Las divinidades son una creación de los hombres, de su
necesidad de entendimiento cuando el Logos, la Razón, las palabras, no
alcanzaban. Hay quien, aceptando esto, se declara agnóstico; el que subscribe, que se declara ateo sin ambages, está por supuesto muy de acuerdo con algo que, sencillamente, nos dicta la lógica, la razón y toda evidencia.
Hace años, era yo bastante más joven, declaraba firmemente mi agnosticismo, a lo que cierta persona me espetó irónicamente que un agnóstico era un creyente recuperable. Me indigné ante semejante afirmación y creo que llegué a argumentar que tal vez los ateos tenían, en su negación, una actitud semejante a los que sostenían la existencia de una deidad. Vamos, que su actitud categórica era complementaria. Hoy pienso tan diferente -no sé si llamarlo consistencia ideológica, o qué coño llamarlo-, que me declaro ateo sin reservas, palabra que me parece mucho más diáfana y que, claro que significa que niegas la existencia de la divinidad (como se niega todo aquello de lo que no evidencia alguna), pero sobre todo que te alejas del dogmatismo y que deseas seguir haciéndote preguntas.
Al día de hoy, sostener esa obviedad sobre las deidades con la que se ha iniciado este texto, continua levantando ampollas. Puede comprobarse, si se plantea el debate de una manera o de otra. Algunos, afirman con rotundidad, pero de manera algo reduccionista, que la religión fue un invento de los poderosos al proclamarse interlocutores con la deidad -algo reduccionista, sí, pero factor a tener muy en cuenta-. Otras, en el otro extremo, insisten en una de las bases de la creencia monoteísta, el creacionismo (algo que resulta más bien infantil, e incluso ridículo, si se le quiere dar cierta lógica). Tantos otros, apelan a la "tolerancia" y/o a esa ambiguedad sin significado de que "en algo hay que creer". En cualquier caso, no lo negamos, es una cuestión compleja la de la religión. Desgraciadamente, no creo que pueda ser algo que podamos abolir tranquilamente después del advenimiento de una gran transformación social y política, en la que en esa nueva situación camparía a sus anchas la lógica, el conocimiento científico y la racionalidad, y tal vez deberíamos dejar de proclamar así el asunto. Es casi un hecho estudiado que la religión nació en parte como un mecanismo de cohesión social, pero a estas alturas examinar tal perspectiva resulta nefasta, dado el enfrentamiento y derramamiento de sangre que suscita. La reaccionaria Iglesia Católica, aunque tenga en la actualidad un dirigente de rostro más amable que sus antecesores, la Yihad, el Estado Islámico, el gobierno estadounidense apelando constantemente a Dios, otros gobiernos haciendo el juego a unas u otras posturas religiosas, las tristes secuelas de las guerras de Irak y Afganistán, la religión judía convertida en un feroz Estado, el enfrentamiento entre monoteísmos (a pesar, tantas veces, de las buenas palabras)...
El panorama es desolador y el factor religioso parece seguir siendo nefastamente decisivo en el análisis social y político, lo cual no significa que Dios -sea cual fuere su nombre- esté ganando la batalla frente a los valores racionalistas. Ese es el análisis que interesa, en los campos que interesa: el social y el político. Si la religión es una cuestión privada -que no creo que lo sea únicamente-, si es un reducto o no del pasado, es casi una cuestión baladí, ¿cómo no vamos a aceptar las creencias de gran parte de la humanidad? Lo que no podemos aceptar son obstáculos para el progreso, para el debate -también para lo que es o no "trascendencia"-, la justicia social y la libertad, así como para la fraternidad universal -que las religiones, en mayor o medida, niegan o manipulan a su antojo-. Tal vez los valores de la Ilustración fracasaran en cierta medida, pero la historia no se detiene y hay que seguir insistiendo en el progreso y en la potenciación de la vida humana, atendiendo también los peligros del dogmatismo científico. Otra respuesta bastante cuestionable es la que sostiene la posmodernidad acerca de la relativización de la verdad y las diferentes interpretaciones de la realidad según la tradición cultural que la interprete; puede ser un análisis a tener en cuenta, pero no creo que podamos seguir buscando respuestas -o haciéndonos preguntas- por ese camino. La noción de verdad sí puede tener un referente firme y estable en la realidad.
Yo creo fírmemente que es la especulación filosófica la que debe ocupar el lugar de los interrogantes, lugar que ha acaparado tradicionalmente la religión, aquellos que se ocupan de "lo que somos" y al "significado de lo que somos". Es un asunto complejo, pero tenemos que tener claro el camino que emprendemos -y muchas veces, la triste alternativa es el inmovilismo intelectal y moral- y toda religión ha sido diseñada para, más tarde o más temprano, ser dejada atrás.
