La creencia en Dios alude a un ser con unos rasgos especiales ajenos a
la realidad física, el cual de alguna manera el creyente es capaz de
conocer, aunque sea de forma indirecta o velada. De hecho, si dicho ser
resulta incognoscible nada podría decirse sobre él; sin embargo, el
debate se produce precisamente porque se acepta la premisa de que algo
puede llegar a saberse o intuirse sobre él. Es la tradición occidental
la que presenta a Dios como un ser consciente y personal; en otras
culturas, aparece como una forma de energía, un tanto etérea o
indefinida, lo cual facilita las cosas desde un punto de vista
científico. Como es sabido, la energía y la materia son dos
manifestaciones de la misma realidad, y hoy en día existen mecanismos
para detestar casi cualquier forma de energía presente en la naturaleza;
en cualquier caso, aunque hablásemos de una forma de materia o energía
desconocida, todo se mantiene dentro del ámbito de lo natural. Si la
energía adopta la forma de la consciencia, posee voluntad propia y es el
origen de nuestra existencia, existen dos posibilidades. Una es que
forme parte de la misma naturaleza y, por muy extraordinarias que fuesen
las causas (piénsese en cualquier hipótesis fantacientífica sobre una
raza extraterrestre), seguiríamos en el ámbito de la natural. La otra
posibilidad es que la energía tuviese un origen sobrenatural, y ahí
estamos en el terreno de la religión y de la creencia en un principio
trascendente.
Cuando observamos la historia de la filosofía, y los grandes debates y teorías sobre la existencia de Dios, hay que pensar que en gran parte de los casos han estado motivados más por la creencia que por el afán de indagar en la realidad. Por muchas vueltas que se le dé y por muchos subterfugios que se empleen, la realidad es que la creencia en Dios (y en cualquier otra realidad sobrenatural) no tiene sustento racional alguno. Es por eso que la inexistencia de un ser de esas características no puede demostrarse; tal y como insisten los ateos, la carga de la prueba debe situarse siempre en afirmaciones extraordinarias. Los argumentos que han tratado de demostrar la existencia de Dios se dividen en argumentos a priori, aquellos que no precisan apoyarse en las evidencias del mundo físico, y argumentos a posteriori o aquellos que sacan sus conclusiones de la observación del mundo natural. Veamos cuáles son esos argumentos.
El argumento ontológico, apriorístico, se basa en el conocimiento del ser y quiere demostrar la existencia de Dios sólo a través de la razón. Existen mucha variantes e este argumento, pero parece ser que el primero en proponerlo fue Avicena en su obra El libro de la curación. Sin embargo, la versión más difundida es la de Anselmo de Canterbury, a finales del siglo XII, en su obra Proslogion (que significa algo así como "alocución" o "discurso breve"); lo que se propone este autor es que, mediante la razón y sin experiencia alguna, su fe le ha sido revelada por Dios. No existe rigor lógico y hay exceso de trampa en este argumento, ya que se parte de la existencia de un ser supremo para buscar el mecanismo que lo acabe confirmando. Como es sabido, y de forma absurda vista hoy, el argumento ontológico sostiene que se tiene "la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar ninguna otra cosa mayor"; la conclusión es que ese ser no puede existir solo en nuestro pensamiento, ya que en caso contrario podría pensarse en un ser mayor que él, el cual existiría realmente. Dicho de un modo muy elemental: como se ha concebido con el pensamiento un ser por encima del cual no hay nada, tiene que existir realmente. El afán por justificar lo insostenible mantuvo este argumento en vigencia durante mucho tiempo, pero el asunto hace aguas. El ser humano es capaz de discernir entre aquello que