Sylvain
Maréchal es, sin duda, un precursor, no solo del socialismo utópico y
del comunismo, también del anarquismo al ser un sorprendente opositor a
toda forma de dominación; un brillante subversivo, radicalmente ateo y
materialista, proveniente de la Ilustración
El anarquismo moderno, todavía, no existía y, sin embargo, a menudo podemos ver citado a Sylvain Maréchal como uno de los pocos (o el único) anarquista verdadero de la Revolución francesa. Lo que es seguro es que fue una de las influencias del antigubernamentalismo de William Godwin, el autor que coloca un puente hacia las ideas libertarias en la Modernidad. Precursor del socialismo, lo que hace que podamos etiquetar a Maréchal de anarquista es su fuerte crítica, es cierto que a veces titubeante, a la autoridad. Este autor es fundamentalmente conocido por su participación en la fracasada Conjura de los Iguales de Babeuf, en 1796, cuyo manifiesto escribió, que pretendía instaurar una igualdad perfecta. El mismo Kropotkin, en su obra La Gran Revolución, lo menciona y considera que puede verse en él "una vaga aspiración" de lo que posteriormente se conocería como comunismo libertario. Por el contrario, Max Nettlau, en La anarquía a través de los tiempos, considera que puede observarse en este autor ya "un anarquismo muy claramente razonado", si bien, "en la forma velada de la vida feliz de una edad pastoral arcadiana". Más adelante, veremos el porqué de esta descripción. Hay que recordar, tal y como cita Nettlau, que Maréchal puso en su famoso manifiesto estas palabras: "desapareced, repulsivas diferencias entre gobernantes y gobernados"; como era de esperar, fueron desautorizadas por los dirigentes más autoritarios de la revolución. Hablamos, en suma, de un autor influyente, y citado en no pocas ocasiones, en el anarquismo decimonónico.
Maréchal era partidario de un ateísmo irreductible, de enorme gozo es la lectura de su Diccionario de ateos, se le puede considerar al respecto como uno de los pensadores materialistas más radicales de su tiempo. Es otra cuestión que le apartaba de los revolucionarios autoritarios, partidarios del deísmo, que manifestaban con cinismo que la religión, aunque falsa, era necesaria para mantener el orden social; como es lógico, la creencia religiosa ha sido utilizada siempre por el poder para impedir que el pueblo alce la voz manteniéndose sumiso. Al respecto, Maréchal era partidario de una moral en la que se hubiera apartado toda superstición religiosa. Desgraciadamente, esta corriente atea y antiautoritaria fue violentamente aplastada por los jacobinos, lo que supuso sin duda el estancamiento de la Revolución. Este ateísmo feroz, en el que volcó gran parte de su obra, junto a su rechazo del Estado, en nombre de la igualdad entre los seres humanos, y su rechazo a toda forma de dominación hace que efectivamente podamos llamar anarquista al singular Sylvain Maréchal. Para este autor, algo que solo se percibe a veces en algunas figuras coetáneas de la Revolución, la aparición del Estado y de las leyes jurídicas es un claro síntoma de decadencia, el cual conduce a las diferencias sociales y a la apropiación del poder por parte de una minoría. En su discurso, y en gran parte de su obra escrita, conmina a los diputados de la Asamblea Nacional a que no se limiten a hablar de libertad, ya que solo se consigue con una igualdad real y absoluta. Como observamos, de total actualidad, cuando nuestra democracia sigue hablando solo de libertades formales y la desigualdad campa a sus anchas con el dominio, político y económico, de unos pocos. Maréchal, y tantos autores libertarios posteriores, fueron mucho más lejos que la mera oposición al absolutismo y la aristocracia, denunciando que su fin no hacía desaparecer la injusticia.
Maréchal se decepcionaría pronto con el desarrollo de los acontecimientos, ya en 1793 es consciente de que la sustitución de unos gobernantes por otros solo ha conllevado reformas superficiales. En su obra Correctifs à la révolution, rechaza tajantemente cualquier forma de Estado, ya que siempre constituye una fuente de dominio y desigualdad; aprovecha para atacar igualmente el patriotismo, una mistificación que apela al sentimiento de las personas para sostener a la minoría en el poder. La alternativa para Maréchal es un comunismo rural, con las tierras en propiedad colectiva, que hiciera desaparecer la gran ciudad, la cual identificaba con la aparición del Estado. No pudo este autor dejar de estar ligado a ciertos valores tradicionales, o propios de su tiempo, como eran la base familiar y la tutela patriarcal. Todavía más rechazable es la misoginia de sus propuestas, relegando a la mujer a meras funciones del hogar en sus concepciones utópicas; aunque, curiosamente, sí era partidario del divorcio y rechazaba que las mujeres estuvieran en situación de inferioridad respecto a su pareja masculina. Por supuesto, como también ocurrió posteriormente con Proudhon, todas esas concepciones patriarcales no ejercieron ninguna influencia sobre los libertarios.
