Ya hemos hablado en otras entradas de este blog del viejo
concepto de "animal social" de Aristóteles, que puede adaptarse a la actualidad hablando en
la sociedad contemporánea de una permanente tensión en la persona entre
su "individualización" y los valores asociados al conformismo; esta
noción de conformismo vamos a definirla como una cambio en las creencias
o conductas de una persona debido a la presión, real o imaginada, de
otro individuo o grupos de individuos .
Son muchos los factores que ayudan a reducir o aumentar el conformismo: si el individuo encuentra a otras personas con opiniones similares, en disenso también con la mayoría, la subordinación y conformismo se reducen; la unanimidad, al margen del tamaño del grupo, contribuye al conformismo; el carácter del individuo, según tenga alta o baja la autoestima, condiciona para una posición más o menos conformista; en la misma línea, la visión que tenga la persona de sus propias habilidades le llevará a reducir o incrementar su subordinación al grupo; el prestigio de algunas personas también empujará al conformismo; o el hecho de que los miembros que son inducidos a ser aceptados de manera moderada tienden más a adaptarse a las normas y pautas de conducta creadas por el grupo, que aquellos que se ven empujados a la aceptación de manera tajante.
Como resumen, es importante partir de esta influencia que ejercen los otros, de manera intencional o no, y el efecto notable que supone para la conducta de la persona; si hablamos de la posibilidad de una mayor consciencia y libertad para las personas, resulta tremendamente importante comprender cómo funciona ese proceso, así como las consecuencias no deseadas que puede tener. Podemos hablar de tres clases de respuesta ante la influencia social: sumisión, en la que la conducta se ve condicionada por el deseo de obtener una recompensa o una sanción, por lo que su duración va unida a cualquiera de esas dos motivaciones; identificación, donde la motivación tiene su origen en el deseo de parecerse a una determinada persona influyente y en la que, a diferencia de la anterior, el individuo es sincero hasta cierto punto en los valores que adopta, y por último, la interiorización, de raíces más profundas que la mera identificación, ya que la motivación estriba en el deseo de estar en lo cierto, la persona influyente goza de un digno crédito y de buen juicio, por lo que se aceptan sus creencias hasta el punto de que la persona influida las incluye en su sistema de valores, termina independizándose de la fuente de origen y será sumamente resistente al cambio. Como ya puede deducirse, la fuerza más poderosa para la influencia social es la interiorización, ya que el deseo de estar en lo cierto no demanda de vigilancia externa alguna, de recompensa o de castigo tal y como se produce en la sumisión, ni tampoco tiene condicionantes afectivos como en la identificación.
La sociedad contemporánea es eminentemente mediática, por lo que se buscan, de una manera u otra, con mayor o menor sutileza y de forma constante, técnicas de persuasión de masas. La televisión ejerce una influencia notable, medio en el que prima el entretenimiento incluso en lo informativos; por ello, las noticias tendrán siempre un componente activo y violento en aras de un mayor espectáculo. El origen de la creencia de que las personas son, por lo general, violentas está con seguridad en esta influencia mediática, cuando es posible que la mayor parte de la gente se comporte de manera pacífica y ordenada en la mayor parte de los casos; sin que exista muchas veces intencionalidad en ello, los medios contribuyen a difundir esta imagen de violencia y crueldad en la sociedad. No obstante, existen técnicas más conscientes y directas de persuasión social, no puede tampoco obviarse que la sociedad jerarquizada, estatal y capitalista, está sometida a las mentiras de un discurso dominante ocultando aspectos fundamentales de la realidad de los pueblos; para mantener las estructuras de explotación y el conformismo social existe también por parte de los medios de comunicación una notable producción de conocimiento, y en nombre muchas veces de un cuestionable sentido común.
La psicología social nos dice que los grupos tienden a preferir a personas conformistas, por lo que hay que tener la capacidad de discernir de forma correcta entre nuestras razones para el inconformismo, o defensa de nuestra individualidad, o para lo que podemos llamar un conformismo racional y positivo, es decir, aportación a un proyecto colectivo. Si el conformismo más penoso tiene que ver con el premio o el castigo que puedan conseguirse, un buen ejemplo de plegarse a la conducta del grupo de modo racional puede ser la aceptación de personas con mayor conocimiento en las que hay que apoyarse; es una diferenciación en la que insistieron los mayores opositores a la dominación, los anarquista, aquella entre una autoridad coercitiva y una mera autoridad técnica. Las investigaciones en psicología social demuestran que las personas con mayor habilidad y experiencia generan una mayor fe en los demás a la hora de seguir su ejemplo. Obviamente, hay que trabajar siempre por que la realidad sea nítida, por una plena consciencia de lo que está ocurriendo y por una explicación sobre los hechos, en aras de que no se produzca ninguna dominación y manipulación, por sutiles que aparezcan, ni se genere una clase dirigente mediadora.
