A poco que uno se pregunte sobre la realidad en la que vive, al menos en las sociedades que pomposamente llamamos "avanzadas", la cosa es como para volverse loco. Nunca antes la información había estado tan disponible para los seres humanos y, de hecho, y de forma superficial, en ella se depositan tantas veces la posibilidad de un mundo mejor. Muy al contrario, es posible que nunca antes en la historia de la humanidad las personas hayan tendido a creer en cosas absurdas. Por supuesto, y esto es un análisis que dejaremos para otro momento, la explicación puede estar en que no es la cultura, como nos empeñamos en "creer" una y otra vez, la que determina al ser humano, sino que hay que tener en cuenta las estructuras económicas, sociales y políticas (¿son resultado de nuestros deseos o más bien somos determinados por ellas?; tal vez, ambas cosas en una terrorífica reciprocidad). La realidad de la sociedad posmoderna es compleja y plural, aunque no por ello menos frívola y superficial.
Bien, como de momento es francamente difícil cambiar dichas estructuras, y dar lugar a la posibilidad de una información aceptablemente veraz, tenemos que seguir atendiendo a los síntomas. Resulta alarmante que, disponiendo de herramientas razonablemente fiables para cuestionar la cosas, tantas personas se obcequen en afirmar, y repetir la afirmación, una y otra vez las mismas cosas (o solo superficialmente revestidas). Este blog, como es sabido, está dedicado, fundamentalmente, a la crítica de la religión y a la denuncia de la pseudociencia. Sobre la creencia religiosa, y aunque en origen debía cubrir de manera obvia lo que luego ha explicado el conocimiento científico, es cierto que la cosa tiene o quiere tener cierta complejidad difícil de ser analizada racionalmente. No obstante, y parafraseando el irónico comentario sobre que todas las religiones son falsas menos la de uno, hay que decir que el absurdo solo parece verse en la de la cultura ajena. Recientemente, he vuelto de un viaje por Bulgaria y, como ya sabrán ustedes, la religión mayoritaria es el cristianismo ortodoxo. Al margen de lecturas superficiales realizadas en las guías turísticas, nadie supo explicarme las diferencias importantes con el catolicismo (o, tal vez, no les importaba demasiado; esa era su religión, determinada por cuestiones geográficas y culturales, y punto). Cuando expliqué a una persona búlgara el rito católico de la transubstanciación, junto a la posterior ingestión del "cuerpo de Cristo", no pudo evitar una reacción de horrorosa perplejidad ante el asunto. Lo dicho, lo absurdo se contempla mucho mejor en el "ojo ajeno".
Dejemos a la religión, y sus cientos de años de peculiar historia, por el momento. ¿Qué hay de la pseudociencia? Ella, es cierto que fusionada en algunos casos con creencias místicas, parece haber ocupado el lugar de las religiones tradicionales. A nadie debería escapársele el peligro de las propuestas pseudocientíficas: empobrecimiento cultural, desvirtuación del verdadero conocimiento científico, fraudes evidentes con intereses económicos… Como es sabido, la pseudociencia resulta en prácticas que se presentan con cierto estatus científico, con una supuesta validez basada en resultados no verificables, con componentes subjetivos y obtenidos de manera más que cuestionable, por no decir directamente exenta de crítica alguna. Recientemente, he podido leer una muy apreciable taxonomía en el mundo de la pseudociencia; de esa manera, se distingue entre teorías, cuyo campo de acción es meramente intelectual (resultan en explicaciones alternativas a las que proporciona la evidencia científica), las terapias (suelen ser la realización práctica de teorías o creencias), que operan principalmente en el cuerpo humano, y los productos, que tiene su campo de acción en lo económico.
Esta división de la pseudociencia no se detiene en lo explicado anteriormente, también se distingue entre fenómenos, que vienen a ser las explicaciones que pretendemos dar los seres humanos de forma ajena a la verificación científica (como pueden ser toda suerte de fenómenos paranormales, la existencia del alma o los viajes astrales), están también los poderes y dones, que son prácticas excepcionales para llevar a cabo ciertas curaciones por parte de los mediadores o terapeutas (canalización de energía, clarividencia, telequinesis… todo lo que a ustedes se les ocurra), y los productos, que como su nombre indica no son más que objetos de consumo, la sociedad en la vivimos es muy propicia para ello, comercializados sin verificación científica alguna. Son divisiones taxonómicas que vienen muy bien para comprender el cierto éxito comercial, y de práctica, de estas propuestas pseudocientíficas. Además, hay quien asegura que la intoxicación mediática, con la falta de escrúpulos de difundir pseudociencia en canales que deberían ser propios de información veraz, es también muy responsable del asunto. Lo que resulta diáfano es que para combatir el falso conocimiento, y ampliamos aquí el campo a otras cuestiones (políticas, sociales, económicas…), no es suficiente con la mera denuncia y el esfuerzo por divulgar la verdad. Es también muy importante conocer en profundidad el fenómeno. El porqué la gente, no solo se ve desvalida en primera instancia ante propuestas falsas e irracionales, seguramente por falta de referentes ante una información veraz, sino que acaban adoptan posturas abiertamente fanáticas y dogmáticas.