Centrémonos en lo más interesante de Maréchal para el anarquismo, su irreductible antiautoritarismo, que le condujo a justificar el tiranicidio. No podemos dejar de mencionar lo que escribió en Révolutions de Paris (1790), donde legitima el asesinato de los déspotas e incluso conmina a un puñado de individuos decididos a que practiquen el magnicidio por toda Europa. Al parecer, Maréchal gustaba de la concepción clásica grecorromana, al respecto, en el que acabar con el tirano suponía un acto glorioso. En este punto, como ya han señalado otros autores libertarios, desconocemos si estamos hablando de un soñador excesivo, capaz de cualquier cosa por su mundo ideal; de un fanático exacerbado. No obstante, la idea de Maréchal de formar un cuerpo de tiranicidas llegó a tener cierto calado e incluso a ser propuesta en la Asamblea Legislativa en 1792, aunque finalmente rechazada. Frente a aquellos que argumentaban que nada impedía, a su vez, a los monarcas europeos enviar sus propios asesinos para acabar con los jefes revolucionarias, es digna de atención la respuesta de Maréchal. Su argumento fue que, a pesar de lo inconveniente de que ocurriera tal cosa, lo bueno sería que esos puestos de dirigentes se convertirían en poco solicitados. Maréchal, delirante o no, de forma consciente o inconsciente, puede que estuviera advirtiendo sobre la tendencia de la sociedad a formar el cuerpo del Estado y sobre la forma de evitarlo. Ese gusto por la violencia es, con seguridad, producto de la propia época de Maréchal, pero para la historia queda esa advertencia sobre el gusto por la dominación de gran parte de los individuos, y sobre cómo la sociedad libertaria debería crear sus propios mecanismos para evitarlo.
El anarquismo moderno, todavía, no existía y, sin embargo, a menudo podemos ver citado a Sylvain Maréchal como uno de los pocos (o el único) anarquista verdadero de la Revolución francesa. Lo que es seguro es que fue una de las influencias del antigubernamentalismo de William Godwin, el autor que coloca un puente hacia las ideas libertarias en la Modernidad. Precursor del socialismo, lo que hace que podamos etiquetar a Maréchal de anarquista es su fuerte crítica, es cierto que a veces titubeante, a la autoridad. Este autor es fundamentalmente conocido por su participación en la fracasada Conjura de los Iguales de Babeuf, en 1796, cuyo manifiesto escribió, que pretendía instaurar una igualdad perfecta. El mismo Kropotkin, en su obra La Gran Revolución, lo menciona y considera que puede verse en él "una vaga aspiración" de lo que posteriormente se conocería como comunismo libertario. Por el contrario, Max Nettlau, en La anarquía a través de los tiempos, considera que puede observarse en este autor ya "un anarquismo muy claramente razonado", si bien, "en la forma velada de la vida feliz de una edad pastoral arcadiana". Más adelante, veremos el porqué de esta descripción. Hay que recordar, tal y como cita Nettlau, que Maréchal puso en su famoso manifiesto estas palabras: "desapareced, repulsivas diferencias entre gobernantes y gobernados"; como era de esperar, fueron desautorizadas por los dirigentes más autoritarios de la revolución. Hablamos, en suma, de un autor influyente, y citado en no pocas ocasiones, en el anarquismo decimonónico.
