Solo una persona muy pobre intelectualmente puede pensar que está en una verdad absoluta, al igual que considerar que está exenta de prejuicios (ambas cosas, seguramente, muy relacionadas). Los seres humanos, de forma obvia, y el mayor de los sabios seguro que es consciente de ello (o, quizá, no lo es tanto), somos imperfectos y gran
parte de las cosas que asumimos como ciertas en realidad no lo son. La cognición social alude a
cómo entendemos el mundo social; nuestras decisiones importantes tienen
que ver con el modo como construimos y comprendemos el mundo social en
el que vivimos. No
solo eso, sino que es frecuente que las personas se muestren pertinaces
en la defensa de las cosas que consideran ciertas y que sea muy difícil
convencerles de lo contrario. Se menciona también que es incluso
racional esta faceta de la cognición humana, cada persona trata de estar
en lo cierto y de sostener opiniones y creencias correctas. Puede
decirse que una idea extensa de la racionalidad humana es la que nos
hace actuar como una especie de científicos ingenuos. El pensamiento
racional necesita, al menos, dos requisitos: que el individuo pensante
tenga acceso a una información precisa y útil, y que cuente con recursos
ilimitados para procesar los datos vitales; en nuestra vida cotidiana,
prácticamente nunca se darán las condiciones requeridas.
jueves, 29 de junio de 2017
jueves, 22 de junio de 2017
Formas sutiles de dominación
Los valores no deberían tomarse de modo absoluto. Por lo general, y
así lo considero yo (seguramente, con más prejuicios y condicionamientos
que nadie), considerar a alguien "inconformista" o "individualista" es
visto como algo positivo sobre el papel. Otra cosa es la práctica, en la
que criticar la práctica habitual, lo establecido o la costumbre
acarrea más de una vez que le etiqueten a uno de manera peyorativa y
supone el peligro de no ser aceptado dentro del grupo. Pero esta
paradoja, algo díficil de ser superada al tratarse de una tensión
permanente entre valores individuales y valores sociales, conlleva una
problema más importante en mi opinión (problema relativo y
afortunadamente irresoluble). Ser crítico e
inconfomista dentro de una colectividad es algo sano, pero considerarse
miembro activo de esa colectividad, integrante de un "equipo" por
emplear un símil evidente, resulta perfectamente compatible. Compatible,
aunque requiere de una fortaleza y personalidad permanentes, no
plegarse a lo que opina la mayoría y defender una opinión contraria, a
pesar del ambiente negativo que nos va a suponer. Creo que uno de los
motivos por el que apostar por el anarquismo, estriba en esta cuestión.
martes, 13 de junio de 2017
Para bien y para mal, somos animales sociales
¿No conocen ustedes la psicología social? Les aseguro que resulta apasionante, si de verdad queremos saber un poquito más sobre cómo nos comportamos. Se trata de una disciplina relativamente joven, aunque puede decirse que hay autores que ya observaron los fenómenos sociales en la Antigüedad. Recordemos la conocida, y primordial, concepción aristotélica del hombre como animal social (o animal político, ya que hubo una vez en que no existía diferencia entre ambos apelativos). Aristóteles expuso algunos principios básicos sobre la influencia y la
persuasión sociales, aunque es a partir de mediados del siglo pasado
cuando se someten aquellas investigaciones a verificación empírica
gracias a Carl Hovland y a sus colaboradores. Si el primer experimento
lo realizó Triplett en 1898, es a partir de la década de 1930 cuando
puede decirse que la psicología social empírica comienza su auge. El
objetivo de muchos autores contemporáneos ha sido demostrar que la
psicología social resulta primordial para resolver algunos problemas de
las sociedades modernas. No pocas veces, me he encontrado con personas
que desdeñan esta concepción del ser humano como animal social (y
"político", otorgándole un sentido diferente a esta palabra, tan viejo y
tan nuevo); para mí, ha resultado siempre obvia esa condición del
individuo, y tal vez estos tiempos bastante difusos que vivimos es
posible que sean la causa de esa negación tan recurrente.
viernes, 9 de junio de 2017
Los reconocidos y limitados beneficios del placebo
Me da la sensación de que existe cierta confusión sobre lo que es el efecto placebo. En un artículo reciente, Rosa Montero ha llegado a considerar la homeopatía, muy probablemente, como un simple placebo, para acto seguida defenderla por su condición inocua y por mejorar la salud. ¿El placebo mejora verdaderamente la salud? Veamos. Al menos, desde finales del siglo XIX, la medicina científica anunció el (supuesto) fin del placebo. Ya en aquel momento, hubo quien lamentaba el asunto, ya que se consideraba que factores como una actitud tranquilizadora, por parte del terapeuta, junto a saber dar el trato correcto al paciente, resultaban eficaces en algunos aspectos. Podemos decir que, hoy en día, y afortunadamente, el efecto placebo ha sobrevivido. También es posible afirmar que cierto poder de la mente humana resulta poco menos que incognoscible. Esto es importante para el conocimiento científico, reconocer la propia ignorancia sobre tantas cuestiones, lo cual no abre la puerta a lo esotérico. Dicho esto, admitiendo los beneficios del placebo, hay que decir que no se trata de ninguna terapia. Y esto es así porque resulta francamente complicado realizar un experimento para desgranar los beneficios psicológicos y culturales del placebo; no resulta posible comparar el placebo con ningún otro tratamiento. De hecho, y esto hay que decirlo, no parece muy ético, dentro de la comunidad médica, tratar a un paciente realmente enfermo con un efecto placebo. Insistiremos en lo importante de "realmente enfermo". La explicación estriba en que el mundo clínico no puede interesarse por demostrar que un tratamiento funciona mejor que "nada", sino si lo hace mejor que cualquiera de los realmente existentes.
lunes, 5 de junio de 2017
La crítica permanente a la dominación y el dogmatismo
La
crítica libertaria a cualquier estructura de dominación implica una
búsqueda amplia del campo de experimentación humana, contingente y no
trascendente, así como un cuestionamiento permanente de toda certeza
absoluta; especialmente, si se presenta con falaces máscaras de
emancipación. Albert Camus dijo: "pese a todo, hay que imaginar a un Sísifo feliz,
su recompensa no está en culminar la meta, sino en el propio esfuerzo
desplegado para caminar hacia una meta que sabe inalcanzable". Todo es
movimiento en la vida, flujo y reflujo, y deberíamos rechazar las
tramposas falacias de los "lugares de placidez". Deberíamos tener
presente, de manera constante y no necesariamente con un "programa"
apriorístico, ese "proyecto revolucionario" (por llamarlo de algún modo)
que implica una mejora constante en nuestras vidas y que se muestra en
permanente tensión ante lo instituido del mundo sociopolítico y ante las
certezas de todo pensamiento. Es el anarquismo, en su perfecta síntesis
entre sus orígenes modernos y su futuro posmoderno, el movimiento que
mejor asume la falta de asideros de esta época. Porque esa, en
principio, falta de seguridad y estado de confusión permanente que
supone la posmodernidad parece anular los postulados de la modernidad.
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