es capaz de concebir y aquello que es capaz de describir; de esa manera, utilizamos el concepto de infinito, e incluso hacemos operaciones con él, pero nadie es capaz de pensar el infinito o la eternidad de forma "real", ya que somos seres con un experiencia limitada. Por eso no podemos concebir realmente un ser como el propuesto por Anselmo, aunque sí podemos formularlo. El argumento ontológico parte de un razonamiento inconsistente. Otra cosa que se ha criticado es que Anselmo emplea el término "mayor" en el sentido de superior y deduce que la existencia de ese ser es mayor o superior que su no existencia. Las cualidades de mayor, superior o más perfecto se realizan siempre en comparación con otros seres, por lo que no tiene sentido afirmar que lo que existe es mayor o más perfecto que lo que no existe. Si no existe, no es nada y no hay más que hablar. La deducción de que algo existe por el simple hecho de pensarlo no merece mayor análisis; se han concebido infinidad de seres mitológicos cuya existencia no es, obviamente, real. Vienen al caso las palabras de Kant en la Crítica de la razón pura: "La necesidad de la existencia nunca puede ser conocida por conceptos, sino siempre sólo por el enlace con aquello que es percibido, según las leyes universales de la experiencia". Es posible que el argumento ontológico tenga su origen en la tradición platónica, tan influyente en el cristianismo posterior, la cual lleva a confundir conceptos con realidades. Si aplicamos el principio ontológico, puede afirmarse la existencia de cualquier cosa por absurda que sea.
Tomás de Aquino fue otro de los autores que mayor esfuerzo hicieron para demostrar de forma racional la existencia de Dios. En su obra Summa Theologica, propone las conocidas cinco vías, argumentos a posteriori, que intentan demostrar la existencia de Dios a partir de los efectos de su actuación en un mundo que habría sido obra suya. La primera vía es la demostración a partir del movimiento: el movimiento de los objetos, que percibimos por los sentidos, pone en marcha una sucesión de motores intermedios sólo interrumpidos cuando llegamos al primer motor (Dios). La segunda vía o demostración a partir de la causa eficiente, muy similar a la anterior, sostiene la sucesión de causas y efectos en el mundo sensible, la cual no puede ser infinita, por lo que apunta a la primera causa (que sería Dios). La tercera vía es el argumento cosmológico, el cual afirma que las cosas son contingentes (podrían no haber existido) y no tienen en sí mismas el principio de la existencia, el cual se remonta a otros hasta encontrar un primer ser necesario. Los tres argumentos citados son muy similares, y muy tramposos, ya que remontan el problema a un primer motor (nada original, ya que esta idea se remonta a Aristóteles) o causa o ser necesario sin resolver nada sobre su existencia. Como en otras ocasiones, Bertrand Russell lo expresa de manera sencilla e irrefutable: "Si todo tiene que tener alguna causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, igual puede ser el mundo que Dios, por lo cual no hay validez en ese argumento". En el contexto que se le quiere dar, sin verificación científica por la leyes causales, el concepto de Dios carece de validez. Las preguntas acerca de origen del universo están habitualmente contaminadas por la visión religiosa de un Dios personal creador, de ahí las respuestas que se da gran parte de la gente. Es cuestionable incluso que el universo haya sido creado o, yendo más lejos, que tenga en realidad un origen; sin embargo, la teoría del big bang, comúnmente aceptada por lo científicos, ha llevado a que los creyentes quieran ver a Dios detrás de ese fenómeno. Lo dicho, la respuesta que se quieren dar las personas están viciadas por la manera de formular la pregunta.
