Como continuación de la entrada anterior, repasamos algunas de las visiones contemporáneas sobre la moral y la conciencia, desde posiciones abiertamente contrarios al pensamiento religioso y sobrenatural.
Richard Dawkins, biólogo considerado neodarwinista, considera que nobles impulsos como la amabilidad, el altruismo o la empatía se originan en el cerebro y se dirigen en primer lugar hacia la familia cercana, pero pueden extenderse como regla general. No profundizaremos aquí en la visión genética de Dawkins, no uniforme en el mundo científico y denunciada en ocasiones como biológicamente determinista, pero insistiremos en este autor por su prestigio y conocido ateísmo combativo. Derivar nuestro sentido de lo correcto o lo incorrecto de nuestro pasado evolutivo, conlleva ciertas dificultades al ser difícil comprender sentimientos como la compasión desde el punto de vista de la selección natural. Sean cuales fueren las reglas de la evolución, altruistas o competitivas, no es posible hablar simplemente de determinismo biológico, ya que se filtran a través de la influencia de lo que llamamos civilización, con sus tradiciones, leyes y costumbres. Como modo de mejorar la conciencia, Dawkins considera que la ciencia y la evolución, incluso con sus lagunas, resultan mucho más adecuadas para mejorarla que el pensamiento religioso y elude la posibilidad de fantasear con nuestros miedos y necesidades. Frente a los que asocian, necesariamente, el sentimiento religioso a la condición humana, ya que parece manifestarse de un modo u otro, habría que insistir en lo saludable de la independencia mental. Una comprensión adecuada del mundo real puede asumir el mismo rol inspirativo que, tradicionalmente y de manera distorsionadora, ha asumido la religión.
Desde la Antigua Grecia hasta Kant, hubo ya muchos intentos de derivar la moral de fuentes no religiosas. De hecho, tal como señala Dawkins, los imperativos categóricos de Kant se fundan en el deber, por el bien del deber, apartando a Dios, lo cual ha supuesto que se haya pensado que el filósofo alemán, aunque no pudiera admitirlo en la sociedad de su tiempo, era en realidad ateo. La universalidad de los principios morales, que es lo que está también detrás de los imperativos kantianos, es válida en algunos casos, pero plantea problemas en otros, ya que no todo el mundo estará de acuerdo en según qué comportamientos. En el caso de la moral de tipo kantiano, no tiene que ser una visión plenamente identificable con el absolutismo moral, puede hablarse de "deontología" o "ciencia del deber", es decir "obediencia a reglas". Entre las visiones morales modernas, están además los llamados "consecuencialistas", más pragmáticos, según los cuales la moralidad de una acción debe juzgarse por sus consecuencias (los utilitaristas, a menudo mal entendidos también, pueden considerarse como un tipo de consecuencialistas). Como afirma Richard Dawkins, no todo absolutismo deriva de la religión, pero es muy difícil defenderlo en otros campos.
Si la moral originada en las religiones es siempre exclusivista y totalizante, exigiendo además obediencia a los creyentes, una moral capaz de mejorar la vida y de facilitar el desarrollo, incluso con aspiración de ser universal, no necesita de orígenes divinos y todo ser humano puede comprenderla en mayor o en menor medida sin acudir a ninguna "verdad revelada". Es más, desde el ateísmo se ha criticado la moral religiosa, siempre absolutista, entendida como una verdad con mayúsculas, cuando en su nombre se han producido los mayores crímenes a lo largo de la historia; el ateo siempre considerará la moral religiosa como sospechosa, ya que detrás se encuentra la imposición y las mayores aberraciones hacia los no creyentes, por lo que acaba convirtiéndose en un instrumento de poder. Frente a los que consideran que una moral sin Dios no puede darse, la lógica hace pensar que la humanidad, en los albores de su existencia, empezó a dar contenido a las normas morales y potenció así los instintos constructivos del ser humano; en caso contrario, no habríamos llegado hasta aquí. Con el devenir de la historia, la idea de Dios se fue haciendo innecesaria, por lo que una ética puramente humana, basada en la convivencia social, la justicia y la fraternidad, enemiga de todo dogmatismo, puede exigir un mayor compromismo con lo real. La creencia religiosa surge de debilidades y angustias humanas, muy comprensibles, pero son infinitamente más aceptables una incredulidad fundada en el esfuerzo por buscar la verdad, sin engaño alguno, y una moral fraterna, sin excusas sobrenaturales ni trascendentes. En esta línea, hay que recordar a Bertrand Russell cuando habla igualmente de renunciar al dogmatismo y adoptar la duda racional en todo ámbito humano; desde su punto de vista, ello ayudaría a erradicar los grandes males del mundo, ya que sin posiciones absolutistas resulta francamente difícil no considerar la gran responsabilidad que tenemos con el prójimo.
