Como continuación de la entrada anterior, en la que nos detuvimos en el anarquista Bakunin en la modernidad, continuamos repasando de forma somera un pensamiento antiautoritario necesariamente vinculado al librepensamiento.
Emma Goldman recogerá el legado de Bakunin, en el que las ideas de amor y justicia elevadas al terreno ideal del Más Allá han supuesto su empobrecimiento en el mundo terrenal, señalando al mismo tiempo que la idea de Dios ha ido evolucionando hacia algo más impersonal: "una especie de estimulo espiritualista para satisfacer los caprichos y manías de todo el abanico de flaquezas humanas". La idea de Dios se ha ido adaptando y revitalizando según las necesidades del momento histórico, la posibilidad de que el ser humano sea libre dependerá de su abandono. Si el teísmo es la teoría de la especulación, estática e inamovible, el ateísmo es la ciencia de la demostración, que debe producir una imparable marcha hacia el conocimiento y la vida. La filosofía del ateísmo para Goldman supone un concepto del mundo real, contingente, con sus posibilidades de liberación, crecimiento y perfección, mientras que la religión es uno de los sistemas absolutistas, enemigos de la libertad, creados por el hombre.
Sébastien Faure publica en 1926 un texto filosófico cuyo título lo expresa todo: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Por la importancia para el ateísmo moderno, nos detendremos en la obra de Faure, el cual establece tres grupos en sus argumentos que aluden a los rasgos atribuibles a la divinidad: Contra el Dios creador, Contra el Dios gobernador o Providencia y Contra el Dios justiciero. En el primer grupo, son seis los argumentos: la razón solo puede rechazar la hipótesis de un ser verdaderamente creador, como recuerda el aforismo ex nihilo nihil fit (de la nada, nada adviene) en contraste con la posterior teología cristiana; incluso aceptando lo anterior, Dios (lo inmaterial, el espíritu puro) no puede haber creado lo material al existir una diferencia cualitativa obvia; del mismo modo, no puede haber una relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo imperfecto (lo relativo, lo contingente), por lo que resulta imposible una determinación entre ambos (Dios no existe o no es el creador o no es perfecto); un ser supuestamente eterno, activo y necesario no pudo entonces estar inactivo o ser innecesario, lo que se deduce de un acto de creación que implica un principio u origen (en caso contrario, no hay acto de creación al entender que el universo es también eterno); la idea de inmutabilidad de Dios también se trastoca al comprender que ha sufrido dos cambios: ha deseado realizar una cosa, la creación, y posteriormente la ha ejecutado (el deseo de querer es ya una modificación, como lo es la acción o determinación); se entiende que hay un propósito divino en la creación, mas resulta imposible para el hombre indagar en él, por lo que tal vez dicho propósito no existe (aquí, la apelación al misterio por parte de la religión evitará cualquier complicación).
Son cuatro los argumentos presentes en el segundo grupo. El primero de ellos sostiene que no puede creerse en un creador perfecto al no ser compatible con un gobernador de las mismas características, ya que ambos seres se excluyen categóricamente; la creación en origen de un ser genial no puede haber dado lugar a una obra que demanda la mano de un gobernador, ya que su necesidad significa el desconocimiento, la incapacidad y la impotencia del creador. El segundo argumento de esta serie dice que la diversidad de dioses atestigua que no existe ninguno, ya que si existiera un Dios verdadero carecería de omnipotencia o de bondad para revelarse a todos por igual, dos de los atributos que se le atribuyen. El tercer argumento hace mención a la existencia del infierno como prueba de que Dios no es infinitamente justo ni misericordioso, sino un feroz e implacable inquisidor. El cuarto y último argumento de este grupo insiste en el problema del mal, cuya existencia en el mundo demuestra que, o bien Dios no es omnipotente al no poder erradicarlo, o no es infinitamente bueno al no querer erradicarlo.
El último grupo de argumentos, dirigidos contra un Dios justiciero, recuerda que la existencia del hombre está determinada por sus condiciones de vida, las cuales habrían sido establecidas por la divinidad. El hombre es, en definitiva, un esclavo de Dios y dependiente de él, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos de males; el segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno). En la conclusión a sus argumentos, los cuales son un buen compendio de lo que es la visión antiautoritaria sobre Dios, Faure invista a todo ser humano a que declare la guerra a esa idea sobrenatural y absolutista que le mantiene sumiso.
Dentro de este repaso al ateísmo entendido desde una visión antiautoritaria, merece la pena recordar las palabras de Bertrand Russell: "En cuanto abandonamos nuestra propia razon y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin". El ateísmo de este autor, aunque desde un punto de vista científico habría que denominarlo agnosticismo, asocia la creencia religiosa con cierto engreimiento del ser humano al considerarse el centro del universo. Russell invita a superar todos los mitos creados en torno a la religión iniciando un camino de conocimiento que comienza con admitir los temores propios y reflexionar siempre de manera racional. La religión se muestra inequívocamente asociada al poder a lo largo de la historia, de tal manera que los gobiernos necesitan de una población ignorante que abrace cualquier credo irracional.