Sigamos con las vías de Tomás de Aquino. La cuarta es la demostración a través de la jerarquía de valores o de la gradación de las cosas: al observar que existen cosas más bellas o perfectas que otras, se quiere deducir la existencia de un ser absoluto en el que tienen su origen, ya que lo perfecto no puede proceder de lo imperfecto; de nuevo se quiere elucubrar sobre un ser, que lo mismo puede ser Dios que lo que uno quiera, sin que sea cierto que tenga que existir un máximo que sirva de referente a todos los casos particulares. No existe un bien máximo, lo mismo que no existe un bien mínimo o mal absoluto; estos conceptos los manejamos los seres humanos de manera referencial para poder dar sentido a la existencia y poder navegar sin perder el rumbo. Si algo demuestra el pensamiento desde la perspectiva actual, es lo absurdo del concepto del absoluto, que es posible que tenga su origen en Platón y haya influido posteriormente sobre las creencias religiosas viciando la historia de la filosofía. La quinta y última vía es el argumento teleológico, el cual presupone que existe una finalidad en todos los seres de la naturaleza establecida por un ser superior; este argumento, con variantes, se utiliza a día de hoy para defender la existencia de Dios. Estamos ante la consabida visión, que tiene su origen de manera obvia en lo emocional, de que la belleza del universo solo puede ser obra de un arquitecto. Ya David Hume, en el siglo XVIII, refutó este argumento al señalar que el orden es observable en muchos fenómenos sin la necesidad de buscar la intervención de ningún propósito. De forma evidente, al tener los seres humanos la capacidad de construir cosas, buscamos una analogía con un ser trascendente; ya Hume sostuvo que se trata de una proyección de la mente humana, la cual tiende a atribuir intenciones allí donde solo existen fenómenos naturales.
Este argumento teleológico, como ya se ha dicho, llega a nuestros días en todas las variantes del diseño inteligente del universo. La conocida "analogía del relojero", creada por William Paley en 1802, es muy simple: si encontramos un reloj y lo observamos con detenimiento, veremos que ninguna de sus piezas ha sido puesta al azar, por lo que concluimos que ha sido diseñado por un ser inteligente; así como el reloj ha sido diseñado por el ser humano, el mundo tiene que haber sido diseñado por una inteligencia superior al ser mucho más complejo. Fue el intento del creacionismo de principios del siglo XIX de conciliar la tradición bíblica con los conocimientos científicos. Poco después, y pasando antes por Lamarck, la cosa estallaría con Darwin y El origen de las especies (1859), mazazo tremendo para el creacionismo y el argumento teleológico. A pesar de ello, la analogía de Dios como relojero o diseñador del universo llega hasta hoy, ya que las imposibilidad de la teoría de la selección natural de explicarlo todo hace que quiera versa una y otra vez la mano de un ser supremo. Fue Richard Dawkins en El relojero ciego, en 1986, el que expuso la razones por las que un auténtico diseñador inteligente no habría consentido tantas imperfecciones en su "obra", así como los "errores" evolutivos que muestra la naturaleza en el desarrollo de los órganos de los seres vivos; también en esa obra, se quiere demostrar que es posible explicar la complejidad observable a partir de una evolución gradual. La evidencia científica va abriéndose paso y reduciendo el ámbito de lo desconocido, por lo que una explicación sobrenatural debe carecer de sentido.
Cuando observamos la historia de la filosofía, y los grandes debates y teorías sobre la existencia de Dios, hay que pensar que en gran parte de los casos han estado motivados más por la creencia que por el afán de indagar en la realidad. Por muchas vueltas que se le dé y por muchos subterfugios que se empleen, la realidad es que la creencia en Dios (y en cualquier otra realidad sobrenatural) no tiene sustento racional alguno. Es por eso que la inexistencia de un ser de esas características no puede demostrarse; tal y como insisten los ateos, la carga de la prueba debe situarse siempre en afirmaciones extraordinarias. Los argumentos que han tratado de demostrar la existencia de Dios se dividen en argumentos a priori, aquellos que no precisan apoyarse en las evidencias del mundo físico, y argumentos a posteriori o aquellos que sacan sus conclusiones de la observación del mundo natural. Veamos cuáles son esos argumentos.
