martes, 28 de enero de 2014

Homeopatía o el recordatorio de la nada

¡Ay, la homeopatía! Mostrar una permanente crítica frente a esta seudociencia, quizás más que cualquier otra, suele costar más de un disgusto dialéctico; en el mejor de los casos, ante la reiterada apelación a la sugestión y el efecto placebo como explicación de los (reducidos, no nos engañemos) casos que funcionan, se nos espeta algo así como que no se puede juzgar lo que no se entiende. ¡Acabáramos! Quieren explicarse, entonces, los (supuestos) efectos beneficiosos de la homeopatía como algo ininteligible y esotérico. Y, sin embargo, la propuesta homeopática es fácil de comprender hasta para un niño; ¡que me traigan a un niño!, parafraseando al genial Groucho. Estamos muy de acuerdo con los científicos que definen la homeopatía, simplemente, como una mala praxis; según nuestro entender, no hay más que rascar.

Para explicar brevemente los principios de esta terapia alternativa, vamos a reducirlos a tres leyes fundamentales: la ley de similitud o analogía, según la cual al paciente hay que administrarle un medicamento que provocaría en un individuo sano los mismos síntomas que padece el enfermo; la ley de infinitesimales, que explica cómo a través de la "dinamización" y diluciones sucesivas las propiedades de la sustancia curativa aumenta su efecto; por último, la ley de individualización, según la cual hay que administrar a cada enfermo, en la medida que su sintomatología es única, un tratamiento particularizado. Las dos primeras leyes carecen, de forma obvia, de base científica; respecto a la tercera, vamos a decir por ser suaves que presenta contradicciones. Es necesario aclarar que la homeopatía resulta inocua; su (supuesto) principio activo, de tan diluido que se presenta, resulta inexistente; esta terapia complementaria, que se promueve ampliamente en determinados ámbitos y cada vez las venden en más farmacias, quiere verse como una alternativa a la medicina moderna y científica. Bien, señalemos en primer lugar la gran responsabilidad de los que comercian con medicamentos al vender unas pastillas prácticamente vacías, sin principio activo alguno. La industria homeopática, con sus obvias limitaciones, se ha convertido  también en un negocio; precisamente, uno de los (seudo)argumentos reiterativos  de practicantes y consumidores de terapias alternativas es que la medicina convencional está en manos de las grandes compañías farmacéuticas, las cuales buscan el beneficio económico por encima de cualquier intención humanista benefactora. Y digo seudoargumento, no porque esto no sea cierto, que lo es lamentablemente en un sistema económico desprovisto de ética humanitaria, sino por la grave distorsión que supone derivar la discusión hacia otro terreno; es decir, aquellos que priman el beneficio económico sobre la investigación de lo que funciona o no en medicina están haciendo, ni más ni menos, una mala gestión, una manipulación descarada al igual que los numerosos charlatanes del mundo alternativo  (que, dicho sea de paso, tienen muchas semejanzas con aquellos, ya que también suelen buscar el beneficio crematístico).

Esperamos que haya quedado claro el asunto, estamos hablando de lo que posee o no una base científica en la medicina, es decir, de aquello que proporciona, o no, resultados; a priori, nos resulta mucho más subversivo tratar de demostrar ciertas verdades científicas, lo cual es independiente de que los poderosos traten de preservar sus intereses de una manera o de otra, que simplemente buscar refugio en un mundo alternativo de lo más cuestionable. Que a aquellos que cuestionan, con argumentos sólidos, algunas de las propuestas delirantes de lo que quiere presentarse como “alternativo” se les quiera ver como mercenarios a sueldo de las grandes compañías es otra de las actitudes rechazables que surgen de determinados ámbitos; además de algo mezquino, acusar sin más, insistiremos en que eso no es un argumento que legitime nada de lo alternativo. Como resumen de esta extensa digresión que hemos realizado, dentro del capítulo dedicado a la homeopatía, quiero dejar claro que ciencia solo hay una, la que demuestra su eficacia; ergo, medicina científica también; aquello que se suele etiquetar como “alternativo” o “complementario”, si funciona, debe dejar inmediatamente  de serlo e incorporarse a la medicina, llamémosla, convencional  (aunque, claro está, susceptible de evolucionar y ser mejorable); esta cuestión es independiente de la mala gestión y de la manipulación que puede producirse en un sistema que busca, sobre cualquier otra cosa, estamos muy de acuerdo, el rendimiento económico.

Hace unos años, la MSS (Merseyside Skeptic Society) llevó a cabo una divertida campaña para denunciar la falacia de a homeopatía; se organizó un suicidio colectivo determinado día, consumiendo gran cantidad de productos homeopáticos, para sensibilizar a la opinión pública sobre la ineficacia de estos tratamientos. De las numerosas personas que llevaron a cabo esta iniciativa, solo hubo que practicar un rápido lavado de estómago a una pequeña cantidad; es broma, no paso absolutamente nada, ya que los productos homeopáticos no producen ni efectos primarios ni, como es lógico, secundarios. Los argumentos contra la homeopatía  son rápidos y efectivos; sin embargo, los tópicos se suceden, una y otra vez hasta el hastío, para tratar de legitimar su uso. Si uno de ellos, como ya hemos apuntado anteriormente, es que existen profesionales convencionales de la medicina que recomiendan su uso, hay que recordar que también en esta profesión existe gente incompetente y no demasiado honesta. Otro ejemplo recurrente de mala praxis científica son aquellos médicos que prescriben antibióticos para paliar el resfriado, a pesar de que se sabe que son ineficaces e incluso contraproducentes a largo plazo. En lugar de elegir el camino más fácil, que suelen ser pastillas supuestamente milagrosas, se debería enseñar a las personas cómo tratar su propia enfermedad; este camino fácil lo adoptan las grandes compañías farmacéuticas, las cuales están deseando vender sus productos, pero pongamos en su lugar a ciertos terapeutas alternativos; cambian los actores, pero el juego manipulador es el mismo. Una actitud profundamente subversiva y antiautoritaria es tratar de desmontar falsedades, vengan de donde vengan; el efecto placebo, que posee como demostraremos en otro texto cierta complejidad, es aplicable también a otros ámbitos de la vida en los que las personas son engañadas por toda suerte de charlatanes y mercachifles. No decimos que todos los terapeutas alternativos sean de esta calibre, ya que los mecanismos que intervienen en la aceptación de según qué cosas son complejos, pero consideramos nuestro deber cuestionar y denunciar lo que consideramos una mala praxis. La realidad es que la homeopatía, gracias a los ensayos imparciales, no posee más beneficio que un efecto placebo; esta terapia alternativa, como muchos otras, resulta inocua en su praxis, a lo que se une para explicar su permanencia el gusto que tenemos los seres humanos por tomar pastillas que les aseguren que les van a curar; la mala experiencia en la medicina convencional, algo lógico dado el desastre de sistema que vivimos con su mala gestión de una medicina verdaderamente científica junto a la necesidad de un trato humano y particularizado al paciente, es posible que ayude bastante a que muchas personas recurran a estos remedios alternativos tan peculiares.
Para el que tenga tiempo e interés, en la entrada de Wikipedia de la homeopatía, puede encontrarse abundante información y enlaces.

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