Cuando proclamamos nuestro ateísmo, y a pesar de los muchos avances que se han producido en los últimos tiempos para expresarse libremente y que los demás comprendan nuestra postura, todavía se producen no pocos problemas. En primer lugar, y vamos a referirnos a conversaciones de lo más coloquiales, el ateísmo del que hacemos gala no es una mera ausencia de fe; sin preconizar lo que en algunos medios se ha llamado ateísmo fuerte (es decir, la negación tajante de que algo llamado Dios exista, juego donde no entramos por motivos que esperamos queden claros), sí consideramos que nuestra negación es fuertemente combativa (es decir, consideramos que la negación o aceptación de ese ser supremo condiciona la conciencia personal y social de los seres humanos).
Nuestras creencias (de todo tipo, ya que el ateísmo también puede conllevarlas), no dejaremos de repetirlo, están fuertemente influenciadas por circunstancias y ambientes de todo tipo, además de por determinadas condiciones terrenales de la existencia; el viejo Marx seguro que tenía razón, la fe religiosa es en muchos casos un alivio ante una vida demasiado penosa. Más adelante volveremos sobre esto, no nos alejemos ahora de una lectura más superficial de las creencias (o descreencias).