martes, 18 de febrero de 2014

¿Es malvada la medicina convencional?

Así se llama uno de los capítulos del brillante libro Mala ciencia, de Ben Goldacre, y creemos que resulta significativo todo lo que en él se cuenta, tanto acerca de la manipulación que llevan a cabo los adalides de las terapias alternativas, como de la que produce la industria farmacéutica.

Primero de todo, hay que discernir entre lo que es un sistema sanitario y una práctica de los médicos deficientes, y lo que es en sí la filosofía de la medicina, basada en la evidencia empírica, la cual no puede nunca ser nunca negativa. Lo que se trata de decir es que gran parte de los medicamentos y de las prácticas médicas no van acompañadas de una validez empírica, por lo que son necesarios los estudios críticos en revistas científicas (los cuales existen, aunque veremos por qué no tienen el peso debido). Goldacre no explicará cómo manipulan la farmacéuticas a la comunidad médica; los especialistas deberían tener más armas para descubrir estos trucos (en Estados Unidos, la cosa llega a tal despropósito, que la industria se anuncia directamente al público en general). Antes que nada, es importante comprender cómo llega un medicamento al mercado; esto es así, debido a que es posible que las ideas extrañas que las personas albergan sobre la industria farmacéutica son de índole emocional, lanzándose a justificar cualquier otra cosa para buscar una alternativa. La mayor parte de las personas, al margen de su condición, seguro que tienen una idea socialista acerca del sistema sanitario, ya que resulta aterrador que la rentabilidad económica juegue algún papel en las profesiones con vocación social. Es por eso que no tardamos demasiado en considerar malvadas a las farmacéuticas, algo que es cierto con toda seguridad, pero que se realiza no pocas veces de manera irracional y resulta importante concretar por qué es así. Dos ejemplos racionales de la iniquidad de la industria son la permanente distorsión de los datos a su favor y en la retención de fármacos vitales contra el sida (impidiendo que vayan al mundo subdesarrollado). Eso es fácil de comprender, aunque hay veces que se canaliza esa comprensible batalla contra las farmacéuticas dando lugar a ciertas fantasías irracionales (como pueden ser la creencia en las terapias alternativas o la demonización de la propia medicina científica).

Desgraciadamente, la comercialización con nuestra salud es un hecho, la industria farmacéutica es una de las más importantes a nivel mundial. La misma idea de maximizar beneficios resulta incompatible con la de cuidar y atender a las personas. Una de las grandes falacias expresadas por la industria es que no pueden dirigir sus productos hacia los países deprimidos, ya que deben invertir sus beneficios en investigación y desarrollo; como es sabido, solo una mínima parte la emplean en ello, dedicando mucho más dinero y esfuerzo al marketing y la administración. Además, la explotación es un hecho en la industria, ya que cualquier fármaco que aparece en el mercado tiene una patente de diez años para ser fabricado en exclusiva; a ello hay que añadir la constante especulación, aumentando precios de productos que van teniendo demanda en el transcurrir del tiempo. Aunque hay otros estamentos involucrados (como los gobiernos), las empresas farmacéuticas tienen una enorme influencia sobre lo que se investiga (debido a su gran coste), sobre cómo se investiga, cómo se informa de los resultados y cómo se analizan e interpretan. Debido a que la industria no está interesada en ello, hay veces que ámbitos enteros de investigación no pueden llevarse a cabo. Los charlatanes de la medicina alternativa utilizarán esta manipulación de la industria para justificar sus productos, pero ya vemos que eso es un simple subterfugio (y, por supuesto, una ofensa moral para la verdad). Resultan escalofriantes las numerosas enfermedades desatendidas, solo porque se producen en países en vías de desarrollo (como es el caso del mal de Chagas, que afecta a gran parte de América Latina) y la tripanosomiasis, con 300.000 casos anuales en África). Según datos nada sospechosos de manipulación paranoica, solo un 10% de la carga sanitaria mundial recibe el 90% de la financiación total que se destina a investigación biomédica. En numerosos casos, solo es necesaria la correcta información y la voluntad de solventar problemas, ni siquiera es necesario una medicamento innovador ni un remedio mágico. Solo un cambio profundo en la política, junto a llevar todo lo lejos posible la idea de solidaridad con las regiones más desfavorecidas, pueden cambiar las cosas. Es uno de los (principales) motivos para tener ideas radicales (transformadoras, que acudan a la raíz de los problemas) en este mundo tan irracional.

