Si
alguien vio la inefable película "La vida de Pi", muy popular hace un par de años, y suponiendo que
hayan interpretado su mensaje como yo (que es mucho suponer), hay que
entender las religiones y la creencia en Dios como un fraude evidente, y
sin embargo quieren vendernos que nos son necesarias (la historia en el
film es aquí un batiburrillo de justificaciones y pobres lugares
comunes: el ser humano es ruin y miserable, necesita creer en algo, la
vida sin Dios viene a ser gris y materialista...).
Pues bien, esta interpretación reduccionista y tramposa de la existencia, presente en dicho film, sigue teniendo una enorme influencia en la civilización y, en mi opinión, acaba justificando toda forma de autoridad y opresión (muy terrenales); como nuestra sociedad está fuertemente impregnada de la cultura cristiana, y, dado el día que es hoy, me centraré un poco más en la crítica a esta doctrina, aunque veremos que resulta inevitable referirnos en general a las creencias religiosas. A la cantidad de seguidores que tiene la religión del Cristo, en todas sus formas, hay que recordarles que gran parte de los rasgos de la misma (culto reservado a los hombres, comunión de la carne y de la sangre del redentor, la santísima trinidad, el bautismo, la idea de un salvador, la resurrección...) están tomados de creencias anteriores; más concretamente del mitraísmo, religión de origen persa. Hay que indagar en la historia para comprender cómo el cristianismo se fue apropiando sistemáticamente de las creencias, ritos y dogmas de religiones mediterráneas previas. Su éxito posterior es digno también de estudio y, parafraseando a un amigo mío, hay que decir que "una religión no es más que una secta con el éxito suficiente entre la gente". El cristianismo se asienta sobre cuatro pilares fundamentales: la Biblia, la figura de Jesús, el pecado original y los dogmas de fe; trataremos de analizar, de forma tan somera como crítica, cada uno de ellos.
No creo que nadie pueda negar que el Dios del Antiguo Testamento, que no es más que la deidad monoteísta de toda la vida, es un ser despreciable: genocida puede ser la palabra que mejor resuma su condición; por otra parte, y aunque se suavicen más tarde las cosas, hay un rasgo que forma parte de este dios para siempre: desea que los hombres se sometan a Él, una especie de déspota sobrenatural y encima todopoderoso y omnisciente (sí, ya sé que que luego en la historia está el deísmo, el panteísmo y toda la creencia ambigua que queramos expresar, pero el pilar fundamental y dogma máximo está siempre en "amarle a Él sobre todas las cosas", lo que constituye el súmmun de la enajenación). Pasemos al Nuevo Testamento, que es la base en realidad del cristianismo. Para los que hayan leído la lúcida y divertida novela de Saramago, El evangelio según Jesucristo, respecto al Antiguo Testamento, el Nuevo no es más que un lavado de cara; un acuerdo entre Dios y el diablo para suavizar las cosas y presentar una religión más aceptable; en definitiva, para seguir manteniendo el "chiringuito" de dominación. Sin embargo, este "lavado de cara" no supone que haya una diferencia excesiva entre lo antiguo y lo nuevo; los evangelios aceptados oficialmente son el resultado de la negación en la historia de todo aquello que no interesaba y los rasgos del Nuevo Testamento siguen siendo muy negativos: contradicciones, inexactitudes, absurdidades... Por supuesto, es todo cuestión de fe; pero la gran pregunta, ¿la fe así entendida no es obviamente perniciosa?
En cuanto a la figura de Jesús, ya me ocupé hace un año de ello. Aunque no soy partidario de ridiculizar su existencia comparándolo con la de cualquier otro personaje de ficción moderno, sí hay que insistir en todo lo que tiene de fantasioso la construcción histórica del Cristo adecuándola a las necesidades de la institución eclesiástica. Todo se resume, a pesar del absurdo y la imposibilidad a todas luces, en la aceptación acrítica de lo que dicen las Escrituras. De nuevo es una cuestión de fe, palabra que no tendría necesariamente que tener esas connotaciones tan negativas ni estar enfrentada a la evidencia más elemental; así estamos. El mito del pecado original, que no puede ser más infantil, también impregna toda nuestra cultura y de ahí la aceptación de la existencia humana como un valle de lágrimas y del ser humano como un ser pequeñito y despreciable. Por supuesto, es posible hacer siempre otra interpretación de estas fábulas históricas; Erich Fromm, estudioso del Antiguo Testamento (en el que veía cosas buenas y malas, como en toda creación humana), quería ver algo positivo en la desobediencia original de la "primera" pareja en la humanidad; era el desarrollo de la razón en el hombre. En el judaísmo, es posible que pudiera verse así (aunque existe un inaceptable respeto a la tradición y la creencia religiosa se ha transformado en el poder político); el cristianismo, y más concretamente la Iglesia, trata de vendernos posteriormente la absurda idea de la salvación (precisamente, de ese pecado original que nos mantiene como unos críos crédulos e indefensos). Si nos referimos a los dogmas cristianos, verdades que no puede cuestionar el creyente (ya que mana de una autoridad superior); insistiremos en que la doctrina católica ha ido adoptando dogmas absurdos a lo largo de la historia (hay que echar un vistazo a lo que siguen sosteniendo todavía recientemente) y convirtiendo en herejes a los que no aceptaban. Hablamos de una acumulación de hechos absurdos a lo largo de siglos, con poca o ninguna base de verdad, y que sin embargo siguen aceptando muchas personas; otros tantos, sin ser creyentes hasta ese extremo doctrinario, simplemente hacen gala de una extraña conformidad y no quieren ver los obstáculos para el progreso.
