miércoles, 29 de julio de 2015
sábado, 11 de julio de 2015
Medicina ortomolecular
Vamos a abordar, una vez más, un pequeño análisis de una terapia, considerada pseudociencia por la ‘comunidad científica’, y promocionada como la bomba por nuestros amigos practicantes de la medicina alternativa. No, no vamos a hacer un chiste (de momento) con la palabra ‘orto’.
¿Qué diablos es la ‘medicina ortomolecular’ (también llamada, al al parecer ‘nutrición ortomolecular’ o ‘terapia de las megavitaminas’? Esta terapia se basa en el convencimiento de que las enfermedades nunca aparecerán, o irán remitiendo si ya lo han hecho, si se le proporciona al cuerpo los micronutrientes necesarios para funcionar correctamente. Como es sabido, los micronutrientes son las sustancias que los seres vivos necesitan, en pequeñas dosis, para desarrollar los procesos metabólicos y bioquímicos (yodo, hierro, vitamina A…); es por eso que, para el caso que nos ocupa, es preciso asegurarse de que contamos con ello en la proporción y cantidad adecuadas.
La gran crítica a esta práctica está en que ya existen métodos científicos para dosificar los nutrientes mencionados, los cuales sí corrigen adecuadamente las deficiencias. La gran cantidad de vitaminas y minerales que, según la medicina ortomolecular, hay que administrar al paciente puede llevar a una hipervitaminosis; por eso es señalada, al parecer, por la ‘comunidad científica’ como una terapia peligrosa. Como no podía ser de otro modo, los practicantes de esta medicina alternativa identifican a dicha comunidad con los intereses de las grandes farmacéuticas, y de ahí la crítica. Lo habitual, vamos.
La persona que acuñó el término ‘medicina ortomolecular’ fue Linus Pauling (1901-1994). Los defensores de la terapia alternativa suelen argüir que se trata de un bioquímico que recibió por dos veces el Premio Nobel (por su profesión, en 1854, y el de la paz, en reconocimiento a su oposición a las pruebas nucleares). Bien, hay que reconocer con seguridad que se trata de un gran científico, al parecer considerado como uno de los fundadores de la biología molecular y la química cuántica, pero no sé si eso nos dice demasiado sobre lo fundado de las premisas de la medicina ortomolecular. La respuesta es obvia, nadie por muy brillante que sea es infalible, puede caer perfectamente en investigaciones y argumentos falaces.
Pauling llegó a la conclusión de que es posible prevenir y curar las enfermedades gracias a la regulación de la concentración de las moléculas en el cuerpo humano; es decir, se administran dosis mayores o menores, según corresponda, de las sustancias necesarias para alcanzar la correcta concentración molecular (entre estas sustancias, la habitual para Pauling era la vitamina C). La correcta administración de vitamina C, variable según la persona, puede curar o prevenir, desde un resfriado, hasta la llegada del cáncer (ay).
Como en todos los casos de terapias alternativas (de lo contrario, estaríamos hablando ya de medicina científica), no hay al parecer evidencias de que la cosa funcione. Además de la hipótesis, hay que respaldarla con resultados experimentales; estos, tienen que ser repetidos por diversos investigadores y hay que tener siempre en cuenta el efecto placebo (los estudios deben ser ciegos y doble ciegos). En este enlace, se describen brevemente tres experimentos en los que se administran ciertas dosis de vitamina C y también placebos.
En algunos países, la ‘medicina ortomolecular’ tiene una gran cantidad de adeptos: seguramente, la explicación estriba en gran parte en que un gran científico la descubrió. Como hemos dicho, no existe autoridad infalible en ninguna disciplina, ni siquiera en lo científico, por lo que hay que poner en cuestión de entrada esta actitud. Volvemos a lo de siempre, que vivamos en un sistema donde los poderosos quieren sacar beneficio de todo, también de la sanidad, no supone que el conjunto de la comunidad científica esté vendida o contaminada por ello; del mismo modo, no es un argumento para que todo lo que se nos vende como ‘alternativo’ sea legítimo. Los profesionales de la ‘medicina ortomolecular’, de forma consciente o inconsciente, y como tantos otros terapeutas, son responsables si lo que nos venden no funciona. Puede haber otra explicación más para el éxito de estas terapias, y es la gran querencia que suscitan unas y otras terapias alternativas. Es posible que uno se introduzca en algún pequeño universo, de práctica de estas medicinas, y vayan apareciendo una tras otra para formar parte de tu vida.