Continuemos con la manipulación que sufre la comunidad médica por parte de las farmacéuticas. Cuando hablamos de los charlatanes de las seudociencias, que dirigen sus productos hacia el público de a pie, resulta más fácil detectar el fraude. Sin embargo, hablamos ahora de personas con gran formación científica, por lo que la manipulación será mucho más sutil y elegante. Las investigaciones que realiza la industria suelen hacerse con personas muy elegidas, como es el caso de personas muy jóvenes con escasas dolencias (susceptibles, por lo tanto, de mejorar con cualquier tratamiento). Otro factor a emplear es comparar el producto a comercializar con un simple placebo (algo sin valor clínico, ya que a nadie le debería importar que un medicamento es más efectivo que una simple pastilla con azúcar), una práctica muy extendida en la que no hay nada que perder y puede dársele todo el bombo que se quiera. Además, parece que es un hecho la manipulación que sufren estos ensayos clínicos cuando se compara un producto propio con uno de la competencia, realizando una administración inadecuada en este último caso. Aunque parezca increíble la burda manipulación que ello supone, que luego será debidamente adornada en la comercialización del producto, en Mala ciencia se dan referencias a estudios realizados de esa manera tan obviamente fraudulenta (cuando se no explica). En el caso de efectos secundarios, no pocas veces se dejan a un lado buscando la manera de no tener que preguntarse por ellos (como es el caso de la pérdida de la líbido en el caso de fármacos antidepresivos, minimizando este importante factor de riesgo). Si atendemos a los logros del producto, hay veces en que la manipulación se dirige a destacar los logros intermedios: por ejemplo, si lo que se reduce en realidad es el nivel del colesterol en sangre, se destaca que se está previniendo la muerte por cardiopatía (sin haber hecho un estudio al respecto). Además de todos estos engaños, y aunque los resultados finales sean muy negativos, siempre puede desviarse la atención de los datos cuestionables poniendo todo en un gráfico (lo bueno y lo malo) y mencionar lo malo en un texto solo de pasada. Lo más terrible es cuando se producen ensayos absolutamente negativos, ya que ni siquiera en ese caso desiste la industria; se limita a no publicar, o hacerlo con mucha demora. Se menciona al respecto el caso de los antidepresivos ISRS, en los que se ocultaron los efectos peligrosos que sugerían algunos ensayos, así como los que mostraban que no eran productos mejores que un placebo. Cuando hay mucho dinero y recursos, se puede invertir en numerosos ensayos y en numerosa manipulación.

No hay que caer en la paranoia, a pesar del panorama tan negativo que arroja la industria. En gran parte de las deficientes investigaciones que se producen, tiene que ver también la incompetencia de los actores. Además, existe algo llamado "sesgo de publicación", según lo cual es más posible que se publiquen los ensayos positivos que los negativos; puede ser comprensible (el hecho de querer descubrir algo notable u obtener algún reconocimiento), aunque habría que meter en la cabeza de los investigadores que descubrir algo que no funciona es también muy valioso, no es ninguna pérdida de tiempo. Sin embargo, aunque la persona decida publicar sus descubrimientos negativos, tampoco le va a resultar fácil que su artículo se reciba como algo "noticioso". Es un esfuerzo considerable pretender que una publicación reciba un texto con datos negativos, por lo que el llamado "sesgo de publicación" es, al parecer, algo muy común. En algunos casos, se produce de manera más evidente y fácil de comprender, como es el caso de la medicina alternativa (en las publicaciones especializadas, pocos datos negativos vamos a encontrar). Aunque en ese caso es más flagrante, en las publicaciones científicas también se produce (al igual que la manipulación que hacen las farmacéuticas a los médicos, de manera más sutil y elegante). El poder de las compañías farmacéuticas es tal, que se superan a sí mismas en pasar por alto los estudios negativos, publicando sus datos tergiversados varias veces y con diversas apariencias (dando la impresión de que existen ensayos positivos diferentes); además, lo más grave, se ocultan a veces daños perjudiciales muy perniciosos, enterrados bajo toda esta manipulación para resaltar los efectos supuestamente benefactores (hay veces que puede hablarse de desidia y confusión, pero el resultado es el mismo).