Otro ateo que ha tenido gran popularidad en los últimos años, el recientemente fallecido Christopher Hitchens, considera que el desarrollo del pensamiento ha supuesto que la humanidad se vaya apartando de toda verdad revelada y toda fe dogmática; desde este punto de vista, la razón, la conciencia y la moral solo pueden ser innatas en el ser humano, susceptibles de ser perfeccionadas o deterioradas y no es necesario apoyarse en ninguna explicación espiritual o metafísica. Desde su ateísmo combativo, Hitchens presenta varias e importantes objeciones al pensamiento religioso: distorsión cognitiva sobre el conocimiento y la razón, servilismo, solipsismo, represión sexual... recogiendo la herencia de Freud, considera que las creencias de los hombres estás sustentadas en última instancia en ilusiones, respuestas a sus necesidades y deseos más apremiantes. Tal vez la ciencia y la razón no resultan suficientes para establecer valores, pero sí son necesarias, por lo que hay que desconfiar de toda aquella doctrina que las reduzca; el intelecto y la moral se potencian gracias al conocimiento y la creatividad humanas, por lo que se identifica aquí ateísmo con una libertad plena para la indagación.
El filósofo André Comte-Sponville, en otra interesante obra sobre el ateísmo de reciente edición denominada El alma del ateísmo, nos propone un punto de vista diferente sobre los valores humanos. Su ateísmo lo funda en lo que denomina "fidelidad", usando una palabra con la misma etimología que la palabra "fe", a unos valores judeocristianos de larga tradición; su falta de creencia en Dios no le impide abrazar la moral fundada en la religión y considerar su importancia como elemento de cohesión en la sociedad. El temor de Comte-Sponville está en que la falta de creencia desemboque en el nihilismo, algo que él considera sinónimo de barbarie; su deseo parece ser fiel a dos polos: los valores religiosos tradicionales y el proyecto modernizador de la Ilustración. En este sentido, el filósofo francés se aparta del nuevo ateísmo de Dawkins y Hitchens, y especialmente de la tendencia posmoderna de Michel Onfray, que parte de Nietzsche para considerar que es precisamente el ateísmo el que nos proporciona la salida del nihilismo radicalizando e innovando los postulados de la Ilustración. El ateísmo de Onfray apuesta por una razón decididamente antirreligiosa y antimetafísica, que impida a los seres humanos caer en la tranquilidad existencial y el infantilismo mental permanente; el estilo directo e incendiario de este autor le lleva a considerar que el ser humano tiene una inclinación hacia la credulidad y la ceguera, por lo que las dificultades de la vida le empujan a las fábulas y los mitos.
Richard Dawkins, biólogo considerado neodarwinista, considera que nobles impulsos como la amabilidad, el altruismo o la empatía se originan en el cerebro y se dirigen en primer lugar hacia la familia cercana, pero pueden extenderse como regla general. No profundizaremos aquí en la visión genética de Dawkins, no uniforme en el mundo científico y denunciada en ocasiones como biológicamente determinista, pero insistiremos en este autor por su prestigio y conocido ateísmo combativo. Derivar nuestro sentido de lo correcto o lo incorrecto de nuestro pasado evolutivo, conlleva ciertas dificultades al ser difícil comprender sentimientos como la compasión desde el punto de vista de la selección natural. Sean cuales fueren las reglas de la evolución, altruistas o competitivas, no es posible hablar simplemente de determinismo biológico, ya que se filtran a través de la influencia de lo que llamamos civilización, con sus tradiciones, leyes y costumbres. Como modo de mejorar la conciencia, Dawkins considera que la ciencia y la evolución, incluso con sus lagunas, resultan mucho más adecuadas para mejorarla que el pensamiento religioso y elude la posibilidad de fantasear con nuestros miedos y necesidades. Frente a los que asocian, necesariamente, el sentimiento religioso a la condición humana, ya que parece manifestarse de un modo u otro, habría que insistir en lo saludable de la independencia mental. Una comprensión adecuada del mundo real puede asumir el mismo rol inspirativo que, tradicionalmente y de manera distorsionadora, ha asumido la religión.
Desde la Antigua Grecia hasta Kant, hubo ya muchos intentos de derivar la moral de fuentes no religiosas. De hecho, tal como señala Dawkins, los imperativos categóricos de Kant se fundan en el deber, por el bien del deber, apartando a Dios, lo cual ha supuesto que se haya pensado que el filósofo alemán, aunque no pudiera admitirlo en la sociedad de su tiempo, era en realidad ateo. La universalidad de los principios morales, que es lo que está también detrás de los imperativos kantianos, es válida en algunos casos, pero plantea problemas en otros, ya que no todo el mundo estará de acuerdo en según qué comportamientos. En el caso de la moral de tipo kantiano, no tiene que ser una visión plenamente identificable con el absolutismo moral, puede hablarse de "deontología" o "ciencia del deber", es decir "obediencia a reglas". Entre las visiones morales modernas, están además los llamados "consecuencialistas", más pragmáticos, según los cuales la moralidad de una acción debe juzgarse por sus consecuencias (los utilitaristas, a menudo mal entendidos también, pueden considerarse como un tipo de consecuencialistas). Como afirma Richard Dawkins, no todo absolutismo deriva de la religión, pero es muy difícil defenderlo en otros campos.