Extracto del artículo "El ateísmo contra el pensamiento religioso: la desacralización como libertad de indagación", en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.10.
Emma Goldman recogerá el legado de Bakunin, en el que las ideas de amor y justicia elevadas al terreno ideal del Más Allá han supuesto su empobrecimiento en el mundo terrenal, señalando al mismo tiempo que la idea de Dios ha ido evolucionando hacia algo más impersonal: "una especie de estimulo espiritualista para satisfacer los caprichos y manías de todo el abanico de flaquezas humanas". La idea de Dios se ha ido adaptando y revitalizando según las necesidades del momento histórico, la posibilidad de que el ser humano sea libre dependerá de su abandono. Si el teísmo es la teoría de la especulación, estática e inamovible, el ateísmo es la ciencia de la demostración, que debe producir una imparable marcha hacia el conocimiento y la vida. La filosofía del ateísmo para Goldman supone un concepto del mundo real, contingente, con sus posibilidades de liberación, crecimiento y perfección, mientras que la religión es uno de los sistemas absolutistas, enemigos de la libertad, creados por el hombre.
Sébastien Faure publica en 1926 un texto filosófico cuyo título lo expresa todo: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Por la importancia para el ateísmo moderno, nos detendremos en la obra de Faure, el cual establece tres grupos en sus argumentos que aluden a los rasgos atribuibles a la divinidad: Contra el Dios creador, Contra el Dios gobernador o Providencia y Contra el Dios justiciero. En el primer grupo, son seis los argumentos: la razón solo puede rechazar la hipótesis de un ser verdaderamente creador, como recuerda el aforismo ex nihilo nihil fit (de la nada, nada adviene) en contraste con la posterior teología cristiana; incluso aceptando lo anterior, Dios (lo inmaterial, el espíritu puro) no puede haber creado lo material al existir una diferencia cualitativa obvia; del mismo modo, no puede haber una relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo imperfecto (lo relativo, lo contingente), por lo que resulta imposible una determinación entre ambos (Dios no existe o no es el creador o no es perfecto); un ser supuestamente eterno, activo y necesario no pudo entonces estar inactivo o ser innecesario, lo que se deduce de un acto de creación que implica un principio u origen (en caso contrario, no hay acto de creación al entender que el universo es también eterno); la idea de inmutabilidad de Dios también se trastoca al comprender que ha sufrido dos cambios: ha deseado realizar una cosa, la creación, y posteriormente la ha ejecutado (el deseo de querer es ya una modificación, como lo es la acción o determinación); se entiende que hay un propósito divino en la creación, mas resulta imposible para el hombre indagar en él, por lo que tal vez dicho propósito no existe (aquí, la apelación al misterio por parte de la religión evitará cualquier complicación).
Son cuatro los argumentos presentes en el segundo grupo. El primero de ellos sostiene que no puede creerse en un creador perfecto al no ser compatible con un gobernador de las mismas características, ya que ambos seres se excluyen categóricamente; la creación en origen de un ser genial no puede haber dado lugar a una obra que demanda la mano de un gobernador, ya que su necesidad significa el desconocimiento, la incapacidad y la impotencia del creador. El segundo argumento de esta serie dice que la diversidad de dioses atestigua que no existe ninguno, ya que si existiera un Dios verdadero carecería de omnipotencia o de bondad para revelarse a todos por igual, dos de los atributos que se le atribuyen. El tercer argumento hace mención a la existencia del infierno como prueba de que Dios no es infinitamente justo ni misericordioso, sino un feroz e implacable inquisidor. El cuarto y último argumento de este grupo insiste en el problema del mal, cuya existencia en el mundo demuestra que, o bien Dios no es omnipotente al no poder erradicarlo, o no es infinitamente bueno al no querer erradicarlo.
El último grupo de argumentos, dirigidos contra un Dios justiciero, recuerda que la existencia del hombre está determinada por sus condiciones de vida, las cuales habrían sido establecidas por la divinidad. El hombre es, en definitiva, un esclavo de Dios y dependiente de él, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos de males; el segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno). En la conclusión a sus argumentos, los cuales son un buen compendio de lo que es la visión antiautoritaria sobre Dios, Faure invista a todo ser humano a que declare la guerra a esa idea sobrenatural y absolutista que le mantiene sumiso.
Dentro de este repaso al ateísmo entendido desde una visión antiautoritaria, merece la pena recordar las palabras de Bertrand Russell: "En cuanto abandonamos nuestra propia razon y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin". El ateísmo de este autor, aunque desde un punto de vista científico habría que denominarlo agnosticismo, asocia la creencia religiosa con cierto engreimiento del ser humano al considerarse el centro del universo. Russell invita a superar todos los mitos creados en torno a la religión iniciando un camino de conocimiento que comienza con admitir los temores propios y reflexionar siempre de manera racional. La religión se muestra inequívocamente asociada al poder a lo largo de la historia, de tal manera que los gobiernos necesitan de una población ignorante que abrace cualquier credo irracional.
Extracto del artículo "El ateísmo contra el pensamiento religioso: la desacralización como libertad de indagación", en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.10.
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