Hoy es objeto de nuestras diatribas otra simpática terapia alternativa, la cual adopta, como no podía ser de otra manera, la habitual jerga reduccionista y mística plagada de conceptos desvirtuadores, basada en todo tipo de conflictos entre nuestro cuerpo y nuestro "alma" (sea lo que sea lo que signifique eso).
Si la palabra “espíritu” es muy habitual entre los terapeutas alternativos, no lo es menos hablar de cierto “desajuste” en la persona enferma; esto viene a ser una especie de conflicto interno que existe entre nuestro cuerpo y nuestro alma (¡ay!) y que da lugar a los síntomas de la enfermedad. Por ejemplo, el amigo Edward Bach (efectivamente, el de las flores), añadió a su formación como científico un bonito batiburrillo filosófico, esotérico y, ¡cómo no!, espiritual para dar lugar a lo que hoy conocemos como terapia floral o Flores de Bach. Este hombre creyó descubrir un método para recoger un supuesto poder curativo de diversas plantas en una serie de elixires; no vamos a detallar demasiado el método que llevó a cabo, ya que está plagado de conceptos místicos, que al menos de un par de siglos para acá hay simplemente que apartar de todo análisis serio. Bach insistía en las “esencias vibratorias”; la alta vibración que tienen las flores, arbustos y árboles “tienen el supuesto poder de elevar nuestras vibraciones y abrir nuestros canales para la recepción de nuestro ser superior”. Como debería detectarse de inmediato, es la charlatanería típica del mundo espiritual alternativo. No es necesario, tampoco con esta terapia, demasiado recorrido científico; es discutible su metodología de elaboración y los principios activos de orden vegetal son prácticamente inexistentes (Bach era también homeópata).
Es importante no confundir la terapia floral de Bach con la fitoterapia, o herbolaria, que es la ciencia del uso extractivo de las plantas medicinales; es más, el uso de las plantas como recurso terapéutico, recurso muy antiguo, confirma la presencia en ellas de principios activos, es decir, compuestos químicos con acciones farmacológicas. Llegamos aquí a otro punto importante en nuestra feroz y nada neutral crítica a la terapias alternativas, y es esa esa irritante división que suele realizarse entre lo “natural” ("beneficioso") y lo sintetizado en laboratorio (cuanto menos, "sospechoso"); a veces se emplea para esto último el calificativo de “químico”, algo falaz, ya que es igualmente natural. Si hablamos de que ciertos fármacos comerciales curan por un lado y nos estropean por otro, argumento muy recurrente en lo alternativo, hablamos de nuevo de una mala praxis, no de que todo lo producido en laboratorio sea pernicioso; ese problema, obviamente, no legitima todo lo "natural alternativo", ya que muchas veces no existe principio activo y otras puede ser francamente pernicioso (ya sea por la acción del cuestionable producto o por omisión de lo que auténticamente funcione). La realidad del caso de las flores de Bach, como el de la homeopatía o el de tantas terapias alternativas, es que no tiene base científica ni eficacia más allá del efecto placebo; por mucho ruido que se quiere arrojar, o por mucho que se maree, el método científico es lo que nos dice. Precisamente, otro argumento habitual para defender estas cosas estriba en que también funciona en niños y animales, por lo que se echan por tierra los factores de sugestión aludidos en el efecto placebo; hay que decir también que por qué diablos no se mantendrá a salvo a los tiernos infantes y a los pobres animalitos de toda esta penosa y falaz polémica.
Por supuesto, los partidarios de estas terapias espirituales niegan la capacidad de la ciencia para evaluar su eficacia; la objetividad no puede, al parecer, analizar, lo que hay que particularizar. Muy bien, aceptando que ese trato y tratamiento individualizado debe estar siempre presente entre terapeuta y paciente, llegamos de nuevo al recurrente punto de ser honesto en la exposición de la "terapia"; en primer lugar, no hay que disfrazar de ciencia lo que solo pertenece al terreno de lo místico (la habitual e irritante jerga al respecto no debería tener dificultad en ser detectada: desajuste armónico, vibracional, energético, espiritual…) y hay que dejar claro que se trata de una simple cuestión de fe; en segundo lugar, no tendría tampoco que ser complicado evaluar si hablamos de verdad de una patología clínico-medica o, ¡ay!, de algún tipo de desarreglo emocional que pueda repercutir en el cuerpo. Como, hasta que no se demuestre lo contrario, nosotros los "cerrados" escépticos racionales también somos seres humanos, igualmente tenemos todo tipo de problemas emocionales; cada uno lo llevamos como podemos buscando satisfacción en todo tipo de actividades, e incluso seguramente con alguna buena porción de fe en muchas cosas, pero sin mezclar el conocimiento científico con lo que pertenece a otros ámbitos de la actividad humana (lo cual, es lógico, puede colocarnos en una buena disposición para una vida más saludable). Los defensores de la terapia floral de Bach, y de tantas otras terapias de base mística y/o seudocientífica, si reducen la cuestión a un simple desajuste entre alma (o "ánimo" si queremos ser un poco menos farragosos) y cuerpo, sencillamente están mintiendo; existen muchos otros factores externos al individuo de los que nos habla el conocimiento médico (como los agentes patógenos o el propio medio ambiente), por no hablar de que hay causas internas fundadas en la genética. Insistimos, honestidad y rigor en todos los aspectos, no empleo sistemático de teorías simplistas, sin evidencia de eficacia alguna, ni mera jerga desvirtuadora.
