sábado, 23 de noviembre de 2024

Ateísmo, moral y conciencia

Iniciaremos a continuación el repaso a una serie de conceptos desde el pensamiento ateo, tradicionalmente acaparados por la religión y todavía fuertemente influenciados en la actualidad, aun aceptando la imposibilidad de lograr una cohesión y uniformidad y atendiendo también a algunos obras de reciente publicación. Para iniciar el análisis de la moral, recordaremos en primer lugar la frase de Albert Einstein: "Si la gente es buena solo porque teme el castigo y espera una recompensa, somos efectivamente un grupo lamentable".

Aunque temamos caer en la simplificación, puede que la frase de Einstein sea una de las claves del pensamiento religioso en lo que atañe a la moral, un comportamiento correcto se realiza para obtener ciertos beneficios (en el caso que nos ocupa, sobrenaturales). Desde este punto de vista, el ser humano necesita la religión, o cree necesitarla, para comportarse correctamente, aunque la vigilancia al respecto suele ser muy terrenal para justificar la existencia del Estado. Richard Dawkins, de forma muy irónica, afirma que se suele decir que la gente necesita religión, cuando en realidad lo que necesitan son policías. Por supuesto, en ambos casos se trata de una visión simplista y hay que observar los factores determinantes, todos muy humanos. En lo que estamos de acuerdo es en que una moralidad, en ausencia de vigilancia, es más verdadera que aquella que desaparece al no estar presente el vigilante, sea Dios o el Estado. Aunque siempre hay que echar mano de las estadísticas, no resulta difícil creer que las personas ateas posean una moral más sólida, ya que alguna clase de humanismo habrá reemplazado el más bien frágil credo religios1. Aunque es habitual confundirlas, la moral y la ética no tienen el mismo significado. La primera alude a los hábitos y comportamientos de los seres humanos y es posible definirla como el conjunto de normas de conducta que se consideran válidas para gran parte de una población. La ética puede describirse como la reflexión acerca de por qué es válida una moral. La visión atea, o naturalista, suele insistir en que la moral nació con la vida social, cuando los seres humanos buscaron unas normas uniformes para ajustar sus conductas y convertir la convivencia en más o menos previsible. En gran medida, la moralidad es producto de la sociedad y el individuo acaba interiorizando unos determinados valores, diferentes según el contexto social existente, que estimulan su conciencia acerca de lo que es bueno o malo. Desde este punto de vista, la moralidad posee una naturaleza muy humana y relativa, ya que según las circunstancias se favorece un comportamiento u otro; muy al contrario, las visiones absolutistas propias de la religión ocasionan muchos más conflictos, ya que las acciones más abyectas suelen justificarse en aras de un ideal trascendente.

Es posible que toda nuestra civilización esté impregnada de ese concepto de castigo y recompensa, basado en una concepción inmutable de la naturaleza humana, por lo que examinaremos el ateísmo desde la perspectiva de un horizonte moral todo lo sólido y amplio posible, trataremos de apartar definitivamente la práctica moral de toda afiliación, práctica o creencia religiosa e introduciremos el hecho de que existen factores biológicos y sociales que explican nuestro sentido de lo que es bueno o malo. Un gigante intelectual como Bertrand Russell consideró las dificultades de la consideración religiosa de que la conciencia humana estuviera originada en la divinidad. En primer lugar, parece que la conciencia dicta cosas muy diferentes a cada individuo; en segundo, la psicología ha ido dando respuestas a los distintos sentimientos de cada persona. Son las leyes causales, base del método científico, las que pueden ayudarnos a comprender por qué existe tanta diversidad en lo que motiva a la conciencia. Es precisamente la introspección la que a veces conduce a olvidar el origen de los sentimientos y a convertirlos en misteriosos. Si se quiere liberar a la ética de unas reglas externas, habría que poner en duda la visión religiosa de la conciencia. En una línea similar, Carl Sagan consideró que el argumento de la conciencia como demostración de la existencia de Dios no posee demasiado recorrido; hace ya tiempo que los neurobiólogos mostraron una alternativa al explicar que la conciencia es una función que depende del número y la complejidad de las conexiones neuronales del cerebro. Respecto al argumento moral de los religiosos, según el cual si el ser humano es moral es porque Dios existe, Sagan está en la misma línea de Dawkins cuando señala que la selección natural puede explicar muchas cosas sobre nuestro comportamiento; la adquisición de conciencia sobre nuestro entorno hace posible que comprendamos muchas cosas y ver lo que es bueno para nuestra supervivencia.

