En una entrada reciente, hablamos en este blog de los estudios que demuestran que las sociedades con mejores indicadores de bienestar son las que reportan mayores índices de ateísmo. A nuestro modo de ver, y estamos lejos de pretender ser imparciales (sin sarcasmo), no es algo para nada sorprendente. Es decir, es perfectamente lógico que las personas con mayores inseguridades en el mundo material (el único realmente existente, en nuestra humilde opinión), acudan a toda suerte de seguridades ultraterrenas. Es por eso que, lo que sí sorprende, es la actitud de algunos medios y personas asombrándose por algo que, al menos, está razonado desde hace un par de siglos. Ahora, vemos, que también está evidenciado. Analicemos, por su indudable interés, y sin ningún ánimo estrictamente científico, algunos de los puntos que muestran estos estudios de la Universidad de Rochester.
Los creyentes estarían más satisfechos con la vida, al parecer, por pertenecer a una comunidad en la que se comparte un vínculo religioso. De acuerdo, parece algo obvio a priori: de tan evidente, quizá algo elemental y pueril. La primera pregunta, y entre ya aquí en juicio de valor (ajeno a los estudios empíricos mencionados, por supuesto), es si este sentimiento de identidad colectiva, ¿es beneficioso al margen del mero consuelo personal? Recordaremos que dos de los factores que más sangre han derramado en la historia de la humanidad son la religión y el nacionalismo. Ambos saben mucho de identidad colectiva, no es casualidad que tantas veces se haya señalado al nacionalismo como una “religión de Estado”. Parece mucho mejor una búsqueda de una identidad personal, enriquecida de factores culturales diversos, con miras amplias y con reconocimiento solidario de esa capacidad en el resto de personas. El gran reto es lograr un nexo de unión a nivel global, no parcelar a la humanidad con cuestionables identidades colectivas, basadas tantas veces en mistificaciones. Ese vínculo cosmopolita y fraternal parece mucho mejor abonado con individuos inteligentes y racionales, no enajenados por subordinaciones abstractas y metafísicas. Hemos dicho, con ánimo bastante especulativom y saliéndonos alegremente de los estudios protagonistas de esta entrada.
Volviendo a los mismos, parece que los niños pertenecientes a familias ateas son más generosos, lo cual no resulta tampoco sorprendente. Una moral laica, sin componente religioso alguno, parece mucho mejor fundada exenta de factores o recompensas externas (siempre, forzadas). Los chavales, sin sanción ni obligación, van a reconocer mucho mejor el placer de reconocer y empalizar con los demás. Hay que saber que estos estudios se han basado en un altruismo medido por el comportamiento con personas extrañas. Parece lógico que chavales no mediatizados por miras estrechas, o sectarias, acaben teniendo un comportamiento generoso con otras personas, incluso extraños.
Según estos estudios, los adultos religiosos hacen muchas más donaciones, lo que supone un punto, a priori, para los creyentes. Es también lógico pensar esto, ya que las personas religiosas cuentan con estructuras e instituciones que promueven esta actividad. Por otra parte, hay que pensar que estas donaciones, aparentemente altruistas, esconden deseos de ganar reputación, por parte de las personas que las realizan. También, resulta cuestionable cierta actitud sectaria, si se hacen solo a personas con las que se comparte las mismas creencias. Viene a cuento sacar a relucir la diferencia entre caridad, de connotaciones religiosas, y la solidaridad, que parece tener raíces más profundas. Sin ánimo de ser simplistas, y conscientes de que la cosa está plagada de matices, la primera suele estar asociada a la aceptación de un mundo injusto y desigualitario. No parece descabellado pensar que la caridad, no siempre, y de manera consciente o inconsciente, esconde hipocresía y sustento de la diferencia social. La solidaridad, el apoyo muto, el reconocimiento del otro como un igual, con los mismos derechos y acceso a la justicia social, es posible que tenga connotaciones más laicas. Por supuesto, es una reflexión, los estudios realizado no llegan tan lejos. Los mismos lo que sí demuestran es que los creyentes suelen ser por lo general menos tolerantes. Al parecer, y resulta plausible, la creencia dogmática fomenta el etnocentrismo, no concibe la diversidad en la conducta social. En la misma línea, los creyentes son también más intransigentes, juzgan con mayor severidad lo que consideran inadecuado.
Los estudios demuestran algo positivo para la fe religiosa, el hecho de que ayuda a personas con enfermedades graves o crónicas. No se dice solo que la creencia religiosa sea un consuelo, sino que al parecer contribuye a una mayor felicidad y calidad de vida, en una mayoría de estas personas que, desgraciadamente, sufren enfermedades. Por lo general, las investigaciones evidencian que los ateos son más inteligentes, si atendemos al razonamiento, la capacidad para resolver problemas, planificar, especular, aprender de las experiencias o discernir. Por supuesto, no hay que entender que el mero ateísmo nos hace más inteligentes, no seamos aquí estultos, sino que el no creyente, por lo general, se muestra más escéptico, crítico, indaga más en las cuestiones, lo cual es una excelente base para fomentar la inteligencia. Creo que, en una línea similar, el ateo, al no subordinarse a ningún propósito divino o cósmico, es habitualmente más seguro, tiene un mayor autocontrol y decide tomar las riendas de su vida sin acudir a factores externos ni abstractos. Muchos dirán que hay que ser cautos con estos estudios. Totalmente, de acuerdo, mencionando en primer lugar la coacción (todavía, demasiado presente en algunas sociedades). Que las personas, creyentes o no creyentes, se expresen con total libertad. Sin imposiciones externas.