Afortunadamente, frente a estos investigadores que realizan una mala práctica o que están a sueldo de las farmacéuticas, existen muchas otras personas honestas que tratan de sacar a la luz la verdad, buscando publicar en ámbitos científicos o acudiendo a los congresos adecuados, y ello a pesar de los obstáculos y amenazas que encuentran. Lo que Goldacre propone, frente a toda esta manipulación industrial (supresión de resultados negativos, maquillaje de cifras, ocultación de datos inservibles para los patrocinadores...) es hacer un registro de ensayos clínicos, público, abierto y de obligado cumplimiento. Antes de poner en marcha un estudio, habría que publicar el protocolo que seguirá (la metodología) en algún lugar de acceso público. De esa manera, se resolverían las deficientes publicaciones y la ocultación de los datos sobre efectos secundarios; un ensayo inscrito y realizado, que luego no apareciera en la bibliografía especializada, sería sospechoso de ocultar algo. Como hemos visto, la comunidad médica está engañada por la mala praxis científica que realiza una industria controlada por las farmacéuticas (que maximizan beneficios y deja a un lado la salud de las personas). Desgraciadamente, los pacientes son más fáciles de influir por la propaganda de las empresas, y en Estados Unidos ya existe publicidad directa al respecto. Se produce un círculo vicioso en el que anuncios que supuestamente conciencian sobre una dolencia o afección, lo que hacen realidad es aumentar la demanda de los productos que (supuestamente) las previenen. De ahí también que las empresas fabricantes busquen connivencia con las asociaciones de derechos de los pacientes o con los medios de comunicación, ya que todos ellos acaban siendo piezas del mismo puzle irracional. Organizaciones que supuestamente defienden al consumidor acaban financiando productos muy populares, sobre cuya eficacia pueden lanzarse numerosas dudas si atendemos a una buena práctica científica. Las asociaciones, del tipo que fuere, lo que tienen que hacer es esforzarse en exigir una validez empírica rigurosa y en combatir que se comercialice con la salud. No es un panorama esperanzador, pero comprendiendo todos estos mecanismos y esforzándose en construir otro mundo (racional y científico, dirigido a ocuparse verderamente del bienestar de las personas), las cosas pueden cambiar (y mucho).

sábado, 8 de febrero de 2014

Seudociencia o mala ciencia

Mala ciencia es un excelente libro, muy necesario, y escrito de manera amena y perfectamente comprensible para cualquiera que no tenga una gran formación científica. Su autor es Ben Goldacre, periodista, ensayista y siquiatra, el cual sacude ya a toda suerte de charlatanes de las seudociencias desde su columna homónima en The Guardian, y este libro es una extensión de ese trabajo.

Goldacre afirma que los grandes medios de comunicación son en gran medida responsables de esta situación en la que las seudociencias campan a sus anchas, debido a su afán de buscar certezas y trascendencia, mientras que solo resulta posible ofrecer probabilidades en numerosas ocasiones. Del mismo modo, señala a tantos periodistas ignorantes, incapaces de aplicar el sentido común antes de publicar un texto. Entre lo más valioso de Goldacre está en que no deja títeres con cabeza en sus críticas, desmontando entre otras muchas cosas el habitual victimismo de los terapeutas alternativos, muchos de los cuales aplican la misma manipulación a sus pacientes que la que realizan las grandes farmacéuticas sobre los médicos. Entre los numerosos especialistas objeto de todas las críticas, pueden estar los "científicos estrella", que se pirran por aparecer en los medios, aunque no son dignos de demasiada atención al ser muy fáciles de desenmascarar; otra cosa es el caso de los dietistas famosos. Éstos, se apoyan en grandes compañías que desean vender sus productos y publicitarlas en los grandes medios, por lo que dan una visión distorsionada de la ciencia y realizan grandes promesas a la gente. Desgraciadamente, las personas tendemos a creer en soluciones milagrosas, como es el caso de las dietas de corta duración, mientras que la única posibilidad es tener un estilo de vida sano durante largo tiempo.

