La colección ¡Vaya Timo!, de la editorial Laetoli, está compuesta de una serie de libros breves que, habitualmente con un tono sarcástico y provocador, se ocupan de las creencias y pseudociencias más variadas. Su última edición es Las terapias espirituales, ¡vaya timo!, obra del médico Víctor Javier Sanz, con la que parece completar un trilogía dentro de la misma colección. Los anteriores, ya estaban dedicados a la homeopatía y a la acupuntura, aunque ahora matiza que en realidad todas las terapias alternativas, consideradas simple y llana pseudociencia, son en realidad espirituales. Si un supuesto terapeuta alude al chi, de la cultura tradicional china, al prana, proveniente del hinduismo, a la energía vital, cuyo origen parece ecléctico y a gusto del consumidor, o sencillamente a desequilibrios energéticos deberían dispararse todos nuestros dispositivos de alarma (científicos). Todos esos conceptos están fundados en creencias, provienen de lo espiritual o de lo metafísico, por lo que no pueden venderse como remedios científicos (es decir, algo demostrado que funciona). Las creencias son muy respetables, todos las tenemos de un modo u otro, pero no podemos pretender que las mismas sean un método eficaz para sanar una enfermedad.
La mayoría de las terapias alternativas son inocuas, no tienen efectos secundarios, aunque Sanz se ocupa de señalar algunas que sí los tienen e incluso son graves. No obstante, como tanto insisten los investigadores de este tipo de terapias, el mayor problema consiste en abandonar los remedios auténticamente científicos. Cada uno es muy libre de acudir a un terapeuta alternativo, o al sursuncorda si lo considera necesario, pero que no abandone ninguna tratamiento verdaderamente demostrado y eficaz. Tal y como indica Sanz en su libro, los supuestos estudios que respaldan las pseudoterapias suelen ser falsos o sencillamente estar mal realizados: no son ensayos aleatorios, las muestras no son adecuadas o directamente no existen grupos de control. Su descubrimiento es que, con un análisis global, cuanto menos riguroso sea el estudio, más positivo resulta aparentemente el efecto. Sorprendentemente, en contra de lo que solemos creer, Sanz sostiene en el primer capítulo que el efecto placebo no existe. Habitualmente, decimos que el placebo es una especie de efecto de la mente sobre el cuerpo, pero no es correcto. Cuando, en un ensayo clínico, hay un grupo experimental al que se le aplica la terapia que se está investigando y otro grupo de control al que se le administra un placebo (un remedio falso), en este ultimo un 30% se curará o tendrá una mejoría. Esto se debe a lo que Sanz denomina factores inespecíficos, es decir, que un 70% de las enfermedades tienden a la curación hagas lo que hagas. Esto proporciona un margen considerable al terapeuta alternativo, ya que tiene una probabilidad bastante alta para acertar.
Otra gran baza de este tipo de terapias estriba en las carencias de la medicina científica, ya que no todo tiene solución para la ciencia, por lo que es lógico que la gente busque salvación en otros ámbitos. Además, la medicina posee tantas especialidades, a los que hay que acudir con paciencia hasta encontrar un diagnóstico, que la gente acaba harta. El terapeuta alternativo, por lo general no necesita ningún tipo de análisis, resonancias o radiografías, y después de un rato con el paciente no tardará en hacer el diagnóstico y en hacer el tratamiento. Es cierto, como hemos dicho en otras ocasiones al analizar las terapias alternativas, que la praxis de la medicina científica en el sistema público de la Seguridad Social tiene problemas adicionales. Los médicos suelen estar saturados, lo que provoca que su relación con los pacientes se resienta. Esta buena relación, cercana y humana, en la que uno pide también que se le conozca y se le escuche, es posible que la encuentren las personas en los terapeutas alternativos (sean honestos o no, ojo, con las creencias que tratan de vender). Sanz, a pesar de su diatriba con esto remedios pseudocientíficos, considera que de alguna u otra manera siempre van a existir. No obstante, hay presentar siempre batalla y trabajar por una medicina, tan eficaz es sus estudios y en sus remedios, como cercana y humanista en el trato entre médico y paciente.
La mayoría de las terapias alternativas son inocuas, no tienen efectos secundarios, aunque Sanz se ocupa de señalar algunas que sí los tienen e incluso son graves. No obstante, como tanto insisten los investigadores de este tipo de terapias, el mayor problema consiste en abandonar los remedios auténticamente científicos. Cada uno es muy libre de acudir a un terapeuta alternativo, o al sursuncorda si lo considera necesario, pero que no abandone ninguna tratamiento verdaderamente demostrado y eficaz. Tal y como indica Sanz en su libro, los supuestos estudios que respaldan las pseudoterapias suelen ser falsos o sencillamente estar mal realizados: no son ensayos aleatorios, las muestras no son adecuadas o directamente no existen grupos de control. Su descubrimiento es que, con un análisis global, cuanto menos riguroso sea el estudio, más positivo resulta aparentemente el efecto. Sorprendentemente, en contra de lo que solemos creer, Sanz sostiene en el primer capítulo que el efecto placebo no existe. Habitualmente, decimos que el placebo es una especie de efecto de la mente sobre el cuerpo, pero no es correcto. Cuando, en un ensayo clínico, hay un grupo experimental al que se le aplica la terapia que se está investigando y otro grupo de control al que se le administra un placebo (un remedio falso), en este ultimo un 30% se curará o tendrá una mejoría. Esto se debe a lo que Sanz denomina factores inespecíficos, es decir, que un 70% de las enfermedades tienden a la curación hagas lo que hagas. Esto proporciona un margen considerable al terapeuta alternativo, ya que tiene una probabilidad bastante alta para acertar.
Otra gran baza de este tipo de terapias estriba en las carencias de la medicina científica, ya que no todo tiene solución para la ciencia, por lo que es lógico que la gente busque salvación en otros ámbitos. Además, la medicina posee tantas especialidades, a los que hay que acudir con paciencia hasta encontrar un diagnóstico, que la gente acaba harta. El terapeuta alternativo, por lo general no necesita ningún tipo de análisis, resonancias o radiografías, y después de un rato con el paciente no tardará en hacer el diagnóstico y en hacer el tratamiento. Es cierto, como hemos dicho en otras ocasiones al analizar las terapias alternativas, que la praxis de la medicina científica en el sistema público de la Seguridad Social tiene problemas adicionales. Los médicos suelen estar saturados, lo que provoca que su relación con los pacientes se resienta. Esta buena relación, cercana y humana, en la que uno pide también que se le conozca y se le escuche, es posible que la encuentren las personas en los terapeutas alternativos (sean honestos o no, ojo, con las creencias que tratan de vender). Sanz, a pesar de su diatriba con esto remedios pseudocientíficos, considera que de alguna u otra manera siempre van a existir. No obstante, hay presentar siempre batalla y trabajar por una medicina, tan eficaz es sus estudios y en sus remedios, como cercana y humanista en el trato entre médico y paciente.
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