Por supuesto, nos atrevemos a decir que
es un minoría de ateos la que
piensa de este modo y es más bien una mayoría de "creyentes", del tipo
que fuere, la que acepta un mundo político y económico basado en esos
presupuestos hobbesianos. Empleamos entonces el término creyentes,
simplemente como sinónimo de "conservadores", es decir, los que aceptan
el mundo tal y como lo colocan ante sus ojos, por muy injusto e
irracional que se muestre. Es una terminología tal vez muy suave cuando
hablamos de reducir al ser humano al nivel de la bestia, incapaz de
transformar el medio, condicionado entonces por fuerzas externas y
preocupado solo por su propia supervivencia. Precisamente, lo que nos
diferencia de las bestias es la capacidad de elección, de proporcionar
contenido a la moral, y no empleamos este término de manera restrictiva,
sino todo lo contrario. Los ateos, una mayoría al menos de los que
conocemos, consideramos que la moral no deriva de ninguna fuerza externa
al ser humano y a las sociedades que ha creado, sino que surge de su
propia potencialidad, de la capacidad que poseemos para transformar
nuestro mundo con la única limitación de las leyes naturales (en las
que, obviamente, no existe ninguna condición humana determinante
previa).