En el viejo conflicto entre ciencia y religión, uno de las
controversias más importantes es la que diferencia entre un ente
corporeo y otro (supuestamente) espiritual. De hecho, toda nuestra
cultura está impregnada de ese dualismo, como lo demuestra por ejemplo
la etimología de la palabra psique, y derivados (ningún sicólogo o
siquiatra afirmará que se ocupa de cuestiones espirituales), que alude
al alma humana.
El concepto del "alma" tiene un origen religioso, aunque
se remonta a la Antigua Grecia con la creencia de los pitagóricos en la
transmigración y en la liberación de las ataduras de la materia debido a
que el alma sufre cuando está unida al cuerpo. No hace falta saber
mucho de historia y de filosofía para ver un nexo entre esa concepción
del alma griega, que luego influiría en Platón, y los llamados Padres de
la Iglesia. Siglos después, sería Aristóteles el modelo para la
filosofía escolástica y, tanto el alma como el cuerpo, pasarían a ser
"sustancias". Puede explicarse que, mientras las oraciones están
compuestas de sujeto y predicado, de tal manera que el primero sería
algo y alguien, y el segundo su atributo, el concepto de sustancia
implica que hay palabras que pueden figurar solamente como sujetos.
Naturalmente, estamos ante una concepción metafísica en lo que
denominamos "sustancia", cuando el sentido común nos dice que estamos
hablando de algo o de alguien.
Sigamos con la dualidad
cuerpo y alma en el cristianismo. En esta doctrina, la resurrección del
cuerpo supone su reunión con una sustancia real que formaba parte de él
mientras existió sobre la tierra. Por muchos cambios que haya sufrido la
sustancia, supuestamente mantendrá su identidad real. Naturalmente, una
concepción científica no puede admitir tal cosa, ya que la materia no
sería sino la reunión de sus atributos y si estos cambian, no puede
hablarse nunca de una identidad (o de una esencia, o de una naturaleza).
Se hace tremendamente antipático escuchar a alguien hablar de
"recuperación" de una esencia humana, y es algo que podemos escuchar
asiduamente como ejemplo de una sociedad y una existencia más humanas (y
también en pensadores progresistas ye incluso supuestamente radicales).
Yo sería, al menos, cauto al hablar de esa serie de conceptos, detrás de los cuáles parece estar algún tipo de verdad con mayúsculas. Obviamente, el ser humano posee una serie de condiciones inherentes y de atributos, pero sujetos a muchos cambios y, en mi opinión, muy maleables por las circunstancias. Esta idea de "sustancia" o "esencia" tiene un origen claramente religioso, y forma parte todavía de las diversas creencias, aunque hay que tener en cuenta la evolución o adaptación sufrida (en la sociedad occidental, al menos). Para evitar implicaciones teológicas, se substituyó la palabra "alma" por "mente" y, posteriormente, empezó a utilizarse el término "sujeto". En este sentido, yo soy un sujeto que se relaciona con las cosas que percibo (los objetos) mediante relaciones fenoménicas, aunque la concepción religiosa insistirá en que existe una realidad "verdadera" detrás de todas esas meras apariencias (vemos aquí, claramente, la influencia platónica).
Podemos llamarlo como queramos, pero estamos ante una vieja concepción. Existe una especie de creencia, revestida de cierta "legitimidad" científica gracias a la mecánica cuántica, según la cual tendríamos varios niveles de realidad en los cuáles el cuerpo (el físico) vendría a ser el más ínfimo. No hablan ya del antiguo dualismo, ni de alma o mente, se refieren esta vez a algo superior e incorpóreo llamada "consciencia", la cual puede identificarse con la noción de sustancia religiosa. La evidencia nos dice que no existe ninguna realidad "superior", y que en cualquier caso es algo que resulta incognoscible para el ser humano (no, no voy a reproducir por enésima vez la frase del viejo Bakunin, o mejor sí: "Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo Dios" -o cualquier otro nombre rimbombante-). No podemos recuperar "esencia" alguna, ni mucho menos debemos estar subordinados a una (supuesta) instancia superior, ya que nos relacionamos con el mundo a través de fenómenos y son estos los que poseen una realidad que podemos estudiar.
