Debido
a cierta experiencia con una nueva medicina "alternativa", me gustaría
recuperar unas viejas reflexiones sobre el tema y los factores que
llevan a su aceptación. Primero, me gustaría partir de lo que sería una
conclusión, y es que la conversión de la sanidad en un negocio, y
jerarquizaremos la responsabilidad poniendo en primer lugar a las
grandes compañías farmacéuticas, ha conducido a lo que es sin duda uno
de las grandes distorsiones en la civilización: pensar que existen
remedios milagrosos para todas las enfermedades, desde los más leves
trastornos sicológicos hasta lesiones auténticamente graves.
Vivimos en una auténtica cultura de la pastilla, de tal manera que, es cierto que existe una gran manipulación para que consumamos de todo, incluidos supuestos remedios para nuestras dolencias. Esto, producto de una sociedad de consumo y de una economía de mercado que obviamente no se ocupa de los graves problemas sociales ni de los trastornos personales, no supone, como sostienen ciertos discursos alternativos, que las personas estén manipuladas al cien por cien, ni que existan verdades sencillas sobre el conocimiento que las grandes empresas se esfuerzan en ocultar; el sentido común nos dice que ambas cosas serían imposibles por muy totalitario que fuera el sistema donde vivimos. Digo esto porque estas simplezas es lo que ciertos discursos alternativos repiten una y otra vez hasta la saciedad tratando de buscar legitimidad para vender lo suyo; especialmente, las terapias (mal) llamadas alternativas. Otra afirmación recurrente es que la medicina convencional te cura una cosa para trastornarte otra, según las llamadas contraindicaciones, que también suele basarse en medias verdades (más producto de lo que antes denominé como cultura de la pastilla que de una mano negra que se esfuerce en que sea así). Lo cierto es que muchas personas, de manera comprensible, acuden desesperadas a curanderos, homeópatas, quiroprácticos, osteópatas y otros terapeutas, por no hablar de las mucho más irrisorias terapias relacionadas con la energía, de índole cuántica, cósmica, orgónica o vaya usted a saber qué.
Como ya he sostenido en otras ocasiones, que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas es algo con lo que podemos estar de acuerdo personas de diverso bagaje cultural o de ideologías bien distintas. Del mismo modo, también he dicho que la presencia de las creencias más disparatadas en la sociedad moderna (incluyendo creencias religiosas solo sostenidas por su antigüedad) no puede ser atribuible simplemente a la ignorancia o a la mera credulidad, aunque el factor mimético no resulte del todo desdeñable. Existe gente culta y racionalista, por supuesto creyente, pero que también guardan precauciones sobre las más variopintas disciplinas seudocientíficas; los especialistas mejor cualificados pueden perfectamente equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que llegan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos). El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. No resulta descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes sobre la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). No soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, ya que su instrumentalización por el interés económico y político tiene que hacernos desconfiar, y sí del eclecticismo más razonable, pero las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física.
Ya se ha insistido en los factores sociales, psicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Si la subjetividad conduce a filtrar y distorsionar la información recibida para construir una determinada cosmogonía, no hay que olvidar la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con sus propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios; lo mismo que ocurre con las grandes compañías farmacéuticas, pero a otro nivel de manipulación y con un mensaje diferente. La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado devaluada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables.
Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca. Estudios en psicología concluyen que las personas tienden a ajustar sus actitudes, creencias y comportamientos de acuerdo con un "todo" armonioso. Si existe información perturbadora que no puede ser ignorada con facilidad, la distorsionaremos con cierta habilidad para aminorar la desavenencia. En otras palabras, es necesario ser consciente, para luchar contra ello, de que el ser humano tiende a adoptar creencias tranquilizantes y placenteras y a aceptar, acríticamente, aquello que refuerza nuestras actitudes y nuestra autoestima. Nos referimos aquí a las medicinas alternativas, pero puede aplicarse a cualquier ámbito sociopolítico. Los pioneros de la revolución científica fueron conscientes del peligro del razonamiento informal unido a esa tendencia de la persona a asumir conclusiones compatibles con su visión del mundo, y trataron de prevenirlo con el análisis y el estudio sistematizado, así como con la eliminación de variables perturbatorias. Desgraciadamente, estas precauciones se encuentran con el problema de la toma de decisiones en función de las cuestionables anécdotas personales de clientes satisfechos; desgraciadamente, la lógica humana se muestra débil en situaciones complejas, con numerosas variables en juego y con la existencia de presión social. Con frecuencia, para distinguir causas verdaderas de las falaces es preciso la observación controlada y la abstracción sistematizada de grandes volúmenes de datos, labor que escapa a la capacidad cognoscitiva del ser humano. Partir del entorno propio para establecer correlaciones con cierto valor puede ser razonable para una análisis de mayor envergadura en la búsqueda causal, pero nunca debería ser el punto final para su aplicación en un uso terapéutico. Los defensores de la medicina alternativa ignorarán estas precauciones y explotan esa otra tendencia humana a depositar más fe en la experiencia e intuición personales que en estudios estadísticos controlados.
