En
líneas generales, y sin entrar en disquisiciones filosóficas, cuando
mencionamos el humanismo nos referimos a un ámbito de acción humana en
el que es posible la racionalidad, el pensamiento crítico y un amplio
horizonte para resolver los problemas humanos. Por ello, el empeño en la
liberación de todo temor supersticioso e irracional y la confianza en
el conocimiento y en la educación.
Si en el siglo XIX se pensaba que este avance científico acabaría, definitivamente, con la religión, hoy el dogmatismo creyente, aunque en retroceso, adquiere cíclicamente un nuevo vigor; a ello, hay que añadir la existencia de nuevos cultos y creencias basados en la sinrazón. No hay más que echar un vistazo a los medios y a la presencia en ellos, inadmisible e increíble, de multitud de seudociencias e insensateces: supuestos fenómenos síquicos, proyecciones astrales, clarividencia, curaciones por la fe… No hace falta mucho recorrido para ver extrapolaciones de la religión; autores religiosos, demasiado empeñados en el reduccionismo partidista, suelen afirmar que el ser humano, si le arrebatas la creencia en Dios (o en cualquier forma de Absoluto), acaba creyendo en cualquier cosa. Otros pensamos que la religión, junto a una notable tendencia a la enajenación y al papanatismo en las sociedades modernas, han dejado el terreno demasiado abonado para la superstición en cualquiera de sus formas. Gran parte de los seres humanos, en lugar de dejar el misterio y la imaginación para el arte o la literatura y de confiar en la ciencia para maravillarse sobre la existencia, acaban refundando religiones de lo paranormal o confían en seudociencias que trascienden el ámbito de la experiencia y de la naturaleza.
No obstante, es también evidente que el pensamiento crítico, ateo o agnóstico, humanista en definitiva, ha crecido notablemente en el último siglo. Es posible que todavía comprenda solo una minoría, ya que el pensamiento mágico y teísta persiste fuertemente adoptando diversas formas irracionales. Por supuesto, hay que insistir también en que la ausencia de creencia, la secularización, no es una garantía de racionalidad o de ética humanista; algunos ejemplos conocemos todos, aunque sí creo que una mayoría de ateos críticos confían en ese ámbito humanista (una palabra muy atractiva, a pesar de lo que nos digan los posmodernos). Alguna alternativa a ese pensamiento teísta, ha caído en nuevos e importantes dogmas, como es la confianza deshumanizada en el pensamiento científico (o, tal vez, seudocientífico); ideologías totalitarias son un ejemplo de esto, mientras que el capitalismo, aparentemente neutro, instrumentaliza el conocimiento y la técnica para beneficio de una minoría olvidando la más elemental ética humanista. Hoy, hay que ser muy crítico con esa confianza en el progreso según la cual un humanismo secular ocupará el lugar del pensamiento mágico aportando una notable felicidad a la humanidad; no, junto al ámbito intelectual, hay que combatir numerosos problemas sociales y económicos para, también, otorgar un mayor horizonte a los valores humanos (eso que puede llamarse una "espiritualidad" sin creencias mistéricas). La estadísticas suelen indicar un declive de las viejas formas religiosas, gracias al crecimiento de la educación y del conocimiento científico, pero hay que indagar en el por qué de la adopción de esas nuevas creencias. Los grupos ateos y librepensadores deberían atender, igualmente a estas evidencias. Podemos insistir en, y es bueno que así sea hasta cierto punto, en el escepticismo, en el pensamiento crítico, en la inteligencia y en cierto objetividad científica, pero hay que comprender las necesidades de las personas y los juegos de intersubjetividad que supone, también, la existencia humana. Por supuesto, el combate está también en el ámbito del intelecto, pero sin olvidar nunca los otros frentes y, especialmente, sin dejar de lado los más nobles rasgos humanos (de los que las religiones se han ocupado, tantas veces, para desvirtuarlos).
