Uno de los libros de moda, especialmente en ciertos círculos intelectuales oficiales (siempre sospechosos), es Homo Deus. Una breve historia del mañana, del historiador israelí Yuval Noah Harari. Por un lado, y aunque el ensayo es finalmente pesimista sobre el futuro de la humanidad, se incide en una concepción del progreso de lo más cuestionable. Se asegura que en el último siglo se han reducido los grandes males de la humanidad (el hambre, la guerra, las enfermedades, incluso la muerte…) y que en ese mismo periodo han predominado ciertos valores humanistas. La realidad es que vivimos en un mundo, y por causas políticas y económicas muy concretas, donde todos esos datos oscilan, varían, se juega con ellos (la ilusión de que se progresa), cuando la verdad es que hace mucho tiempo que existen los recursos suficientes para acabar de sobra con esas calamidades. Males producto, en gran medida, de la mano humana (y, por lo tanto, susceptibles de ser cambiados). Es cierto que, sobre el papel, el mundo parece mucho más igualitario, más respetuoso con los derechos humanos (más humanista, en apariencia, efectivamente), pero los hechos (los que cuentan) son muy diferentes. La modernidad prometía mucho hace un par de siglos, y sus valores son hoy totalmente reivindicables (de modo crítico, por supuesto, y sin tics reaccionarios), pero su desarrollo ha supuesto la peor de las pesadillas para gran parte del planeta, por lo que hay que atender más a los hechos que los derechos sobre papel mojado.
Hatari, como hemos dicho, es además muy pesimista sobre el futuro. Resulta ingenuo pensar que esos valores humanistas de la modernidad se van a conservar, y producir mayores logros para la humanidad, gracias a la tecnología. La brecha entre clases será todavía mayor y los más ricos serán los únicos que podrán acceder a esos beneficios. El título del libro, Homo Deus, alude a que la humanidad puede llegar a un nivel tecnológico suficiente para crear una figura humana con rasgos que anteriormente solo se atribuían a la divinidad. Por supuesto, esto solo se produciría en una pequeña parte de la población, aunque puede servir como una nueva ilusión de progreso para que la mayor parte del resto se muestre conforme y subordinada a los poderosos. Hatari va más allá y llega a afirmar que en el futuro gran parte de la población (incluida esa ilusión de la "clase media") será innecesaria (y, por lo tanto, sacrificable). De nuevo hay que decir que, desgraciadamente, esto ya es una realidad: la apariencia es que en el último siglo los gobiernos han invertido en educación, salud y bienestar, la realidad fue por otros derroteros y hoy sencillamente resulta más visible. Ya estamos sacrificando a gran parte de la humanidad (cada muerto por hambre, enfermedad u opresión, aunque con responsabilidades muy concretas, tiene también sus causas en el sistema en el que vivimos), aunque no se exprese habitualmente con esas palabras.
Para la economía, y a pesar de este panorama, la clase mayoritaria ha seguido siendo hasta cierto punto necesaria hasta ahora. Es posible que por eso el poder ha ido concediéndola ciertos derechos a lo largo de la modernidad. Tal vez, si no reaccionamos la gente de a pie y seguimos apuntalando este sistema, tratamos de tomar el control de nuestros vidas de manera solidaria con los demás, muy pronto toda esa concesión de beneficios será ya abiertamente innecesaria. Hatari dibuja un horizonte negro debido a la tecnología, las personas irán perdido capacidad de elección, ya que será la inteligencia artificial y los algoritmos los que tomen las decisiones. Estas especulaciones, más propias de una ciencia-ficción comercial a lo Matrix, resultan literariamente atractivas, pero hay que matizar y poner las cosas en su sitio. Si estas advertencias, no obstante, sirven para adquirir conciencia sobre los males del sistema en el que vivimos, bienvenidas sean. ¿Es realmente así? ¿O este tipo de ensayos, insistiremos en que muy comerciales y atractivos para gran parte de la gente, sirven para seguir consolidando el estado de las cosas? Quedémonos con su lado más crítico. El que el capitalismo sea el sistema económico imperante, y el Estado-nación el modelo político, tiene explicaciones muy concretas. Desgraciadamente, y pesar de lo devastadores que pueden ser todos esos paradigmas, gran parte de la gente termina aceptado que es el mundo en el que vivimos, como si este fuera permanente y no sujeto a cambios y convulsiones. Otros, más impregnados de esa concepción del progreso dentro del propio sistema, piensan que el panorama no es tan negro o fingen que actúan en consecuencia. Recordemos que Donald Trump, la peor faz del sistema, acabar de convertirse en la persona más poderosa del planeta. Hace ocho años, parece que con un presidente demócrata de raza negra el mundo iba a entrar en una especia de utopía feliz. Apariencias, meras apariencias, para tranquilizar y que todo siga igual.
¿Qué podemos hacer para dibujar un panorama menos sombrío? Lo que necesitamos, en primer lugar, es divulgar datos fiables sobre este mundo que padecemos. Datos concretos sobre el hambre, las enfermedades, la explotación, las persecuciones de todo tipo a personas, la devastación medioambiental…, que parecen atribuirse siempre a causas ajenas a nosotros, al mundo el que vivimos y que apuntalamos permanentemente (cuando no, de forma abstracta como si fueran males inherentes a la existencia humana). En un mundo globalizado, todo ello implica directamente a los gobiernos y a los responsables de la economía: a las élites de todo tipo. Es cierto que la tecnología, objeto de las mayores críticas por parte de Hatari en su libro, resulta en muchos aspectos cuestionable, pero sobre todo porque está al servicio de la clase privilegiada; a esta, le interesa una sociedad con una mayor aceptación del estado de las cosas, con menor consciencia y capacidad de elección en las personas (o que esta se limite a elegir al amo de turno). La ciencia y la tecnología, desgraciadamente, están al servicio del sistema político, social y económico en el que vivimos, de nosotros depende cambiar el rumbo y ponerla al servicio de intereses verdaderamente humanitarios. Hay personas muy críticas que piensan que esto resulta imposible, ya que es la propia tecnología la que implica la dominación de unas personas sobre otras, así como sobre la propia naturaleza. No sé si está crítica es muy realista, pero al menos hay que tenerla en cuenta. Lo que es seguro es que ninguna de esas críticas, del tipo que sean, deben ser un motivo para el mero lamento y la inacción.
