Cada vez estoy más convencido de que, al menos en España, de manera muy generalizada, no hay
memoria, ni corta ni larga. Es muy difícil trabajar por la recuperación
de la memoria historia, en un país en el que no parecen recordarse ni
los últimos años. Todo el afán parece ser buscar una élite política (un
gobierno, claro) que gestione adecuadamente, que nos resuelva las cosas,
vamos. Esta situación, al margen de las ideas políticas que tenga uno
(que sí, que todos tenemos eso que llaman "ideología", aunque algunas
personas simplemente reproduzcan la ideología predominante), se produce
en una sociedad en la que la ausencia de conocimiento y de análisis
político es que cada vez mayor. Irremediablemente, ello lleva
automáticamente a vincular la participación política con la mera
votación periódica para la elección de los gestores de turno. Dicho de
un modo algo más profundo, podemos decir que lo que predomina en la
actualidad es un imaginario social reformista o revisionista (se quieren
cambiar las cosas a nivel formal, pero manteniendo el sistema intacto)
frente al imaginario reaccionario (se querrían mantener los rasgos de
una sociedad tradicional y retrógrada; un ejemplo es el catolicismo en
este país, y afortunadamente el laicismo va ganando terreno) y el
imaginario revolucionario (que ya concretaremos más adelante cuál de
ellos es nos parece verdaderamente transformador y progresista).
Recordemos que un imaginario consiste, ni más ni menos, en que las ideas, valores y deseos de las personas acaban traduciéndose en una serie de instituciones sociales y políticas (la capacidad simbólico-instituyente). Desde nuestro punto de vista, y el conocimiento parece acompañarnos al respecto, los seres humanos no poseen unos rasgos innatos que les empujan a una sociedad con unas características fijas. Aunque podemos dudar, a estas alturas, del progreso lineal de la historia de la civilización humana, no creo que nadie pueda hacerlo de que muchas cosas cambian, empezando por una tecnología que es posible que nos determine en muchos aspectos (y normalmente, con los paradigmas actuales, para mal). Por lo tanto, aceptemos con un grado de argumentación razonable que las cosas pueden cambiar, y hacerlo radicalmente si ese imaginario se convierte en revolucionario. Desgraciadamente, gran parte de las personas suelen tener un imaginario conservador y/o reformista (que a veces se confunden o hacen el mismo juego); desde nuestro punto de vista, son necesarios cambios radicales. A estas alturas, con tantos problemas, más que nunca.
Desgraciadamente, el sistema (los diferentes poderes de este país) ha conseguido que el imaginario reformista vincule lo revolucionario con una suerte de extremismo que nos llevará al desastre ("no me gustan los extremos", puede escucharse habitualmente en la calles, sin caer en quién establece esa falsa línea entre lo moderado y lo extremo). En cualquier caso, para concretar, no es lo mismo el extremismo (usualmente, asociado al fanatismo y la irracionalidad) que la radicalidad (profundización en los problemas sociales y políticos, para el caso que nos ocupa), aunque se haya insistido tanto en utilizarlos como sinónimos. Otra simpleza manifiesta es esa que establece una negación y/o equiparación entre la derecha y la izquierda, o directamente se las niega para alabar eso llamado "centro" (curiosamente, estas personas suelen hacerlo orgullosas y, creo que, incluso autoconscientes de su "lucidez"). Por supuesto, si preguntáramos a las personas que realizan ese análisis, qué diablos es izquierda, qué es derecha e incluso qué es eso de centro, tal vez el conocimiento político deje bastante que desear. No voy tan lejos en mi terminología como un amigo mío, que llegó a decir que en este país una mayoría simplemente adolece de "analfabetismo político".
