Esta mañana, al levantarme temprano, no me encontraba muy "católico", por lo que decido bajar a la farmacia a ver qué me venden. Antes de poder salir a la calle, una vecina me saluda cordialmente y se congratula de la proximidad de las fiestas que conmemoran el nacimiento del "hijo de Dios". Sin que me dé tiempo a poner una excusa, aparece el hombre hindú del Primero-A y comenta que ellos acaban de celebrar su propia festividad en honor de la deidad de turno, cuyo nombre no recuerdo, lo cual explica el ameno mantra que escuché el otro día. Como la cosa se anima, se unen otro vecino marroquí musulmán, una mujer rumana de credo ortodoxo y otro señor del vecindario, que no conozco, asegurando que él no tiene religión alguna, pero "en algo hay que creer". Como uno tiene en ese momento las defensas nihilistas algo bajas, solo soy capaz de emitir un sonido indescifrable y salir huyendo.
Para mi desgracia, encuentro en la calle un puesto de Testigos de Jehova, donde me quieren regalar un folleto bíblico repitiendo que no estamos solos en el Universo. Acierto a decir que muchas gracias, pero que yo deseo estar en compañía de soledad. No había caminado ni veinte metros, cuando me asaltan dos chicos rubios muy bien vestidos, que dicen ser mormones, pero que también puedo referirme a ellos como pertenecientes a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; les digo, ya visiblemente irritado, pero sin perder la educación, que no me interesa en absoluto, pensando en si algún fenómeno sobrenatural me ha llevado a la Norteamérica profunda.
Todavía me quedan un par de manzanas para llegar a mi destino, cuando paso por delante de un edificio algo barroco y hortera llamado Iglesia de Scientology. Me pregunto hasta cuándo voy a tener que soportar esto, señor, señor. Dentro del portal, llego a vislumbrar a un clon de Tom Cruise, que me sonríe y me señala un cartel colorista y estridente donde parecen mezclar alegremente la religión, la liberación personal y los extraterrestres. Convencido de que estoy protagonizando un episodio de Expediente-X, sigo mis pasos sumido en la perplejidad.
Cuando, al fin, llego a mi destino, y como era previsible, la farmacia está plagada de seres humanos. Mientras espero, una chica joven me habla de las bondades de la ciertas pastillas de la medicina alternativa, cuyo principio activo está reducido a dosis infinitesimales basadas, al parecer, en que el líquido tiene cierto recordatorio de lo que ha estado en su seno. Le digo que tal vez, pero que yo tengo muy mala memoria para esas cosas. Otro tipo, como no podía ser de otra manera, se une a la conversación y afirma haber sido curado, de no sé muy bien qué cosas, gracias a la introducción de una finas agujas en su cuerpo. Una tercera persona, que no acierto a ver, espeta que lo que a ella le funciona es la transmisión de energía gracias a la imposición de manos de un sabio y amable terapeuta. Cuando llego a decir que no me gusta que me toquetee un extraño, y mucho menos que me introduzcan cosas en mis orificios, se dibuja una sonrisa en su rostro y me dice que no me preocupe, que también puede mandarme la energía a distancia si pongo de mi parte.
En la cola de la farmacia, todavía se encuentra un buen grupo de personas delante de un servidor, visiblemente hastiado, lo que aprovecha una de ellas para mirarme los ojos a escasa distancia. Mi expresión debe ser tal, que la mujer me "tranquiliza" sobremanera diciéndome que está examinando mi iris y, gracias a ello, sabe que mi salud física, emocional y mental no es buena. Mi buena educación me impide mandarla a según qué parte, cuando un nuevo elemento asegura verme algo desequilibrado a nivel nervioso y "espiritual"; por supuesto, necesito los servicios de un terapeuta que lo va a solucionar manipulando, creo, mi columna vértebral y otras partes de mi pobre cuerpo. Como estoy convencido de que aquello es una estrafalaria broma de "cámara oculta", la expresión de mi rostro empieza a ser preocupante, lo que provoca comentarios del tipo: "efectivamente, tú no estás bien". Decenas de personas dan su opinión y las soluciones pasan por reirme estruendosamente para evitar mi negatividad, tomar baños de caldos terapéuticos (preferiblemente, lambrusco), alterar mi conciencia para escarbar en mis vidas pasadas, realizar meditación en irrisorias posturas, revolcarme en barro o confiar en la sanación gracias a colores, cristales, pirámides, imanes y, en general, a toda suerte de materiales de diversa naturaleza; incluso, alguien utiliza cierta jerga de apariencia científica mencionando campos electromagnéticos y algo creo que relacionado con la mecánica cuántica.
Salgo de la farmacia sin haber cumplido mi objetivo de hacerme con un simple analgésico para paliar mi resfriado. Es solo mediodía y me pregunto qué límites tendrá ese día mi paciencia. Cuando quiero atravesar una de las calles principales de mi barrio, observo grandes carteles con afables rostros de hombres y mujeres, y con llamativas frases rimbombantes de dudosa legitimidad empírica. Recuerdo, desmemoriado de mí, que en breve se van a celebrar elecciones generales en el país. A los tradicionales partidos, acorralados por la mala gestión y la corrupción, parecen haberse unido unas fuerzas de nuevo cuño dirigidas por rostros jóvenes llenos de energía y dispuestos a cambiar las cosas para siempre desde arriba. En algunas calles y glorietas, hay también puestos de todos los partidos, viejos y nuevos, dispuestos a vender sus reiteradas promesas de felicidad a numerosos incautos. Ahíto y cabizbajo, me pregunto cómo la gente puede creer estas cosas.
