Proyecto Lázaro es una película, dirigida por Mateo Gil, que se acaba de estrenar en los cines de las principales ciudades españolas. Su título original es Realive, ya que la película, a pesar de ser una producción hispano-francesa, está rodada en inglés. Aunque las críticas han sido discretas, y me temo que va a pasar sin pena ni gloria por las salas comerciales, se trata de una buena historia sobre la que merece la pena lanzar unas cuantas reflexiones. Recordemos que Mateo Gil fue el coguionista de gran parte de los películas de Alejandro Amenábar, y precisamente algunas de ellas pueden considerarse directamente emparentadas con este nuevo film. Hablamos de Abre los ojos, que igualmente especulaba sobre las empresas que se dedican la crionización, pero también de Mar adentro y su reivindicación de una vida digna y, por no tenerla, del derecho individual a poner fin a la vida. La sinopsis de la nueva película de Mateo Gil es, de modo elemental, la de un hombre treintañero de la época actual, que después de que se le diagnostique un cáncer terminal, decide crionizar su cuerpo para, en un determinado futuro en el que la ciencia lo permita, ser revivido totalmente sano para llevar una vida plena. Para los que deseen ver el film, recomiendo no leer lo que sigue, ya que revelo detalles fundamentales de la trama (eso que ahora se denomina, de forma algo irritante, spoiler).
Gil, como habilidoso guionista, utiliza este argumento sencillo, y algo trillado, para profundizar, aunque es posible que haya quien no lo vea de esa manera, ya que creo que hay varias lecturas, sobre la vida y la muerte del ser humano. Diremos, y por eso en parte la reseña ocupa espacio en este blog, que se trata de una película que niega que la existencia humana posea trascendencia alguna ni que exista un propósito divino en ella. En ese sentido, puede decirse que la ausencia de Dios es obvia, lo mismo que existe cierta lectura científica y materialista sobre la vida y el universo, aunque de forma paradójica, y algo sarcástica, puede considerarse también que la fe religiosa resulte crucial en la historia. Empezando por el título de sus diversos capítulos, que aluden al mito de Lázaro y a la resurrección de la carne, la religiosidad empapa todo el film, como reitera una y otra vez la voz en off del protagonista en sus reflexiones. Una de ellas menciona al Jesucristo que la cultura cinematográfica ha popularizado, en el que podemos ver un fragmento de la resurrección de Lázaro absolutamente terrorífico correspondiente a la versión de Scorsese en La última tentación… La lectura, muy valiente, es que Lázaro no deseaba ser revivido y el acto del Salvador puede considerarse equivocado y contranatura. También se alude en algún momento a la criatura de Frankenstein, ya que puede verse también este film como una nueva versión de la novela de Mary Shelley, lo que da entrada a otro mito religioso como es el de Prometeo y su desafío al poder de los dioses.
Proyecto Lázaro, por otra parte, es una historia rabiosamente posmoderna, tanto por los temas que toca, y cómo lo hace, como por sus diversas lecturas y su narración fragmentada. Precisamente, es gracias a sus continuos saltos en el tiempo, mediante imprecisos flash-backs, que vamos acumulando información y comprobando que nuestra historia tiene diversas capas, no es ni mucho menos lineal y simplista. Marc, el protagonista, despierta en el año 2084, después de varias décadas de sueño crionizado, para descubrir un futuro que no es el esperado. Después de saber que solo le quedaban unos meses de vida, su esperanza, su fe en el paraíso, estribaba en un futuro en el que la tecnología pudiera proporcionarle la felicidad y un pleno bienestar físico. Las similitudes con parte de la trama de Abre los ojos es evidente, y recordemos que el concepto de la felicidad del mimado e insufrible protagonista de aquel film era diáfano: belleza, sexo, dinero, poder… Cuando Marc despierta en el futuro, descubre que el mundo no es tan diferente como en su época, aunque existe cierta tecnología que parece empujar definitivamente a la humanidad, al menos a la parte acomodada, al solipsismo y a la enajenación. Los recuerdos y los sentimientos pueden ahora ser reproducidos y almacenados, gracias a un revolucionario dispositivo tecnológica, lo que nos recuerda algún capítulo de esa estupenda serie llamada Black Mirror. Es a través de estos recuerdos, muy posiblemente falseados y/o idealizados, que se nos informa de la vida pasada, supuestamente real, de Marc.