La homeopatía es uno de los objetivos de Goldacre, la cual define sin más como una mala praxis. Uno de los capítulos del libro, de gran extensión, está dedicada a esta terapia y aconsejaría leer con atención la explicación de todos los tópicos sobre el asunto. Si uno de los argumentos recurrentes entre los defensores de la homeopatía es que hay ya médicos convencionales que la recetan, no está nada mal recordar que también existen profesionales profundamente incompetentes y deshonestos. Al igual que en cualquier otra profesión, puedes encontrar a médicos haciendo cosas verdaderamente idiotas, tantas veces debido a la presión de que es mejor hacer algo, que nada. Es una manera de dejar al paciente contento. Del mismo modo, por poner otro ejemplo, existen facultativos que prescriben antibióticos contra el resfriado, cuando saben perfectamente que son ineficaces e incluso contraproducentes a largo plazo. En lugar de contribuir a enseñar a la gente cómo tratar su propia enfermedad, eligen el camino más fácil. Las farmacéuticas están deseando vender sus productos y crearán también una enorme presión para que así sea, dejando a un lado la eficacia, pero podemos poner en su lugar a los terapeutas alternativos sin hacer demasiado esfuerzo -es algo que me llama la atención, se denuncia el afán de lucro de algunos actores, por ser poderosos, pero en otros se pone más peso en su supuesta condición alternativa y (seudo) humanista-. Goldacre no se esfuerza demasiado en mostrar lo irrisorio de ciertas teorías, sino que va directamente a la evidencia empírica. Los ensayos imparciales con efecto de placebo demuestran que la homeopatía no es más eficaz que aquellos. Anticipándonos una vez más a las críticas, diremos que someter un tratamiento aceptado (da igual si hablamos de la medicina convencional o la mal llamada alternativa) a un ensayo con control de placebo es un acto profundamente subversivo (lo contrario de las acusaciones que suelen hacer a los que apelamos a la ciencia, la cual solo tiene un camino si aplicamos la metodología correcta). Como parte de un discurso antiautoritario, tal como nosotros lo vemos, está el desmontar falsedades y señalar lo que puede ser mera charlatanería, no crear falsas legitimidades científicas donde no puede haberlas (aunque hay terapeutas o "mediadores" que apelan a causas más o menos esotéricas, la palabra "seudociencia" suele irritarles bastante). Uno de los capítulos de Mala ciencia está dedicado íntegramente a explicarnos cómo funciona el efecto placebo.

La homeopatía, y otras terapias alternativas, resultan inofensivas en su praxis (si no contamos con la irresponsabilidad de asegurar que se puede curar a alguien sin evidencia científica), por lo que es difícil que desaparezcan, y sí parece en gran medida una cuestión de modas. Goldacre asegura que su éxito no es fácil de explicar, aunque hay algo que parece convincente, a la gente le gusta tomar pastillas y que le aseguren que algo contienen con lo que se van a sentir mejor. Todos conocemos a personas que aseguran que la homeopatía funciona, normalmente es gente con malas experiencias en la medicina convencional (algo que no resulta nada extraño en el sistema en que vivimos), por lo que es lógico que piensen que cualquier remedio alternativo puede ayudarles. Tal y como lo expresa Goldacre: "La medicina alternativa forma parte del paisaje emocional de nuestra cultura, es una expresión más de nuestras preocupaciones y dudas sobre nuestra salud y cómo afrontarlas". Este libro lo consideramos eminentemente subversivo, no solo por destapar toda suerte de remedios y teorías irrisorias sobre la salud (insistimos, también en la medicina "oficial"), llamando a las cosas por su nombre, también por indagar de manera seria en cuestiones complejas, como es el caso de por qué existe tanta manipulación y tanta gente inteligente acaba creyendo cualquier cosa. En este blog, con seguridad seguiremos aludiendo al contenido de este libro.

