domingo, 26 de abril de 2015

Propósitos cósmicos

Una de las ideas inherentes al pensamiento religioso moderno es que la concepción de la evolución está dirigida hacia algo éticamente valioso, algo que de algún modo supone que tenga sentido el largo proceso. Hay quien señala a la ciencia como incompleta al no poder responder a preguntas que la religión (supuestamente) puede: ¿Por qué el sol dio lugar a los planetas? o ¿por qué se formaron la estrellas? o tantas otras preguntas que deberían suponer una respuesta admirable, sin saber muy bien qué, ya que es algo que está solo en la mentalidad religiosa. Bertrand Russell mencionaba tres visiones al respecto: teísta, panteísta y la que él denominaba "emergente".

La forma teísta, como es sabido, es la más simple y ortodoxa: Dios creó el mundo y las leyes naturales previendo que en algún momento se desarrollaría algún bien (el propósito solo existe en la mente del Creador y permanece externo a la creación). En la forma panteísta, Dios no es externo al universo, sino que es en realidad el propio universo considerado como un todo; por lo tanto, no hay acto de creación, sino que puede decirse que la fuerza creadora es el propio universo, la cual causa su desarrollo de acuerdo con un plan que tiene en la mente la fuerza creadora durante todo el proceso. En la forma "emergente", el propósito es más ciego; en un estado primitivo, nada en el universo prevé un estado posterior, pero una especie de impulsión ciega conduce a aquellos cambios que dan lugar a formas más desarrolladas (puede decirse que el fin está implícito en el comienzo). Vamos a desarrollar un poco más las diferentes posturas que defienden el propósito cósmico, por supuesto, con todos los ánimos críticos.

La visión teísta sostiene que hay una racionalidad en el universo afín a la mente racional del hombre, lo cual conduce a sus defensores a considerar que el proceso cósmico está dirigido por una mente. En este panorama, el progreso habría concluido en la creación del hombre civilizado, la cual no fue una consecuencia incomprensible ni improbable, sino el resultado de un propósito cósmico. Los fines hacia los que actúa este propósito, supuestamente hay que buscarlos en las cualidades y poderes distintivos del hombre (sus capacidades morales y espirituales). Es posible que un teísta honrado admita lo inaceptable de la existencia del mal en el mundo, aunque considerará que el universo, a diferencia del Creador, está haciéndose. Como afirma Russell, la idea de propósito es una idea natural al aplicarse a un artífice humano: deberá emplear tiempo y trabajo en ver cumplido un deseo. El ser omnipotente en el que creen los teístas no está sujeto a dichas manifestaciones, por lo que parece cuestionable que no dé lugar al ser humano de una vez y, en su lugar, existan tantas especies previas durante tanto tiempo. Si, según el monoteísmo, el mal es resultado de la existencia del hombre (ya se sabe, lo de la supuesta voluntad libre), ¿cómo explicar el mal en el mundo prehumano? La dudas al respecto son ya muy antiguas; un ser omnipotente que creo un mundo que contiene el mal (y no debido al pecado del hombre) no debe ser precisamente muy bueno. Las otras visiones, panteísta y emergentes, están menos expuestas a esta objeción.


Panteísmo
La concepción panteísta ha estado expuesta a muchas interpretaciones y a una evolución. Russell considera una muy influyente, que tiene mucho que ver con Hegel, lo cual no resulta precisamente muy inteligible. Los defensores de esta visión sostienen que la ciencia de los cuerpos vivos tiene necesidad de otras leyes además de las de la química y las de la física. Puede hablarse de la naturaleza de una conciencia divina presente en toda materia, sin que resulte fácil entonces distinguir entre materia viva y materia muerta. No obstante, la materia viva sería un poco más real que la muerta, siendo la conciencia humana todavía más real y, finalmente, la única realidad completa es Dios (el universo concebido como divino). En aras de preservar el pensamiento religioso, los panteístas rechazan una interpretación meramente mecánica (en términos de física y química) y consideran la vida algo así como un "milagro" perpetuo. Dios, la única realidad, estaría presente en el ser humano y aunque éste desapareciera la divinidad seguiría siendo eterna y lo que es real del hombre seguiría viviendo. En definitiva, según esta visión, la única realidad definitiva es la realidad espiritual o personal (lo cual debe ser un consuelo para los afligidos de este mundo, por lo que no tenemos más que dar la razón a Marx cuando justifica así la existencia de la religión).

Russell cuestiona, como es obvio, que la biología no sea reducible a la física y a la química o que la sicología no lo sea a la biología. La concepción mecanicista considera que un organismo viviente es un mecanismo complejo, físico-químico, que se autorregula y se autorrepara, por lo que la vida sería la suma de procesos físico-químicos que forman una serie continua interdependiente, sin solución de continuidad y sin la interferencia de ninguna fuerza extraña y misteriosa. No se puede trazar una línea rígida entre lo vivo y lo que no lo está, ya que no hay una sustancia química viva especial ni ningún elemento vital especial que se distinga de la materia muerta (no existe ninguna fuerza vital en acción). Por lo tanto, la biología nos dice que la materia viva es realmente un mecanismo físico-químico. La relación entre la fisiología y la sicología es más compleja, aunque Russell considera que no existe una gran distancia entre ambas: la física predice lo que veremos en ciertas circunstancias y nuestra visión no deja de ser un acaecer "síquico". Lo que está de fondo es la vieja distinción religiosa entre alma y cuerpo, algo que no hay que realizar para buscar una explicación verificable. Sin que pueda haber respuestas definitivas, la ciencia empuja a creer que los actos corporales pueden estar determinados por leyes físico-químicas, sin que haya que considerar al hombre como un mero autómata. Sin embargo, lo importante es no trazar un límite cortante entre la existencia humana y otras formas de vida, ya que la física y la química son igual de importantes en ambas. De igual modo, no existe tampoco dicho límite entre la materia orgánica y la inorgánica, por lo que no existe ninguna "fuerza vital" misteriosa.