Para mi desgracia, encuentro en la calle un puesto de Testigos de Jehova, donde me quieren regalar un folleto bíblico repitiendo que no estamos solos en el Universo. Acierto a decir que muchas gracias, pero que yo deseo estar en compañía de soledad. No había caminado ni veinte metros, cuando me asaltan dos chicos rubios muy bien vestidos, que dicen ser mormones, pero que también puedo referirme a ellos como pertenecientes a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; les digo, ya visiblemente irritado, pero sin perder la educación, que no me interesa en absoluto, pensando en si algún fenómeno sobrenatural me ha llevado a la Norteamérica profunda.
Todavía me quedan un par de manzanas para llegar a mi destino, cuando paso por delante de un edificio algo barroco y hortera llamado Iglesia de Scientology. Me pregunto hasta cuándo voy a tener que soportar esto, señor, señor. Dentro del portal, llego a vislumbrar a un clon de Tom Cruise, que me sonríe y me señala un cartel colorista y estridente donde parecen mezclar alegremente la religión, la liberación personal y los extraterrestres. Convencido de que estoy protagonizando un episodio de Expediente-X, sigo mis pasos sumido en la perplejidad.
Cuando, al fin, llego a mi destino, y como era previsible, la farmacia está plagada de seres humanos. Mientras espero, una chica joven me habla de las bondades de la ciertas pastillas de la medicina alternativa, cuyo principio activo está reducido a dosis infinitesimales basadas, al parecer, en que el líquido tiene cierto recordatorio de lo que ha estado en su seno. Le digo que tal vez, pero que yo tengo muy mala memoria para esas cosas. Otro tipo, como no podía ser de otra manera, se une a la conversación y afirma haber sido curado, de no sé muy bien qué cosas, gracias a la introducción de una finas agujas en su cuerpo. Una tercera persona, que no acierto a ver, espeta que lo que a ella le funciona es la transmisión de energía gracias a la imposición de manos de un sabio y amable terapeuta. Cuando llego a decir que no me gusta que me toquetee un extraño, y mucho menos que me introduzcan cosas en mis orificios, se dibuja una sonrisa en su rostro y me dice que no me preocupe, que también puede mandarme la energía a distancia si pongo de mi parte.
En la cola de la farmacia, todavía se encuentra un buen grupo de personas delante de un servidor, visiblemente hastiado, lo que aprovecha una de ellas para mirarme los ojos a escasa distancia. Mi expresión debe ser tal, que la mujer me "tranquiliza" sobremanera diciéndome que está examinando mi iris y, gracias a ello, sabe que mi salud física, emocional y mental no es buena. Mi buena educación me impide mandarla a según qué parte, cuando un nuevo elemento asegura verme algo desequilibrado a nivel nervioso y "espiritual"; por supuesto, necesito los servicios de un terapeuta que lo va a solucionar manipulando, creo, mi columna vértebral y otras partes de mi pobre cuerpo. Como estoy convencido de que aquello es una estrafalaria broma de "cámara oculta", la expresión de mi rostro empieza a ser preocupante, lo que provoca comentarios del tipo: "efectivamente, tú no estás bien". Decenas de personas dan su opinión y las soluciones pasan por reirme estruendosamente para evitar mi negatividad, tomar baños de caldos terapéuticos (preferiblemente, lambrusco), alterar mi conciencia para escarbar en mis vidas pasadas, realizar meditación en irrisorias posturas, revolcarme en barro o confiar en la sanación gracias a colores, cristales, pirámides, imanes y, en general, a toda suerte de materiales de diversa naturaleza; incluso, alguien utiliza cierta jerga de apariencia científica mencionando campos electromagnéticos y algo creo que relacionado con la mecánica cuántica.
Salgo de la farmacia sin haber cumplido mi objetivo de hacerme con un simple analgésico para paliar mi resfriado. Es solo mediodía y me pregunto qué límites tendrá ese día mi paciencia. Cuando quiero atravesar una de las calles principales de mi barrio, observo grandes carteles con afables rostros de hombres y mujeres, y con llamativas frases rimbombantes de dudosa legitimidad empírica. Recuerdo, desmemoriado de mí, que en breve se van a celebrar elecciones generales en el país. A los tradicionales partidos, acorralados por la mala gestión y la corrupción, parecen haberse unido unas fuerzas de nuevo cuño dirigidas por rostros jóvenes llenos de energía y dispuestos a cambiar las cosas para siempre desde arriba. En algunas calles y glorietas, hay también puestos de todos los partidos, viejos y nuevos, dispuestos a vender sus reiteradas promesas de felicidad a numerosos incautos. Ahíto y cabizbajo, me pregunto cómo la gente puede creer estas cosas.
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