Esta carencia, la del conocimiento político, se une inevitablemente a la falta de una conciencia, más ética que moral (ya que esta parece representar más a las costumbres sociales presentes en un determinado momento), y más progresista (que conservadora). Desgraciadamente, a los paradigmas imperantes en la sociedad (competencia frente a la cooperación; dejación de los asuntos que nos atañen en manos de una élite, frente a la autogestión; verticalidad frente a horizontalidad; una libertad económica falsa, ya que ni partimos ni acabamos en el mismo lugar, frente a la búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas), se une una situación en España auténticamente aberrante. Una corrupción estatal y económica absolutamente intolerable, que inexplicablemente no empuja a ninguna acción a gran parte de la sociedad. Hace poco conocí a un abogado que sostenía que, si el sistema jurídico no estuviera tan corrupto (además de ser muy conservador mayoritariamente), había base para ilegalizarse ciertas agrupaciones políticas, ya que se habían creado simple y llanamente para el latrocinio; hablaba del Partido Popular, gobernante en la última legislatura, pero puede ponerse el ejemplo de cualquier fuerza que se haya mantenido en el poder (el Partido Socialista era, hasta hace unos años, el de la corrupción). Hasta la monarquía se ha visto implicada en un caso de corrupción enorme, y ya suficientemente insultante es que a estas alturas exista una realeza (recordemos, si retrocedemos en el tiempo, que siempre impuesta por la fuerza y con privilegios únicos, por no entrar en detalles de dónde proviene la española).
Este último paréntesis conduce a hilvanar con otra de las carencias extendidas en España. Hablo de la memoria histórica, que analizando las últimas décadas ha surtido su efecto esa abstracción llamada "espíritu de la Transición", basada en general en la mistificación y el miedo, algo que llega hasta nuestros días. Si somos incapaces de comprender que en la maldita Guerra Civil, simple y llanamente, ganaron los que no lo eran ni por asomo (y hablo de la más mínima condición democrática), y que además provocaron el conflicto con un golpe retrógrado (tal vez, si alguna se vez se condena esto abiertamente, las cosas puedan empezar a cambiar); hablo de los reaccionarios y fascistas, triunfaron en el conflicto, como no lo hicieron en ningún otro país en el siglo XX, y mantuvieron una dictadura durante décadas, cuyos efectos todavía sufrimos a demasiados niveles. Hubo una continuación en la Transición, donde se mejoraron algunas cosas en lo político a nivel formal, pero hubo en gran medida una continudad institucional, no parece recordarse que en lo económico se mantuvo prácticamente todo intacto, por no hablar de una moral retrógrada que todavía impregna nuestras sociedad actual. Fueron los vencedores de la guerra civil, es posible que con ayuda externa en un proceso globalizador emergente (sencillamente, una dictadura en una país más o menos avanzado de Occidente era un simple anacronismo), los que decidieron cómo realizar la Transición y los que marcaron cómo debía ser su "espíritu". Sí, estoy seguro que mucha gente participó honestametne de eso proceso e hizo lo que pudo para que llegara una sociedad más decente. Lo que resulta intolerable es que cuatro décadas después haya que seguir escuchando los mismos argumentos.
Dejemos ahora, de momento, la corrupción imperante (seguramente, otra herencia de la dictadura) y, continuando con la memora histórica, tratemos de analizar lo ocurrido en los últimos 40 años donde todos los gobiernos, no importa del pelaje que sean, nos han llevado a un sistema intolerable, con una mera democracia formal y problemas de todo tipo: un sistema económico con, además de crisis periódicas (que no, que la crisis no es un fenómeno extraño que una mano divina borrará tarde o temprano, que tiene su explicación intrínseca en lo económico e histórico), con una explotación cada vez más evidente, con sueldos de hambre equiparables a otras épocas, y a una represión con algunos rasgos abiertamente autoritarios (claro, para aquellos que levantan la voz, el ciudadano domesticado puede estar tranquilo). Un personaje increíblemente alabado en la actualidad, como es Felipe González, supuestamente progresista en su origen, es el ejemplo perfecto de que no tenemos demasiada memoria en este país, mucho menos para comprender la situación que padecemos. Una fuerza política de nuevo cuño, Podemos, se quiere poner como ejemplo, como "extremismo" por unos, y por "cambio" por otros (un ejemplo de lo que queríamos decir anteriormente de ignorancia o distorsión política avalada por el sistema). Ni una cosa, ni otra, si hasta su líder tiene el mismo nombre que el fundador del PSOE, algo que parece una especie de burla histórica. Más temprano que tarde, Podemos será un ejemplo de lo que ahora denominamos "socialdemocracia", otra fuerza política que acaba apuntalando el estado de las cosas.
