En 1983, Howard Gardner propone el concepto de "inteligencias múltiples" en su libro Frames of mind. Gardner ponía en cuestión la teoría de una inteligencia única y propuso nada menos que siete (con el tiempo, aparecería otra denominada "intrapersonal"); cada ser humano destacaría, al menos, en dos o tres de ellas. Las ocho inteligencias de Gardner pueden verse en la ilustración adjunta. La teoría de Gardner no causó ninguna repercusión en la comunidad científica, y así sigue a día de hoy, pero en estos tiempos en que la confusión sobre el conocimiento reina a sus anchas merece la pena que le dediquemos algo de atención. Al fin y al cabo, ¿a quién no le agrada escuchar que es inteligente de una forma o de otra? Tantas veces, hemos dicho que la mala praxis de médicos supuestamente científicos no valida las tesis de la medicina alternativa (consideradas sencillamente pseudociencia). Pues bien, algo similar ha ocurrido con la teoría de las inteligencias múltiples, pero esta vez en el ámbito pedagógico donde sí obtuvieron cierto calado.
El afán educativo por etiquetar, discriminar y reducir el trabajo intelectual de los chavales a cuestiones técnicas y formales, condujo a que se observara con atención la supuesta existencia de varios tipos de inteligencia. Así, el alumno que fracasara en algún tipo podría tener su oportunidad en otro que se adaptara a su personalidad. Por otra parte, no habría que comparar ni etiquetar a nadie, ya que todo el mundo destacaría en algún campo. Por supuesto que la búsqueda de múltiples recursos y estrategias educativas, junto con la eliminación de toda etiqueta y discriminación, es algo que ya está aceptando, mucho antes de la visión de Gardner, toda corriente pedagógica moderna (al menos, en la teoría). Hay que buscar todo lo posible en un educando y, con seguridad, se van a obtener resultados. La cuestión es que todo esto no supone que exista algo semejante a las inteligencias múltiples. Como en otras teorías alternativas, la realidad suele ser más compleja de lo que se propone, por lo que no hay que confundir nuestros deseos (por ejemplo, que todo el mundo tiene un potencial notable para una cosa) con la realidad.
La inteligencia no es algo dado para siempre, inmutable, sino que está sujeto a la voluntad, el trabajo y el esfuerzo de la persona. Es por eso que, a nivel educativo, hay que trabajar en cada alumno y buscar el desarrollo de su potencial. Ello al margen de teorías no comprobadas sobre la inteligencia, la cual sin ese trabajo y desarrollo es posible que nada signifique. Lo que Gardner denomina inteligencias son seguramente habilidades que puede desarrollar cada persona sin que por ello lleguemos a ser grandes maestros en un campo. Si estudiamos detenidamente los ocho tipos de Gardner, comprobaremos que de una forma o de otra son aspectos que se amoldan a la escuela moderna (y, como hemos dicho, lo hace de manera oportunista y seguramente dogmática). Y ello sin cierta verborrea amable más propia del campo espiritual, del ámbito de los decesos o de superficiales libros de autoayuda. Los seguidores de las inteligencias múltiples han insistido en que nos dejemos de críticas a su base teórica (de ahí la etiqueta de pseudociencia) y atendamos a su aplicación práctica. De acuerdo, pero cuidado con los dogmas y las creencias en algo que no se ha demostrado que existe. Es mucho más loable enriquecerse con las continuas aportaciones de los descubrimientos científicos, ajenos por supuesto a toda tentativa dogmática, y aplicarlos de manera amplia a nuestras vidas.
El afán educativo por etiquetar, discriminar y reducir el trabajo intelectual de los chavales a cuestiones técnicas y formales, condujo a que se observara con atención la supuesta existencia de varios tipos de inteligencia. Así, el alumno que fracasara en algún tipo podría tener su oportunidad en otro que se adaptara a su personalidad. Por otra parte, no habría que comparar ni etiquetar a nadie, ya que todo el mundo destacaría en algún campo. Por supuesto que la búsqueda de múltiples recursos y estrategias educativas, junto con la eliminación de toda etiqueta y discriminación, es algo que ya está aceptando, mucho antes de la visión de Gardner, toda corriente pedagógica moderna (al menos, en la teoría). Hay que buscar todo lo posible en un educando y, con seguridad, se van a obtener resultados. La cuestión es que todo esto no supone que exista algo semejante a las inteligencias múltiples. Como en otras teorías alternativas, la realidad suele ser más compleja de lo que se propone, por lo que no hay que confundir nuestros deseos (por ejemplo, que todo el mundo tiene un potencial notable para una cosa) con la realidad.
La inteligencia no es algo dado para siempre, inmutable, sino que está sujeto a la voluntad, el trabajo y el esfuerzo de la persona. Es por eso que, a nivel educativo, hay que trabajar en cada alumno y buscar el desarrollo de su potencial. Ello al margen de teorías no comprobadas sobre la inteligencia, la cual sin ese trabajo y desarrollo es posible que nada signifique. Lo que Gardner denomina inteligencias son seguramente habilidades que puede desarrollar cada persona sin que por ello lleguemos a ser grandes maestros en un campo. Si estudiamos detenidamente los ocho tipos de Gardner, comprobaremos que de una forma o de otra son aspectos que se amoldan a la escuela moderna (y, como hemos dicho, lo hace de manera oportunista y seguramente dogmática). Y ello sin cierta verborrea amable más propia del campo espiritual, del ámbito de los decesos o de superficiales libros de autoayuda. Los seguidores de las inteligencias múltiples han insistido en que nos dejemos de críticas a su base teórica (de ahí la etiqueta de pseudociencia) y atendamos a su aplicación práctica. De acuerdo, pero cuidado con los dogmas y las creencias en algo que no se ha demostrado que existe. Es mucho más loable enriquecerse con las continuas aportaciones de los descubrimientos científicos, ajenos por supuesto a toda tentativa dogmática, y aplicarlos de manera amplia a nuestras vidas.
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