En este blog, en no pocas ocasiones, se ha mencionado (pero no,
necesariamente, seguido al dedillo) el nuevo ateísmo de un Dawkins, de
un Hitchens o, aunque yo no lo situaría en el mismo saco que los
anteriores por sus rasgos más filosóficos y posmodernos, de un Onfray.
En todas las obras de los autores mencionados, algo menos en la de
Daniel Dennett, he encontrado cosas de valor para el pensamiento libre y
para el progreso social.
Hay quien sitúa ese neoateísmo en el mundo post-11S, algo que no sé si es del todo cierto y que tampoco resulta muy sostenible si observamos que el objeto del ataque es la creencia religiosa de un modo general, y la tradición judeocristiana no sale mejor parada que la islámica. A los autores neoateos, especialmente a Dawkins, se les acusa de atacar la teología desde una inadmisible arrogancia. Esto me recuerda aquel chiste en el que un creyente acusa a un ateo, precisamente, de arrogancia y éste le responde algo así como lo siguiente: "Y esto lo dices tú, que piensas que un ser eterno, omnipotente y absolutamente bueno te ha creado". Tampoco me convencen las criticas a los neoateos cuando simplemente argumentan que "no saben de lo que están hablando"; las acusaciones en ese sentido las he oído por parte de toda suerte de creencias sobrenaturales, terapias alternativas y otras inefables propuestas seudocientíficas, y que suele traducirse ante la falta de evidencias, de la clase que fuere, como algún tipo de apelación al misterio.
No obstante, y a pesar que es de agradecer que prolifere el pensamiento ateo (algo que, insistiré una y otra vez, para mí es principalmente sinónimo de librepensamiento), siempre he mantenido una reserva para todo discurso solo en parte subversivo, y ese puede ser el caso de los autores que nos ocupan. El ateísmo es, para el que subscribe, una parte de la cultura antiautoritaria, por lo que las críticas se dirigen a todo tipo de dominación (religiosa, política y económica). También se ha acusado a Dawkins y Hitchens, desde posiciones ciertamente izquierdistas como es el caso de Terry Eagleton (el cual se dirige a ellos como "Ditchkins" y utiliza alguna gracieta más de dudoso gusto), de defender el statu quo. No diré para nada que esos nuevos ateos tengan un prurito libertario (tal vez Onfray algo más), pero no considero que sus posiciones sean conservadoras bajo ningún concepto, ni siquiera que hayan defendido alguna forma de Estado (al menos, en las obras que nos ocupan). Otro asunto es el manido reduccionismo científico del que también se les acusa, algo así como mantener que "la ciencia tiene todas las repuestas"; de una u otra forma, se esté o no de acuerdo con ellos, en sus obras han aparecido preocupaciones por la moral, por lo que esa acusación nuevamente me parece una caricatura. En cualquier caso, insistiremos, la crítica a la creencia religiosa no es meramente intelectual o cognitiva; por supuesto, se la considera una mera proyección o fantasía, pero se la combate (que es quizás lo intolerable para muchos, que la crítica adquiera un horizonte muy amplio) en aras del progreso, especialmente social y moral (no meramente científico, el cual ha demostrado un lado demasiado oscuro).
Estoy muy de acuerdo con Erich Fromm cuando dice que la religión desaparecerá, de acuerdo, pero que algo debe ocupar su lugar. Ese algo puede ser el humanismo y el socialismo, y utilizo esas palabras con una intención plenamente libertaria, por lo que de nada sirve criticarlas de modo estrecho, tal y como considero que se hace habitualmente. Eagleton, en Razón, fe y revolución, parece reconocer que el balance histórico final sobre la religión se desborda hacia el lado negativo, pero dirige su critica, en mi opinión sin demasiado recorrido, hacia esos nuevos ateos, ferozmente reduccionistas para él, los cuales define como racionalistas liberales. Eagleton tiene una análisis claramente marxista, nos recuerda que incluso el fanatismo religioso tiene bases materiales y recuerda la responsabilidad del Occidente capitalista al respecto. Es de agradecer, en cualquier caso, que se recuerde esto, aunque me resulta dudoso que alguien pudiera negarlo. Más de una vez, menciona a Marx en una cita que alude a la religión como "alivio de los afligidos"; creo que se trata de una semejante a la mucho más utilizada de "opio del pueblo", que tal vez no se entienda del todo bien, ya que alude igualmente a consuelo y no tanto a "anestesia", como creo que se suele interpretar. Es posible que Marx tuviera en gran parte razón (aunque siempre estemos tentados, a nuestra vez, de acusarle de reduccionista), pero en cualquier caso el objetivo es combatir todo tipo de aflicción, lo mismo que tratar de que todas las personas tengan un horizonte amplio a la hora de acceder al conocimiento (es eso, ya tan añejo, pero más necesario que nunca que llamamos revolución social). Es posible que sea inherente a la condición humana el afligirse, de una forma o de otra, pero da la sensación de que los dogmas religiosos (ideas inmutables, no lo olvidemos) juegan con ello en su beneficio, en lugar de tratar de combatirlo. La fe, e incluso los mitos, tienen muchas lecturas, es cierto, y no hay que contraponerlos siempre de manera simplista frente a la lógica y el positivismo, sino tratar de comprender los diversos factores que los alimentan. El objetivo es hacerse preguntas, mostrar un escepticismo, precisamente frente a todo conservadurismo y pensamiento fijo, con intención de mejorar el conocimiento y la acción humana. Es por eso que las preocupaciones morales y sociales forman también parte de ese proceso, no quedan subordinadas a una ciencia y una razón desprovistas de humanidad.
