Como
ya es sabido, para Bakunin la religión es un primer despertar del
hombre en forma de sinrazón; un primer destello de la verdad humana, de
la moralidad, de la justicia y del derecho, a través del velo divino de
la falsedad. Solo gracias a la liberación del yugo de la divinidad,
puede conquistarse la razón, la libertad y la auténtica justicia.
Bakunin identifica la religión con el absurdo, algo que hace que el
hombre se pierda manteniendo la mirada en lo divino, en lugar de en lo
humano. La moralidad, las ideas de justicia y del bien, tienen su origen
en la condición humana primaria, ya que el hombre atribuyó a Dios lo
que en realidad está fundado en su estadio animal. Si las diversas
escuelas idealistas, identifican la moralidad con el individuo aislado,
para Bakunin solo puede encontrarse en individuos asociados. El
individuo aislado, al igual que Dios, supone una ficción, atribuible a
la fantasía de los creyentes o a una razón infantil, que finalmente se
desarrolló y se dogmatizó gracias a teólogos y metafísicos. El autor de Dios y el Estado,
concluye que la falsedad de un alma inmortal está estrecha e
irracionalmente vinculada a la ficción de la moralidad individual, a la
aceptación absoluta de una moralidad divina y a la negación de la
moralidad humana. Dios habría escrito en cada corazón humano una ley
divina, lo que a la postre supone negar la posterior existencia social
del hombre. Bakunin identifica esta visión religiosa, incluso la más
sutil que han podido elaborar ciertos metafísicos, por considerar la
sociedad meramente como un medio de desarrollo de la moralidad divina y
no como una meta. Así, la verdadera meta es la salvación individual
ignorando a los demás individuos al hundirse cada hombre en la
contemplación del absurdo místico (en la subordinación a Dios).
Por lo tanto, para Bakunin esta moralidad fundada en lo divino no conduce a relaciones humanas auténticas, ni al desarrollo de la ética ni al verdadero amor entre semejantes. El hombre religioso, que acaba redescubriendo una supuesta esencia infinita e inmortal y se muestra autosuficiente, acaba no necesitando a nadie real, solo a Dios. Naturalmente, este hombre moral y socialmente independiente sigue necesitando de las cosas materiales, por lo que continuará la relación con los demás para satisfacer esas necesidades. Bakunin denuncia estas relaciones sociales fundadas en el interés material, en lugar de en la necesidad moral, y señala la consecuencia de ello: la explotación. La sociedad burguesa, la cual estaría basada en esa moralidad individual y metafísica, lleva necesariamente a que todo individuo se convierta en explotador. El Estado, sea cual fuera la forma que adopte, será el garante de esa mutua explotación. La sociedad es vista, meramente, como un medio necesario para satisfacer la vida material, por lo que la solidaridad no tiene cabida e incluso es vista como un obstáculo para la salvación personal. Aunque los explotadores constituyen una minoría, los explotados también lo son en potencia, consecuencia lógica para Bakunin de la influencia de la ética metafísica o burguesa en la economía social. Como indica el primer mandamiento divino, todas las relaciones humanas quedan subordinadas a la relación del hombre con Dios. Hay que comprender que Bakunin relaciona la solidaridad social con el amor fundado en la necesidad que tenemos de los demás. Un ser como Dios, absoluto y completo en sí mismo, no podría tener verdadero amor hacia aquellos que no necesita prestar atención y cuyos sentimientos ignora, no más al menos que un déspota hacia sus súbditos. Como resulta obvio a estas alturas, el verdadero amor para Bakunin solo puede producirse entre iguales (algo que nos recuerda a los postulado posteriormente por Erich Fromm). El supuesto amor que siente el superior por el inferior solo puede calificarse como opresión y desprecio.
