Carl Sagan, antes de discutir sobre la hipótesis de Dios en una de sus
conferencias en la Universidad de Glasgow, dedicó parte de la misma a
tratar de dilucidar a qué nos referimos con esa idea. Para empezar,
recordaba que los romanos llamaban ateos a los cristianos, ya que éstos
creían en un dios que no era el "verdadero"; esa actitud de denominar
ateos a los que no creen exactamente lo mismo que uno se habría
mantenido a lo largo de la historia.
Los rasgos de la divinidad de las tres religiones monoteístas, con tanto en común, son los de un ser omnipotente, omnisciente, creador, compasivo, que atiende a las plegarias e interviene en los asuntos humanos, etc. Sin embargo, Sagan muestra lo evidente: podría demostrarse, finalmente, la existencia de un ser con alguna de aquellas características, pero no con todas. ¿Se hablaría en ese caso de la existencia de Dios? La probabilidad de que exista la divinidad mostrada en las religiones del libro hay que ponerla al mismo nivel que la de cualquier otro dios alternativo (nos referimos, obviamente, a un ser sobrenatural). Enfrentados a la tradición monoteísta, podríamos identificar a Dios simplemente con las leyes naturales que explican el universo, por lo que en ese caso difícilmente podríamos llamarnos nadie ateos o tendríamos que negar esas leyes y demostrar que son inaplicables. Entre esas dos posibilidades, Sagan piensa en todas las posibilidades: mundos sin dioses, dioses sin mundos, dioses creados por otros dioses previos, dioses que nunca nacieron, dioses eternos, dioses que mueren, dioses que mueren más de una vez, diferentes grados de intervención divina en los asuntos humanos; ningún profeta, uno o varios; ningún salvador, uno o muchos..., por no hablar de los diferentes preceptos y tradiciones de la creencia religiosa. La gente acaba creyendo multitud de cosas y cada opción religiosa supone todo un asombroso repertorio.
Los rasgos de la divinidad de las tres religiones monoteístas, con tanto en común, son los de un ser omnipotente, omnisciente, creador, compasivo, que atiende a las plegarias e interviene en los asuntos humanos, etc. Sin embargo, Sagan muestra lo evidente: podría demostrarse, finalmente, la existencia de un ser con alguna de aquellas características, pero no con todas. ¿Se hablaría en ese caso de la existencia de Dios? La probabilidad de que exista la divinidad mostrada en las religiones del libro hay que ponerla al mismo nivel que la de cualquier otro dios alternativo (nos referimos, obviamente, a un ser sobrenatural). Enfrentados a la tradición monoteísta, podríamos identificar a Dios simplemente con las leyes naturales que explican el universo, por lo que en ese caso difícilmente podríamos llamarnos nadie ateos o tendríamos que negar esas leyes y demostrar que son inaplicables. Entre esas dos posibilidades, Sagan piensa en todas las posibilidades: mundos sin dioses, dioses sin mundos, dioses creados por otros dioses previos, dioses que nunca nacieron, dioses eternos, dioses que mueren, dioses que mueren más de una vez, diferentes grados de intervención divina en los asuntos humanos; ningún profeta, uno o varios; ningún salvador, uno o muchos..., por no hablar de los diferentes preceptos y tradiciones de la creencia religiosa. La gente acaba creyendo multitud de cosas y cada opción religiosa supone todo un asombroso repertorio.
Lo que Sagan muestra como sorprendente es que, considerando tantas alternativas y posibilidades, cuando alguien tiene una experiencia de conversión religiosa suele ser casi siempre a una de las opciones religiosas presentes en su comunidad. Es francamente difícil que alguien en Occidente acabe creyendo en una deidad con cabeza de elefante de color azul. Ese tipo de seres sobrenaturales aparece solo en las creencia hindúes al igual que la Vírgen María solo se aparece en Occidente. Los detalles de las creencias religiosas no suelen cruzar las barreras culturales y lo obvio es que esos detalles están determinados por las creencias locales sin que tengan nada que ver con algo externamente válido. Viva uno donde viva, la cultura indígena influiría enormemente en la predisposición religiosa; recordemos, a este respecto, que las religiones realizan siempre esfuerzos para atraer a las mentes más jovenes e influenciables. En el caso de los profetas, recuerda Sagan, hay que contemplar otra posibilidad; si un nuevo profeta asegura haber recibido una revelación divina que transgrede las revelaciones previas de todas las religiones, cómo diablos va a verificar su validez la persona media. La única posibilidad es acudir a la teología natural, es decir, a la observación de las leyes de la naturaleza; hay que huir del papanatismo y pedir siempre pruebas para todo.