Como ya insistimos una y otra vez, la fe religiosa (la monoteísta, al menos) es un mito prefabricado en base a tres pilares fundamentales: la tradición, la autoridad y la revelación. Nada tenemos sobre las creencias de las personas, cuyo origen puede estar en tantos factores, que hay que ser siempre cautos a la hora del análisis; sin embargo, lo que resulta intolerable es que organizaciones jerarquizadas y fuertemente conservadoras, opuestas en cualquier cosa a todo intento de justicia social (hablo siempre de la institución eclesiástica, no necesariamente de todos sus miembros de base, aunque recuerdo la obediencia ciega que deben a las alturas). En cualquier caso, es muy complicado justificar la creencia religiosa en base a la fe (palabra obviamente polisémica; todos la tenemos, en mayor o menos medida, pero no tiene que ser sinónimo de creencia ciega o producto de la fantasía). No es que sepa mucho sobre cómo funciona el cerebro humano (y los especialistas, tantas veces, dan la impresión de que tampoco), pero sí parece excesivamente proclive a las fantasías como para querer construir una creencia religiosa al respecto. Todo lo que se encuentra detrás de la religión (cosmovisiones, valores morales, búsqueda de sentido a la existencia humana, deseo de perdurar más allá de la muerte...), incluido el más obvio consuelo respecto a los males del mundo, tiene una explicación muy racional y muy humana. Insisto, la actitud religiosa personal es perfectamente comprensible (aunque, igualmente digna de análisis y de crítica), pero lo auténticamente intolerable es que minorías de iluminados (religiosos, en este caso, pero también políticos y económicos) sigan determinando nuestras vidas, fomentando la credulidad y un sentido desvirtuado de la existencia y de los valores humanos.
Pues bien, esta interpretación reduccionista y tramposa de la existencia, presente en dicho film, sigue teniendo una enorme influencia en la civilización y, en mi opinión, acaba justificando toda forma de autoridad y opresión (muy terrenales); como nuestra sociedad está fuertemente impregnada de la cultura cristiana, y, dado el día que es hoy, me centraré un poco más en la crítica a esta doctrina, aunque veremos que resulta inevitable referirnos en general a las creencias religiosas. A la cantidad de seguidores que tiene la religión del Cristo, en todas sus formas, hay que recordarles que gran parte de los rasgos de la misma (culto reservado a los hombres, comunión de la carne y de la sangre del redentor, la santísima trinidad, el bautismo, la idea de un salvador, la resurrección...) están tomados de creencias anteriores; más concretamente del mitraísmo, religión de origen persa. Hay que indagar en la historia para comprender cómo el cristianismo se fue apropiando sistemáticamente de las creencias, ritos y dogmas de religiones mediterráneas previas. Su éxito posterior es digno también de estudio y, parafraseando a un amigo mío, hay que decir que "una religión no es más que una secta con el éxito suficiente entre la gente". El cristianismo se asienta sobre cuatro pilares fundamentales: la Biblia, la figura de Jesús, el pecado original y los dogmas de fe; trataremos de analizar, de forma tan somera como crítica, cada uno de ellos.
