El debate sobre la existencia, o no, de Jesucristo ha llegado a tal punto, que uno no sabe ya qué pensar. La dos posturas extremas más simples son: unos, simplemente se muestran acríticos con la cuestión, mientras que otros resuelven de un plumazo el asunto comparando la figura de Jesús con cualquier otro personaje de ficción. El asunto está tan contaminado que uno no sabe ya qué pensar en cuanto a hechos históricos fiables, pero lo bueno del asunto es que, al menos, uno puede expresar su escepticismo sin temor a que te quemen en la hoguera (ni siquiera, metafóricamente).
Puede haber dos niveles para aceptar la existencia de Jesús: uno, además considera que se trata de un personaje divino (y no empleamos aquí un apelativo coloquial, sino que alude a que se trata nada menos que del hijo de Dios, de Dios mismo y, a la vez, miembro de una Santísima Trinidad; un guirigay considerable que ha marcado a generaciones de chavales); a otro nivel, menos ortodoxo, se admite simplemente que hubo una figura histórica llamada Jesús, y esto lo creen incluso personas ajenas al cristianismo. Incluso, la evidencia que resulta de considerar el Jesucristo de los Evangelios un mito, la acepta gran cantidad de ateos y escépticos, pero aceptando que sus enseñanzas y su moral son un gran ejemplo. Personalmente, no solo considero que se trata de una muy obvia figura mítica, con un respaldo histórico muy débil que poco tiene que ver con lo que se cree habitualmente, sino que su legado moral resulta reprobable en demasiados aspectos.
A pesar de que el debate es, al menos, hoy posible, como en tantas otras creencias, resulta muy difícil horadar un poquito tanta creencia ciega (claro, se me dirá, es que la religión es en gran medida eso). Considero muy legítimo cuestionar, en este caso, si un personaje es parte de la leyenda o de la historia. El problema de la historicidad de Jesús radica en la misma esencia del cristianismo: la aceptación de que los evangelios, como parte de la Biblia (la verdad revelada), resultan históricamente exactos y fiables. Hay que decir algo tan evidente como que los libros de la Biblia contienen multitud de relatos míticos en un determinado contexto histórico, con múltiples interpretaciones y contradicciones, por no hablar de los hechos tan reprobables que a veces se narran. La Biblia no es un libro histórico, es una obra para la predicación, tan sencillo como esto. Decir esto es el primer paso para cuestionar también la historicidad de Jesús, los detalles sobre su vida convertidos en dogmas religiosos y, más importante, valorar si su legado es o no válido ya en el siglo XXI.
No quiero abundar en datos y citas de autores que han estudiado el tema, prefiero emplear simplemente lo que considero una vía sencilla y razonable. Al margen de los evangelios, las fuentes históricas sobre la historicidad de Jesús son muy débiles; se suele mencionar a Flavio Josefo, Tácito y Suetonio, junto a otros historiadores, pero todos son indirectos y derivados. Si, como ya hemos dicho, la Biblia es un libro para ganar adeptos, dogmático en suma, las pocas evidencias sobre algún hecho histórico se subordinan y adaptarán al dogma. Lo que es también obvio es que existe un abismo entre el Cristo de la fe y el supuesto Jesús histórico, por lo que hay que considerar al primero simple y llanamente como una figura mítica, que además se construye, en gran medida, en base a otras creencias anteriores en Oriente Medio; esto último, que es primordial para el debate, considero que es ocultado de manera poco honesta por los apologistas del cristianismo.
La propia construcción del cristianismo se realiza en base a esta hibridación y una ambigüedad ideológica de lo más irritante. La mención constante a explotados y oprimidos en el cristianismo, incluso dando una esperanza para su posible salvación, si nos atenemos a una mínima y fiable información histórica ha resultado en la práctica todo lo contrario. Sí, claro que la religión puede verse como "el opio del pueblo" (un consuelo ante los infortunios de la vida), pero son las instituciones religiosas las que contribuyen a mantener esas mismas estructuras de opresión y explotación, mientras continúan de forma paradójica empleando una retórica engañosa de posible liberación. Muy posiblemente existe mecanismos que empujan a los seres humanos a la fabulación (religiosa y de otros tipos), pero no podemos seguir tolerando que existan instituciones que jueguen con ello para mantener sus privilegios y poder seguir controlando conductas y conciencias. Además de la mencionada frase de Marx, tanta veces malinterpretada por otra parte, hay que recordar otra de Lacan: "la religión es el alivio a costa del juicio". Tal vez, uno de los primeros pasos para recuperar ese juicio es cuestionar el mito de la figura religiosa y pensar por uno mismo.
