La palabra Hedonismo, como puede suponerse, proviene del griego: hedoné
suele traducirse por "placer". Filósofos como Anaxágoras consideraban
que significaba ciertas sensaciones producto de los sentidos. En la
época de los sofistas (siglo V a.C.), era frecuente considerar que el
placer era causado por la armonía o buena disposición de los distintos
elementos del cuerpo.
Por otra parte, con hedonismo se ha aludido a un bien, ya que es considerado que el placer es el mayor bien. Ese bien puede considerarse un bienestar en sentido literal, en el sentido de la armonía o buena disposición que antes se ha mencionado. De todas formas, hay que aceptar en la historia de la humanidad que, al haber tantas maneras de entender el placer, lo mismo ocurre con el hedonismo; esa discusión sobre el término se ha producido no pocas veces en el terreno de la moral, por lo que se ha considerado también que el hedonismo es una tendencia dentro de la filosofía moral.
Si se obvian las diferencias, muchas veces considerables, hay muchos autores y escuelas que pueden considerarse defensoras del hedonismo: los cirenaicos y los epicúreos en la Antigüedad, los epicúreos modernos o neo-epicúreos (Gassendi o Valla, entre otros), los materialistas del siglo XVIII (sobre todo los franceses como Helvecio, Holbach o La Mettrie) o los utilitaristas ingleses (al menos, Bentham). En el lado contrario, el hedonismo ha tenido enemigos por los más diversos motivos, como Platón, los autores cristianos (especialmente, los ascéticos) o Kant; ha sido frecuente que se critique e incluso que se menosprecie el hedonismo. Curiosamente, y de manera excepcional, hay quien ha defendido radicalmente el hedonismo por motivos puramente racionales, como es el caso de W. H. Sheldon, el cual afirmó que "el hedonismo ético es el imperativo categórico". Las discusiones sobre el significado, formas, supuestos y razones del hedonismo se han sucedido.
Los antiguos hedonistas, sobre todo los cirenaicos, consideraban que el placer es el bien y el mal es el dolor, por lo que el hombre debe dedicarse a buscar el primero y a evitar el segundo. En el caso del placer, los cirenaicos parece que enfatizaron en el placer de los sentidos o placer material, pero no enfrentado al placer sensible, sino como fundamento del mismo. Una crítica que se realizó tempranamente es que la doctrina hedonista es egoísta, ya que el placer propio puede suponer el dolor ajeno; sin embargo, los propios cirenaicos apuntaron ya a una tendencia no egoísta de los placeres, mientras que los epicúreos subrayaron la importancia de los placeres moderados y de la participación colectiva en los mismos a través de una comunidad de amigos.
Las críticas históricas al hedonismo se han realizado desde una óptica moral muy distinta. Así, Kant considera el hedonismo como una de las morales "materiales", y como tal no sería capaz de proporcionar completa seguridad sobre los valores fundamentales, tal y como sí lo hace una moral "formal". También se han realizado críticas al hedonismo desde la llamada "moral de los valores", ya que el placer, aunque no sea eliminado totalmente, puede y debe subordinarse a otros valores; en la misma línea, se encuentran los que han distinguido entre dos facultades jerarquizadas del deseo, la inferior y la superior. Enfrentados a estos críticos, algunos defensores del hedonismo han argumentado que para ellos el deseo de placer es una facultad superior y, por lo tanto, racional.
Entre los defensores del hedonismo contrarios a considerarlo como una manifestación del egoísmo, encontramos a utilitaristas como Bentham, John Stuart Mill y Spencer. Bentham distingue entre catorce clases diferentes de placeres, y entre ellas las hay proyectadas decididamente hacia la felicidad del prójimo (como es el caso de la amistad o la benevolencia); así, desde esta perspectiva, todo hedonismo bien entendido consiste en un cálculo de placeres. John Stuart Mill defiende abiertamente un hedonismo altruista, ya que amar al prójimo sería consecuencia de una moral hedonista "abierta". Spencer, preconizador del evolucionismo, lo combinó con la doctrina hedonista para intentar demostrar que aquél es la base científica de ésta.
Vemos con esta breve exposición la dificultad para elaborar una definición completa de la doctrina hedonista. Tantas veces, nos gusta enarbolar la bandera del hedonismo, enfrentados sobre todo al ascetismo religioso, pero no pasa en mi opinión de una pose meramente intelectual (más que vital). Es decir, la búsqueda de una conciencia lo más amplia posible, el desarrollo de una moral libertaria, para el que subscribe, obliga cuanto menos a no tener un concepto del placer reduccionista; la propia idea transformadora de la sociedad, con un compromiso firme en la vida, obliga a un disfrute de la vida en tantas ocasiones, cuanto menos, relativo (a menos claro está, que se obtenga placer en los numerosos obstáculos y conflictos con los que se va a topar). En caso contrario, sin esa visión transformadora y progresista, estaríamos ante una concepción del hedonismo simple y acomodaticia, burguesa por así decirlo.
Por si no queda claro todavía lo que proponemos, diremos que nos enfrentamos a toda concepción ascética de la existencia, estamos por supuesto por el disfrute de los placeres carnales, e incluso los observamos también como una postura revolucionaria propia de una sociedad mejor; consideramos que el enfrentamiento de lo material y lo espiritual es solo una fantasía más del pensamiento dualista religioso. Sin embargo, la influencia de muchos otros factores obliga a relativizar el concepto de hedonismo, a no verlo de manera absoluta, o tal vez, mucho mejor, a ampliarlo; en ese sentido, podemos estar totalmente de acuerdo con Kropotkin cuando establece una idea hedonista extendida también a los placeres morales e intelectuales (lo situaría en la línea de los que han considerado el altruismo también como un "placer elevado"). Es, cuanto menos, complicado; transformar la realidad lo es.