Hatari, como hemos dicho, es además muy pesimista sobre el futuro. Resulta ingenuo pensar que esos valores humanistas de la modernidad se van a conservar, y producir mayores logros para la humanidad, gracias a la tecnología. La brecha entre clases será todavía mayor y los más ricos serán los únicos que podrán acceder a esos beneficios. El título del libro, Homo Deus, alude a que la humanidad puede llegar a un nivel tecnológico suficiente para crear una figura humana con rasgos que anteriormente solo se atribuían a la divinidad. Por supuesto, esto solo se produciría en una pequeña parte de la población, aunque puede servir como una nueva ilusión de progreso para que la mayor parte del resto se muestre conforme y subordinada a los poderosos. Hatari va más allá y llega a afirmar que en el futuro gran parte de la población (incluida esa ilusión de la "clase media") será innecesaria (y, por lo tanto, sacrificable). De nuevo hay que decir que, desgraciadamente, esto ya es una realidad: la apariencia es que en el último siglo los gobiernos han invertido en educación, salud y bienestar, la realidad fue por otros derroteros y hoy sencillamente resulta más visible. Ya estamos sacrificando a gran parte de la humanidad (cada muerto por hambre, enfermedad u opresión, aunque con responsabilidades muy concretas, tiene también sus causas en el sistema en el que vivimos), aunque no se exprese habitualmente con esas palabras.
Para la economía, y a pesar de este panorama, la clase mayoritaria ha seguido siendo hasta cierto punto necesaria hasta ahora. Es posible que por eso el poder ha ido concediéndola ciertos derechos a lo largo de la modernidad. Tal vez, si no reaccionamos la gente de a pie y seguimos apuntalando este sistema, tratamos de tomar el control de nuestros vidas de manera solidaria con los demás, muy pronto toda esa concesión de beneficios será ya abiertamente innecesaria. Hatari dibuja un horizonte negro debido a la tecnología, las personas irán perdido capacidad de elección, ya que será la inteligencia artificial y los algoritmos los que tomen las decisiones. Estas especulaciones, más propias de una ciencia-ficción comercial a lo Matrix, resultan literariamente atractivas, pero hay que matizar y poner las cosas en su sitio. Si estas advertencias, no obstante, sirven para adquirir conciencia sobre los males del sistema en el que vivimos, bienvenidas sean. ¿Es realmente así? ¿O este tipo de ensayos, insistiremos en que muy comerciales y atractivos para gran parte de la gente, sirven para seguir consolidando el estado de las cosas? Quedémonos con su lado más crítico. El que el capitalismo sea el sistema económico imperante, y el Estado-nación el modelo político, tiene explicaciones muy concretas. Desgraciadamente, y pesar de lo devastadores que pueden ser todos esos paradigmas, gran parte de la gente termina aceptado que es el mundo en el que vivimos, como si este fuera permanente y no sujeto a cambios y convulsiones. Otros, más impregnados de esa concepción del progreso dentro del propio sistema, piensan que el panorama no es tan negro o fingen que actúan en consecuencia. Recordemos que Donald Trump, la peor faz del sistema, acabar de convertirse en la persona más poderosa del planeta. Hace ocho años, parece que con un presidente demócrata de raza negra el mundo iba a entrar en una especia de utopía feliz. Apariencias, meras apariencias, para tranquilizar y que todo siga igual.
¿Qué podemos hacer para dibujar un panorama menos sombrío? Lo que necesitamos, en primer lugar, es divulgar datos fiables sobre este mundo que padecemos. Datos concretos sobre el hambre, las enfermedades, la explotación, las persecuciones de todo tipo a personas, la devastación medioambiental…, que parecen atribuirse siempre a causas ajenas a nosotros, al mundo el que vivimos y que apuntalamos permanentemente (cuando no, de forma abstracta como si fueran males inherentes a la existencia humana). En un mundo globalizado, todo ello implica directamente a los gobiernos y a los responsables de la economía: a las élites de todo tipo. Es cierto que la tecnología, objeto de las mayores críticas por parte de Hatari en su libro, resulta en muchos aspectos cuestionable, pero sobre todo porque está al servicio de la clase privilegiada; a esta, le interesa una sociedad con una mayor aceptación del estado de las cosas, con menor consciencia y capacidad de elección en las personas (o que esta se limite a elegir al amo de turno). La ciencia y la tecnología, desgraciadamente, están al servicio del sistema político, social y económico en el que vivimos, de nosotros depende cambiar el rumbo y ponerla al servicio de intereses verdaderamente humanitarios. Hay personas muy críticas que piensan que esto resulta imposible, ya que es la propia tecnología la que implica la dominación de unas personas sobre otras, así como sobre la propia naturaleza. No sé si está crítica es muy realista, pero al menos hay que tenerla en cuenta. Lo que es seguro es que ninguna de esas críticas, del tipo que sean, deben ser un motivo para el mero lamento y la inacción.
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