miércoles, 20 de julio de 2016

Viejas y nuevas luchas

Aunque hay cosas que parecen haberse superado si solo atendemos a la superficie, la vieja lucha contra la superstición religiosa creo que se mantiene más vigente que nunca. Soy consciente de la ambigüedad del término "religión", como ya he insistido en alguna ocasión, pero podemos fácilmente delimitar todo lo negativo que conlleve y situar así el escenario de la batalla (dicho sea metafóricamente, o al menos sin connotaciones violentas), el motivo por el que se apuesta por el ateísmo: librepensamiento, autonomía moral en el individuo, moralización también de la sociedad, rechazo de la subordinación a valores abstractos, traslación de los valores a un plano humano para potenciarlos al máximo, progreso en la racionalidad y en el conocimiento... Se me dirá que esas nociones tienen muchas lecturas, o que están sujetas a discusión, por supuesto, pero precisamente por eso hay que combatir toda pretensión de arrogarse una verdad con mayúsculas, máxime con el peligro constante de institucionalización, de generar una clase mediadora garante del "conocimiento" (y, naturalmente, esta lectura antiautoritaria no se hace únicamente sobre cuestiones sobrenaturales o metafísicas). La lucha contra los antiguos fundamentalismos, concretados en las religiones monoteístas (aunque consustanciales, en mayor o en menor medida, a cualquier "creencia"), se mantiene vigente en la llamada posmodernidad (concepto más que cuestionable, a nivel conceptual y cronológico). La Iglesia Católica sigue teniendo un gran poder en las sociedades estatalizadas (el laicismo, nadie lo ha visto de verdad, la aconfesionalidad enmascara una vez más el privilegio), la teocracia es una realidad en algunos países y estamos comprobando las barbaridades hechas en nombre del Islam.

En alguna ocasión, se me ha reprochado el uso del término anticlerical (por otro lado, solo es una parte de la apuesta por el ateísmo), en esa falacia seudointelectual de que en un supuesto mundo libre "no podemos estar en contra de algo". Bien, yo estoy en contra de muchísimas cosas, creo en la libertad de crítica, la oposición es un garante del progreso a mi modo de ver las cosas, y una de esas cosas que rechazo está muy bien definida como "oposición a toda clase mediadora": el clero es una de ellas, pero podemos hablar de políticos o de científicos. Por lo tanto, hay que situar bien el contexto de ese combate contra viejos autoritarismos, por mucho que éstos se hayan transformado y pretendan formar parte de un mundo "tolerante" (la realidad es que toda institución religiosa se arroga la "verdad", incognoscible para el común de los mortales). Al margen de ello, y entrando en uno de los postulados de la posmodernidad, parte de la cual consiste en que hemos acabado con esos viejos autoritarismos (gran error); el trono está vacío, pero no destruido, y en él se cuela cualquier otra creencia (vieja o nueva). A ojos de los creyentes, podemos estar atravesando una época atea (que ellos calificarán, seguramente, de carente de valores en sus viejos y más bien pueriles postulados que asocian ateísmo con inmoralidad), otros la califican de nihilista, pero ese término tiene connotaciones intelectuales y antiautoritarias demasiado poderosas para vincularlo a un tiempo simplemente vulgar y seudohedonista (es el caso de las clases privilegiadas, no podemos hablar de gran parte de la humanidad sumida todavía en una situación de necesidad). No me atrevo tampoco a asegurar que la religión ha sido, históricamente, una distorsión de la racionalidad, la elección de un camino equivocado; otros afirman, que si bien cumplió un papel histórico, ningún sentido tiene a estas alturas. El que la religión sea una etapa infantil no superada, como dijo Freud, o la conocida alusión a la "tranquilidad existencial" de Marx (aunque él la atribuía solo a las clases humildes, y creo que la cosa va un poquito más allá), o la consideración de otros anunciando el fin de toda creencia; todo ello son análisis interesantes, aunque algo reduccionistas, el término "religión" es algo demasiado amplio como para considerar su simple abolición.

Quedémonos con lo más importante en mi opinión, una constante tensión hacia el autoritarismo con las ideas anteriormente mencionadas, que trasladan los valores a un plano humano y posibilitan un fuerte compromiso con ellos. La idea de la divinidad no es más que una abstracción donde se traslada lo mejor y lo peor del ser humano a un nivel "superior", tratemos de que todo formación "espiritual" solo esté relacionada con una potenciación de esos valores humanos, con la mejora de las relaciones del hombre con sus semejantes, de la construcción de la mejor sociedad, y de la mejora del hombre con la naturaleza (hay leyes físicas que el hombre no puede cambiar, solo descubrir, aunque tenga la posibilidad de moldear su entorno). El creyente, viejo o de "nueva era", considerará que la espiritualidad es algo asociado a un nivel metafísico (pero, si es así, si resulta incognoscible para el ser humano, como es posible entonces que exista una clase mediadora, qué clase de patología sufren, o tal vez sean solo simples falsarios). El aserto de Dostoiesvski en Los hermanos Karamazov, "Si Dios no existe, entonces todo está permitido", no es ni siquiera una idea que se pueda estimar, por lo que contiene de falsedad. La idea de dios lleva miles de años con la humanidad y las mayores barbaridades se han hecho en el nombre de esa abstracción, "todo estaba permitido en su nombre". Tiene bemoles que se acuse a una sociedad, supuestamente exenta de valores, de atea, cuando echamos la vista atrás y comprobamos el constante bloqueo a una moral y racionalidad humanas con mayor horizonte. Ni la existencia ni la idea de dios han impedido que el ser humano cometa toda suerte de horrores; todo lo contrario, la condición negativa, pecaminosa y restrictiva que la religión tiene del ser humano ha posibilitado la institucionalización del autoritarismo, responsable de la mayor parte de esos horrores, de innumerables guerras y masacres cometidas en nombre de esas grandes verdades que defender (sí, también se han realizado en nombre de grandes verdades políticas, copiando estas todos los códigos de la religión). E insistiré una vez más en que no se trata de idealizar al ser humano, en ver solo su parte magnánima, sino en no determinarle ni a nivel social ni metafísico, en crear el contexto para que pueda desarrollar todos sus valores. Creer en la capacidad del hombre para desarrollar sus más nobles facetas no es ninguna creencia ingenua; Erich Fromm consideraba al amor una potencialidad primaria y la destructividad, igualmente enraizada en su existencia, pero secundaria. Puede estudiarse el camino que conduzca a una y no a la otra, la necesidad de trascendencia que a veces acompaña al ser humano puede esta relacionada con su lado más constructivo, y siempre en un plano humano y pragmático, comprometido con los más altos valores.

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