Si la palabra “espíritu” es muy habitual entre los terapeutas alternativos, no lo es menos hablar de cierto “desajuste” en la persona enferma; esto viene a ser una especie de conflicto interno que existe entre nuestro cuerpo y nuestro alma (¡ay!) y que da lugar a los síntomas de la enfermedad. Por ejemplo, el amigo Edward Bach (efectivamente, el de las flores), añadió a su formación como científico un bonito batiburrillo filosófico, esotérico y, ¡cómo no!, espiritual para dar lugar a lo que hoy conocemos como terapia floral o Flores de Bach. Este hombre creyó descubrir un método para recoger un supuesto poder curativo de diversas plantas en una serie de elixires; no vamos a detallar demasiado el método que llevó a cabo, ya que está plagado de conceptos místicos, que al menos de un par de siglos para acá hay simplemente que apartar de todo análisis serio. Bach insistía en las “esencias vibratorias”; la alta vibración que tienen las flores, arbustos y árboles “tienen el supuesto poder de elevar nuestras vibraciones y abrir nuestros canales para la recepción de nuestro ser superior”. Como debería detectarse de inmediato, es la charlatanería típica del mundo espiritual alternativo. No es necesario, tampoco con esta terapia, demasiado recorrido científico; es discutible su metodología de elaboración y los principios activos de orden vegetal son prácticamente inexistentes (Bach era también homeópata).
Es importante no confundir la terapia floral de Bach con la fitoterapia, o herbolaria, que es la ciencia del uso extractivo de las plantas medicinales; es más, el uso de las plantas como recurso terapéutico, recurso muy antiguo, confirma la presencia en ellas de principios activos, es decir, compuestos químicos con acciones farmacológicas. Llegamos aquí a otro punto importante en nuestra feroz y nada neutral crítica a la terapias alternativas, y es esa esa irritante división que suele realizarse entre lo “natural” ("beneficioso") y lo sintetizado en laboratorio (cuanto menos, "sospechoso"); a veces se emplea para esto último el calificativo de “químico”, algo falaz, ya que es igualmente natural. Si hablamos de que ciertos fármacos comerciales curan por un lado y nos estropean por otro, argumento muy recurrente en lo alternativo, hablamos de nuevo de una mala praxis, no de que todo lo producido en laboratorio sea pernicioso; ese problema, obviamente, no legitima todo lo "natural alternativo", ya que muchas veces no existe principio activo y otras puede ser francamente pernicioso (ya sea por la acción del cuestionable producto o por omisión de lo que auténticamente funcione). La realidad del caso de las flores de Bach, como el de la homeopatía o el de tantas terapias alternativas, es que no tiene base científica ni eficacia más allá del efecto placebo; por mucho ruido que se quiere arrojar, o por mucho que se maree, el método científico es lo que nos dice. Precisamente, otro argumento habitual para defender estas cosas estriba en que también funciona en niños y animales, por lo que se echan por tierra los factores de sugestión aludidos en el efecto placebo; hay que decir también que por qué diablos no se mantendrá a salvo a los tiernos infantes y a los pobres animalitos de toda esta penosa y falaz polémica.
Por supuesto, los partidarios de estas terapias espirituales niegan la capacidad de la ciencia para evaluar su eficacia; la objetividad no puede, al parecer, analizar, lo que hay que particularizar. Muy bien, aceptando que ese trato y tratamiento individualizado debe estar siempre presente entre terapeuta y paciente, llegamos de nuevo al recurrente punto de ser honesto en la exposición de la "terapia"; en primer lugar, no hay que disfrazar de ciencia lo que solo pertenece al terreno de lo místico (la habitual e irritante jerga al respecto no debería tener dificultad en ser detectada: desajuste armónico, vibracional, energético, espiritual…) y hay que dejar claro que se trata de una simple cuestión de fe; en segundo lugar, no tendría tampoco que ser complicado evaluar si hablamos de verdad de una patología clínico-medica o, ¡ay!, de algún tipo de desarreglo emocional que pueda repercutir en el cuerpo. Como, hasta que no se demuestre lo contrario, nosotros los "cerrados" escépticos racionales también somos seres humanos, igualmente tenemos todo tipo de problemas emocionales; cada uno lo llevamos como podemos buscando satisfacción en todo tipo de actividades, e incluso seguramente con alguna buena porción de fe en muchas cosas, pero sin mezclar el conocimiento científico con lo que pertenece a otros ámbitos de la actividad humana (lo cual, es lógico, puede colocarnos en una buena disposición para una vida más saludable). Los defensores de la terapia floral de Bach, y de tantas otras terapias de base mística y/o seudocientífica, si reducen la cuestión a un simple desajuste entre alma (o "ánimo" si queremos ser un poco menos farragosos) y cuerpo, sencillamente están mintiendo; existen muchos otros factores externos al individuo de los que nos habla el conocimiento médico (como los agentes patógenos o el propio medio ambiente), por no hablar de que hay causas internas fundadas en la genética. Insistimos, honestidad y rigor en todos los aspectos, no empleo sistemático de teorías simplistas, sin evidencia de eficacia alguna, ni mera jerga desvirtuadora.
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