Dicho esto, también hay que comprender el gusto de gran parte de la gente por lo positivo frente a lo que sería un primer paso de negación para indagar y llegar a un punto más amplio. Esto hay que comprenderlo, también hasta cierto punto, como falta de tiempo para obtener información negativa: la actitud escéptica no ha tenido el tiempo suficiente para desarrollarse, mientras que la fe encuentra enseguida un campo óptimo; de esta manera, unida a las necesidades humanas, tal vez muchas de ellas de carácter superficial, explica la persistencia de la viejas creencias y de otras nuevas. A pesar de esa confianza, hace ya más de dos siglos, en que la religión acabaría desapareciendo o sería objeto de la disciplina antropológica, hay que seguir insistiendo en que la fe religiosa (insisto, en cualquier de sus formas, institucionalizada o con aspiraciones de serlo) encuentra un campo más fértil que las posiciones escépticas. Se ha avanzado algo, pero los medios deberían adoptar un juicio mucho más crítico sobre las religiones; difícilmente van a hacerlo, cuando el beneficio económico les hace presentar como admisibles todo suerte de creencias seudocientíficas y paranormales. Por otra parte, no hay que ser tan ingenuo como para creer que la gente abandonaría sus creencias simplemente estando expuestos a juicios críticos, pero al menos trataríamos de situarnos en igualdad de condiciones. Existen evidencias que demuestran la tendencia del ser humano a la credulidad, en incluso al autoengaño, mientras que también parece fuertemente arraigado el gusto por lo desconocido; de nuevo, pensadores religiosos nos insistirán en la necesidad del hombre por lo trascendental, mítico, profético o mesiánico. Es bueno, y muy propio también del librepensamiento, hacerse estas preguntas sobre la (supuesta) condición humana; tal vez, ese humanismo laico que deba substituir a la religión necesite de ciertos rasgos de las mismas (no digo, necesariamente, que así sea; particularmente, abomino del misterio y del drama existencial).
Lo que sí parece seguro es que ese humanismo opuesto a la religión, tal y como los propugnaban en los inicios del librepensamiento, necesita de mayor horizonte; por supuesto, se siguen demandando individuos autónomos, racionales y propensos a la libertad, pero hay que tratar de comprender qué es lo que obstaculiza el desarrollo para ese objetivo y se siga cayendo en viejas o nuevas creencias. Hay que comprender que no todo el mundo posee la misma disposición energética para una vida plenamente humanista; los problemas existenciales, de una forma u otra, acaban apareciendo. Gran parte de los seres humanos presenta una tendencia evidente a pasar la vida sin demasiado esfuerzo (dejo a un lado a los muchos que se ven obligados a sobrevivir, ya que me parecería miserable presentarles como objeto de este análisis); tal y como han señalado diversos autores, como es el caso de Erich Fromm, se trata de un escape para la razón y, también, para la libertad. No hay una respuesta definitiva para todas estas preguntas, que parece muy necesario plantearse, precisamente para que ese humanismo laico trate de mejorar en todo lo posible la existencia humana. En cualquier caso, la persistencia de numerosas formas de pensamiento mágico y religioso no es ninguna evidencia del fracaso del escepticismo crítico, sino de que el humanismo debe seguir ofreciendo numerosas alternativas. Es una tarea lenta y ardua, y no debe olvidarse que el primer frente es trabajar por la libertad de conciencia, combatiendo todo fanatismo e intolerancia, pero tratando al mismo tiempo de dar solución a los problemas sociales (humanos, en definitiva).
Si en el siglo XIX se pensaba que este avance científico acabaría, definitivamente, con la religión, hoy el dogmatismo creyente, aunque en retroceso, adquiere cíclicamente un nuevo vigor; a ello, hay que añadir la existencia de nuevos cultos y creencias basados en la sinrazón. No hay más que echar un vistazo a los medios y a la presencia en ellos, inadmisible e increíble, de multitud de seudociencias e insensateces: supuestos fenómenos síquicos, proyecciones astrales, clarividencia, curaciones por la fe… No hace falta mucho recorrido para ver extrapolaciones de la religión; autores religiosos, demasiado empeñados en el reduccionismo partidista, suelen afirmar que el ser humano, si le arrebatas la creencia en Dios (o en cualquier forma de Absoluto), acaba creyendo en cualquier cosa. Otros pensamos que la religión, junto a una notable tendencia a la enajenación y al papanatismo en las sociedades modernas, han dejado el terreno demasiado abonado para la superstición en cualquiera de sus formas. Gran parte de los seres humanos, en lugar de dejar el misterio y la imaginación para el arte o la literatura y de confiar en la ciencia para maravillarse sobre la existencia, acaban refundando religiones de lo paranormal o confían en seudociencias que trascienden el ámbito de la experiencia y de la naturaleza.