No es casualidad que Marc trabajara en una agencia de publicidad, con bastante éxito, ya que su idea de la felicidad se asemeja a todo lo que la espectacular, brillante y vacua sociedad mediática de consumo le ha vendido, al igual que la del César de Abre los ojos. Por supuesto, ambos no muestran rasgos de compromiso social o político, de inquietudes profundas sobre la sociedad en la viven; como perfectos ejemplares de la sociedad posmoderna, no parecen tener ideología alguna, en la que incluimos también profundos valores humanos, si no es el culto a su propia subjetividad. Marc, aunque aislado en el mundo futuro debido a su dependencia de la tecnología para seguir con vida, descubre que esa sociedad no es tan diferente de la de su tiempo. Sus primeras preguntas, algo pueriles, determinadas por la cultura popular, son acerca de si proliferan las naves espaciales y la gente vive en otras planetas, lo que provoca la risa de los que le rodean. Los rasgos de la sociedad del mañana que podemos percibir son fríos y asépticos, los de una racionalidad científica puesta al servicio de los valores más vacuos. Las personas más poderosas se esfuerzan en seguir jóvenes y bellas, persiguiendo el mito de la vida eterna, ya que la resurrección de Marc solo se ha producido porque han existido los inversores capitalistas dispuestos a invertir en esa tecnología. Se trata de una búsqueda del Homo Deus, del que tanto se ha hablado en ensayos recientes, aunque desprendido de todo valor humanista y propia de una clase acomodada en un mundo, intuimos, con tantos conflictos como el nuestro. En un último gesto de lucidez, Marc es consciente de dos cosas: de todo lo que había determinado su idea de la felicidad en su vida anterior, algo que podemos observar quizá como una crítica a nuestra frívola sociedad actual, exacerbada en el futuro, y de que esa fe que había colocado en la ciencia para otorgarle una nueva existencia era tan ilusoria como la que proporciona la religión. La vida no es más que un estado de la materia, como dijimos, no hay trascendencia detrás de ella ni un designio divino. Por supuesto, eso no reduce al absurdo al ser humano, ya que de él y solo de él depende otorgar sentido a su propia existencia.
Gil, como habilidoso guionista, utiliza este argumento sencillo, y algo trillado, para profundizar, aunque es posible que haya quien no lo vea de esa manera, ya que creo que hay varias lecturas, sobre la vida y la muerte del ser humano. Diremos, y por eso en parte la reseña ocupa espacio en este blog, que se trata de una película que niega que la existencia humana posea trascendencia alguna ni que exista un propósito divino en ella. En ese sentido, puede decirse que la ausencia de Dios es obvia, lo mismo que existe cierta lectura científica y materialista sobre la vida y el universo, aunque de forma paradójica, y algo sarcástica, puede considerarse también que la fe religiosa resulte crucial en la historia. Empezando por el título de sus diversos capítulos, que aluden al mito de Lázaro y a la resurrección de la carne, la religiosidad empapa todo el film, como reitera una y otra vez la voz en off del protagonista en sus reflexiones. Una de ellas menciona al Jesucristo que la cultura cinematográfica ha popularizado, en el que podemos ver un fragmento de la resurrección de Lázaro absolutamente terrorífico correspondiente a la versión de Scorsese en La última tentación… La lectura, muy valiente, es que Lázaro no deseaba ser revivido y el acto del Salvador puede considerarse equivocado y contranatura. También se alude en algún momento a la criatura de Frankenstein, ya que puede verse también este film como una nueva versión de la novela de Mary Shelley, lo que da entrada a otro mito religioso como es el de Prometeo y su desafío al poder de los dioses.