Respecto a la consciencia, Bertrand Russell consideraba que aludimos con ella al hecho de que reaccionamos de cierta manera a nuestro ambiente, por una parte, y a que encontramos en nuestro interior alguna cualidad en nuestros pensamientos y sentimientos que nos diferencian de los objetos inanimados; es una definición tan sencilla, como compleja es la realidad que se abre ante esa posibilidad. Desde siempre, me han repelido todos aquellos que pretenden vendernos grandes verdades espirituales (aunque, esto es trasladable a otros terrenos muy "materiales"), jugando con los miedos, debilidades y necesidades de las personas. La ciencia, por supuesto, no posee todas las respuestas, y en cualquier caso poco o nada puede decir sobre fantasías sobre la inmortalidad y la perpetuación de la existencia a través de una instancia incorpórea. Sin embargo, sí podemos insistir en cómo influyen todas esas creencias en nuestra existencia terrenal, la cual podemos potenciar a través de nuestra relación con los fenómenos. Es una manera de entender la transformación, individual y social, y también la liberación de ataduras metafísicas.
Yo sería, al menos, cauto al hablar de esa serie de conceptos, detrás de los cuáles parece estar algún tipo de verdad con mayúsculas. Obviamente, el ser humano posee una serie de condiciones inherentes y de atributos, pero sujetos a muchos cambios y, en mi opinión, muy maleables por las circunstancias. Esta idea de "sustancia" o "esencia" tiene un origen claramente religioso, y forma parte todavía de las diversas creencias, aunque hay que tener en cuenta la evolución o adaptación sufrida (en la sociedad occidental, al menos). Para evitar implicaciones teológicas, se substituyó la palabra "alma" por "mente" y, posteriormente, empezó a utilizarse el término "sujeto". En este sentido, yo soy un sujeto que se relaciona con las cosas que percibo (los objetos) mediante relaciones fenoménicas, aunque la concepción religiosa insistirá en que existe una realidad "verdadera" detrás de todas esas meras apariencias (vemos aquí, claramente, la influencia platónica).
Podemos llamarlo como queramos, pero estamos ante una vieja concepción. Existe una especie de creencia, revestida de cierta "legitimidad" científica gracias a la mecánica cuántica, según la cual tendríamos varios niveles de realidad en los cuáles el cuerpo (el físico) vendría a ser el más ínfimo. No hablan ya del antiguo dualismo, ni de alma o mente, se refieren esta vez a algo superior e incorpóreo llamada "consciencia", la cual puede identificarse con la noción de sustancia religiosa. La evidencia nos dice que no existe ninguna realidad "superior", y que en cualquier caso es algo que resulta incognoscible para el ser humano (no, no voy a reproducir por enésima vez la frase del viejo Bakunin, o mejor sí: "Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo Dios" -o cualquier otro nombre rimbombante-). No podemos recuperar "esencia" alguna, ni mucho menos debemos estar subordinados a una (supuesta) instancia superior, ya que nos relacionamos con el mundo a través de fenómenos y son estos los que poseen una realidad que podemos estudiar.
Respecto a la consciencia, Bertrand Russell consideraba que aludimos con ella al hecho de que reaccionamos de cierta manera a nuestro ambiente, por una parte, y a que encontramos en nuestro interior alguna cualidad en nuestros pensamientos y sentimientos que nos diferencian de los objetos inanimados; es una definición tan sencilla, como compleja es la realidad que se abre ante esa posibilidad. Desde siempre, me han repelido todos aquellos que pretenden vendernos grandes verdades espirituales (aunque, esto es trasladable a otros terrenos muy "materiales"), jugando con los miedos, debilidades y necesidades de las personas. La ciencia, por supuesto, no posee todas las respuestas, y en cualquier caso poco o nada puede decir sobre fantasías sobre la inmortalidad y la perpetuación de la existencia a través de una instancia incorpórea. Sin embargo, sí podemos insistir en cómo influyen todas esas creencias en nuestra existencia terrenal, la cual podemos potenciar a través de nuestra relación con los fenómenos. Es una manera de entender la transformación, individual y social, y también la liberación de ataduras metafísicas.
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