Se dice
que cuando un acontecimiento da lugar a un efecto de extrañeza la
inteligencia produce mecanismos de defensa con afán de anularlo, desde
la simple negación hasta incluso la exclusión. Naturalmente,
a este esfuerzo de la inteligencia puede seguir el trabajo de la
reflexión, sopesando con ecuanimidad y distanciamiento los argumentos
tratando de acercarse a los hechos con una mirada más abierta,
desinteresada y comprensiva.
Por desgracia, no siempre esta admirable
actitud ocurre así, sobre todo en los casos en que las implicaciones de
aquello a lo que la reflexión se enfrenta, en el caso de ser aceptado,
pueden parecer tan graves como para que todo aquello en que creeemos -es
decir, una parte considerable de lo que somos- se venga abajo. Ese es
también el caso del escepticismo, actitud filosófica que pretende
socavar los fundamentos mismos de la razón. Pero esos mecanismos de
defensa no han podido eliminar la pulsión escéptica, lo que demuestra
tal vez lo inherente que es esta actitud al ser humano al poner en cuestión
todo dogmatismo y toda verdad absoluta.