Hace años, era yo bastante más joven, declaraba firmemente mi agnosticismo, a lo que cierta persona me espetó irónicamente que un agnóstico era un creyente recuperable. Me indigné ante semejante afirmación y creo que llegué a argumentar que tal vez los ateos tenían, en su negación, una actitud semejante a los que sostenían la existencia de una deidad. Vamos, que su actitud categórica era complementaria. Hoy pienso tan diferente -no sé si llamarlo consistencia ideológica, o qué coño llamarlo-, que me declaro ateo sin reservas, palabra que me parece mucho más diáfana y que, claro que significa que niegas la existencia de la divinidad (como se niega todo aquello de lo que no evidencia alguna), pero sobre todo que te alejas del dogmatismo y que deseas seguir haciéndote preguntas.
Al día de hoy, sostener esa obviedad sobre las deidades con la que se ha iniciado este texto, continua levantando ampollas. Puede comprobarse, si se plantea el debate de una manera o de otra. Algunos, afirman con rotundidad, pero de manera algo reduccionista, que la religión fue un invento de los poderosos al proclamarse interlocutores con la deidad -algo reduccionista, sí, pero factor a tener muy en cuenta-. Otras, en el otro extremo, insisten en una de las bases de la creencia monoteísta, el creacionismo (algo que resulta más bien infantil, e incluso ridículo, si se le quiere dar cierta lógica). Tantos otros, apelan a la "tolerancia" y/o a esa ambiguedad sin significado de que "en algo hay que creer". En cualquier caso, no lo negamos, es una cuestión compleja la de la religión. Desgraciadamente, no creo que pueda ser algo que podamos abolir tranquilamente después del advenimiento de una gran transformación social y política, en la que en esa nueva situación camparía a sus anchas la lógica, el conocimiento científico y la racionalidad, y tal vez deberíamos dejar de proclamar así el asunto. Es casi un hecho estudiado que la religión nació en parte como un mecanismo de cohesión social, pero a estas alturas examinar tal perspectiva resulta nefasta, dado el enfrentamiento y derramamiento de sangre que suscita. La reaccionaria Iglesia Católica, aunque tenga en la actualidad un dirigente de rostro más amable que sus antecesores, la Yihad, el Estado Islámico, el gobierno estadounidense apelando constantemente a Dios, otros gobiernos haciendo el juego a unas u otras posturas religiosas, las tristes secuelas de las guerras de Irak y Afganistán, la religión judía convertida en un feroz Estado, el enfrentamiento entre monoteísmos (a pesar, tantas veces, de las buenas palabras)...
El panorama es desolador y el factor religioso parece seguir siendo nefastamente decisivo en el análisis social y político, lo cual no significa que Dios -sea cual fuere su nombre- esté ganando la batalla frente a los valores racionalistas. Ese es el análisis que interesa, en los campos que interesa: el social y el político. Si la religión es una cuestión privada -que no creo que lo sea únicamente-, si es un reducto o no del pasado, es casi una cuestión baladí, ¿cómo no vamos a aceptar las creencias de gran parte de la humanidad? Lo que no podemos aceptar son obstáculos para el progreso, para el debate -también para lo que es o no "trascendencia"-, la justicia social y la libertad, así como para la fraternidad universal -que las religiones, en mayor o medida, niegan o manipulan a su antojo-. Tal vez los valores de la Ilustración fracasaran en cierta medida, pero la historia no se detiene y hay que seguir insistiendo en el progreso y en la potenciación de la vida humana, atendiendo también los peligros del dogmatismo científico. Otra respuesta bastante cuestionable es la que sostiene la posmodernidad acerca de la relativización de la verdad y las diferentes interpretaciones de la realidad según la tradición cultural que la interprete; puede ser un análisis a tener en cuenta, pero no creo que podamos seguir buscando respuestas -o haciéndonos preguntas- por ese camino. La noción de verdad sí puede tener un referente firme y estable en la realidad.
Yo creo fírmemente que es la especulación filosófica la que debe ocupar el lugar de los interrogantes, lugar que ha acaparado tradicionalmente la religión, aquellos que se ocupan de "lo que somos" y al "significado de lo que somos". Es un asunto complejo, pero tenemos que tener claro el camino que emprendemos -y muchas veces, la triste alternativa es el inmovilismo intelectal y moral- y toda religión ha sido diseñada para, más tarde o más temprano, ser dejada atrás.
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