Los deseos humanos llevan a intentar dar una explicación racional para la existencia de Dios o de cualquier otra creencia sobrenatural. Sagan repasa los argumentos, no solo occidentales, ya que en otras tradiciones existen pruebas similares sobre la supuesta existencia de la divinidad correspondiente. Ya nos hemos ocupado en otras ocasiones de esos argumentos, como es el caso del cosmológico relacionado con la causalidad, según el cual Dios sería la primera causa (sin causa). Sagan recuerda que la ciencia obliga a hacerse preguntas sobre qué ocurrió antes del big-bang; no hacerlo es prácticamente equivalente a decir: "lo hizo Dios". Los mitos humanos contemplan solo algunas posibilidades; el ejemplo de una primera causa, aceptando que pudiera haberla, no implica nada sobre un ser omnipotente u omnisciente. Aristóteles ya argumentaba sobre una primera causa y especuló sobre varias decenas de posibilidades al respecto. Otro argumento habitual es el del diseño, que claramente se realiza por analogía: algunos objetos los ha realizado la humanidad y de ahí nos encontramos con que algo más complejo tiene que haber sido construido por algún ser más dotado. No hace falta recordar que, al menos desde Darwin, recurrir a Dios es ignorar una serie de principios subyacentes en la biología. Querer deducir de un supuesto orden en el mundo la existencia de un ser divino es, siendo benévolos, peculiar; puede que exista mucho orden en el universo, pero también numeroso caos, por lo que no es posible concebir un dios que sepa lo que está haciendo y más bien parece un aprendiz. Otro argumento terriblemente reduccionista es el moral: somos seres morales, luego Dios existe; Sagan recuerda que es posible explicar muchas cosas de nuestro comportamiento gracias a la selección natural, la adquisición de conciencia sobre nuestro entorno hace posible que comprendamos muchas cosas y ver lo que es bueno para nuestra supervivencia. Respecto al argumento ontológico, que alude a que ya que hemos concebido un ser perfecto eso es un garante de su existencia; Bertrand Russell, de manera sarcástica, dijo que estuvo a punto de ser convencido hasta que transcurridos unos minutos se percató de lo falso del argumento. El argumento ontológico visto hoy es, cuanto menos, poco convincente (añadiríamos que algo tontorrón incluso), ya que no es posible describir los atributos de la perfección; Sagan recuerdo un aserto budista que dice que dios es tan grande que no tiene necesidad de existir. Creemos que con eso está dicho todo respecto a este argumento.
En la línea del moral, está el argumento de la conciencia, que sostiene que la misma demuestra la existencia de Dios. No hace falta mucho recorrido mucho para encontrar una explicación alternativa: muchos neurobiólogos opinan que la conciencia es una función que depende del número y la complejidad de las conexiones neuronales del cerebro. Respecto al argumento de las experiencias religiosas, sin que Sagan quiera ridiculizar ninguna, recuerda los numerosos casos de personas que han visto ovnis, fantasmas o percepciones extrasensoriales sin que en ningún caso haya verificación de su existencia. También hay que recordar que ciertas sustancias pueden provocar esas experiencias religiosas, como es el caso del peyote de algunos indios americanos o del vino utilizado como sacramento en algunas religiones occidentales. En definitiva, repasando todas esas teorías o argumentos (la cosmológica, la del diseño la moral, la ontológica, la de la conciencia y la de la experiencia), hay que decir que ninguna es demasiado impresionante. Parece evidente que son intentos de explicaciones racionales para algo que se desea previamente que sea cierto. Sagan también recuerda el problema de la existencia del mal respecto a la existencia de Dios; es algo que merece la pena recordar, cómo es posible que un ser supuestamente omnipotente permita que ocurran tantas cosas perniciosas y, al mismo tiempo, lo retorcido que es tratar de buscar una justificación. Como ya sostuvieron los presocráticos, la alternativa sería que Dios no es benevolente ni compasivo; Epicuro, en buena lógica, dijo que los humanos eran la última preocupación de la divinidad; otras religiones orientales muestran una flexibilidad similar, tal vez Dios no sea omnisciente o no lo sabe todo o tiene mejores cosas que hacer en otra parte. En cualquier caso, en el pensamiento teológico occidental hay una contradicción fundamental relacionado con el problema del mal, ya que no es posible aceptar los rasgos habituales en Dios de omnipotencia, benevolencia absoluta y omnisciencia.
Otra cuestión relacionada que plantea Sagan es por qué prácticamente todas las religiones aceptan la intervención de Dios en la historia humana. Cómo es posible que un ser así ordene unos despropósitos tales a los hombres por no se sabe qué motivos, por qué diablos no lo hizo todo bien de manera directa. Un ser con esas características podría haber puesto en marcha un universo perfecto; si no lo hizo así, hay que hablar de incompetencia o de limitaciones en su manera de actuar. Como dice Sagan, todos los argumentos que pretende aportar la teología natural no son demasiado convincentes, van a remolque de las emociones y esperan alcanzarlas. Sería perfectamente posible imaginar que un Dios razonablemente competente hubiera dejado pruebas claras sobre su existencia. Como ejemplo que nunca se ha producido, está la posibilidad de que Dios hubiera dejado declaraciones enigmáticas a los hombres antiguos que algún día hubieran sido aclaradas por la ciencia; existirían otras posibilidades, como el haber grabado los 10 mandamientos sobre la luna con una extensión de varios kilómetros, y los hombres solo podrían verlos cuando se inventaran los telescopios adecuados, o la creación de un crucifijo enorme orbitando en el espacio. Lo que Sagan quiera evidenciar es el hecho de que exista tanta claridad para los creyentes en los textos revelados y tanta oscuridad, en cambio, en el mundo sobre la existencia de Dios. Los grandes teólogos se empeñan en afirmar que la verdad religiosa solo se produce cuando existe una convergencia entre nuestro conocimiento del mundo natural y la revelación. La pregunta obvia es por qué esa convergencia es tan débil cuando podría haber sido "fácilmente" tan sólida.
Como colofón, hay que recordar las palabras de Protágoras (siglo V a.C.):
Sobre los dioses, no tengo medio de saber si existen o no existen ni qué aspecto tienen. Muchas cosas me impiden saberlo. Entre otras, el hecho de que nunca nadie los haya visto.
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