Aquella persona empleaba con tal gratuidad el término "energía", que estaba poniendo a prueba mi habitual templanza de ánimo. Como tal vez imaginen ustedes, no se trataba de un uso acorde con el más elemental conocimiento científico. Era obvio que no. La gesticulación y el énfasis, con que se quería adornar la cuestión, eran inversamente proporcionales al contenido semántico de la palabra de marras. Al parecer, todos y cada uno de los seres humanos, según aquel categórico ser humano, tenemos una buena o mala energía. No sin dificultad, pude intervenir en la conversación, y aclarar que la energía como concepto científico no puede contener efecto benévolo o maléfico alguno. He de reconocer que aquella especie de gurú verborreico poséia habilidades oratorias notables. Carentes de contenido, seguro, pero habilidades a fin y al cabo.
El caso es que mis protestas, ante un público curioso y más bien apacible, hicieron que se me catalogara rápidamente. Por supuesto, un servidor poseía muy "mala energía" e incluso alguna mención se hizo a una igualmente pobre "onda vibracional". Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro, algo que no desanimó en absoluto al dueño de aquel púlpito. Me armé de valor y esgrimí que si yo no le agradaba o no le caía simpático, nada tenía que ver con mi pobre condición energética. La psicología puede decirnos mucho sobre esto, sobre nuestra forma de pensar, estado de ánimo, sobre la percepción que podamos tener de los demás o incluso sobre la moralidad de nuestras opciones. Es posible que en el pasado, en ciertas culturas, se buscara explicaciones en conceptos místicos para explicar las acciones humanas, pero… Como pueden ustedes suponer, mi solemnidad y línea argumentativa no calaron demasiado hondo y apenas pude continuar. No había ningún deseo en indagar, en aquel momento y lugar, en la complejidad de la realidad humana. Muy al contrario, se insistía de manera pertinaz en una concepción maniquea y algo pueril de la existencia.
A pesar de la simpleza del punto de partida, hay que reconocer que esa idea de una energía buena o mala daba lugar a teorías y cosmovisiones la mar de entretenidas. Puede que a veces peligrosas para los usuarios, seguro que lucrativas para algunos interesados, pero muy entretenidas. El equivalente a los populares "amuletos de la suerte" cobraba vida gracias a ese discurso de lo más peculiar. Que nuestros ancestros atribuyeran cualidades a objetos inertes es algo digno de estudio en la historia. Que eso siga ocurriendo bien entrado el siglo XXI me producía un alto desasosiego de evidente carácter racional y científico. Mis protestas, y pobres intentos de argumentación, no hallaban mucho eco. La palabra energía, repetida y amplificada una y otra vez, anulaba cualquier esfuerzo (tal vez, por estar dotado de poca energía). El ser humano es energía. En el interior del ser humano fluye, o tal vez no en mi caso, la energía. Por el espacio y el tiempo corre la energía que da gusto. La energía no se destruye, se transforma (peculiar mención a la principal ley de la Termodinámica). El Universo es energía. Dios es energía. Mi gato, el pobre, es también energía (puesto a elegir, yo creo que muy mala).
A pesar del apabullamiento discursivo, no quería rendirme tan fácilmente. Sin que uno esté especialmente dotado para el conocimiento científico, adopté de nuevo cierta templanza, me armé de valor y también de memoria. Espeté que, exactamente, de qué energía estábamos hablando. Con un pobre intento dialéctico, aclaré que puede que se tratase de energía electromagnética, tal vez nuclear o quizá térmica. Creo que la respuesta fue un no, pero esta vez no demasiado tajante. Entre un nuevo batiburrillo pseudodialéctico, pude oír alusiones a la pureza, a la espiritualidad y a lo holístico. Ahí creo que de nuevo comencé a adoptar una mala onda vibracional. Por un instante, pensé que tal vez podía exigir una mayor claridad y precisión. No obstante, me lo impidió la pregunta de qué hacía yo en aquel sitio buscando quiméricos lugares de entendimiento. Repentinamente, una extraña energía invadió mi cuerpo dotándome de un extraño y poderoso vigor. No sin despedirme de forma educada, mi aparato locomotor inició una actividad inusitada hacia lares racionalmente más accesibles.
El caso es que mis protestas, ante un público curioso y más bien apacible, hicieron que se me catalogara rápidamente. Por supuesto, un servidor poseía muy "mala energía" e incluso alguna mención se hizo a una igualmente pobre "onda vibracional". Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro, algo que no desanimó en absoluto al dueño de aquel púlpito. Me armé de valor y esgrimí que si yo no le agradaba o no le caía simpático, nada tenía que ver con mi pobre condición energética. La psicología puede decirnos mucho sobre esto, sobre nuestra forma de pensar, estado de ánimo, sobre la percepción que podamos tener de los demás o incluso sobre la moralidad de nuestras opciones. Es posible que en el pasado, en ciertas culturas, se buscara explicaciones en conceptos místicos para explicar las acciones humanas, pero… Como pueden ustedes suponer, mi solemnidad y línea argumentativa no calaron demasiado hondo y apenas pude continuar. No había ningún deseo en indagar, en aquel momento y lugar, en la complejidad de la realidad humana. Muy al contrario, se insistía de manera pertinaz en una concepción maniquea y algo pueril de la existencia.
A pesar de la simpleza del punto de partida, hay que reconocer que esa idea de una energía buena o mala daba lugar a teorías y cosmovisiones la mar de entretenidas. Puede que a veces peligrosas para los usuarios, seguro que lucrativas para algunos interesados, pero muy entretenidas. El equivalente a los populares "amuletos de la suerte" cobraba vida gracias a ese discurso de lo más peculiar. Que nuestros ancestros atribuyeran cualidades a objetos inertes es algo digno de estudio en la historia. Que eso siga ocurriendo bien entrado el siglo XXI me producía un alto desasosiego de evidente carácter racional y científico. Mis protestas, y pobres intentos de argumentación, no hallaban mucho eco. La palabra energía, repetida y amplificada una y otra vez, anulaba cualquier esfuerzo (tal vez, por estar dotado de poca energía). El ser humano es energía. En el interior del ser humano fluye, o tal vez no en mi caso, la energía. Por el espacio y el tiempo corre la energía que da gusto. La energía no se destruye, se transforma (peculiar mención a la principal ley de la Termodinámica). El Universo es energía. Dios es energía. Mi gato, el pobre, es también energía (puesto a elegir, yo creo que muy mala).
A pesar del apabullamiento discursivo, no quería rendirme tan fácilmente. Sin que uno esté especialmente dotado para el conocimiento científico, adopté de nuevo cierta templanza, me armé de valor y también de memoria. Espeté que, exactamente, de qué energía estábamos hablando. Con un pobre intento dialéctico, aclaré que puede que se tratase de energía electromagnética, tal vez nuclear o quizá térmica. Creo que la respuesta fue un no, pero esta vez no demasiado tajante. Entre un nuevo batiburrillo pseudodialéctico, pude oír alusiones a la pureza, a la espiritualidad y a lo holístico. Ahí creo que de nuevo comencé a adoptar una mala onda vibracional. Por un instante, pensé que tal vez podía exigir una mayor claridad y precisión. No obstante, me lo impidió la pregunta de qué hacía yo en aquel sitio buscando quiméricos lugares de entendimiento. Repentinamente, una extraña energía invadió mi cuerpo dotándome de un extraño y poderoso vigor. No sin despedirme de forma educada, mi aparato locomotor inició una actividad inusitada hacia lares racionalmente más accesibles.
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