Otro conocido ateo, muy combativo, en la actualidad es Sam Harris. Su libro El fin de la fe,
publicado en 2004, es un ataque feroz a la religión; es algo bastante
admirable, especialmente en un país como Estados Unidos. Harris no se
corta un pelo a la hora de atacar el pensamiento religioso, dirigiendo
su crítica no solo al fundamentalismo, y proponiendo una auténtica
revolución de la razón; en su opinión, las religiones moderadas no hacen
más que allanar el camino al fundamentalismo al insistir en la
tolerancia y el respeto a toda creencia religiosa sin importar las
consecuencias. A finales de 2009, Harris adaptó y amplió algunos de sus
argumentos en el ensayo que denominó "Un manifiesto ateo".
Un enfoque muy interesante de la obra de Harris es su confianza en que la moderación religiosa es un obstáculo para el progreso, también en cuestiones éticas y en todo lo que atañe a una comunidad más sólida, ya que se esfuerzan en relajar los estándares de adhesión a los antiguos tabúes y supersticiones y hacerlos más presentables. Harris considera que la verdadera cara del cristianismo o de la religión musulmana es el fundamentalismo. La pretensión de verdad de cualquier doctrina religiosa excluye cualquier otra posibilidad. Es necesario ser muy hostiles frente a aseveraciones de certeza no fundamentadas sobre pruebas y argumentos, algo intrínseco en las religiones, pero que también se produce en otros campos doctrinarios como la política y que explican los horrores cometidos por el nazimos y el estalinismo (que también podrían denominarse "religiones civiles").
Harris rechaza el término "agnosticismo" como poco útil y nada comprometido, más bien una actitud deshonesta a nivel intelectual. Si suspendemos el juicio sobre la existencia del Dios monoteísta, habría que hacerlo igualmente sobre cualquier otra creencia mítica, cuya inexistencia es igualmente indemostrable. Nadie demostró jamás que Zeus no existe, pero hoy nadie se atreve a usar su nombre en lugar del de Dios, palabra que es igual de extraña y representativa de un concepto vacuo. Las propuestas que suelen tener las religiones, poco o nada plausibles, son solo aceptadas por haberse introducido en la mente a través de infinidad de generaciones, se trata de la repetición acrítica de dogmas íntimamente vinculada con un programa masivo de autoengaño.
A pesar de lo dicho hasta ahora, Harris considera que los términos "ateo" y "ateísmo" no deberían usarse al haber acumulado demasiadas connotaciones negativas. Además, deberían ser palabras innecesarias al no existir denominaciones tampoco para los que no creen en seudociencias como la astrología o la alquimia. Debería ser suficiente con hablar de razón y de sentido común. Se trata de una confrontación entre ideas, dentro de la cual hay que librar multitud de frentes, y aquí Harris se muestra especialmente lúcido al no simplificar el problema de la fe irracional. El auténtico problema que plantean los ateos es el del dogma, del que toda religión participa en grado importante, y ninguna sociedad en la historia ha presentado traumas porque sus integrantes se volvieran más razonables. Hoy, más que nunca, el pensamiento religioso es puesto en entredicho al aportar más problemas que soluciones en lo que atañe a la salud y el bienestar de una comunidad; el ateísmo, que cada vez se incrementa más en el mundo, es perfectamente compatible con las aspiraciones más nobles de una sociedad civil.
Un enfoque muy interesante de la obra de Harris es su confianza en que la moderación religiosa es un obstáculo para el progreso, también en cuestiones éticas y en todo lo que atañe a una comunidad más sólida, ya que se esfuerzan en relajar los estándares de adhesión a los antiguos tabúes y supersticiones y hacerlos más presentables. Harris considera que la verdadera cara del cristianismo o de la religión musulmana es el fundamentalismo. La pretensión de verdad de cualquier doctrina religiosa excluye cualquier otra posibilidad. Es necesario ser muy hostiles frente a aseveraciones de certeza no fundamentadas sobre pruebas y argumentos, algo intrínseco en las religiones, pero que también se produce en otros campos doctrinarios como la política y que explican los horrores cometidos por el nazimos y el estalinismo (que también podrían denominarse "religiones civiles").
Harris rechaza el término "agnosticismo" como poco útil y nada comprometido, más bien una actitud deshonesta a nivel intelectual. Si suspendemos el juicio sobre la existencia del Dios monoteísta, habría que hacerlo igualmente sobre cualquier otra creencia mítica, cuya inexistencia es igualmente indemostrable. Nadie demostró jamás que Zeus no existe, pero hoy nadie se atreve a usar su nombre en lugar del de Dios, palabra que es igual de extraña y representativa de un concepto vacuo. Las propuestas que suelen tener las religiones, poco o nada plausibles, son solo aceptadas por haberse introducido en la mente a través de infinidad de generaciones, se trata de la repetición acrítica de dogmas íntimamente vinculada con un programa masivo de autoengaño.
A pesar de lo dicho hasta ahora, Harris considera que los términos "ateo" y "ateísmo" no deberían usarse al haber acumulado demasiadas connotaciones negativas. Además, deberían ser palabras innecesarias al no existir denominaciones tampoco para los que no creen en seudociencias como la astrología o la alquimia. Debería ser suficiente con hablar de razón y de sentido común. Se trata de una confrontación entre ideas, dentro de la cual hay que librar multitud de frentes, y aquí Harris se muestra especialmente lúcido al no simplificar el problema de la fe irracional. El auténtico problema que plantean los ateos es el del dogma, del que toda religión participa en grado importante, y ninguna sociedad en la historia ha presentado traumas porque sus integrantes se volvieran más razonables. Hoy, más que nunca, el pensamiento religioso es puesto en entredicho al aportar más problemas que soluciones en lo que atañe a la salud y el bienestar de una comunidad; el ateísmo, que cada vez se incrementa más en el mundo, es perfectamente compatible con las aspiraciones más nobles de una sociedad civil.
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