No obstante, es también evidente que el pensamiento crítico, ateo o agnóstico, humanista en definitiva, ha crecido notablemente en el último siglo. Es posible que todavía comprenda solo una minoría, ya que el pensamiento mágico y teísta persiste fuertemente adoptando diversas formas irracionales. Por supuesto, hay que insistir también en que la ausencia de creencia, la secularización, no es una garantía de racionalidad o de ética humanista; algunos ejemplos conocemos todos, aunque sí creo que una mayoría de ateos críticos confían en ese ámbito humanista (una palabra muy atractiva, a pesar de lo que nos digan los posmodernos). Alguna alternativa a ese pensamiento teísta, ha caído en nuevos e importantes dogmas, como es la confianza deshumanizada en el pensamiento científico (o, tal vez, seudocientífico); ideologías totalitarias son un ejemplo de esto, mientras que el capitalismo, aparentemente neutro, instrumentaliza el conocimiento y la técnica para beneficio de una minoría olvidando la más elemental ética humanista. Hoy, hay que ser muy crítico con esa confianza en el progreso según la cual un humanismo secular ocupará el lugar del pensamiento mágico aportando una notable felicidad a la humanidad; no, junto al ámbito intelectual, hay que combatir numerosos problemas sociales y económicos para, también, otorgar un mayor horizonte a los valores humanos (eso que puede llamarse una "espiritualidad" sin creencias mistéricas). La estadísticas suelen indicar un declive de las viejas formas religiosas, gracias al crecimiento de la educación y del conocimiento científico, pero hay que indagar en el por qué de la adopción de esas nuevas creencias. Los grupos ateos y librepensadores deberían atender, igualmente a estas evidencias. Podemos insistir en, y es bueno que así sea hasta cierto punto, en el escepticismo, en el pensamiento crítico, en la inteligencia y en cierto objetividad científica, pero hay que comprender las necesidades de las personas y los juegos de intersubjetividad que supone, también, la existencia humana. Por supuesto, el combate está también en el ámbito del intelecto, pero sin olvidar nunca los otros frentes y, especialmente, sin dejar de lado los más nobles rasgos humanos (de los que las religiones se han ocupado, tantas veces, para desvirtuarlos).
Dicho esto, también hay que comprender el gusto de gran parte de la gente por lo positivo frente a lo que sería un primer paso de negación para indagar y llegar a un punto más amplio. Esto hay que comprenderlo, también hasta cierto punto, como falta de tiempo para obtener información negativa: la actitud escéptica no ha tenido el tiempo suficiente para desarrollarse, mientras que la fe encuentra enseguida un campo óptimo; de esta manera, unida a las necesidades humanas, tal vez muchas de ellas de carácter superficial, explica la persistencia de la viejas creencias y de otras nuevas. A pesar de esa confianza, hace ya más de dos siglos, en que la religión acabaría desapareciendo o sería objeto de la disciplina antropológica, hay que seguir insistiendo en que la fe religiosa (insisto, en cualquier de sus formas, institucionalizada o con aspiraciones de serlo) encuentra un campo más fértil que las posiciones escépticas. Se ha avanzado algo, pero los medios deberían adoptar un juicio mucho más crítico sobre las religiones; difícilmente van a hacerlo, cuando el beneficio económico les hace presentar como admisibles todo suerte de creencias seudocientíficas y paranormales. Por otra parte, no hay que ser tan ingenuo como para creer que la gente abandonaría sus creencias simplemente estando expuestos a juicios críticos, pero al menos trataríamos de situarnos en igualdad de condiciones. Existen evidencias que demuestran la tendencia del ser humano a la credulidad, en incluso al autoengaño, mientras que también parece fuertemente arraigado el gusto por lo desconocido; de nuevo, pensadores religiosos nos insistirán en la necesidad del hombre por lo trascendental, mítico, profético o mesiánico. Es bueno, y muy propio también del librepensamiento, hacerse estas preguntas sobre la (supuesta) condición humana; tal vez, ese humanismo laico que deba substituir a la religión necesite de ciertos rasgos de las mismas (no digo, necesariamente, que así sea; particularmente, abomino del misterio y del drama existencial).
Lo que sí parece seguro es que ese humanismo opuesto a la religión, tal y como los propugnaban en los inicios del librepensamiento, necesita de mayor horizonte; por supuesto, se siguen demandando individuos autónomos, racionales y propensos a la libertad, pero hay que tratar de comprender qué es lo que obstaculiza el desarrollo para ese objetivo y se siga cayendo en viejas o nuevas creencias. Hay que comprender que no todo el mundo posee la misma disposición energética para una vida plenamente humanista; los problemas existenciales, de una forma u otra, acaban apareciendo. Gran parte de los seres humanos presenta una tendencia evidente a pasar la vida sin demasiado esfuerzo (dejo a un lado a los muchos que se ven obligados a sobrevivir, ya que me parecería miserable presentarles como objeto de este análisis); tal y como han señalado diversos autores, como es el caso de Erich Fromm, se trata de un escape para la razón y, también, para la libertad. No hay una respuesta definitiva para todas estas preguntas, que parece muy necesario plantearse, precisamente para que ese humanismo laico trate de mejorar en todo lo posible la existencia humana. En cualquier caso, la persistencia de numerosas formas de pensamiento mágico y religioso no es ninguna evidencia del fracaso del escepticismo crítico, sino de que el humanismo debe seguir ofreciendo numerosas alternativas. Es una tarea lenta y ardua, y no debe olvidarse que el primer frente es trabajar por la libertad de conciencia, combatiendo todo fanatismo e intolerancia, pero tratando al mismo tiempo de dar solución a los problemas sociales (humanos, en definitiva).
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