Para terminar, entremos en un análisis abiertamente libertario. ¿Qué diablos queremos algunos, negativistas y radicales atroces, con tanta crítica y tamaño exceso de negatividad? Pues algo muy positivo y transformador, en realidad. Seguir trabajando para que las personas no tengan una visión simple y maniquea, ni subordinen sus intereses a una clase dirigente (u a otra que aspire a serlo). Para que no exista una división entre sociedad y Estado. Para que la sociedad no sea estatista, sino que busque constantemente nuevas fórmulas para que mejoren las cosas sin imposición alguna. Para que la libertad vaya inevitablemente unida a una igualdad real (no meramente formal). Para que el sistema económico no se base en la competencia y en la explotación, sino en la cooperación, la solidaridad y la justicia social. En suma, para apelar a los deseos y valores de la gente, y generar un apreciable imaginario social revolucionario, auténticamente revolucionario (aunque no lo parezca, existe y se traduce en muchas realidades). Difícil que se extienda, claro, máxime hoy en día con este panorama. Nadie nos dijo nunca que fuera sencillo.
Recordemos que un imaginario consiste, ni más ni menos, en que las ideas, valores y deseos de las personas acaban traduciéndose en una serie de instituciones sociales y políticas (la capacidad simbólico-instituyente). Desde nuestro punto de vista, y el conocimiento parece acompañarnos al respecto, los seres humanos no poseen unos rasgos innatos que les empujan a una sociedad con unas características fijas. Aunque podemos dudar, a estas alturas, del progreso lineal de la historia de la civilización humana, no creo que nadie pueda hacerlo de que muchas cosas cambian, empezando por una tecnología que es posible que nos determine en muchos aspectos (y normalmente, con los paradigmas actuales, para mal). Por lo tanto, aceptemos con un grado de argumentación razonable que las cosas pueden cambiar, y hacerlo radicalmente si ese imaginario se convierte en revolucionario. Desgraciadamente, gran parte de las personas suelen tener un imaginario conservador y/o reformista (que a veces se confunden o hacen el mismo juego); desde nuestro punto de vista, son necesarios cambios radicales. A estas alturas, con tantos problemas, más que nunca.
Desgraciadamente, el sistema (los diferentes poderes de este país) ha conseguido que el imaginario reformista vincule lo revolucionario con una suerte de extremismo que nos llevará al desastre ("no me gustan los extremos", puede escucharse habitualmente en la calles, sin caer en quién establece esa falsa línea entre lo moderado y lo extremo). En cualquier caso, para concretar, no es lo mismo el extremismo (usualmente, asociado al fanatismo y la irracionalidad) que la radicalidad (profundización en los problemas sociales y políticos, para el caso que nos ocupa), aunque se haya insistido tanto en utilizarlos como sinónimos. Otra simpleza manifiesta es esa que establece una negación y/o equiparación entre la derecha y la izquierda, o directamente se las niega para alabar eso llamado "centro" (curiosamente, estas personas suelen hacerlo orgullosas y, creo que, incluso autoconscientes de su "lucidez"). Por supuesto, si preguntáramos a las personas que realizan ese análisis, qué diablos es izquierda, qué es derecha e incluso qué es eso de centro, tal vez el conocimiento político deje bastante que desear. No voy tan lejos en mi terminología como un amigo mío, que llegó a decir que en este país una mayoría simplemente adolece de "analfabetismo político".
Esta carencia, la del conocimiento político, se une inevitablemente a la falta de una conciencia, más ética que moral (ya que esta parece representar más a las costumbres sociales presentes en un determinado momento), y más progresista (que conservadora). Desgraciadamente, a los paradigmas imperantes en la sociedad (competencia frente a la cooperación; dejación de los asuntos que nos atañen en manos de una élite, frente a la autogestión; verticalidad frente a horizontalidad; una libertad económica falsa, ya que ni partimos ni acabamos en el mismo lugar, frente a la búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas), se une una situación en España auténticamente aberrante. Una corrupción estatal y económica absolutamente intolerable, que inexplicablemente no empuja a ninguna acción a gran parte de la sociedad. Hace poco conocí a un abogado que sostenía que, si el sistema jurídico no estuviera tan corrupto (además de ser muy conservador mayoritariamente), había base para ilegalizarse ciertas agrupaciones políticas, ya que se habían creado simple y llanamente para el latrocinio; hablaba del Partido Popular, gobernante en la última legislatura, pero puede ponerse el ejemplo de cualquier fuerza que se haya mantenido en el poder (el Partido Socialista era, hasta hace unos años, el de la corrupción). Hasta la monarquía se ha visto implicada en un caso de corrupción enorme, y ya suficientemente insultante es que a estas alturas exista una realeza (recordemos, si retrocedemos en el tiempo, que siempre impuesta por la fuerza y con privilegios únicos, por no entrar en detalles de dónde proviene la española).