Si la moral originada en las religiones es siempre exclusivista y totalizante, exigiendo además obediencia a los creyentes, una moral capaz de mejorar la vida y de facilitar el desarrollo, incluso con aspiración de ser universal, no necesita de orígenes divinos y todo ser humano puede comprenderla en mayor o en menor medida sin acudir a ninguna "verdad revelada". Es más, desde el ateísmo se ha criticado la moral religiosa, siempre absolutista, entendida como una verdad con mayúsculas, cuando en su nombre se han producido los mayores crímenes a lo largo de la historia; el ateo siempre considerará la moral religiosa como sospechosa, ya que detrás se encuentra la imposición y las mayores aberraciones hacia los no creyentes, por lo que acaba convirtiéndose en un instrumento de poder. Frente a los que consideran que una moral sin Dios no puede darse, la lógica hace pensar que la humanidad, en los albores de su existencia, empezó a dar contenido a las normas morales y potenció así los instintos constructivos del ser humano; en caso contrario, no habríamos llegado hasta aquí. Con el devenir de la historia, la idea de Dios se fue haciendo innecesaria, por lo que una ética puramente humana, basada en la convivencia social, la justicia y la fraternidad, enemiga de todo dogmatismo, puede exigir un mayor compromismo con lo real. La creencia religiosa surge de debilidades y angustias humanas, muy comprensibles, pero son infinitamente más aceptables una incredulidad fundada en el esfuerzo por buscar la verdad, sin engaño alguno, y una moral fraterna, sin excusas sobrenaturales ni trascendentes. En esta línea, hay que recordar a Bertrand Russell cuando habla igualmente de renunciar al dogmatismo y adoptar la duda racional en todo ámbito humano; desde su punto de vista, ello ayudaría a erradicar los grandes males del mundo, ya que sin posiciones absolutistas resulta francamente difícil no considerar la gran responsabilidad que tenemos con el prójimo.
Otro ateo que ha tenido gran popularidad en los últimos años, el recientemente fallecido Christopher Hitchens, considera que el desarrollo del pensamiento ha supuesto que la humanidad se vaya apartando de toda verdad revelada y toda fe dogmática; desde este punto de vista, la razón, la conciencia y la moral solo pueden ser innatas en el ser humano, susceptibles de ser perfeccionadas o deterioradas y no es necesario apoyarse en ninguna explicación espiritual o metafísica. Desde su ateísmo combativo, Hitchens presenta varias e importantes objeciones al pensamiento religioso: distorsión cognitiva sobre el conocimiento y la razón, servilismo, solipsismo, represión sexual... recogiendo la herencia de Freud, considera que las creencias de los hombres estás sustentadas en última instancia en ilusiones, respuestas a sus necesidades y deseos más apremiantes. Tal vez la ciencia y la razón no resultan suficientes para establecer valores, pero sí son necesarias, por lo que hay que desconfiar de toda aquella doctrina que las reduzca; el intelecto y la moral se potencian gracias al conocimiento y la creatividad humanas, por lo que se identifica aquí ateísmo con una libertad plena para la indagación.
El filósofo André Comte-Sponville, en otra interesante obra sobre el ateísmo de reciente edición denominada El alma del ateísmo, nos propone un punto de vista diferente sobre los valores humanos. Su ateísmo lo funda en lo que denomina "fidelidad", usando una palabra con la misma etimología que la palabra "fe", a unos valores judeocristianos de larga tradición; su falta de creencia en Dios no le impide abrazar la moral fundada en la religión y considerar su importancia como elemento de cohesión en la sociedad. El temor de Comte-Sponville está en que la falta de creencia desemboque en el nihilismo, algo que él considera sinónimo de barbarie; su deseo parece ser fiel a dos polos: los valores religiosos tradicionales y el proyecto modernizador de la Ilustración. En este sentido, el filósofo francés se aparta del nuevo ateísmo de Dawkins y Hitchens, y especialmente de la tendencia posmoderna de Michel Onfray, que parte de Nietzsche para considerar que es precisamente el ateísmo el que nos proporciona la salida del nihilismo radicalizando e innovando los postulados de la Ilustración. El ateísmo de Onfray apuesta por una razón decididamente antirreligiosa y antimetafísica, que impida a los seres humanos caer en la tranquilidad existencial y el infantilismo mental permanente; el estilo directo e incendiario de este autor le lleva a considerar que el ser humano tiene una inclinación hacia la credulidad y la ceguera, por lo que las dificultades de la vida le empujan a las fábulas y los mitos.
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