El argumento ontológico, apriorístico, se basa en el conocimiento del ser y quiere demostrar la existencia de Dios sólo a través de la razón. Existen mucha variantes e este argumento, pero parece ser que el primero en proponerlo fue Avicena en su obra El libro de la curación. Sin embargo, la versión más difundida es la de Anselmo de Canterbury, a finales del siglo XII, en su obra Proslogion (que significa algo así como "alocución" o "discurso breve"); lo que se propone este autor es que, mediante la razón y sin experiencia alguna, su fe le ha sido revelada por Dios. No existe rigor lógico y hay exceso de trampa en este argumento, ya que se parte de la existencia de un ser supremo para buscar el mecanismo que lo acabe confirmando. Como es sabido, y de forma absurda vista hoy, el argumento ontológico sostiene que se tiene "la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar ninguna otra cosa mayor"; la conclusión es que ese ser no puede existir solo en nuestro pensamiento, ya que en caso contrario podría pensarse en un ser mayor que él, el cual existiría realmente. Dicho de un modo muy elemental: como se ha concebido con el pensamiento un ser por encima del cual no hay nada, tiene que existir realmente. El afán por justificar lo insostenible mantuvo este argumento en vigencia durante mucho tiempo, pero el asunto hace aguas. El ser humano es capaz de discernir entre aquello que es capaz de concebir y aquello que es capaz de describir; de esa manera, utilizamos el concepto de infinito, e incluso hacemos operaciones con él, pero nadie es capaz de pensar el infinito o la eternidad de forma "real", ya que somos seres con un experiencia limitada. Por eso no podemos concebir realmente un ser como el propuesto por Anselmo, aunque sí podemos formularlo. El argumento ontológico parte de un razonamiento inconsistente. Otra cosa que se ha criticado es que Anselmo emplea el término "mayor" en el sentido de superior y deduce que la existencia de ese ser es mayor o superior que su no existencia. Las cualidades de mayor, superior o más perfecto se realizan siempre en comparación con otros seres, por lo que no tiene sentido afirmar que lo que existe es mayor o más perfecto que lo que no existe. Si no existe, no es nada y no hay más que hablar. La deducción de que algo existe por el simple hecho de pensarlo no merece mayor análisis; se han concebido infinidad de seres mitológicos cuya existencia no es, obviamente, real. Vienen al caso las palabras de Kant en la Crítica de la razón pura: "La necesidad de la existencia nunca puede ser conocida por conceptos, sino siempre sólo por el enlace con aquello que es percibido, según las leyes universales de la experiencia". Es posible que el argumento ontológico tenga su origen en la tradición platónica, tan influyente en el cristianismo posterior, la cual lleva a confundir conceptos con realidades. Si aplicamos el principio ontológico, puede afirmarse la existencia de cualquier cosa por absurda que sea.
Tomás de Aquino fue otro de los autores que mayor esfuerzo hicieron para demostrar de forma racional la existencia de Dios. En su obra Summa Theologica, propone las conocidas cinco vías, argumentos a posteriori, que intentan demostrar la existencia de Dios a partir de los efectos de su actuación en un mundo que habría sido obra suya. La primera vía es la demostración a partir del movimiento: el movimiento de los objetos, que percibimos por los sentidos, pone en marcha una sucesión de motores intermedios sólo interrumpidos cuando llegamos al primer motor (Dios). La segunda vía o demostración a partir de la causa eficiente, muy similar a la anterior, sostiene la sucesión de causas y efectos en el mundo sensible, la cual no puede ser infinita, por lo que apunta a la primera causa (que sería Dios). La tercera vía es el argumento cosmológico, el cual afirma que las cosas son contingentes (podrían no haber existido) y no tienen en sí mismas el principio de la existencia, el cual se remonta a otros hasta encontrar un primer ser necesario. Los tres argumentos citados son muy similares, y muy tramposos, ya que remontan el problema a un primer motor (nada original, ya que esta idea se remonta a Aristóteles) o causa o ser necesario sin resolver nada sobre su existencia. Como en otras ocasiones, Bertrand Russell lo expresa de manera sencilla e irrefutable: "Si todo tiene que tener alguna causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, igual puede ser el mundo que Dios, por lo cual no hay validez en ese argumento". En el contexto que se le quiere dar, sin verificación científica por la leyes causales, el concepto de Dios carece de validez. Las preguntas acerca de origen del universo están habitualmente contaminadas por la visión religiosa de un Dios personal creador, de ahí las respuestas que se da gran parte de la gente. Es cuestionable incluso que el universo haya sido creado o, yendo más lejos, que tenga en realidad un origen; sin embargo, la teoría del big bang, comúnmente aceptada por lo científicos, ha llevado a que los creyentes quieran ver a Dios detrás de ese fenómeno. Lo dicho, la respuesta que se quieren dar las personas están viciadas por la manera de formular la pregunta.