Maréchal era partidario de un ateísmo irreductible, de enorme gozo es la lectura de su Diccionario de ateos, se le puede considerar al respecto como uno de los pensadores materialistas más radicales de su tiempo. Es otra cuestión que le apartaba de los revolucionarios autoritarios, partidarios del deísmo, que manifestaban con cinismo que la religión, aunque falsa, era necesaria para mantener el orden social; como es lógico, la creencia religiosa ha sido utilizada siempre por el poder para impedir que el pueblo alce la voz manteniéndose sumiso. Al respecto, Maréchal era partidario de una moral en la que se hubiera apartado toda superstición religiosa. Desgraciadamente, esta corriente atea y antiautoritaria fue violentamente aplastada por los jacobinos, lo que supuso sin duda el estancamiento de la Revolución. Este ateísmo feroz, en el que volcó gran parte de su obra, junto a su rechazo del Estado, en nombre de la igualdad entre los seres humanos, y su rechazo a toda forma de dominación hace que efectivamente podamos llamar anarquista al singular Sylvain Maréchal. Para este autor, algo que solo se percibe a veces en algunas figuras coetáneas de la Revolución, la aparición del Estado y de las leyes jurídicas es un claro síntoma de decadencia, el cual conduce a las diferencias sociales y a la apropiación del poder por parte de una minoría. En su discurso, y en gran parte de su obra escrita, conmina a los diputados de la Asamblea Nacional a que no se limiten a hablar de libertad, ya que solo se consigue con una igualdad real y absoluta. Como observamos, de total actualidad, cuando nuestra democracia sigue hablando solo de libertades formales y la desigualdad campa a sus anchas con el dominio, político y económico, de unos pocos. Maréchal, y tantos autores libertarios posteriores, fueron mucho más lejos que la mera oposición al absolutismo y la aristocracia, denunciando que su fin no hacía desaparecer la injusticia.
Maréchal se decepcionaría pronto con el desarrollo de los acontecimientos, ya en 1793 es consciente de que la sustitución de unos gobernantes por otros solo ha conllevado reformas superficiales. En su obra Correctifs à la révolution, rechaza tajantemente cualquier forma de Estado, ya que siempre constituye una fuente de dominio y desigualdad; aprovecha para atacar igualmente el patriotismo, una mistificación que apela al sentimiento de las personas para sostener a la minoría en el poder. La alternativa para Maréchal es un comunismo rural, con las tierras en propiedad colectiva, que hiciera desaparecer la gran ciudad, la cual identificaba con la aparición del Estado. No pudo este autor dejar de estar ligado a ciertos valores tradicionales, o propios de su tiempo, como eran la base familiar y la tutela patriarcal. Todavía más rechazable es la misoginia de sus propuestas, relegando a la mujer a meras funciones del hogar en sus concepciones utópicas; aunque, curiosamente, sí era partidario del divorcio y rechazaba que las mujeres estuvieran en situación de inferioridad respecto a su pareja masculina. Por supuesto, como también ocurrió posteriormente con Proudhon, todas esas concepciones patriarcales no ejercieron ninguna influencia sobre los libertarios.
Centrémonos en lo más interesante de Maréchal para el anarquismo, su irreductible antiautoritarismo, que le condujo a justificar el tiranicidio. No podemos dejar de mencionar lo que escribió en Révolutions de Paris (1790), donde legitima el asesinato de los déspotas e incluso conmina a un puñado de individuos decididos a que practiquen el magnicidio por toda Europa. Al parecer, Maréchal gustaba de la concepción clásica grecorromana, al respecto, en el que acabar con el tirano suponía un acto glorioso. En este punto, como ya han señalado otros autores libertarios, desconocemos si estamos hablando de un soñador excesivo, capaz de cualquier cosa por su mundo ideal; de un fanático exacerbado. No obstante, la idea de Maréchal de formar un cuerpo de tiranicidas llegó a tener cierto calado e incluso a ser propuesta en la Asamblea Legislativa en 1792, aunque finalmente rechazada. Frente a aquellos que argumentaban que nada impedía, a su vez, a los monarcas europeos enviar sus propios asesinos para acabar con los jefes revolucionarias, es digna de atención la respuesta de Maréchal. Su argumento fue que, a pesar de lo inconveniente de que ocurriera tal cosa, lo bueno sería que esos puestos de dirigentes se convertirían en poco solicitados. Maréchal, delirante o no, de forma consciente o inconsciente, puede que estuviera advirtiendo sobre la tendencia de la sociedad a formar el cuerpo del Estado y sobre la forma de evitarlo. Ese gusto por la violencia es, con seguridad, producto de la propia época de Maréchal, pero para la historia queda esa advertencia sobre el gusto por la dominación de gran parte de los individuos, y sobre cómo la sociedad libertaria debería crear sus propios mecanismos para evitarlo.
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