No creo que nadie pueda negar que el Dios del Antiguo Testamento, que no es más que la deidad monoteísta de toda la vida, es un ser despreciable: genocida puede ser la palabra que mejor resuma su condición; por otra parte, y aunque se suavicen más tarde las cosas, hay un rasgo que forma parte de este dios para siempre: desea que los hombres se sometan a Él, una especie de déspota sobrenatural y encima todopoderoso y omnisciente (sí, ya sé que que luego en la historia está el deísmo, el panteísmo y toda la creencia ambigua que queramos expresar, pero el pilar fundamental y dogma máximo está siempre en "amarle a Él sobre todas las cosas", lo que constituye el súmmun de la enajenación). Pasemos al Nuevo Testamento, que es la base en realidad del cristianismo. Para los que hayan leído la lúcida y divertida novela de Saramago, El evangelio según Jesucristo, respecto al Antiguo Testamento, el Nuevo no es más que un lavado de cara; un acuerdo entre Dios y el diablo para suavizar las cosas y presentar una religión más aceptable; en definitiva, para seguir manteniendo el "chiringuito" de dominación. Sin embargo, este "lavado de cara" no supone que haya una diferencia excesiva entre lo antiguo y lo nuevo; los evangelios aceptados oficialmente son el resultado de la negación en la historia de todo aquello que no interesaba y los rasgos del Nuevo Testamento siguen siendo muy negativos: contradicciones, inexactitudes, absurdidades... Por supuesto, es todo cuestión de fe; pero la gran pregunta, ¿la fe así entendida no es obviamente perniciosa?
En cuanto a la figura de Jesús, ya me ocupé hace un año de ello. Aunque no soy partidario de ridiculizar su existencia comparándolo con la de cualquier otro personaje de ficción moderno, sí hay que insistir en todo lo que tiene de fantasioso la construcción histórica del Cristo adecuándola a las necesidades de la institución eclesiástica. Todo se resume, a pesar del absurdo y la imposibilidad a todas luces, en la aceptación acrítica de lo que dicen las Escrituras. De nuevo es una cuestión de fe, palabra que no tendría necesariamente que tener esas connotaciones tan negativas ni estar enfrentada a la evidencia más elemental; así estamos. El mito del pecado original, que no puede ser más infantil, también impregna toda nuestra cultura y de ahí la aceptación de la existencia humana como un valle de lágrimas y del ser humano como un ser pequeñito y despreciable. Por supuesto, es posible hacer siempre otra interpretación de estas fábulas históricas; Erich Fromm, estudioso del Antiguo Testamento (en el que veía cosas buenas y malas, como en toda creación humana), quería ver algo positivo en la desobediencia original de la "primera" pareja en la humanidad; era el desarrollo de la razón en el hombre. En el judaísmo, es posible que pudiera verse así (aunque existe un inaceptable respeto a la tradición y la creencia religiosa se ha transformado en el poder político); el cristianismo, y más concretamente la Iglesia, trata de vendernos posteriormente la absurda idea de la salvación (precisamente, de ese pecado original que nos mantiene como unos críos crédulos e indefensos). Si nos referimos a los dogmas cristianos, verdades que no puede cuestionar el creyente (ya que mana de una autoridad superior); insistiremos en que la doctrina católica ha ido adoptando dogmas absurdos a lo largo de la historia (hay que echar un vistazo a lo que siguen sosteniendo todavía recientemente) y convirtiendo en herejes a los que no aceptaban. Hablamos de una acumulación de hechos absurdos a lo largo de siglos, con poca o ninguna base de verdad, y que sin embargo siguen aceptando muchas personas; otros tantos, sin ser creyentes hasta ese extremo doctrinario, simplemente hacen gala de una extraña conformidad y no quieren ver los obstáculos para el progreso.
Como ya insistimos una y otra vez, la fe religiosa (la monoteísta, al menos) es un mito prefabricado en base a tres pilares fundamentales: la tradición, la autoridad y la revelación. Nada tenemos sobre las creencias de las personas, cuyo origen puede estar en tantos factores, que hay que ser siempre cautos a la hora del análisis; sin embargo, lo que resulta intolerable es que organizaciones jerarquizadas y fuertemente conservadoras, opuestas en cualquier cosa a todo intento de justicia social (hablo siempre de la institución eclesiástica, no necesariamente de todos sus miembros de base, aunque recuerdo la obediencia ciega que deben a las alturas). En cualquier caso, es muy complicado justificar la creencia religiosa en base a la fe (palabra obviamente polisémica; todos la tenemos, en mayor o menos medida, pero no tiene que ser sinónimo de creencia ciega o producto de la fantasía). No es que sepa mucho sobre cómo funciona el cerebro humano (y los especialistas, tantas veces, dan la impresión de que tampoco), pero sí parece excesivamente proclive a las fantasías como para querer construir una creencia religiosa al respecto. Todo lo que se encuentra detrás de la religión (cosmovisiones, valores morales, búsqueda de sentido a la existencia humana, deseo de perdurar más allá de la muerte...), incluido el más obvio consuelo respecto a los males del mundo, tiene una explicación muy racional y muy humana. Insisto, la actitud religiosa personal es perfectamente comprensible (aunque, igualmente digna de análisis y de crítica), pero lo auténticamente intolerable es que minorías de iluminados (religiosos, en este caso, pero también políticos y económicos) sigan determinando nuestras vidas, fomentando la credulidad y un sentido desvirtuado de la existencia y de los valores humanos.
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