martes, 23 de febrero de 2016

Las pruebas de la inexistencia de Dios

El pensamiento religioso, y más concretamente el monoteísmo, todavía se está recuperando de la obra de Sébastien Faure Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, publicado ya hace bastantes décadas. Es un trabajo sumamente ingenioso, creado en su tiempo para socavar las bases de una sociedad conservadora, y así seguimos a día de hoy. Ya hace mucho tiempo que el conocimiento científico, aunque no sea su papel demostrar la existencia de un concepto abstracto-místico, sí convierte la idea de Dios en algo inútil si lo que se quiere es justificar algún tipo de cosmogonía religiosa.
Faure demuestra lo absurdo de la idea divina, y lo hace ordenando sus razones en tres grupos: el Dios-Creador, el Dios-Gobernador (o Providencia) y el Dios-Justiciero (o Magistrado). Recordemos que estos tres rasgos están detrás del monoteísmo (o teísmo de toda la vida, por más que se quiera suavizar o enmascarar de diversos modos). Si atendemos a las primeras razones, hay que recordar que la acción de "crear" (obtener algo de la nada) es sencillamente imposible; ya los antiguos griegos consideraban que la nada, nada adviene (ex nihilo nihil fit). Eso sí, luego llegó la teología cristiana para aportar absurdo y misterio a la cuestión. La razón solo puede rechazar la hipótesis de un Ser auténticamente creador.

Por otra parte, existen más contradicciones en la idea de Dios: lo inmaterial o espiritual (Dios) no puede haber creado lo material (el universo, tal como lo conocemos), ya que hay una diferencia  cualitativa irreconciliable, como igualmente la hay entre lo perfecto (seguimos con Dios, claro), que no puede haber producido lo imperfecto. Por supuesto, esto nos lleva a que Dios no exista, o bien no es el creador perfecto que nos han vendido durante milenios. También se nos ha dicho siempre que Dios es eterno, activo y necesario, pero precisamente la idea de creación implica un principio y un origen; ergo, antes de la creación, Dios estuvo inactivo y no fue tan necesario. No se pierdan ustedes en este galimatías, sencillamente Dios no era antes de la creación activo y necesario o, siéndolo, en realidad no pudo haber creado. Otro rasgo de la divinidad suprema es su inmutabilidad, pero precisamente ha cambiado ya dos veces desde el punto de vista creador: cuando decide crear y cuando ejecuta la acción. Se echa por tierra otro cualidad clásica del ser en cuestión.

Otra de las cuestiones del gusto del pensamiento religioso es pensar que existe un propósito en la Creación. Se nos dirá que los propósitos de Dios son inescrutables. Bien, la especulación está servida, si resulta imposible indagar en los propósitos de Dios, podemos pensar que el acto creador es obra de cualquiera (incluso, de un loco o un malvado); o, más sensato, pensar que sencillamente Dios no existe. Si se quiere reducir la causa de la existencia del universo a algo como Dios, se está negando en realidad la complejidad de la existencia determinada por una concatenación colosal de causas y efectos. Como vemos, la idea de Dios, reducir la existencia a una sola causa (y, además, misteriosa), es de una simpleza extrema. Por otra parte, se supone que Dios es eterno; como se supone que es la causa primera de todo y solo puede dar lugar a creaciones de su misma cualidad, el resultado debería ser que el universo es también eterno. La cosa no parece tener ninguna lógica, es lo que tienen los misterios de la religión.

Si atendemos a otro grupo de razones, como es la idea de un Dios-Gobernador, el despropósito no resulta menor. Como hemos visto, nuestro ser perfecto ha dado lugar a una creación sumamente imperfecta; si, además, pretende ser gobernador de la misma, las dos condiciones se excluyen. O bien, su creación es perfecta (que ya vemos a diario que no) o bien es indigna de un ser de cualidades tan excepcionales, que además pretende regir de un modo megalómano. Además, hablamos de un ser omnipotente, que podría haber acabado fácilmente con el resto de deidades de las otras religiones (todas, claro está, falsas menos una) y haberse manifestado a todos por igual (no solo a unos pocos iluminados), ya que todos merecemos ser considerados. Lo que nos lleva a considerar que Dios no es en realidad omnipotente ni tampoco todo bondad, ya que excluye a gran parte de la humanidad. Por otra parte, considerar totalmente justo y misericordioso a un ser que ha creado tanta maldad, por no hablar del castigo eterno. Tal vez no exista Dios, ni algo tan cruel como el infierno, producto de la imaginación humana más terrorífica. Todo se reduce a algo clásico, la mera existencia del mal, que ni siquiera es totalmente responsabilidad del hombre (existe un "mal moral" que tal vez le podamos atribuir, pero qué ocurre con las numerosas calamidades es las que no interviene: el llamado "mal físico"), hace que no podamos pensar en un Dios todo bondad.

Faure invita, con todos sus argumentos, a que cada ser humano combata la idea de Dios que le mantiene sumiso. Recordemos que la idea ultraterrena de Dios tiene una equivalencia muy terrenal en el poder político (no lo decimos nosotros, lo dice la filosofía jurídica). Si no se combate con todas las fuerzas ambos poderes, el sobrenatural y el material, tal vez la gran tarea se realice a medias.

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