Llegamos al meollo de la cuestión, una de las múltiples razones por las que yo mismo me considero ateo (en este caso, una razón más moral que intelectual): la relación de Dios con el hombre solo puede recordar la que posee un amo con su esclavo. La moral fundada en lo divino sigue conservando los rasgos de esa relación, de tal manera que el trato divino "paternalista" se refleja claramente en la vida social y en su jerarquización. Bakunin denuncia esta hipocresía de la religión, la de preconizar un concepto del amor que es en realidad una esclavización para mayor gloria divina. Incluso, yendo más allá, quiere ver en esta legitimación de la autoridad divina con la creación de la Iglesia, los orígenes también del Estado. La teoría dice que todos los hombres deben subordinarse a Dios, aunque solo una minoría privilegiada habría llegado ya al grado de perfección intelectual y moral para poder gobernar sobre la mayoría. Da igual como se quiera denominar, proximidad al ideal de Dios, o al de la razón, la justicia y la libertad, se legitima a una minoría para decidir por los demás e incluso ello se observa como un deber "virtuoso". Hay quien verá estas ideas de Bakunin como excesivas o como propias de una sociedad ya "superada". Sin embargo, da lugar a reflexión la cantidad de herencia religiosa que tenemos también en nuestro intelecto, en nuestra moral y en nuestra manera de observar las cosas. El mismo, y ficticio, concepto de "libre albedrio" está demasiado presente en nuestras vidas y en el análisis cotidiano que realizamos, con poco o ningún deseo de profundizar en las leyes causales. ¿Por qué no buscar unos vínculos entre la dominación política, la explotación económica y la sumisión religiosa? En próximas entradas, seguiremos indagando en el asunto.
Por lo tanto, para Bakunin esta moralidad fundada en lo divino no conduce a relaciones humanas auténticas, ni al desarrollo de la ética ni al verdadero amor entre semejantes. El hombre religioso, que acaba redescubriendo una supuesta esencia infinita e inmortal y se muestra autosuficiente, acaba no necesitando a nadie real, solo a Dios. Naturalmente, este hombre moral y socialmente independiente sigue necesitando de las cosas materiales, por lo que continuará la relación con los demás para satisfacer esas necesidades. Bakunin denuncia estas relaciones sociales fundadas en el interés material, en lugar de en la necesidad moral, y señala la consecuencia de ello: la explotación. La sociedad burguesa, la cual estaría basada en esa moralidad individual y metafísica, lleva necesariamente a que todo individuo se convierta en explotador. El Estado, sea cual fuera la forma que adopte, será el garante de esa mutua explotación. La sociedad es vista, meramente, como un medio necesario para satisfacer la vida material, por lo que la solidaridad no tiene cabida e incluso es vista como un obstáculo para la salvación personal. Aunque los explotadores constituyen una minoría, los explotados también lo son en potencia, consecuencia lógica para Bakunin de la influencia de la ética metafísica o burguesa en la economía social. Como indica el primer mandamiento divino, todas las relaciones humanas quedan subordinadas a la relación del hombre con Dios. Hay que comprender que Bakunin relaciona la solidaridad social con el amor fundado en la necesidad que tenemos de los demás. Un ser como Dios, absoluto y completo en sí mismo, no podría tener verdadero amor hacia aquellos que no necesita prestar atención y cuyos sentimientos ignora, no más al menos que un déspota hacia sus súbditos. Como resulta obvio a estas alturas, el verdadero amor para Bakunin solo puede producirse entre iguales (algo que nos recuerda a los postulado posteriormente por Erich Fromm). El supuesto amor que siente el superior por el inferior solo puede calificarse como opresión y desprecio.
Llegamos al meollo de la cuestión, una de las múltiples razones por las que yo mismo me considero ateo (en este caso, una razón más moral que intelectual): la relación de Dios con el hombre solo puede recordar la que posee un amo con su esclavo. La moral fundada en lo divino sigue conservando los rasgos de esa relación, de tal manera que el trato divino "paternalista" se refleja claramente en la vida social y en su jerarquización. Bakunin denuncia esta hipocresía de la religión, la de preconizar un concepto del amor que es en realidad una esclavización para mayor gloria divina. Incluso, yendo más allá, quiere ver en esta legitimación de la autoridad divina con la creación de la Iglesia, los orígenes también del Estado. La teoría dice que todos los hombres deben subordinarse a Dios, aunque solo una minoría privilegiada habría llegado ya al grado de perfección intelectual y moral para poder gobernar sobre la mayoría. Da igual como se quiera denominar, proximidad al ideal de Dios, o al de la razón, la justicia y la libertad, se legitima a una minoría para decidir por los demás e incluso ello se observa como un deber "virtuoso". Hay quien verá estas ideas de Bakunin como excesivas o como propias de una sociedad ya "superada". Sin embargo, da lugar a reflexión la cantidad de herencia religiosa que tenemos también en nuestro intelecto, en nuestra moral y en nuestra manera de observar las cosas. El mismo, y ficticio, concepto de "libre albedrio" está demasiado presente en nuestras vidas y en el análisis cotidiano que realizamos, con poco o ningún deseo de profundizar en las leyes causales. ¿Por qué no buscar unos vínculos entre la dominación política, la explotación económica y la sumisión religiosa? En próximas entradas, seguiremos indagando en el asunto.
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