Son muchos los factores que ayudan a reducir o aumentar el conformismo: si el individuo encuentra a otras personas con opiniones similares, en disenso también con la mayoría, la subordinación y conformismo se reducen; la unanimidad, al margen del tamaño del grupo, contribuye al conformismo; el carácter del individuo, según tenga alta o baja la autoestima, condiciona para una posición más o menos conformista; en la misma línea, la visión que tenga la persona de sus propias habilidades le llevará a reducir o incrementar su subordinación al grupo; el prestigio de algunas personas también empujará al conformismo; o el hecho de que los miembros que son inducidos a ser aceptados de manera moderada tienden más a adaptarse a las normas y pautas de conducta creadas por el grupo, que aquellos que se ven empujados a la aceptación de manera tajante.
Como resumen, es importante partir de esta influencia que ejercen los otros, de manera intencional o no, y el efecto notable que supone para la conducta de la persona; si hablamos de la posibilidad de una mayor consciencia y libertad para las personas, resulta tremendamente importante comprender cómo funciona ese proceso, así como las consecuencias no deseadas que puede tener. Podemos hablar de tres clases de respuesta ante la influencia social: sumisión, en la que la conducta se ve condicionada por el deseo de obtener una recompensa o una sanción, por lo que su duración va unida a cualquiera de esas dos motivaciones; identificación, donde la motivación tiene su origen en el deseo de parecerse a una determinada persona influyente y en la que, a diferencia de la anterior, el individuo es sincero hasta cierto punto en los valores que adopta, y por último, la interiorización, de raíces más profundas que la mera identificación, ya que la motivación estriba en el deseo de estar en lo cierto, la persona influyente goza de un digno crédito y de buen juicio, por lo que se aceptan sus creencias hasta el punto de que la persona influida las incluye en su sistema de valores, termina independizándose de la fuente de origen y será sumamente resistente al cambio. Como ya puede deducirse, la fuerza más poderosa para la influencia social es la interiorización, ya que el deseo de estar en lo cierto no demanda de vigilancia externa alguna, de recompensa o de castigo tal y como se produce en la sumisión, ni tampoco tiene condicionantes afectivos como en la identificación.
La sociedad contemporánea es eminentemente mediática, por lo que se buscan, de una manera u otra, con mayor o menor sutileza y de forma constante, técnicas de persuasión de masas. La televisión ejerce una influencia notable, medio en el que prima el entretenimiento incluso en lo informativos; por ello, las noticias tendrán siempre un componente activo y violento en aras de un mayor espectáculo. El origen de la creencia de que las personas son, por lo general, violentas está con seguridad en esta influencia mediática, cuando es posible que la mayor parte de la gente se comporte de manera pacífica y ordenada en la mayor parte de los casos; sin que exista muchas veces intencionalidad en ello, los medios contribuyen a difundir esta imagen de violencia y crueldad en la sociedad. No obstante, existen técnicas más conscientes y directas de persuasión social, no puede tampoco obviarse que la sociedad jerarquizada, estatal y capitalista, está sometida a las mentiras de un discurso dominante ocultando aspectos fundamentales de la realidad de los pueblos; para mantener las estructuras de explotación y el conformismo social existe también por parte de los medios de comunicación una notable producción de conocimiento, y en nombre muchas veces de un cuestionable sentido común.
La psicología social nos dice que los grupos tienden a preferir a personas conformistas, por lo que hay que tener la capacidad de discernir de forma correcta entre nuestras razones para el inconformismo, o defensa de nuestra individualidad, o para lo que podemos llamar un conformismo racional y positivo, es decir, aportación a un proyecto colectivo. Si el conformismo más penoso tiene que ver con el premio o el castigo que puedan conseguirse, un buen ejemplo de plegarse a la conducta del grupo de modo racional puede ser la aceptación de personas con mayor conocimiento en las que hay que apoyarse; es una diferenciación en la que insistieron los mayores opositores a la dominación, los anarquista, aquella entre una autoridad coercitiva y una mera autoridad técnica. Las investigaciones en psicología social demuestran que las personas con mayor habilidad y experiencia generan una mayor fe en los demás a la hora de seguir su ejemplo. Obviamente, hay que trabajar siempre por que la realidad sea nítida, por una plena consciencia de lo que está ocurriendo y por una explicación sobre los hechos, en aras de que no se produzca ninguna dominación y manipulación, por sutiles que aparezcan, ni se genere una clase dirigente mediadora.
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