¿Qué diablos es la ‘medicina ortomolecular’ (también llamada, al al parecer ‘nutrición ortomolecular’ o ‘terapia de las megavitaminas’? Esta terapia se basa en el convencimiento de que las enfermedades nunca aparecerán, o irán remitiendo si ya lo han hecho, si se le proporciona al cuerpo los micronutrientes necesarios para funcionar correctamente. Como es sabido, los micronutrientes son las sustancias que los seres vivos necesitan, en pequeñas dosis, para desarrollar los procesos metabólicos y bioquímicos (yodo, hierro, vitamina A…); es por eso que, para el caso que nos ocupa, es preciso asegurarse de que contamos con ello en la proporción y cantidad adecuadas.
La gran crítica a esta práctica está en que ya existen métodos científicos para dosificar los nutrientes mencionados, los cuales sí corrigen adecuadamente las deficiencias. La gran cantidad de vitaminas y minerales que, según la medicina ortomolecular, hay que administrar al paciente puede llevar a una hipervitaminosis; por eso es señalada, al parecer, por la ‘comunidad científica’ como una terapia peligrosa. Como no podía ser de otro modo, los practicantes de esta medicina alternativa identifican a dicha comunidad con los intereses de las grandes farmacéuticas, y de ahí la crítica. Lo habitual, vamos.
La persona que acuñó el término ‘medicina ortomolecular’ fue Linus Pauling (1901-1994). Los defensores de la terapia alternativa suelen argüir que se trata de un bioquímico que recibió por dos veces el Premio Nobel (por su profesión, en 1854, y el de la paz, en reconocimiento a su oposición a las pruebas nucleares). Bien, hay que reconocer con seguridad que se trata de un gran científico, al parecer considerado como uno de los fundadores de la biología molecular y la química cuántica, pero no sé si eso nos dice demasiado sobre lo fundado de las premisas de la medicina ortomolecular. La respuesta es obvia, nadie por muy brillante que sea es infalible, puede caer perfectamente en investigaciones y argumentos falaces.
Pauling llegó a la conclusión de que es posible prevenir y curar las enfermedades gracias a la regulación de la concentración de las moléculas en el cuerpo humano; es decir, se administran dosis mayores o menores, según corresponda, de las sustancias necesarias para alcanzar la correcta concentración molecular (entre estas sustancias, la habitual para Pauling era la vitamina C). La correcta administración de vitamina C, variable según la persona, puede curar o prevenir, desde un resfriado, hasta la llegada del cáncer (ay).
Como en todos los casos de terapias alternativas (de lo contrario, estaríamos hablando ya de medicina científica), no hay al parecer evidencias de que la cosa funcione. Además de la hipótesis, hay que respaldarla con resultados experimentales; estos, tienen que ser repetidos por diversos investigadores y hay que tener siempre en cuenta el efecto placebo (los estudios deben ser ciegos y doble ciegos). En este enlace, se describen brevemente tres experimentos en los que se administran ciertas dosis de vitamina C y también placebos.
En algunos países, la ‘medicina ortomolecular’ tiene una gran cantidad de adeptos: seguramente, la explicación estriba en gran parte en que un gran científico la descubrió. Como hemos dicho, no existe autoridad infalible en ninguna disciplina, ni siquiera en lo científico, por lo que hay que poner en cuestión de entrada esta actitud. Volvemos a lo de siempre, que vivamos en un sistema donde los poderosos quieren sacar beneficio de todo, también de la sanidad, no supone que el conjunto de la comunidad científica esté vendida o contaminada por ello; del mismo modo, no es un argumento para que todo lo que se nos vende como ‘alternativo’ sea legítimo. Los profesionales de la ‘medicina ortomolecular’, de forma consciente o inconsciente, y como tantos otros terapeutas, son responsables si lo que nos venden no funciona. Puede haber otra explicación más para el éxito de estas terapias, y es la gran querencia que suscitan unas y otras terapias alternativas. Es posible que uno se introduzca en algún pequeño universo, de práctica de estas medicinas, y vayan apareciendo una tras otra para formar parte de tu vida.
miércoles, 8 de julio de 2015
sábado, 4 de julio de 2015
Fomentar el pensamiento crítico
Los que me conocen, ya saben que soy un pertinaz, testarudo y acérrimo defensor del pensamiento crítico (y, ojo, también autocrítico, no existe uno sin el otro), considero su falta uno de los grandes problemas de la sociedad, por lo que procuro no dejar nunca de fomentarlo. A poco que se indague, pueden encontrarse fácilmente diversos puntos que ayudan a nuestros hijos, en fase educacional, a tener un pensamiento crítico, profundo e independiente.