martes, 4 de febrero de 2014

¿Magufo?, no entiendo


Vamos a dedicar la entrada de hoy a esta actitud soberbia muy extendida en ciertos foros, que se dicen dedicados al "librepensamiento", según la cual todo creyente viene a ser un crédulo sin demasiada inteligencia. Este blog está encabezado por la pregunta sobre por qué seres humanos racionales inteligentes creen en cosas absurdas; por supuesto, es una frase provocativa, pero no despoja a nadie de esa condición inherente a la especie humana. Insistiremos mucho en este blog en que, por mucho que consideremos el escepticismo y el espíritu crítico indispensables para un conocimiento fiable de la realidad, todos tenemos creencias cuestionables de un modo u otro. Tal vez es nuestra actitud hacia ellas, con la indispensable autocrítica y el necesario destierro de todo dogma, las que no hace más o menos inteligentes y racionales; es decir, librepensadores.

Hace unos años que viene utilizándose, en ciertos ámbitos y de forma muy extendida gracias a la red, el término magufo (hay quien dice que se acuña en 1997 en cierta lista de correo). Para los que no estén familiarizados con su uso, y tomando como referencia una denominación que al parecer estuvo en la Wikipedia, la cosa alude a los practicantes y promotores de toda suerte de seudociencias (astrología, ufología, homeopatía, reiki..., por mencionar las más habituales); esta popular enciclopedia en internet, que todos usamos de una  manera u otra (a pesar de que debiéramos ser siempre cautos con sus contenidos y referencias), al parecer, decidió retirar el término magufo. Hoy, no es posible encontrar ninguna referencia en su sitio. ¡Bien por la Wikipedia! Particularmente, detestamos esa palabra, la cual parece especialmente dotada para que personas con poco o ningún argumento se llenen de razones (y de, ay, racionalidad). En ciertos ámbitos, que tienden al escepticismo y al librepensamiento, se usa la palabra con una alegría y un (supuesto) afán magnético, que uno no puede sino indignarse. Es decir, cuando alguien pretende usar como argumento algo así como "ah, ya, pero eso lo dice un magufo", y atendiendo poco al fondo de la cuestión, en realidad estamos ante personas bien poco librepensadoras. El grado de ignorancia y simpleza es tan elevado que esos tipos que se creen tan racionales y científicos confunden deliberadamente la condición de creyente, cuando estamos en el terreno de la religión, con la de simple crédulo, más propia si se quiere de las seudociencias y del ámbito cognitivo. No hace falta aclarar que todos esos que etiquetan de magufos, con un afán de identificar el término con la imbecilidad que no se molestan mucho en ocultar, no tardan demasiado en hacer gala de sus propias creencias: es posible que se muestren muy críticos con lo llamado sobrenatural, pero  pueden abrazar discursos más que cuestionables de índole política, económica o incluso científica. Insistiremos en esto una y otra vez; por mucho que combatamos la credulidad, y consideremos que el librepensamiento y el conocimiento verificable es la base para una actitud subversiva (de apertura al cambio de nuestra realidad, si se quiere llamar así), todos de una manera u otra tenemos creencias.