Hay quien sitúa ese neoateísmo en el mundo post-11S, algo que no sé si es del todo cierto y que tampoco resulta muy sostenible si observamos que el objeto del ataque es la creencia religiosa de un modo general, y la tradición judeocristiana no sale mejor parada que la islámica. A los autores neoateos, especialmente a Dawkins, se les acusa de atacar la teología desde una inadmisible arrogancia. Esto me recuerda aquel chiste en el que un creyente acusa a un ateo, precisamente, de arrogancia y éste le responde algo así como lo siguiente: "Y esto lo dices tú, que piensas que un ser eterno, omnipotente y absolutamente bueno te ha creado". Tampoco me convencen las criticas a los neoateos cuando simplemente argumentan que "no saben de lo que están hablando"; las acusaciones en ese sentido las he oído por parte de toda suerte de creencias sobrenaturales, terapias alternativas y otras inefables propuestas seudocientíficas, y que suele traducirse ante la falta de evidencias, de la clase que fuere, como algún tipo de apelación al misterio.
No obstante, y a pesar que es de agradecer que prolifere el pensamiento ateo (algo que, insistiré una y otra vez, para mí es principalmente sinónimo de librepensamiento), siempre he mantenido una reserva para todo discurso solo en parte subversivo, y ese puede ser el caso de los autores que nos ocupan. El ateísmo es, para el que subscribe, una parte de la cultura antiautoritaria, por lo que las críticas se dirigen a todo tipo de dominación (religiosa, política y económica). También se ha acusado a Dawkins y Hitchens, desde posiciones ciertamente izquierdistas como es el caso de Terry Eagleton (el cual se dirige a ellos como "Ditchkins" y utiliza alguna gracieta más de dudoso gusto), de defender el statu quo. No diré para nada que esos nuevos ateos tengan un prurito libertario (tal vez Onfray algo más), pero no considero que sus posiciones sean conservadoras bajo ningún concepto, ni siquiera que hayan defendido alguna forma de Estado (al menos, en las obras que nos ocupan). Otro asunto es el manido reduccionismo científico del que también se les acusa, algo así como mantener que "la ciencia tiene todas las repuestas"; de una u otra forma, se esté o no de acuerdo con ellos, en sus obras han aparecido preocupaciones por la moral, por lo que esa acusación nuevamente me parece una caricatura. En cualquier caso, insistiremos, la crítica a la creencia religiosa no es meramente intelectual o cognitiva; por supuesto, se la considera una mera proyección o fantasía, pero se la combate (que es quizás lo intolerable para muchos, que la crítica adquiera un horizonte muy amplio) en aras del progreso, especialmente social y moral (no meramente científico, el cual ha demostrado un lado demasiado oscuro).
Estoy muy de acuerdo con Erich Fromm cuando dice que la religión desaparecerá, de acuerdo, pero que algo debe ocupar su lugar. Ese algo puede ser el humanismo y el socialismo, y utilizo esas palabras con una intención plenamente libertaria, por lo que de nada sirve criticarlas de modo estrecho, tal y como considero que se hace habitualmente. Eagleton, en Razón, fe y revolución, parece reconocer que el balance histórico final sobre la religión se desborda hacia el lado negativo, pero dirige su critica, en mi opinión sin demasiado recorrido, hacia esos nuevos ateos, ferozmente reduccionistas para él, los cuales define como racionalistas liberales. Eagleton tiene una análisis claramente marxista, nos recuerda que incluso el fanatismo religioso tiene bases materiales y recuerda la responsabilidad del Occidente capitalista al respecto. Es de agradecer, en cualquier caso, que se recuerde esto, aunque me resulta dudoso que alguien pudiera negarlo. Más de una vez, menciona a Marx en una cita que alude a la religión como "alivio de los afligidos"; creo que se trata de una semejante a la mucho más utilizada de "opio del pueblo", que tal vez no se entienda del todo bien, ya que alude igualmente a consuelo y no tanto a "anestesia", como creo que se suele interpretar. Es posible que Marx tuviera en gran parte razón (aunque siempre estemos tentados, a nuestra vez, de acusarle de reduccionista), pero en cualquier caso el objetivo es combatir todo tipo de aflicción, lo mismo que tratar de que todas las personas tengan un horizonte amplio a la hora de acceder al conocimiento (es eso, ya tan añejo, pero más necesario que nunca que llamamos revolución social). Es posible que sea inherente a la condición humana el afligirse, de una forma o de otra, pero da la sensación de que los dogmas religiosos (ideas inmutables, no lo olvidemos) juegan con ello en su beneficio, en lugar de tratar de combatirlo. La fe, e incluso los mitos, tienen muchas lecturas, es cierto, y no hay que contraponerlos siempre de manera simplista frente a la lógica y el positivismo, sino tratar de comprender los diversos factores que los alimentan. El objetivo es hacerse preguntas, mostrar un escepticismo, precisamente frente a todo conservadurismo y pensamiento fijo, con intención de mejorar el conocimiento y la acción humana. Es por eso que las preocupaciones morales y sociales forman también parte de ese proceso, no quedan subordinadas a una ciencia y una razón desprovistas de humanidad.
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