La verdadera cuestión, no es solo si los chavales pueden ser educados en el pensamiento crítico, es si la mayor parte de los adultos lo tiene y la respuesta parece ser negativa. Una obviedad, la educación de un ser humano no se limita a ciertos años, sino que se extiende a lo largo de toda una vida. Esto es así porque la independencia de criterio y la autonomía (por otra parte, como toda forma de utopía personal y colectiva) es algo a perseguir constantemente, sin que se alcance nunca, ya que jamás el conocimiento, como la verdad, es absoluto.
Uno de los puntos que suelen mencionarse es el "amor por el conocimiento". Efectivamente, si fomentáramos a los críos desde pequeñitos tal cosa otro gallo nos cantara. Si las personas tuvieran una base cultural sólida, tal vez no fuera tan sencillo que creyera en "pelotudeces" (es la expresión de una amiga argentina, que me hace mucha gracia); póngase en lugar de "pelotudeces" toda creencia propia (no ajena) en un bonito ejercicio autocrítico. No obstante, no parece tan sencillo, ya que existen tantos factores en juego, que el ser humano no tarda en abrazar un dogma, ya de por sí rechazable, y basado no pocas veces en información errónea. ¿Soluciones? No solo amor por el conocimiento, sino una verdadera capacidad para cuestionar todo lo aprendido, para saber lo que sigue un auténtico método científico, para contrastar, para citar fuentes sólidas, para admitir errores propios…; no es fácil, por supuesto, lo sencillo es decir que algo es así y punto.
Ayudar a los chavales a comprender es también primordial; pero, ¿quién nos ayuda a los adultos a hacerlo? Groucho Marx decía que si tal cosa lo comprendía hasta un niño de cuatro años… ¡que nos traigan a uno! En serio, tratar de comprender el mundo que nos rodea, siguiendo un método científico (causa-efecto) requiere un esfuerzo intelectual al que la mayoría de los adulto no está seguramente acostumbrada. Profundizar en las cosas, sin tampoco enloquecer al considerar que hay una elevada dosis de relativismo en casi todo, es importante. Hay que ayudar a los educandos a comprender, y todos los somos, no solo los críos.
La argumentación y el debate nutren el pensamiento crítico. Hay que conocer las diversas opiniones en juego para tratar de comprender los diversos puntos de vista. El ser humano tiene una odiosa tendencia a defenestrar al otro creyendo que solo su perspectiva es válida, algo que hay que anular fomentando la pluralidad de opiniones, la empatía y la comprensión hacia el que es diferente. Todo esto no es solo una declaración de buenas intenciones, como desgraciadamente vemos a diario en los medios, sino que es esencial llevarlo a la práctica profundizando en los problemas sociales. Desgraciadamente, vivimos en una sociedad de consumo frívola, de búsqueda del placer inmediato, que no promueve precisamente la indagación en cualquier cuestión.
La racionalidad, la búsqueda correcta de resolver un problema, es importante. Sin embargo, puede ser algo tremendamente frío, e incluso criminal, sino apelamos a los valores humanos. Es por eso que todo este pensamiento crítico, amor por el conocimiento y profundización en los problemas tiene que ir acompañada de una actitud ética que, lejos de ser algo del pasado, es más importante que nunca. No pocas veces me acusan de moralista. No me importa, los verdaderos valores humanos cuestionan, en mi opinión, lo establecido para fundar una razón y una moral con muchísimo más horizonte; aunque me aparto con ello de los objetivos de este blog, más centrado en el pensamiento crítico, siempre me gusta aclarar que no apelamos simplemente a una razón fríamente objetiva, ya que somos seres humanos y estamos también construidos en base a deseos, creencias y emociones. Desgraciadamente, son esos factores, convertidos en pasiones, lo que a veces nos llevan a defenestrar al otro, por lo que una buena dosis de racionalidad y ética, bien conjuntadas, puede combatir el fanatismo.
¿Qué ocurre con la autonomía? Otro de los factores que suelen aconsejar fomentar en la educación de los chavales. ¿Hay algún adulto que la haya alcanzado? Pues es seguramente una quimera, ya que igualmente dependemos de muchos factores para tomar decisiones y estamos, por así decirlo, inmersos en un mar de manipulación. No obstante, insistiremos, en que si cuestionamos nuestras opiniones buscando un mayor conocimiento y una pluralidad de puntos de vista, estaremos más cerca de tomar elecciones libremente. Todo complicado, pero no imposible. Ya digo, lo fácil es transitar por camino dogmático que nos suelen señalar.
