Dentro de su impagable colección ¡Vaya timo!, la editorial Laetoli nos ofrece este título, que sostiene que la figura de Jesucristo es falsa, aunque no por ello hay que considerar que no existió.
Resulta falsa porque se ha construido, si bien con una base histórica real, en base a notables mistificaciones. Así, si bien se considera que Jesús fue real y vivió en Palestina hace 2.000 años, sus seguidores crearon un artificio teológico legendario mezclándolo con hechos reales. Gabriel Andrade se encarga primero de refutar las afirmaciones según las cuales Jesús no existió, para derribar luego las realizadas por los propios evangelistas, que son aceptadas de manera acrítica por los creyentes; finalmente, desmonta también otras aseveraciones posteriores a los evangelios con cierto peso en los medios de comunicación.
Hay quien ha criticado la frase utilizado a modo de coletilla en la colección, ¡vaya timo!, y considera que resulta una mera provocación que empieza por ofender y termina haciendo que personas que podrían encontrar interesantes algunos libros los rechacen sin más. Bien, y aceptando que algo de razón puede haber en ello, tal vez es un otro argumento para criticar las creencias; se trata de profundizar en las cosas, no de ofenderse a las primeras de cambio. Además, en este blog hemos defendido el sentido del humor como medio de erosionar el papanatismo para el que la credulidad resulta un estupendo caldo de cultivo. Alguien dirá que no es lo mismo credulidad que creencia, pero precisamente la segunda tiene que ponerse a prueba con todo tipo de rigurosas críticas. Más allá de la frase del título, es lo que nos ofrece este libro.
Gabriel Andrade tiene una amplia formación en sociología, filosofía y religión, y ya con Laeotoli ha publicado libros en los que lanza sus afiladas críticas contra conceptos como la posmodernidad, la teología o la existencia de razas humanas. En el caso que nos ocupa, Andrade considera que en los evangelios sí hay considerable material histórico, suficiente para realizar una figura histórica de Jesús, si bien algo esquemática, pero unida a no poco material legendario que debe rechazarse. Debemos considerar a los que aceptan todo el contenido de los evangelios como real, incluidas sus manifiestas contradicciones, simplemente como abiertos fundamentalistas; otros, aceptan la mayoría de los hechos que se narran como verdaderos, junto a ciertos adornos literarios, y luego están los que los rechazan de forma completa por legendarios y consideran la figura de Jesús como una suerte de mera creación literaria. Cualquiera de estas posturas es rechazable.
¿Qué ocurriría con la fe del cristiano si se le demuestra que la figura objeto de su admiración es falsa? Ya algunos teólogos han utilizado ciertos subterfugios para responder a esta preguna, de tal manera que la verdad histórica acaba siendo irrelevante. Hay que decir tajantemente que los evangelistas no tuvieron intención de realizar simples fábulas moralizantes, sino que su finalidad era que la gente creyera lo narrado como hechos históricos. Si los creyentes descubren todo lo que hay de legendario en los evangelios, eso debería, al menos, tambalear su fe.
Resulta falsa porque se ha construido, si bien con una base histórica real, en base a notables mistificaciones. Así, si bien se considera que Jesús fue real y vivió en Palestina hace 2.000 años, sus seguidores crearon un artificio teológico legendario mezclándolo con hechos reales. Gabriel Andrade se encarga primero de refutar las afirmaciones según las cuales Jesús no existió, para derribar luego las realizadas por los propios evangelistas, que son aceptadas de manera acrítica por los creyentes; finalmente, desmonta también otras aseveraciones posteriores a los evangelios con cierto peso en los medios de comunicación.
Hay quien ha criticado la frase utilizado a modo de coletilla en la colección, ¡vaya timo!, y considera que resulta una mera provocación que empieza por ofender y termina haciendo que personas que podrían encontrar interesantes algunos libros los rechacen sin más. Bien, y aceptando que algo de razón puede haber en ello, tal vez es un otro argumento para criticar las creencias; se trata de profundizar en las cosas, no de ofenderse a las primeras de cambio. Además, en este blog hemos defendido el sentido del humor como medio de erosionar el papanatismo para el que la credulidad resulta un estupendo caldo de cultivo. Alguien dirá que no es lo mismo credulidad que creencia, pero precisamente la segunda tiene que ponerse a prueba con todo tipo de rigurosas críticas. Más allá de la frase del título, es lo que nos ofrece este libro.
Gabriel Andrade tiene una amplia formación en sociología, filosofía y religión, y ya con Laeotoli ha publicado libros en los que lanza sus afiladas críticas contra conceptos como la posmodernidad, la teología o la existencia de razas humanas. En el caso que nos ocupa, Andrade considera que en los evangelios sí hay considerable material histórico, suficiente para realizar una figura histórica de Jesús, si bien algo esquemática, pero unida a no poco material legendario que debe rechazarse. Debemos considerar a los que aceptan todo el contenido de los evangelios como real, incluidas sus manifiestas contradicciones, simplemente como abiertos fundamentalistas; otros, aceptan la mayoría de los hechos que se narran como verdaderos, junto a ciertos adornos literarios, y luego están los que los rechazan de forma completa por legendarios y consideran la figura de Jesús como una suerte de mera creación literaria. Cualquiera de estas posturas es rechazable.
¿Qué ocurriría con la fe del cristiano si se le demuestra que la figura objeto de su admiración es falsa? Ya algunos teólogos han utilizado ciertos subterfugios para responder a esta preguna, de tal manera que la verdad histórica acaba siendo irrelevante. Hay que decir tajantemente que los evangelistas no tuvieron intención de realizar simples fábulas moralizantes, sino que su finalidad era que la gente creyera lo narrado como hechos históricos. Si los creyentes descubren todo lo que hay de legendario en los evangelios, eso debería, al menos, tambalear su fe.
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