Sigamos con las vías de Tomás de Aquino. La cuarta es la demostración a través de la jerarquía de valores o de la gradación de las cosas: al observar que existen cosas más bellas o perfectas que otras, se quiere deducir la existencia de un ser absoluto en el que tienen su origen, ya que lo perfecto no puede proceder de lo imperfecto; de nuevo se quiere elucubrar sobre un ser, que lo mismo puede ser Dios que lo que uno quiera, sin que sea cierto que tenga que existir un máximo que sirva de referente a todos los casos particulares. No existe un bien máximo, lo mismo que no existe un bien mínimo o mal absoluto; estos conceptos los manejamos los seres humanos de manera referencial para poder dar sentido a la existencia y poder navegar sin perder el rumbo. Si algo demuestra el pensamiento desde la perspectiva actual, es lo absurdo del concepto del absoluto, que es posible que tenga su origen en Platón y haya influido posteriormente sobre las creencias religiosas viciando la historia de la filosofía. La quinta y última vía es el argumento teleológico, el cual presupone que existe una finalidad en todos los seres de la naturaleza establecida por un ser superior; este argumento, con variantes, se utiliza a día de hoy para defender la existencia de Dios. Estamos ante la consabida visión, que tiene su origen de manera obvia en lo emocional, de que la belleza del universo solo puede ser obra de un arquitecto. Ya David Hume, en el siglo XVIII, refutó este argumento al señalar que el orden es observable en muchos fenómenos sin la necesidad de buscar la intervención de ningún propósito. De forma evidente, al tener los seres humanos la capacidad de construir cosas, buscamos una analogía con un ser trascendente; ya Hume sostuvo que se trata de una proyección de la mente humana, la cual tiende a atribuir intenciones allí donde solo existen fenómenos naturales.
Este argumento teleológico, como ya se ha dicho, llega a nuestros días en todas las variantes del diseño inteligente del universo. La conocida "analogía del relojero", creada por William Paley en 1802, es muy simple: si encontramos un reloj y lo observamos con detenimiento, veremos que ninguna de sus piezas ha sido puesta al azar, por lo que concluimos que ha sido diseñado por un ser inteligente; así como el reloj ha sido diseñado por el ser humano, el mundo tiene que haber sido diseñado por una inteligencia superior al ser mucho más complejo. Fue el intento del creacionismo de principios del siglo XIX de conciliar la tradición bíblica con los conocimientos científicos. Poco después, y pasando antes por Lamarck, la cosa estallaría con Darwin y El origen de las especies (1859), mazazo tremendo para el creacionismo y el argumento teleológico. A pesar de ello, la analogía de Dios como relojero o diseñador del universo llega hasta hoy, ya que las imposibilidad de la teoría de la selección natural de explicarlo todo hace que quiera versa una y otra vez la mano de un ser supremo. Fue Richard Dawkins en El relojero ciego, en 1986, el que expuso la razones por las que un auténtico diseñador inteligente no habría consentido tantas imperfecciones en su "obra", así como los "errores" evolutivos que muestra la naturaleza en el desarrollo de los órganos de los seres vivos; también en esa obra, se quiere demostrar que es posible explicar la complejidad observable a partir de una evolución gradual. La evidencia científica va abriéndose paso y reduciendo el ámbito de lo desconocido, por lo que una explicación sobrenatural debe carecer de sentido.
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