La verdadera cuestión, no es solo si los chavales pueden ser educados en el pensamiento crítico, es si la mayor parte de los adultos lo tiene y la respuesta parece ser negativa. Una obviedad, la educación de un ser humano no se limita a ciertos años, sino que se extiende a lo largo de toda una vida. Esto es así porque la independencia de criterio y la autonomía (por otra parte, como toda forma de utopía personal y colectiva) es algo a perseguir constantemente, sin que se alcance nunca, ya que jamás el conocimiento, como la verdad, es absoluto.
Uno de los puntos que suelen mencionarse es el "amor por el conocimiento". Efectivamente, si fomentáramos a los críos desde pequeñitos tal cosa otro gallo nos cantara. Si las personas tuvieran una base cultural sólida, tal vez no fuera tan sencillo que creyera en "pelotudeces" (es la expresión de una amiga argentina, que me hace mucha gracia); póngase en lugar de "pelotudeces" toda creencia propia (no ajena) en un bonito ejercicio autocrítico. No obstante, no parece tan sencillo, ya que existen tantos factores en juego, que el ser humano no tarda en abrazar un dogma, ya de por sí rechazable, y basado no pocas veces en información errónea. ¿Soluciones? No solo amor por el conocimiento, sino una verdadera capacidad para cuestionar todo lo aprendido, para saber lo que sigue un auténtico método científico, para contrastar, para citar fuentes sólidas, para admitir errores propios…; no es fácil, por supuesto, lo sencillo es decir que algo es así y punto.
Ayudar a los chavales a comprender es también primordial; pero, ¿quién nos ayuda a los adultos a hacerlo? Groucho Marx decía que si tal cosa lo comprendía hasta un niño de cuatro años… ¡que nos traigan a uno! En serio, tratar de comprender el mundo que nos rodea, siguiendo un método científico (causa-efecto) requiere un esfuerzo intelectual al que la mayoría de los adulto no está seguramente acostumbrada. Profundizar en las cosas, sin tampoco enloquecer al considerar que hay una elevada dosis de relativismo en casi todo, es importante. Hay que ayudar a los educandos a comprender, y todos los somos, no solo los críos.
La argumentación y el debate nutren el pensamiento crítico. Hay que conocer las diversas opiniones en juego para tratar de comprender los diversos puntos de vista. El ser humano tiene una odiosa tendencia a defenestrar al otro creyendo que solo su perspectiva es válida, algo que hay que anular fomentando la pluralidad de opiniones, la empatía y la comprensión hacia el que es diferente. Todo esto no es solo una declaración de buenas intenciones, como desgraciadamente vemos a diario en los medios, sino que es esencial llevarlo a la práctica profundizando en los problemas sociales. Desgraciadamente, vivimos en una sociedad de consumo frívola, de búsqueda del placer inmediato, que no promueve precisamente la indagación en cualquier cuestión.
La racionalidad, la búsqueda correcta de resolver un problema, es importante. Sin embargo, puede ser algo tremendamente frío, e incluso criminal, sino apelamos a los valores humanos. Es por eso que todo este pensamiento crítico, amor por el conocimiento y profundización en los problemas tiene que ir acompañada de una actitud ética que, lejos de ser algo del pasado, es más importante que nunca. No pocas veces me acusan de moralista. No me importa, los verdaderos valores humanos cuestionan, en mi opinión, lo establecido para fundar una razón y una moral con muchísimo más horizonte; aunque me aparto con ello de los objetivos de este blog, más centrado en el pensamiento crítico, siempre me gusta aclarar que no apelamos simplemente a una razón fríamente objetiva, ya que somos seres humanos y estamos también construidos en base a deseos, creencias y emociones. Desgraciadamente, son esos factores, convertidos en pasiones, lo que a veces nos llevan a defenestrar al otro, por lo que una buena dosis de racionalidad y ética, bien conjuntadas, puede combatir el fanatismo.
¿Qué ocurre con la autonomía? Otro de los factores que suelen aconsejar fomentar en la educación de los chavales. ¿Hay algún adulto que la haya alcanzado? Pues es seguramente una quimera, ya que igualmente dependemos de muchos factores para tomar decisiones y estamos, por así decirlo, inmersos en un mar de manipulación. No obstante, insistiremos, en que si cuestionamos nuestras opiniones buscando un mayor conocimiento y una pluralidad de puntos de vista, estaremos más cerca de tomar elecciones libremente. Todo complicado, pero no imposible. Ya digo, lo fácil es transitar por camino dogmático que nos suelen señalar.
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