En primer lugar, es exigible para alguien que se considera librepensador emplear adecuadamente el lenguaje. Existe la palabra crédulo, que es aplicable única y exclusivamente a un persona que cree con demasiada facilidad; por supuesto, no es necesariamente utilizable en todo creyente religioso ni a todo practicante de cualquier sistema o disciplina no verificada científicamente. Y lo decimos nosotros, que dedicamos gran parte de nuestra existencia a criticar las religiones y las practicas místicas y alternativas, como sistemas de creencias cuestionables, casi siempre reaccionarios y dignos de ser superados por mejores empeños (en nuestra opinión, por supuesto). Otro de los términos que pretenden quedar englobados en la palabra magufo puede ser el de engañabobos, la cual debe emplearse única y exclusivamente para aquellos que pretenden embaucar con alguna teoría o deslumbrar con según que descubrimiento (que, por algún extraño motivo o interés, ha sido ocultado por el sistema establecido engañando a la humanidad excepto unos pocos iluminados); no es posible asegurar tampoco que todos los promotores de las seudociencias sean embaucadores, ya que estamos convencido que gran parte se creen lo que dicen y es posible que piensen sinceramente estar realizando un beneficio a sus semejantes (es decir, y como puede ocurrir también con el clero, son creyentes, lo cual no deja de ser digno, por supuesto, de la más severa crítica desde nuestro punto de vista). Por lo tanto, el término magufo, que pretende reducir a gran parte de la humanidad a una suerte de imbéciles y/o hijos de puta, es una soberana estupidez; flaco favor se hace si verdaderamente queremos ser críticos con las creencias, y si nosotros lo somos no es solo por un afán intelectual y científico, también en aras de que un bienestar y una felicidad para las personas se produzca en base a un conocimiento más fiable. Como ya hemos insistido en otras ocasiones, existen muchos factores para que personas inteligentes crean cosas de lo más cuestionables, o incluso irrisorias: existen atajos cognitivos (y, a la fuerza, de modo cotidiano, ya que de lo contrario la vida seria imposible), tendemos demasiado a la ilusión en nombre de la imaginación, solemos interpretar tantas veces a partir de la nada, se captan patrones donde no los hay, reforzamos nuestros argumentos potenciando lo que nos interesa para tratar de confirmar nuestras creencias previas (que las tenemos todos o no seríamos humanos), estamos fuertemente influidos por nuestro entorno y tantos otros factores. Seguramente, es tan sencillo como que las personas inteligentes acaban racionalizando sus creencias, mientras que los que no lo son tanto se limitan a etiquetar como estúpido o limitado al que no cree lo mismo que ellos. Por supuesto, estamos casi convencidos, y nos afanaremos en promoverlo, que un pensamiento todo lo libre que sea posible, junto a una inquietud por conocer de forma permanente y sin dogmatismos, pueden combatir todos esos factores limitadores para ampliar nuestra mente; como diría Bertrand Russell, esa actitud puede también tocar nuestro corazón. No tener en cuenta todos esos elementos subjetivos y apelar constantemente a una racionalidad objetiva omnipotente (inexistente, propia de seres supremos en los que no "creemos") es, simplemente, una actitud digna de personas poco inteligentes y, seguramente, con poco corazón.

sábado, 1 de febrero de 2014

¡Estoy "desarmonizado", ajústeme usted con flores!

Hoy es objeto de nuestras diatribas otra simpática terapia alternativa, la cual adopta, como no podía ser de otra manera, la habitual jerga reduccionista y mística plagada de conceptos desvirtuadores, basada en todo tipo de conflictos entre nuestro cuerpo y nuestro "alma" (sea lo que sea lo que signifique eso).

Si la palabra “espíritu” es muy habitual entre los terapeutas alternativos, no lo es menos hablar de cierto “desajuste” en la persona enferma; esto viene a ser una especie de conflicto interno que existe entre nuestro cuerpo y nuestro alma (¡ay!) y que da lugar a los síntomas de la enfermedad. Por ejemplo, el amigo Edward Bach (efectivamente, el de las flores), añadió a su formación como científico un bonito batiburrillo filosófico, esotérico y, ¡cómo no!, espiritual para dar lugar a lo que hoy conocemos como terapia floral o Flores de Bach. Este hombre creyó descubrir un método para recoger un supuesto poder curativo de diversas plantas en una serie de elixires; no vamos a detallar demasiado el método que llevó a cabo, ya que está plagado de conceptos místicos, que al menos de un par de siglos para acá hay simplemente que apartar de todo análisis serio. Bach insistía en las “esencias vibratorias”; la alta vibración que tienen las flores, arbustos y árboles “tienen el supuesto poder de elevar nuestras vibraciones y abrir nuestros canales para la recepción de nuestro ser superior”. Como debería detectarse de inmediato, es la charlatanería típica del mundo espiritual alternativo. No es necesario, tampoco con esta terapia, demasiado recorrido científico; es discutible su metodología de elaboración y los principios activos de orden vegetal son prácticamente inexistentes  (Bach era también homeópata).