Vivimos en una auténtica cultura de la pastilla, de tal manera que, es cierto que existe una gran manipulación para que consumamos de todo, incluidos supuestos remedios para nuestras dolencias. Esto, producto de una sociedad de consumo y de una economía de mercado que obviamente no se ocupa de los graves problemas sociales ni de los trastornos personales, no supone, como sostienen ciertos discursos alternativos, que las personas estén manipuladas al cien por cien, ni que existan verdades sencillas sobre el conocimiento que las grandes empresas se esfuerzan en ocultar; el sentido común nos dice que ambas cosas serían imposibles por muy totalitario que fuera el sistema donde vivimos. Digo esto porque estas simplezas es lo que ciertos discursos alternativos repiten una y otra vez hasta la saciedad tratando de buscar legitimidad para vender lo suyo; especialmente, las terapias (mal) llamadas alternativas. Otra afirmación recurrente es que la medicina convencional te cura una cosa para trastornarte otra, según las llamadas contraindicaciones, que también suele basarse en medias verdades (más producto de lo que antes denominé como cultura de la pastilla que de una mano negra que se esfuerce en que sea así). Lo cierto es que muchas personas, de manera comprensible, acuden desesperadas a curanderos, homeópatas, quiroprácticos, osteópatas y otros terapeutas, por no hablar de las mucho más irrisorias terapias relacionadas con la energía, de índole cuántica, cósmica, orgónica o vaya usted a saber qué.
Como ya he sostenido en otras ocasiones, que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas es algo con lo que podemos estar de acuerdo personas de diverso bagaje cultural o de ideologías bien distintas. Del mismo modo, también he dicho que la presencia de las creencias más disparatadas en la sociedad moderna (incluyendo creencias religiosas solo sostenidas por su antigüedad) no puede ser atribuible simplemente a la ignorancia o a la mera credulidad, aunque el factor mimético no resulte del todo desdeñable. Existe gente culta y racionalista, por supuesto creyente, pero que también guardan precauciones sobre las más variopintas disciplinas seudocientíficas; los especialistas mejor cualificados pueden perfectamente equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que llegan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos). El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. No resulta descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes sobre la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). No soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, ya que su instrumentalización por el interés económico y político tiene que hacernos desconfiar, y sí del eclecticismo más razonable, pero las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física.
Ya se ha insistido en los factores sociales, psicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Si la subjetividad conduce a filtrar y distorsionar la información recibida para construir una determinada cosmogonía, no hay que olvidar la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con sus propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios; lo mismo que ocurre con las grandes compañías farmacéuticas, pero a otro nivel de manipulación y con un mensaje diferente. La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado devaluada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables.
Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca. Estudios en psicología concluyen que las personas tienden a ajustar sus actitudes, creencias y comportamientos de acuerdo con un "todo" armonioso. Si existe información perturbadora que no puede ser ignorada con facilidad, la distorsionaremos con cierta habilidad para aminorar la desavenencia. En otras palabras, es necesario ser consciente, para luchar contra ello, de que el ser humano tiende a adoptar creencias tranquilizantes y placenteras y a aceptar, acríticamente, aquello que refuerza nuestras actitudes y nuestra autoestima. Nos referimos aquí a las medicinas alternativas, pero puede aplicarse a cualquier ámbito sociopolítico. Los pioneros de la revolución científica fueron conscientes del peligro del razonamiento informal unido a esa tendencia de la persona a asumir conclusiones compatibles con su visión del mundo, y trataron de prevenirlo con el análisis y el estudio sistematizado, así como con la eliminación de variables perturbatorias. Desgraciadamente, estas precauciones se encuentran con el problema de la toma de decisiones en función de las cuestionables anécdotas personales de clientes satisfechos; desgraciadamente, la lógica humana se muestra débil en situaciones complejas, con numerosas variables en juego y con la existencia de presión social. Con frecuencia, para distinguir causas verdaderas de las falaces es preciso la observación controlada y la abstracción sistematizada de grandes volúmenes de datos, labor que escapa a la capacidad cognoscitiva del ser humano. Partir del entorno propio para establecer correlaciones con cierto valor puede ser razonable para una análisis de mayor envergadura en la búsqueda causal, pero nunca debería ser el punto final para su aplicación en un uso terapéutico. Los defensores de la medicina alternativa ignorarán estas precauciones y explotan esa otra tendencia humana a depositar más fe en la experiencia e intuición personales que en estudios estadísticos controlados.
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