¿Existe
un forma correcta de pensar? Habría que contestar, tal vez en primer
lugar, que no existe una forma única. Algo tan evidente, queda en
entredicho al resultar tremendamente difícil filtrar en esta sociedad
algo tan necesario como es el pensamiento crítico y el escepticismo.
Es más, parece que ser crítico o escéptico se convierte incluso en algo cuestionable o despectivo y, el mundo al revés, uno debe avergonzarse de su actitud, de su manera de pensar no categórica, de suspender el juicio sobre tantas cosas (no confundir con inseguridad) y debe, además, demostrar sus dudas sobre el asunto en cuestión. Por otra parte, la duda para el escéptico se demuestra con la falta de certidumbre, tan sencillo como esto, pero es el dogmático (el iluminado, y de verdad que no queremos ser, al menos ahora, irónico con este calificativo, sino referirnos a aquel que posee la certidumbre) el que suele negar el debate. Nuestro escepticismo nos lleva a dudar de lo que se nos exponga y, después de cierto análisis, tal vez estar en franco desacuerdo. Naturalmente, el escepticismo no bebe de la ignorancia, todo lo contrario, se encuentra abierto a expandir el conocimiento y la razón. No hace falta decir lo necesario que resulta para el progreso, para combatir el integrismo, que nos más que el deseo de no seguir haciéndose preguntas. Naturalmente, el escepticismo y el pensamiento crítico se aplican primero a uno mismo, a su percepción y conocimiento del mundo (insistimos, la inseguridad es otra cosa), abre la posibilidad del cambio hacia mejor, a desterrar el conformismo.
Se puede entender el pensamiento crítico como un proceso reflexivo y razonado que intente encontrar una solución ante qué hacer o creer, un proceso consciente, voluntario, racional que realiza la gran pregunta de ¿es esto lo correcto?, ¿es lo único?, ¿es la verdad? Ante la menor duda, ya saben cuál será la respuesta. Cuánta razón tenía Sócrates, con su famosa frase "sólo sé que no sé nada"; al menos, a pesar del radicalismo del aserto, nosotros pensamos en ello cuanto más intentamos indagar y aprender, más nos da la impresión de que el dogmatismo resulta imposible, que el fin del viaje no llega nunca (y no debe llegar, la respuesta está en el camino). Ambos, escepticismo y pensamiento crítico, se encuentran entrelazados, tanto en el interior del individuo como en el mundo externo, empleando las evidencias objetivas que estén a nuestro alcance y enfrentándolas a la realidad. Afortunadamente, parece que existe cierto escepticismo moderno en la metodología científica, por lo que queremos ser optimistas respeto a un futuro donde la ciencia o la razón no adopten el papel que estaba reservado al idealismo metafísico. No existen verdades absolutas, no existen dogmas, no hay un único camino para tratar de aproximarnos a una conclusión satisfactoria. Qué necesario sería tratar de recuperar la búsqueda de pluralidad del mundo griego antiguo. Todo está por hacer y todo está por investigar, los paradigmas cambian. Por supuesto, también en el campo de la política.
Es más, parece que ser crítico o escéptico se convierte incluso en algo cuestionable o despectivo y, el mundo al revés, uno debe avergonzarse de su actitud, de su manera de pensar no categórica, de suspender el juicio sobre tantas cosas (no confundir con inseguridad) y debe, además, demostrar sus dudas sobre el asunto en cuestión. Por otra parte, la duda para el escéptico se demuestra con la falta de certidumbre, tan sencillo como esto, pero es el dogmático (el iluminado, y de verdad que no queremos ser, al menos ahora, irónico con este calificativo, sino referirnos a aquel que posee la certidumbre) el que suele negar el debate. Nuestro escepticismo nos lleva a dudar de lo que se nos exponga y, después de cierto análisis, tal vez estar en franco desacuerdo. Naturalmente, el escepticismo no bebe de la ignorancia, todo lo contrario, se encuentra abierto a expandir el conocimiento y la razón. No hace falta decir lo necesario que resulta para el progreso, para combatir el integrismo, que nos más que el deseo de no seguir haciéndose preguntas. Naturalmente, el escepticismo y el pensamiento crítico se aplican primero a uno mismo, a su percepción y conocimiento del mundo (insistimos, la inseguridad es otra cosa), abre la posibilidad del cambio hacia mejor, a desterrar el conformismo.
Se puede entender el pensamiento crítico como un proceso reflexivo y razonado que intente encontrar una solución ante qué hacer o creer, un proceso consciente, voluntario, racional que realiza la gran pregunta de ¿es esto lo correcto?, ¿es lo único?, ¿es la verdad? Ante la menor duda, ya saben cuál será la respuesta. Cuánta razón tenía Sócrates, con su famosa frase "sólo sé que no sé nada"; al menos, a pesar del radicalismo del aserto, nosotros pensamos en ello cuanto más intentamos indagar y aprender, más nos da la impresión de que el dogmatismo resulta imposible, que el fin del viaje no llega nunca (y no debe llegar, la respuesta está en el camino). Ambos, escepticismo y pensamiento crítico, se encuentran entrelazados, tanto en el interior del individuo como en el mundo externo, empleando las evidencias objetivas que estén a nuestro alcance y enfrentándolas a la realidad. Afortunadamente, parece que existe cierto escepticismo moderno en la metodología científica, por lo que queremos ser optimistas respeto a un futuro donde la ciencia o la razón no adopten el papel que estaba reservado al idealismo metafísico. No existen verdades absolutas, no existen dogmas, no hay un único camino para tratar de aproximarnos a una conclusión satisfactoria. Qué necesario sería tratar de recuperar la búsqueda de pluralidad del mundo griego antiguo. Todo está por hacer y todo está por investigar, los paradigmas cambian. Por supuesto, también en el campo de la política.
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