Proyecto Lázaro, por otra parte, es una historia rabiosamente posmoderna, tanto por los temas que toca, y cómo lo hace, como por sus diversas lecturas y su narración fragmentada. Precisamente, es gracias a sus continuos saltos en el tiempo, mediante imprecisos flash-backs, que vamos acumulando información y comprobando que nuestra historia tiene diversas capas, no es ni mucho menos lineal y simplista. Marc, el protagonista, despierta en el año 2084, después de varias décadas de sueño crionizado, para descubrir un futuro que no es el esperado. Después de saber que solo le quedaban unos meses de vida, su esperanza, su fe en el paraíso, estribaba en un futuro en el que la tecnología pudiera proporcionarle la felicidad y un pleno bienestar físico. Las similitudes con parte de la trama de Abre los ojos es evidente, y recordemos que el concepto de la felicidad del mimado e insufrible protagonista de aquel film era diáfano: belleza, sexo, dinero, poder… Cuando Marc despierta en el futuro, descubre que el mundo no es tan diferente como en su época, aunque existe cierta tecnología que parece empujar definitivamente a la humanidad, al menos a la parte acomodada, al solipsismo y a la enajenación. Los recuerdos y los sentimientos pueden ahora ser reproducidos y almacenados, gracias a un revolucionario dispositivo tecnológica, lo que nos recuerda algún capítulo de esa estupenda serie llamada Black Mirror. Es a través de estos recuerdos, muy posiblemente falseados y/o idealizados, que se nos informa de la vida pasada, supuestamente real, de Marc.
No es casualidad que Marc trabajara en una agencia de publicidad, con bastante éxito, ya que su idea de la felicidad se asemeja a todo lo que la espectacular, brillante y vacua sociedad mediática de consumo le ha vendido, al igual que la del César de Abre los ojos. Por supuesto, ambos no muestran rasgos de compromiso social o político, de inquietudes profundas sobre la sociedad en la viven; como perfectos ejemplares de la sociedad posmoderna, no parecen tener ideología alguna, en la que incluimos también profundos valores humanos, si no es el culto a su propia subjetividad. Marc, aunque aislado en el mundo futuro debido a su dependencia de la tecnología para seguir con vida, descubre que esa sociedad no es tan diferente de la de su tiempo. Sus primeras preguntas, algo pueriles, determinadas por la cultura popular, son acerca de si proliferan las naves espaciales y la gente vive en otras planetas, lo que provoca la risa de los que le rodean. Los rasgos de la sociedad del mañana que podemos percibir son fríos y asépticos, los de una racionalidad científica puesta al servicio de los valores más vacuos. Las personas más poderosas se esfuerzan en seguir jóvenes y bellas, persiguiendo el mito de la vida eterna, ya que la resurrección de Marc solo se ha producido porque han existido los inversores capitalistas dispuestos a invertir en esa tecnología. Se trata de una búsqueda del Homo Deus, del que tanto se ha hablado en ensayos recientes, aunque desprendido de todo valor humanista y propia de una clase acomodada en un mundo, intuimos, con tantos conflictos como el nuestro. En un último gesto de lucidez, Marc es consciente de dos cosas: de todo lo que había determinado su idea de la felicidad en su vida anterior, algo que podemos observar quizá como una crítica a nuestra frívola sociedad actual, exacerbada en el futuro, y de que esa fe que había colocado en la ciencia para otorgarle una nueva existencia era tan ilusoria como la que proporciona la religión. La vida no es más que un estado de la materia, como dijimos, no hay trascendencia detrás de ella ni un designio divino. Por supuesto, eso no reduce al absurdo al ser humano, ya que de él y solo de él depende otorgar sentido a su propia existencia.
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