Aunque la ciencia no tenga mucho que decir sobre la ética, sí es capaz de examinar las causas de los deseos y los medios para realizarlos. Al no existir argumentos para probar que determinada cosa tiene un valor intrínseco, habría que aceptar que las diferencias son cuestión de gusto y no existe una verdad objetiva. Este subjetivismo tiene diversas consecuencias, la más evidente es que conceptos religiosos como "pecado" o "virtud" se anulan al solo poder ser algo como bueno o malo según unas circunstancias concretas. Desde un punto de vista biológico, pueden comprenderse los valores también como producto de la evolución, entendidos como lo que resulta agradable o desagradable en función del ambiente. No es posible deducir, desde estas concepciones éticas desprendidas de todo origen sobrenatural, otro concepto clave para el pensamiento religioso: la idea de un propósito, cósmico o divino, en la existencia humana. La objeción de los partidarios de valores objetivos, apoyada en las supuestas consecuencias inmorales derivadas de este aparente relativismo, puede ser refutada apelando al deseo y rechazando la creencia. Efectivamente, los deseos pueden ser personales o impersonales, pero difícilmente podrán ser estimulados por una creencia abstracta en lo que es correcto y sí, por ejemplo, por la educación y el conocimiento. La felicidad general no necesita una sanción por parte de un concepto absoluto del bien, y tampoco se convierte en algo irracional al basarse en deseos individuales. También habría que dudar de la racionalidad o irracionalidad de los deseos, ya que solo se ponen a prueba con la valoración de los demás conduciendo, o no, a la felicidad o la satisfacción. Los deseos son, tantas veces, grandes y generosos en ciertas personas, apoyados además en las grandes teorías morales, por lo que adquieren una nueva dimensión al tener la ambición de elevarlos a categoría universal.

El filósofo John Leslie Mackie considera que el mundo natural explica, gracias a la evolución, la conciencia, la moralidad y el valor como actividades humanas. Este autor clarifica cuáles son las consecuencias morales del ateísmo, ya que tantas personas, creyentes o no, consideran que la religión sigue siendo necesaria para no desembocar en un desastroso nihilismo. Así, Mackie considera cuatro puntos de vista principales sobre la naturaleza y el estatus de la moralidad: el primero observa las reglas y los principios morales desvinculados de cualquier utilidad que pudieran tener, estarían originados en algún tipo de divinidad y sustentados por la promesa de recompensa o la amenaza de castigo en esta vida o en la otra; el segundo, llamado kantiano, racionalista o intuicionista, ve los principios morales como una normativa objetivamente válida, formulada o descubierta por el intelecto humano y dotada de autoridad autónoma al margen de cualquier dios; un tercer punto de vista sostiene igualmente la existencia de principios objetivos válidos, pero considera que son creados y sustentados, del modo que fuere, por la existencia de Dios; finalmente, una cuarta opinión, denominada humeana, sentimentalista, subjetivista o naturalista, piensa que la moralidad es fundamentalmente un producto humano y social y, así, los conceptos, principios y prácticas morales se han desarrollado a lo largo de un proceso de evolución biológica y social. Es esta última perspectiva naturalista la que explicaría la existencia y persistencia de los principios y prácticas morales, debido a que permiten de alguna manera a los seres humanos sobrivivir y alimentarse mejor al limitar la competencia y favorecer la cooperación. Sin caer en respuestas definitivas, Mackie muestra la moralidad con su propio origen causal, parcialmente instintiva, desarrollada a través de la evolución biológica y transmitida de una generación a otra en forma de valores culturales. El enfoque naturalista adquiere una fuerza evidente cuando se observa que no hay un consenso definitivo en la humanidad sobre lo que es vicio o virtud. La perspectiva religiosa se viene abajo notablemente por dos motivos principales: la moralidad sufrirá una debilitación evidente cuando no existe la creencia, y también debido a que se subordinará siempre a otras preocupaciones más trascendentes cuando exista la creencia (como es el caso de la salvación personal).

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