Es importante no confundir la terapia floral de Bach con la fitoterapia, o herbolaria, que es la ciencia del uso extractivo de las plantas medicinales; es más, el uso de las plantas como recurso terapéutico, recurso muy antiguo, confirma la presencia en ellas de principios activos, es decir, compuestos químicos con acciones farmacológicas. Llegamos aquí a otro punto importante en nuestra feroz y nada neutral crítica a la terapias alternativas, y es esa esa irritante división que suele realizarse entre lo “natural” ("beneficioso") y lo sintetizado en laboratorio (cuanto menos, "sospechoso"); a veces se emplea para esto último el calificativo de “químico”, algo falaz, ya que es igualmente natural. Si hablamos de que ciertos fármacos comerciales curan por un lado y nos estropean por otro, argumento muy recurrente en lo alternativo, hablamos de nuevo de una mala praxis, no de que todo lo producido en laboratorio sea pernicioso; ese problema, obviamente, no legitima todo lo "natural alternativo", ya que muchas veces no existe principio activo y otras puede ser francamente pernicioso (ya sea por la acción del cuestionable producto o por omisión de lo que auténticamente funcione). La realidad del caso de las flores de Bach, como el de la homeopatía o el de tantas terapias alternativas, es que no tiene base científica ni eficacia más allá del efecto placebo; por mucho ruido que se quiere arrojar, o por mucho que se maree, el método científico es lo que nos dice. Precisamente, otro argumento habitual para defender estas cosas estriba en que también funciona en niños y animales, por lo que se echan por tierra los factores de sugestión aludidos en el efecto placebo; hay que decir también que por qué diablos no se mantendrá a salvo a los tiernos infantes y a los pobres animalitos de toda esta penosa y falaz polémica.

Por supuesto, los partidarios de estas terapias espirituales niegan la capacidad de la ciencia para evaluar su eficacia; la objetividad no puede, al parecer, analizar, lo que hay que particularizar. Muy bien, aceptando que ese trato y tratamiento individualizado debe estar siempre presente entre terapeuta y paciente, llegamos de nuevo al recurrente punto de ser honesto en la exposición de la "terapia"; en primer lugar, no hay que disfrazar de ciencia lo que solo pertenece al terreno de lo místico (la habitual e irritante jerga al respecto no debería tener dificultad en ser detectada: desajuste armónico, vibracional, energético, espiritual…) y hay que dejar claro que se trata de una simple cuestión de fe; en segundo lugar, no tendría tampoco que ser complicado evaluar si hablamos de verdad de una patología clínico-medica o, ¡ay!, de algún tipo de desarreglo emocional que pueda repercutir en el cuerpo. Como, hasta que no se demuestre lo contrario, nosotros los "cerrados" escépticos racionales también somos seres humanos, igualmente tenemos todo tipo de problemas emocionales; cada uno lo llevamos como podemos buscando satisfacción en todo tipo de actividades, e incluso seguramente con alguna buena porción de fe en muchas cosas, pero sin mezclar el conocimiento científico con lo que pertenece a otros ámbitos de la actividad humana (lo cual, es lógico, puede colocarnos en una buena disposición para una vida más saludable). Los defensores de la terapia floral de Bach, y de tantas otras terapias de base mística y/o seudocientífica, si reducen la cuestión a un simple desajuste entre  alma (o "ánimo" si queremos ser un poco menos farragosos) y cuerpo, sencillamente están mintiendo; existen muchos otros factores externos al individuo de los que nos habla el conocimiento médico (como los agentes patógenos o el propio medio ambiente), por no hablar de que hay causas internas fundadas en la genética. Insistimos, honestidad y rigor en todos los aspectos, no empleo sistemático de teorías simplistas, sin evidencia de eficacia alguna, ni mera jerga desvirtuadora.