Bien, como de momento es francamente difícil cambiar dichas estructuras, y dar lugar a la posibilidad de una información aceptablemente veraz, tenemos que seguir atendiendo a los síntomas. Resulta alarmante que, disponiendo de herramientas razonablemente fiables para cuestionar la cosas, tantas personas se obcequen en afirmar, y repetir la afirmación, una y otra vez las mismas cosas (o solo superficialmente revestidas). Este blog, como es sabido, está dedicado, fundamentalmente, a la crítica de la religión y a la denuncia de la pseudociencia. Sobre la creencia religiosa, y aunque en origen debía cubrir de manera obvia lo que luego ha explicado el conocimiento científico, es cierto que la cosa tiene o quiere tener cierta complejidad difícil de ser analizada racionalmente. No obstante, y parafraseando el irónico comentario sobre que todas las religiones son falsas menos la de uno, hay que decir que el absurdo solo parece verse en la de la cultura ajena. Recientemente, he vuelto de un viaje por Bulgaria y, como ya sabrán ustedes, la religión mayoritaria es el cristianismo ortodoxo. Al margen de lecturas superficiales realizadas en las guías turísticas, nadie supo explicarme las diferencias importantes con el catolicismo (o, tal vez, no les importaba demasiado; esa era su religión, determinada por cuestiones geográficas y culturales, y punto). Cuando expliqué a una persona búlgara el rito católico de la transubstanciación, junto a la posterior ingestión del "cuerpo de Cristo", no pudo evitar una reacción de horrorosa perplejidad ante el asunto. Lo dicho, lo absurdo se contempla mucho mejor en el "ojo ajeno".
Dejemos a la religión, y sus cientos de años de peculiar historia, por el momento. ¿Qué hay de la pseudociencia? Ella, es cierto que fusionada en algunos casos con creencias místicas, parece haber ocupado el lugar de las religiones tradicionales. A nadie debería escapársele el peligro de las propuestas pseudocientíficas: empobrecimiento cultural, desvirtuación del verdadero conocimiento científico, fraudes evidentes con intereses económicos… Como es sabido, la pseudociencia resulta en prácticas que se presentan con cierto estatus científico, con una supuesta validez basada en resultados no verificables, con componentes subjetivos y obtenidos de manera más que cuestionable, por no decir directamente exenta de crítica alguna. Recientemente, he podido leer una muy apreciable taxonomía en el mundo de la pseudociencia; de esa manera, se distingue entre teorías, cuyo campo de acción es meramente intelectual (resultan en explicaciones alternativas a las que proporciona la evidencia científica), las terapias (suelen ser la realización práctica de teorías o creencias), que operan principalmente en el cuerpo humano, y los productos, que tiene su campo de acción en lo económico.
Esta división de la pseudociencia no se detiene en lo explicado anteriormente, también se distingue entre fenómenos, que vienen a ser las explicaciones que pretendemos dar los seres humanos de forma ajena a la verificación científica (como pueden ser toda suerte de fenómenos paranormales, la existencia del alma o los viajes astrales), están también los poderes y dones, que son prácticas excepcionales para llevar a cabo ciertas curaciones por parte de los mediadores o terapeutas (canalización de energía, clarividencia, telequinesis… todo lo que a ustedes se les ocurra), y los productos, que como su nombre indica no son más que objetos de consumo, la sociedad en la vivimos es muy propicia para ello, comercializados sin verificación científica alguna. Son divisiones taxonómicas que vienen muy bien para comprender el cierto éxito comercial, y de práctica, de estas propuestas pseudocientíficas. Además, hay quien asegura que la intoxicación mediática, con la falta de escrúpulos de difundir pseudociencia en canales que deberían ser propios de información veraz, es también muy responsable del asunto. Lo que resulta diáfano es que para combatir el falso conocimiento, y ampliamos aquí el campo a otras cuestiones (políticas, sociales, económicas…), no es suficiente con la mera denuncia y el esfuerzo por divulgar la verdad. Es también muy importante conocer en profundidad el fenómeno. El porqué la gente, no solo se ve desvalida en primera instancia ante propuestas falsas e irracionales, seguramente por falta de referentes ante una información veraz, sino que acaban adoptan posturas abiertamente fanáticas y dogmáticas.
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