Los creyentes estarían más satisfechos con la vida, al parecer, por pertenecer a una comunidad en la que se comparte un vínculo religioso. De acuerdo, parece algo obvio a priori: de tan evidente, quizá algo elemental y pueril. La primera pregunta, y entre ya aquí en juicio de valor (ajeno a los estudios empíricos mencionados, por supuesto), es si este sentimiento de identidad colectiva, ¿es beneficioso al margen del mero consuelo personal? Recordaremos que dos de los factores que más sangre han derramado en la historia de la humanidad son la religión y el nacionalismo. Ambos saben mucho de identidad colectiva, no es casualidad que tantas veces se haya señalado al nacionalismo como una “religión de Estado”. Parece mucho mejor una búsqueda de una identidad personal, enriquecida de factores culturales diversos, con miras amplias y con reconocimiento solidario de esa capacidad en el resto de personas. El gran reto es lograr un nexo de unión a nivel global, no parcelar a la humanidad con cuestionables identidades colectivas, basadas tantas veces en mistificaciones. Ese vínculo cosmopolita y fraternal parece mucho mejor abonado con individuos inteligentes y racionales, no enajenados por subordinaciones abstractas y metafísicas. Hemos dicho, con ánimo bastante especulativom y saliéndonos alegremente de los estudios protagonistas de esta entrada.
Volviendo a los mismos, parece que los niños pertenecientes a familias ateas son más generosos, lo cual no resulta tampoco sorprendente. Una moral laica, sin componente religioso alguno, parece mucho mejor fundada exenta de factores o recompensas externas (siempre, forzadas). Los chavales, sin sanción ni obligación, van a reconocer mucho mejor el placer de reconocer y empalizar con los demás. Hay que saber que estos estudios se han basado en un altruismo medido por el comportamiento con personas extrañas. Parece lógico que chavales no mediatizados por miras estrechas, o sectarias, acaben teniendo un comportamiento generoso con otras personas, incluso extraños.
Según estos estudios, los adultos religiosos hacen muchas más donaciones, lo que supone un punto, a priori, para los creyentes. Es también lógico pensar esto, ya que las personas religiosas cuentan con estructuras e instituciones que promueven esta actividad. Por otra parte, hay que pensar que estas donaciones, aparentemente altruistas, esconden deseos de ganar reputación, por parte de las personas que las realizan. También, resulta cuestionable cierta actitud sectaria, si se hacen solo a personas con las que se comparte las mismas creencias. Viene a cuento sacar a relucir la diferencia entre caridad, de connotaciones religiosas, y la solidaridad, que parece tener raíces más profundas. Sin ánimo de ser simplistas, y conscientes de que la cosa está plagada de matices, la primera suele estar asociada a la aceptación de un mundo injusto y desigualitario. No parece descabellado pensar que la caridad, no siempre, y de manera consciente o inconsciente, esconde hipocresía y sustento de la diferencia social. La solidaridad, el apoyo muto, el reconocimiento del otro como un igual, con los mismos derechos y acceso a la justicia social, es posible que tenga connotaciones más laicas. Por supuesto, es una reflexión, los estudios realizado no llegan tan lejos. Los mismos lo que sí demuestran es que los creyentes suelen ser por lo general menos tolerantes. Al parecer, y resulta plausible, la creencia dogmática fomenta el etnocentrismo, no concibe la diversidad en la conducta social. En la misma línea, los creyentes son también más intransigentes, juzgan con mayor severidad lo que consideran inadecuado.
Los estudios demuestran algo positivo para la fe religiosa, el hecho de que ayuda a personas con enfermedades graves o crónicas. No se dice solo que la creencia religiosa sea un consuelo, sino que al parecer contribuye a una mayor felicidad y calidad de vida, en una mayoría de estas personas que, desgraciadamente, sufren enfermedades. Por lo general, las investigaciones evidencian que los ateos son más inteligentes, si atendemos al razonamiento, la capacidad para resolver problemas, planificar, especular, aprender de las experiencias o discernir. Por supuesto, no hay que entender que el mero ateísmo nos hace más inteligentes, no seamos aquí estultos, sino que el no creyente, por lo general, se muestra más escéptico, crítico, indaga más en las cuestiones, lo cual es una excelente base para fomentar la inteligencia. Creo que, en una línea similar, el ateo, al no subordinarse a ningún propósito divino o cósmico, es habitualmente más seguro, tiene un mayor autocontrol y decide tomar las riendas de su vida sin acudir a factores externos ni abstractos. Muchos dirán que hay que ser cautos con estos estudios. Totalmente, de acuerdo, mencionando en primer lugar la coacción (todavía, demasiado presente en algunas sociedades). Que las personas, creyentes o no creyentes, se expresen con total libertad. Sin imposiciones externas.
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