Si rechazamos cualquier tipo de determinismo o de doctrina de la
Providencia, la conlusión lógica es que solo nos queda negar a Dios. Lo haremos de igual manera, si
creemos en una continua transformación en el mundo físico y social, si
negamos cualquier causalidad, en el sentido de un comienzo, un
desarrollo y un fin. Porque habría que rechazar lo eterno, lo infinito,
lo absolutamente perfecto, y deberiamos atrevernos a dejar a un lado lo
incomprensible, ya que de una forma o de otra acaba cayendo en lo
absurdo. Ese concepto de dios (ya en minúscula, característica de un ser supremo de ficción cuya meta solo puede ser caer en desgracia), es decir de la existencia de un Señor (en mayúscula, solo para subrayar de qué se trata), de un Amo, por muy magnánimo que le quiera presentar la religión de turno, no implica más que considerar al ser humano como un sirviente, un ser subordinado.
También habría que dejar a un lado cualquier doctrina idealista que se aparte de lo terrenal, de lo humano, que se funde en la abstracción, la cual puede llamarse divinidad o adoptar cualquier otro nombre. Porque el ateísmo o el materialismo nunca debe ser contemplado como un dogma, sino como un punto de partida para las más altas aspiraciones humanas; éstas, por supuesto, no se encuentran suspendidas en ningún cielo ni forman parte de fábula alguna. A pesar de lo que puedan decir teólogos y metáfisicos, los cuales especulan con la vida humana y se apropian de la historia en su incansable afán de limitar a una y a otra, a pesar de que quieran ver como fracasos continuos lo que es un titánico empeño, seguiremos negando a dios para acercar lo material a lo ideal.
Tal vez haya que dar un nuevo sentido a ciertos términos, como revelación o fe, que parten del absurdo para desembocar en el absurdo; porque no debemos esperar que se nos revele ninguna verdad, sino perseguirla con ahínco, porque la fe que podamos tener solo cobra sentido con hechos firmes que tengan que ver con valores vitales. Frente a la unidad de lo abstracto, es posible reivindicar la unidad de lo concreto que compone la infinita diversidad de la vida física y social. Porque todo generalización abstracta, no fundada en la razón o en la ciencia, acaba suponiendo la subordinación del individuo y su inmolación final. Es por eso que empiezo por rechazar a todo suerte de sacerdotes y a representantes de cualquier índole, religiosos o políticos (facetas tantas veces mezcladas, tal y como vemos en la persistente sociedad jerarquizada en la que nos encontramos).
absurdo. Ese concepto de dios (ya en minúscula, característica de un ser supremo de ficción cuya meta solo puede ser caer en desgracia), es decir de la existencia de un Señor (en mayúscula, solo para subrayar de qué se trata), de un Amo, por muy magnánimo que le quiera presentar la religión de turno, no implica más que considerar al ser humano como un sirviente, un ser subordinado.
También habría que dejar a un lado cualquier doctrina idealista que se aparte de lo terrenal, de lo humano, que se funde en la abstracción, la cual puede llamarse divinidad o adoptar cualquier otro nombre. Porque el ateísmo o el materialismo nunca debe ser contemplado como un dogma, sino como un punto de partida para las más altas aspiraciones humanas; éstas, por supuesto, no se encuentran suspendidas en ningún cielo ni forman parte de fábula alguna. A pesar de lo que puedan decir teólogos y metáfisicos, los cuales especulan con la vida humana y se apropian de la historia en su incansable afán de limitar a una y a otra, a pesar de que quieran ver como fracasos continuos lo que es un titánico empeño, seguiremos negando a dios para acercar lo material a lo ideal.
Tal vez haya que dar un nuevo sentido a ciertos términos, como revelación o fe, que parten del absurdo para desembocar en el absurdo; porque no debemos esperar que se nos revele ninguna verdad, sino perseguirla con ahínco, porque la fe que podamos tener solo cobra sentido con hechos firmes que tengan que ver con valores vitales. Frente a la unidad de lo abstracto, es posible reivindicar la unidad de lo concreto que compone la infinita diversidad de la vida física y social. Porque todo generalización abstracta, no fundada en la razón o en la ciencia, acaba suponiendo la subordinación del individuo y su inmolación final. Es por eso que empiezo por rechazar a todo suerte de sacerdotes y a representantes de cualquier índole, religiosos o políticos (facetas tantas veces mezcladas, tal y como vemos en la persistente sociedad jerarquizada en la que nos encontramos).
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