Por otra parte, con hedonismo se ha aludido a un bien, ya que es considerado que el placer es el mayor bien. Ese bien puede considerarse un bienestar en sentido literal, en el sentido de la armonía o buena disposición que antes se ha mencionado. De todas formas, hay que aceptar en la historia de la humanidad que, al haber tantas maneras de entender el placer, lo mismo ocurre con el hedonismo; esa discusión sobre el término se ha producido no pocas veces en el terreno de la moral, por lo que se ha considerado también que el hedonismo es una tendencia dentro de la filosofía moral.
Si se obvian las diferencias, muchas veces considerables, hay muchos autores y escuelas que pueden considerarse defensoras del hedonismo: los cirenaicos y los epicúreos en la Antigüedad, los epicúreos modernos o neo-epicúreos (Gassendi o Valla, entre otros), los materialistas del siglo XVIII (sobre todo los franceses como Helvecio, Holbach o La Mettrie) o los utilitaristas ingleses (al menos, Bentham). En el lado contrario, el hedonismo ha tenido enemigos por los más diversos motivos, como Platón, los autores cristianos (especialmente, los ascéticos) o Kant; ha sido frecuente que se critique e incluso que se menosprecie el hedonismo. Curiosamente, y de manera excepcional, hay quien ha defendido radicalmente el hedonismo por motivos puramente racionales, como es el caso de W. H. Sheldon, el cual afirmó que "el hedonismo ético es el imperativo categórico". Las discusiones sobre el significado, formas, supuestos y razones del hedonismo se han sucedido.
Los antiguos hedonistas, sobre todo los cirenaicos, consideraban que el placer es el bien y el mal es el dolor, por lo que el hombre debe dedicarse a buscar el primero y a evitar el segundo. En el caso del placer, los cirenaicos parece que enfatizaron en el placer de los sentidos o placer material, pero no enfrentado al placer sensible, sino como fundamento del mismo. Una crítica que se realizó tempranamente es que la doctrina hedonista es egoísta, ya que el placer propio puede suponer el dolor ajeno; sin embargo, los propios cirenaicos apuntaron ya a una tendencia no egoísta de los placeres, mientras que los epicúreos subrayaron la importancia de los placeres moderados y de la participación colectiva en los mismos a través de una comunidad de amigos.
Las críticas históricas al hedonismo se han realizado desde una óptica moral muy distinta. Así, Kant considera el hedonismo como una de las morales "materiales", y como tal no sería capaz de proporcionar completa seguridad sobre los valores fundamentales, tal y como sí lo hace una moral "formal". También se han realizado críticas al hedonismo desde la llamada "moral de los valores", ya que el placer, aunque no sea eliminado totalmente, puede y debe subordinarse a otros valores; en la misma línea, se encuentran los que han distinguido entre dos facultades jerarquizadas del deseo, la inferior y la superior. Enfrentados a estos críticos, algunos defensores del hedonismo han argumentado que para ellos el deseo de placer es una facultad superior y, por lo tanto, racional.
Entre los defensores del hedonismo contrarios a considerarlo como una manifestación del egoísmo, encontramos a utilitaristas como Bentham, John Stuart Mill y Spencer. Bentham distingue entre catorce clases diferentes de placeres, y entre ellas las hay proyectadas decididamente hacia la felicidad del prójimo (como es el caso de la amistad o la benevolencia); así, desde esta perspectiva, todo hedonismo bien entendido consiste en un cálculo de placeres. John Stuart Mill defiende abiertamente un hedonismo altruista, ya que amar al prójimo sería consecuencia de una moral hedonista "abierta". Spencer, preconizador del evolucionismo, lo combinó con la doctrina hedonista para intentar demostrar que aquél es la base científica de ésta.
Vemos con esta breve exposición la dificultad para elaborar una definición completa de la doctrina hedonista. Tantas veces, nos gusta enarbolar la bandera del hedonismo, enfrentados sobre todo al ascetismo religioso, pero no pasa en mi opinión de una pose meramente intelectual (más que vital). Es decir, la búsqueda de una conciencia lo más amplia posible, el desarrollo de una moral libertaria, para el que subscribe, obliga cuanto menos a no tener un concepto del placer reduccionista; la propia idea transformadora de la sociedad, con un compromiso firme en la vida, obliga a un disfrute de la vida en tantas ocasiones, cuanto menos, relativo (a menos claro está, que se obtenga placer en los numerosos obstáculos y conflictos con los que se va a topar). En caso contrario, sin esa visión transformadora y progresista, estaríamos ante una concepción del hedonismo simple y acomodaticia, burguesa por así decirlo.
Por si no queda claro todavía lo que proponemos, diremos que nos enfrentamos a toda concepción ascética de la existencia, estamos por supuesto por el disfrute de los placeres carnales, e incluso los observamos también como una postura revolucionaria propia de una sociedad mejor; consideramos que el enfrentamiento de lo material y lo espiritual es solo una fantasía más del pensamiento dualista religioso. Sin embargo, la influencia de muchos otros factores obliga a relativizar el concepto de hedonismo, a no verlo de manera absoluta, o tal vez, mucho mejor, a ampliarlo; en ese sentido, podemos estar totalmente de acuerdo con Kropotkin cuando establece una idea hedonista extendida también a los placeres morales e intelectuales (lo situaría en la línea de los que han considerado el altruismo también como un "placer elevado"). Es, cuanto menos, complicado; transformar la realidad lo es.
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