender lo que era el Logos en la Antigua Grecia, y cómo diablos acabó transformándose en la noción cristiana del Hijo de Dios. Hay que decir que la actividad propagandística era habitual en las diversas escuelas filosóficas de la Antigua Grecia, en el periodo del Helenismo que llega hasta el siglo I antes de nuestra era. Esto era así porque la aceptación del conocimiento filosófico suponía, las más de las veces, un cambio de vida en busca de la felicidad. Posteriormente, la kerigma cristiana (esto es, la formulación de fe respecto a la crucifixión, resurrección y proclamación de Señor y Mesías Jesús), aunque por motivos muy diferentes, hablaba de la ignorancia de los hombres, prometía darles un conocimiento mejor y, como todas las filosofías, hacía referencia a un maestro que poseía y revelaba la verdad. Los primeros discursos y documentos cristianos, creo que no resulta aventurado decirlo, se presentaban como una continuación y superación de la paideia griega.

Hay que tener en cuenta que en estos orígenes del cristianismo puede aparecer como opuesto a la filosofía o a la tradición racional, pero los apologistas cambiaron esta situación cuando para defender la religión de los paganos se esforzaron en conocer las doctrinas de éstos y usar sus misma armas intelectuales. Fue un acercamiento de los cristianos a los filósofos. Por otro lado, existían elementos en la tradición filosófica griega no muy separados de las creencias cristianas: en las escuelas postsocráticas y en el neoplatonismo parecían coexistir la "voluntad de comprender" con la "voluntad de salvación". El concepto de religión filosófica desarrollado por Aristóteles había estado ya presente en el pensamiento griego desarrollado y tendrá su continuación en los sistemas filosóficos del helenismo (platónico, estoico, epicúreo, y con la única excepción de los escépticos); así, sobre el siglo II d.c., lo que hizo que el cristianismo tuviera una apariencia de filosofía fue su preocupación por la ética, la cosmología y, sobre todo, por la teología. Un concepto que debe resultar imprescindible es el de la pretensión de universalidad (catolicidad) del cristianismo, fundamentada en su autoconsideración como "verdad"; es por eso que tal pretensión tendría que medirse a la fuerza con la única cultura intelectual que había alcanzado esa universalidad.

Si nos situamos en el siglo II, ya en nuestra era, en Alejandría, capital del mundo helénico fundada según los sueños universalistas de Alejandro, personalidades como el filósofo judío Filón se habían esforzado por escribir en griego obras que recogían la tradición hebrea, justificándola así ante el tribunal de la razón. Era un precedente conciliatorio dentro de un ambiente más bien hostil entre eruditos griegos y cristianos, para que dos siglos más tardes ambas tradiciones, la fe cristiana y la tradición filosófica griega, confluyeran y se sintetizaran en personalidades como Clemente de Alejandría o su discípulo Orígenes, educado en la literatura griega, conocedor de los grandes filósofos y sostenedor de los conceptos helénicos (incluida la divinidad), y que irá más lejos que su maestro al edificar todo un sistema filosófico-teológico cristiano. Hay que contemplar la evolución de la mente griega desde los primeros tiempos, con una constante racionalización y su manifestación suprema que es la filosofía; el climax se alcanzará con el pensamiento de Platón y Aristóteles, nacen los dogmas y la filosofía cumple entonces una función religiosa. La Academia platónica del siglo II (platonismo medio) consideró a Platón como la suprema autoridad religiosa y teológica, posición que alcanzará su culmen en el neoplatonismo de la generación de Orígenes durante el siglo III. Se puede decir que las ideas platónicas eran interpretadas como pensamiento de Dios (idea que también puede encontrarse en Filón). Se adoptaba un camino espiritual que era el eslabón común de todas las religiones superiores de la antiguedad tardía y se recordó a Platón como el primero que hizo visible el mundo del alma a la mirada interior del hombre.