Este último paréntesis conduce a hilvanar con otra de las carencias extendidas en España. Hablo de la memoria histórica, que analizando las últimas décadas ha surtido su efecto esa abstracción llamada "espíritu de la Transición", basada en general en la mistificación y el miedo, algo que llega hasta nuestros días. Si somos incapaces de comprender que en la maldita Guerra Civil, simple y llanamente, ganaron los que no lo eran ni por asomo (y hablo de la más mínima condición democrática), y que además provocaron el conflicto con un golpe retrógrado (tal vez, si alguna se vez se condena esto abiertamente, las cosas puedan empezar a cambiar); hablo de los reaccionarios y fascistas, triunfaron en el conflicto, como no lo hicieron en ningún otro país en el siglo XX, y mantuvieron una dictadura durante décadas, cuyos efectos todavía sufrimos a demasiados niveles. Hubo una continuación en la Transición, donde se mejoraron algunas cosas en lo político a nivel formal, pero hubo en gran medida una continudad institucional, no parece recordarse que en lo económico se mantuvo prácticamente todo intacto, por no hablar de una moral retrógrada que todavía impregna nuestras sociedad actual. Fueron los vencedores de la guerra civil, es posible que con ayuda externa en un proceso globalizador emergente (sencillamente, una dictadura en una país más o menos avanzado de Occidente era un simple anacronismo), los que decidieron cómo realizar la Transición y los que marcaron cómo debía ser su "espíritu". Sí, estoy seguro que mucha gente participó honestametne de eso proceso e hizo lo que pudo para que llegara una sociedad más decente. Lo que resulta intolerable es que cuatro décadas después haya que seguir escuchando los mismos argumentos.
Dejemos ahora, de momento, la corrupción imperante (seguramente, otra herencia de la dictadura) y, continuando con la memora histórica, tratemos de analizar lo ocurrido en los últimos 40 años donde todos los gobiernos, no importa del pelaje que sean, nos han llevado a un sistema intolerable, con una mera democracia formal y problemas de todo tipo: un sistema económico con, además de crisis periódicas (que no, que la crisis no es un fenómeno extraño que una mano divina borrará tarde o temprano, que tiene su explicación intrínseca en lo económico e histórico), con una explotación cada vez más evidente, con sueldos de hambre equiparables a otras épocas, y a una represión con algunos rasgos abiertamente autoritarios (claro, para aquellos que levantan la voz, el ciudadano domesticado puede estar tranquilo). Un personaje increíblemente alabado en la actualidad, como es Felipe González, supuestamente progresista en su origen, es el ejemplo perfecto de que no tenemos demasiada memoria en este país, mucho menos para comprender la situación que padecemos. Una fuerza política de nuevo cuño, Podemos, se quiere poner como ejemplo, como "extremismo" por unos, y por "cambio" por otros (un ejemplo de lo que queríamos decir anteriormente de ignorancia o distorsión política avalada por el sistema). Ni una cosa, ni otra, si hasta su líder tiene el mismo nombre que el fundador del PSOE, algo que parece una especie de burla histórica. Más temprano que tarde, Podemos será un ejemplo de lo que ahora denominamos "socialdemocracia", otra fuerza política que acaba apuntalando el estado de las cosas.
Para terminar, entremos en un análisis abiertamente libertario. ¿Qué diablos queremos algunos, negativistas y radicales atroces, con tanta crítica y tamaño exceso de negatividad? Pues algo muy positivo y transformador, en realidad. Seguir trabajando para que las personas no tengan una visión simple y maniquea, ni subordinen sus intereses a una clase dirigente (u a otra que aspire a serlo). Para que no exista una división entre sociedad y Estado. Para que la sociedad no sea estatista, sino que busque constantemente nuevas fórmulas para que mejoren las cosas sin imposición alguna. Para que la libertad vaya inevitablemente unida a una igualdad real (no meramente formal). Para que el sistema económico no se base en la competencia y en la explotación, sino en la cooperación, la solidaridad y la justicia social. En suma, para apelar a los deseos y valores de la gente, y generar un apreciable imaginario social revolucionario, auténticamente revolucionario (aunque no lo parezca, existe y se traduce en muchas realidades). Difícil que se extienda, claro, máxime hoy en día con este panorama. Nadie nos dijo nunca que fuera sencillo.
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