lunes, 25 de diciembre de 2023

Por qué no soy cristiano

Con este título, pronunció una conferencia Bertrand Russell, el 6 de marzo de 1927, en el Ayuntamiento de Battersea (sur de Londres), bajo los auspicios de la Sociedad Laica Nacional. Russell comienza su discurso aclarando que lo que se entiende por cristiano en su época era muy diferente del significado completo que tenía en los tiempos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. En cualquier cosa, habría dos cosas consustanciales a llamarse cristiano: la primera es de naturaleza dogmática, la creencia en Dios y en la inmortalidad; la segunda es acerca de Cristo, es necesario tener alguna creencia sobre lo superlativo de su figura, aunque no sea necesariamente acerca de su naturaleza divina.

De esa manera, cuando Russell dice que no es cristiano, afirma de entrada dos cosas distintas: la no creencia en Dios y en la inmortalidad, y la negación de la gran capacidad de Cristo en el terreno moral. Lo que entendemos cuando Russell habla de Cristo es la figura histórica que el tiempo ha creado, aunque las fuentes originales de su existencia sean muy dudosas (algo que no se habla lo suficiente). No obstante, parece correcto mencionar un Cristo de los Evangelios (o un profeta llamado Jesús), desprendiéndole de toda connotación sobrenatural, ya que puede decirse que se ha acabado dando lugar a una figura relevante con esas características e importante es reflexionar sobre ella (sin olvidar mencionar la falta de legitimidad histórica para su existencia, juego en el que obviamente no desea entrar la iglesia).

sábado, 9 de diciembre de 2023

Aprendiendo la racionalidad

Insistiremos, una vez más, en que existen mecanismos que explican que gente inteligente (y empleamos este apelativo de manera generalizada) crea en cosas absurdas y acabe realizando, de una manera u otra, actos más bien necios. Cómo es posible que existan tantos dislates en la sociedad, al alcance de cualquiera, y que las personas los acaben aceptando y/o consumiendo; son, en realidad, dos interrogantes. Se dice que inteligencia y racionalidad son cosas diferentes; es decir, uno puede ser extremadamente racional y no ser especialmente inteligente, y vicecersa.

Hay que recordar en la constante recurrencia a los atajos cognitivos; ya que pensar requiere tiempo, y hay que reconocer también que puede resultar contraproducente en algunos casos, el ser humano ha desarrollado una serie de reglas empíricas y prejuicios para limitar la capacidad mental empleado en un problema determinado.

Está probado que, dependiendo de cómo se planteé un mismo problema, las personas pueden escoger una solución u otra dependiendo de, por ejemplo, el atractivo visual que observen y dejando a un lado la racionalidad. La lista de reglas empíricas y de prejuicios cognitivos es bastante extensa: interpretamos no pocas veces a partir de la nada (de forma aleatoria), tendemos a buscar pruebas que confirmen lo que ya creemos, descartamos aquellas que no tienden a favorecernos, solemos evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista (dejando a un lado a la otra parte), las anécdotas llamativas tienen más peso a veces que las estadísticas, sobrevaloramos nuestros conocimientos, nos creemos con menores prejuicios que los demás...