domingo, 9 de julio de 2017

¡Enajenados!

Se han hechos numerosos estudios sobre la enajenación en las sociedades contemporáneas y sobre los factores que la promueven. Con dicho término, nos referimos al hecho de que alguien puede encontrarse en una realidad ajena a él mismo. ¿Puede explicar esto la cantidad de creencias absurdas que existen en la sociedad actual? Yendo más allá, ¿encontramos con ello una explicación al enorme volumen de tonterías que se dicen y hacen a nivel cotidiano? Veamos qué podemos indagar sobre la enajenación. De entrada, para diferenciarla de algo parecido a la locura, diremos que hay quien prefiere denominarla "alienación"; tiene cierta lógica, a nivel etimológico, ya que el vocabo "alius" significa "otro" o "diferente". Estar "alienado", por lo tanto, se refiere a estar o hallarse en "otro", en alguien ajeno. Si estar enajeado, o alienado, es estar fuera de sí, ¿que queremos decir con lo contrario? Sería, el hecho de hallarnos dentro de nosotros mismos, un estado liberador; una libertad en sentido positivos, es decir, de autorrealización. Podemos abordar el concepto de la enajenación desde diferentes puntos de vista, el económico, el psicólogico, el existencial… Como hemos dicho anteriormente, los estudios se han producido en la época moderna y se ha identificado la enajenación con las sociedades capitalistas, fuertemente mercantilizadas y de consumo. No obstante, es posible que su sentido se remonte mucho más atrás en la historia de la humanidad, de tal manera que podamos considerar la enajenación como sinónimo de "idolatría". Así es, la religiones y la sumisión a cualquier forma de dominación están en la base del concepto que nos ocupa. El ser humano proyecta todas sus potencilidades en lo que considerar sus dioses o jefes, se muestra sumiso a ellos y los termina adorando. Por supuesto, a un nivel sobrenatural podemos hablar del concepto de Dios, como de cualquier otra abstracción. Incluso, el Estado en el campo político no deja de ser un trasunto de la divinidad, un poder trascendente al que los seres humanos deben subordinarse.

No obstante, la idolatría o enajenación puede producirse, no solo en relación con otro, también en relación con uno mismo. La persona que se somete a sus pasiones irracionales, como es el ansia de poder o de riqueza, se convierte en esclava de un impulso parcial que actúa en ella, que se proyecta en objetivos externos y por el cual está "poseída". En todos estos casos, es muy posible que las acciones de la persona no sean suyas, aunque exista la ilusión de hacer lo que quiere, se ve arrastrada por fuerzas independientes de ella que actúan contra su voluntad. La enajenación parece un fenómeno que varia de una cultura a otra a lo largo de la historia, tanto en aspectos específicos, como en la amplitud e integridad del fenómeno. No obstante, el proceso parece haberse intensificado en la sociedad contemporánea, paralelo al desarrollo tecnológico y a la evolución del capitalismo. El hombre ha creado un mundo de cosas producidas por él como no se ha dado nunca antes, y ha construido un mecanismo social complicado para administrar el mecanismo técnico por él realizado.

Estas palabras solemnes llaman la atención sobre la contradicción del individuo en la sociedades que consideramos "avanzadas", parece movido por su propio interés, cuando la realidad es que muy probablemente se subordina a causas que le sobrepasan. La definición más acertada sería que el ser humano, enajenado de sí mismo, se enfrenta con sus propias fuerzas, encarnadas en cosas que él mismo ha producido. En este escenario, en un proceso avanzado de industrialización, el trabajador se encuentra despojado de su derecho a pensar y a moverse libremente. Apatía o regresión psíquica, son los resultados de acabar con la creatividad, con la curiosidad y con la independencia de ideas en el trabajador. El fenómeno más significativo de una cultura enajenada es el de la burocratización. Los burócratas, políticos o económicos, se relacionan de modo impersonal con las personas, las manipulan como si fueran cifras o cosas. Los directores al servicio de la burocracia son inevitables en un contexto en el que el individuo se enfrenta a una vasta organización y a una extrema división del trabajo que le impide observar el conjunto y cooperar de forma espontánea y orgánica con sus semejantes. Antiguamente, los jefes fundaban su autoridad en un orden divino; en el capitalismo moderno el papel de los burócratas se considera sagrado al escapársele al individuo singular el funcionamiento de las cosas. La exacerbación de esta situación de burocratización, como fenómeno de una cultura enajenada, se dio en los Estados totalitarios, pero permanece en el Estado democrático y en el mundo de los negocios del capitalismo. Por muy libre que se considere uno en una situación personal, como es el caso de los pequeños propietarios, se sigue formando parte de un mundo enajenado, en los aspectos económicos y sociopolíticos a nivel general. El capitalismo moderno, además, ha sufrido no pocas evoluciones en un contexto de auténticos cambios tecnológicos que condicionan gravemente la vida de los individuos. Así, inmersos en un mundo enajenado, mediatizados por todo tipo de abstracciones, tantas veces en forma de espectáculo visual, y sin capacidad de enfrentarnos a un realidad concreta en la que podamos acariciar al menos la intensidad de la vida y el sufrimiento humano, es muy probable que las posibilidades de liberación sean prácticamente nulas.

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