Puede haber dos niveles para aceptar la existencia de Jesús: uno, además considera que se trata de un personaje divino (y no empleamos aquí un apelativo coloquial, sino que alude a que se trata nada menos que del hijo de Dios, de Dios mismo y, a la vez, miembro de una Santísima Trinidad; un guirigay considerable que ha marcado a generaciones de chavales); a otro nivel, menos ortodoxo, se admite simplemente que hubo una figura histórica llamada Jesús, y esto lo creen incluso personas ajenas al cristianismo. Incluso, la evidencia que resulta de considerar el Jesucristo de los Evangelios un mito, la acepta gran cantidad de ateos y escépticos, pero aceptando que sus enseñanzas y su moral son un gran ejemplo. Personalmente, no solo considero que se trata de una muy obvia figura mítica, con un respaldo histórico muy débil que poco tiene que ver con lo que se cree habitualmente, sino que su legado moral resulta reprobable en demasiados aspectos.
A pesar de que el debate es, al menos, hoy posible, como en tantas otras creencias, resulta muy difícil horadar un poquito tanta creencia ciega (claro, se me dirá, es que la religión es en gran medida eso). Considero muy legítimo cuestionar, en este caso, si un personaje es parte de la leyenda o de la historia. El problema de la historicidad de Jesús radica en la misma esencia del cristianismo: la aceptación de que los evangelios, como parte de la Biblia (la verdad revelada), resultan históricamente exactos y fiables. Hay que decir algo tan evidente como que los libros de la Biblia contienen multitud de relatos míticos en un determinado contexto histórico, con múltiples interpretaciones y contradicciones, por no hablar de los hechos tan reprobables que a veces se narran. La Biblia no es un libro histórico, es una obra para la predicación, tan sencillo como esto. Decir esto es el primer paso para cuestionar también la historicidad de Jesús, los detalles sobre su vida convertidos en dogmas religiosos y, más importante, valorar si su legado es o no válido ya en el siglo XXI.
No quiero abundar en datos y citas de autores que han estudiado el tema, prefiero emplear simplemente lo que considero una vía sencilla y razonable. Al margen de los evangelios, las fuentes históricas sobre la historicidad de Jesús son muy débiles; se suele mencionar a Flavio Josefo, Tácito y Suetonio, junto a otros historiadores, pero todos son indirectos y derivados. Si, como ya hemos dicho, la Biblia es un libro para ganar adeptos, dogmático en suma, las pocas evidencias sobre algún hecho histórico se subordinan y adaptarán al dogma. Lo que es también obvio es que existe un abismo entre el Cristo de la fe y el supuesto Jesús histórico, por lo que hay que considerar al primero simple y llanamente como una figura mítica, que además se construye, en gran medida, en base a otras creencias anteriores en Oriente Medio; esto último, que es primordial para el debate, considero que es ocultado de manera poco honesta por los apologistas del cristianismo.
La propia construcción del cristianismo se realiza en base a esta hibridación y una ambigüedad ideológica de lo más irritante. La mención constante a explotados y oprimidos en el cristianismo, incluso dando una esperanza para su posible salvación, si nos atenemos a una mínima y fiable información histórica ha resultado en la práctica todo lo contrario. Sí, claro que la religión puede verse como "el opio del pueblo" (un consuelo ante los infortunios de la vida), pero son las instituciones religiosas las que contribuyen a mantener esas mismas estructuras de opresión y explotación, mientras continúan de forma paradójica empleando una retórica engañosa de posible liberación. Muy posiblemente existe mecanismos que empujan a los seres humanos a la fabulación (religiosa y de otros tipos), pero no podemos seguir tolerando que existan instituciones que jueguen con ello para mantener sus privilegios y poder seguir controlando conductas y conciencias. Además de la mencionada frase de Marx, tanta veces malinterpretada por otra parte, hay que recordar otra de Lacan: "la religión es el alivio a costa del juicio". Tal vez, uno de los primeros pasos para recuperar ese juicio es cuestionar el mito de la figura religiosa y pensar por uno mismo.
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