En el vasto pensamiento teológico de Orígenes no podemos encontrar simplemente una adhesión a sistemas filosóficos como el platónico o el estoico, sino una unidad encontrada en un concepto básico de la historia surgida de una época que vio como la cultura griega clásica y la Iglesia cristiana sufrían un proceso de adaptación mutua, donde se apreció lo mucho que tenían en común si se observaban desde un punto de vista superior. El proceso quedaba sustentado en un denominador común que era la idea de paideia o educación. La idea griega de la unidad del género bajo la paideia griega se convirtió en realidad con las conquistas orientales de Alejandro Magno. Esta cultura internacional fue utilizada como base por el cristianismo para convertirla en la nueva paideia cuya fuente era el Logos divino. Se trataba del más grande poder educativo de la historia y Orígenes considerará que Platón y la filosofía deberán ser sus más poderosos aliados en esa empresa. Si el sofista Protagoras consideró que el hombre era la medida de todas las cosas, relativizando la educación, Platón invertirá la famosa frase y convertirá a Dios en la medida de todas las cosas. Orígenes considera a Cristo el transmisor de esas ideas sublimes a la realidad, pero consideraba la salvación que llegó con Cristo no como un momento histórico único, sino precedido por multitud de pasos iniciados con la Creación misma. Los filósofos de la Antigua Grecia habían constituido unos de esos pasos históricos; los estoicos introdujeron el concepto de pronoia, una providencia divina que cuida del mundo y de la humanidad y cuyas leyes eternas revelan al Logos divino que lo penetra todo. Orígenes encuentra pruebas de este Logos y de esta Providencia en la historia de la humanidad, reuniendo en un mismo cuadro las historias bíblicas y las del pensamiento griego. Así, la paideia será el cumplimiento gradual de la divina Providencia. En el siglo IV de nuestra era., la época de la los grandes Padres de la Iglesia, sería ya un imperativo poner la retórica y la filosofía al servicio de la paideia cristiana. Con Gregorio de Nisa el cristianismo sacará sus propias conclusiones de la idea de paideia griega y se introducirá el concepto de gracia divina (concepto de la virtud o areté, más cercano al modelo clásico, que revisiones posteriores dentro del cristianismo) y se creará el llamado humanismo cristiano, el cual irá más alla que la morphosis griega en su idea de la dignidad del hombre y de su reforma y renacimiento por el Espíritu.

¿Qué tenemos que decir sobre el Logos y su transformación en lo que el ritual cristiano llama el Hijo de Dios? Ya los estoicos, recogiendo la herencia de Heráclito, admitieron el Logos como divinidad creadora y activa, como el principio viviente e inagotable de la Naturaleza que todo lo abarca y a cuyo destino todo está sometido. Platón tenía un concepción del Logos menos inmanente y activa, aparecía como un intermediario inteligible en la formación del mundo. La doctrina filónica del Logos está más vinculada a la concepción platónica que a la estoica, pero no es meramente superponible a la cristiana. Filón, representante de la especulación judaico-alejandrina en el helenismo tardío, el Logos aparece representando varias realidades: el lugar de la ideas, la ley moral..., pero más allá de ésta su condición de principio unificante de lo inteligible, aparece el Logos como el verdadero intermediario entre el Creador y la criatura, como la realidad que puede servir de mediador entre la absoluta trascendencia del primero y la finitud de la segunda. Para comprender la interpretación cristiana del Logos como Hijo de Dios hay que tener presente la imposibilidad de concebirla simplemente como el desarrollo unilateral de un pensamiento griego.

En la tradición judía ya se había atribuido al Logos la divinidad, la Palabra representó la sabiduría, no como manifestación divina bajo la forma de un acto, sino como algo que representaba una forma de comunicación de Dios. La interpretación cristiana del Logos abundará en el apartamiento de lo inteligible para acercarse a lo personal. Si para los griegos el Logos era una realidad abstracta, ordenadora, inmanente, intermediaria; para el cristiano, el Logos es una realidad concreta, creadora, trascendente, comunicativa. Como señaló Orígenes, la relación del Logos con Dios puede ser una subordinación; la del Hijo con el Padre tiene que ser una consubstancialidad. Los Padres de la Iglesia utilizarán muchas veces la tradición griega, especialmente a Platón, e incluso la concepción estoica del Logos como razón seminal universal. Era una aparente contradicción sobre la concepción del Logos griega o cristiana, resuelta con el hecho que "todo lo verdadero es cristiano", por lo que la tradición no podía ser olvidada y se incorporará a la teología cristiana. La doctrina del Logos constituye así uno de los puntos capitales de la tensión entre la filosofía y el cristianismo, y también uno de los aspectos por los que aparentemente desaparece esa tensión. En el Cristianismo, resulta primordial esta concepción de que Cristo es el Logos o Verbo, aunque el término alude originalmente a los diferentes discursos filosóficos y a la razón. Esta, en nombre del librepensamiento, hay que volver a colocarla en el lugar que le corresponde, plural, diversa, humana e inmanente, no unitaria, dogmática y trascendente.

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