Otra pregunta que se lanza es la posibilidad de que la sicología resulte ser una ciencia independiente, algo que se pone seriamente en duda. El sicoanálisis, hasta cierto punto, intentó crear esa ciencia, pero el intentar evitar la causación fisiológica condujo a que se pusiera seriamente en duda. Tanto la física, como la sicología, deben evitar toda influencia metáfisica (ya sea sobre la materia o sobre la sique) y es posible que den lugar a una ciencia intermedia que se ocupe de las leyes causales y de los efectos. Al respecto, se pone en cuestión también el concepto de "personalidad", entendiéndolo como una especie de principio unificador que vincula los diversos componentes de la sique (en este sentido, es posible que ocupara el lugar del concepto de "alma", por lo que sigue siendo una idea muy vaga). Aunque resulte atractiva la idea de que los acaeceres suceden a cada hombre en particular, Russell se atrevía ponerla en duda, si con ello queremos ver que la personalidad es misteriosa e irreductible.

Las críticas que Russell dirige a la visión Hegeliana (recordemos que él las vincula a cierto panteísmo) son tremendamente importantes. Según esa visión, nada estaría realmente separado de cualquier otra cosa, incluso el pasado y el futuro de cada hombre coexisten con el presente, y el espacio en que todos vivimos está también dentro de cada uno de nosotros. Del mismo modo, la personalidad del hombre está constituida por su espiritualidad, por sus ideales, los cuales son todos casi lo mismo y están presentes en nosotros (verdad, justicia, caridad, belleza...). De estos ideales comunes y de la hermandad que crean proviene la revelación de Dios. La cosa parece desmontarse fácilmente, cuando vemos los diferentes ideales a los que aspiran los diferentes hombres y lo diversos dioses en los que se encarnan. Tanto apelar a una realidad ideal o espiritual ajena al mundo terrenal debe despertar a los que sufren y empezar a vincular la idea de Dios con la injusticia económica. Por otra parte, poner en cuestión la noción de tiempo, como hacen los panteístas, dificulta la propia idea de evolución: difícilmente, podemos esperar que llegue lo más agradable en un futuro cuando afirman que el tiempo no existe.

La doctrina emergente
A diferencia de la visión anterior, esta doctrina sí sostiene cabalmente la realidad del tiempo. Según la misma, la vida surge de la materia y la sique de la vida, y no hay razón para pensar que el proceso se detenga (la cualidad final sería Dios). El mundo no tendría la divinidad en una etapa previa, pero tiende hacia ella; de este modo, Dios no sería el creador, sino el creado. Puede decirse que hay una fuerza misteriosa que impulsa a todo a evolucionar; el mundo se hace cada vez más rico y se convertirá en un lugar estupendo. Naturalmente, estamos ante una visión esotérica, que toma pobremente elementos de la biología y de la evolución a su conveniencia. Aunque parece ser que la doctrina emergente pretende escapar al determinismo, podemos ver que cae en él cuando predice la futura existencia de Dios sin, por supuesto, razones sólidas para ello. Si se afirma la existencia de tres etapas en la evolución, materia, vida y conciencia, supuestamente previas a la existencia divina, no hay grandes razones para pensar que la evolución se detenga ahí (pudiendo existir infinidad de etapas más). Por otra parte, aunque aceptemos que la conciencia tenga cierta consciencia sobre una etapa posterior, no podemos aceptar que la materia previera la vida y tampoco que la vida previera la conciencia. Puede decirse que esta concepción emergente fue una nueva vía para el pensamiento religioso, el cual rechaza la idea de un Dios creador para abrazar la creación de la divinidad en el universo.

No existe razón alguna para pensar que existe un propósito en la existencia y, además, es demostrable lo pernicioso de seguir sosteniendo dichas teorías. El planeta tierra es solo un lugar muy pequeño del universo y si el propósito cósmico es desarrollar el espíritu, es muy pobre ver que ha logrado tan poco en tanto tiempo. La ciencia no da señales de conciencia en ningún otro lugar, y es posible que la religión sea incapaz de aceptar que la misma se produjera por accidente; la realidad, sin embargo, es que los accidentes ocurren. Incluso, aceptando que la tierra fuera un lugar especial dentro de un propósito cósmico, es sabido que no será un lugar habitable por siempre. Naturalmente, el fin de la vida ocurrirá dentro de mucho tiempo y es posible tener todo tipo de esperanzas, incluidas las especulaciones más absurdas. Pensar que existen buenas intenciones en el universo es, por decirlo suavemente, muy peculiar. Desde luego, no puede negarse que nosotros somos producto de ese universo, pero es como para preguntarse si somos verdaderamente tan especiales como para pensar que hay un propósito en nuestra existencia. Por supuesto, creo en la perfección de los valores, pero siempre admitiendo que solo tienen sentido en una existencia real y humana, no trasladándolos a mundo imaginarios. Como alguien dijo, con envidiable buen humor, no existe soberbia en negar a un ser trascendente; existe soberbia en pensar que un ser omnipotente, omnisciente y totalmente bondadoso nos ha creado a nosotros. Aceptar lo absurdo de esa visión es comenzar a mejorar el mundo terrenal.

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