Como parece obvio a priori, el pensamiento mágico viene a estar fundado en un modo de razonar, o de pensar, carente de una sólida base lógica. En lugar de emplear una relación causa-efecto de un modo científico, tienen más peso en el pensamiento mágico ciertos factores de índole subjetivo, personal o psicológico. En otras palabras, se tiende a pensar que los propios pensamientos, palabras o actos influirán en la realidad de un modo causal, desafiando con ello las propias leyes naturales de tipo científico.
El ejemplo más evidente de pensamiento mágico es la superstición, aunque, ojo, la religión y cualquier tipo de pseudociencia, de forma más sutil si se quiere, también hay que considerarlos influidos notablemente por aquel. El pensamiento religioso ha querido verse como una especie de evolución del pensamiento mágico, pero los estudios más modernos tienden a pensar que no es tan fácil separar uno de otro. El sometimiento de la mente a una abstracción mediante la oración, como puede ser a alguna forma de deidad, no está tan distante del conjuro que puede realizar el practicante de algún tipo de hechicería. A pesar de las vueltas que quieren darle los autores religiosos, en un lenguaje habitualmente abstruso, que no hay que confundir nunca con inteligente, hay que recordar este sustrato del pensamiento mágico en la religión (si se quiere mencionar una fuente moderna importante al respecto, mencionaremos a Frazer y su monumental obra La rama dorada).
El pensamiento mágico, por lo tanto, y de forma evidente, se opone al pensamiento lógico. Es muy posible que el mismo, al igual que la religión (insistimos, no muy diferentes), hayan sido importantes en el desarrollo de la civilización y del intelecto humano; las primeras interpretaciones cognitivas que realizó el ser humano estuvieron, con seguridad, necesitadas de las abstracciones que posibilitó el pensamiento mágico y religioso, en aras de dar a una explicación a su entorno. Sin embargo, aunque esas interpretaciones perviven en ciertas culturas y creencias religiosas, estamos en el siglo XXI y es necesario averiguar si la humanidad puede alcanzar un cierto grado de madurez. A pesar de ello, la fragilidad intelectual del ser humano es evidente en la gran cantidad de creencias, y no siempre adoptando la forma religiosa, que adoptan personas de todo tipo en sociedades (supuestamente) desarrolladas. Es fácil de entender la creencia sobrenatural de una persona, perteneciente a cierta cultura, que simplemente se aferra al pasado por educación o necesidad; no lo es tanto, aunque hay factores que lo explican (y que evidencian, entre otras cosas, esas debilidades mencionadas), que lo hagan personas de otras culturas creyendo haber descubierto certezas más que cuestionables. El sustrato mágico de todas estas creencias, adopten la forma que adopten, religiosa, cultura o seudocientífica, es un factor a tener muy en cuenta.
Religión, magia, ocultismo, esoterismo, superstición o cualquier tipo de pseudociencia (es decir, un falso conocimiento que se muestra pertinaz a pesar de demostrarse su carencia de metodología) tienen con mucha probabilidad el fundamento de un pensamiento religioso. Al fin y al cabo, una creencia es una disposición de la mente a satisfacer un deseo apoyándose en un hecho, del tipo que fuere (incluso, imaginario), del cual no existe una explicación racional. Por supuesto, cada persona es muy libre de creer lo que le venga en gana; el problema son las implicaciones intelectuales y morales que ello supone, ya que la falta de base lógica y racional acaba suponiendo que la persona acepte como verdaderas proposiciones absurdas, las adapte a la realidad y pueda terminar, no solo creyendo, sino actuando de forma absurda. En el proceso, pueden irse acumulando dogmas de todo tipo e incluso estableciendo normas morales, fundadas en dicha creencia irracional, para tratar de apoyarlos.
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