La construcción de la identidad personal, en contra de toda identidad estática y colectiva, debe tener en cuenta la diversidad y complejidad de lo social; debe ser un proceso dinámico y en constante revisión de toda idea preestablecida, lo cual supone el rechazo del dogmatismo y un permanente sentido crítico de la realidad
Cuando hablamos de identidad personal, nos referimos a la "individualidad", que hay que diferenciar del individualismo o atomización imperante en las sociedades contemporáneas, insolidario e incapaz de una auténtica conciencia social. Es decir, un individualismo rechazable, que lo relega todo a la subjetividad, obviando los conflictos sociales que están detrás de tantos problemas. No es de extrañar que gran parte de las personas corran a abrazar viejas o nuevas formas de religiosidad, o todo tipo de creencias, que prometen la "curación" o "salvación" personal. Desde nuestro punto de vista, en esta cuestión se encuentra el origen de una profunda distorsión de la "espiritualidad" o, para que nos entendamos mejor, de la manera de entender los valores humanos. Pero, volvamos a la cuestión de la identidad. Esta, entendida como una proceso de individuación, debería ser auténticamente humanizadora y emancipadora, por lo que es necesario un proceso educativo que haga que la persona se implique en la construcción social y cultural de su personalidad. De forma paulatina, vamos construyendo nuestra identidad personal mediante múltiples interacciones con los demás en contextos que deben ser complejos y plurales; por lo tanto, no se trata de un proceso con un principio y un final, sino dinámico, constantemente estimulado para la innovación. De lo contrario, no es de extrañar que las personas caigan en el estatismo y la alienación, volvemos de nuevo a las creencias en algo permanente, no sujeto a crítica, con la cual nuestra propia identidad se convierte en algo inamovible. No resulta extraño el enfado monumental de ciertas personas, cuando criticas sus creencias dogmáticas, ya que al hacerlo estás cuestionando indirectamente su propia identidad sagrada e inmutable.
Dicho de otra manera, la identidad personal no sería una esencia, sino una construcción social en diálogo permanente con el resto de miembros de la sociedad. La teoría queer, de la que nos ocuparemos en profundidad en otro momento, en el aspecto de la identidad sexual, tiene mucho que ver con esto. Así, la sociedad nos empuja a "ser" de determinada manera (heterosexual y patriarcal, por ejemplo, en la visión tradicional, todavía con un fuerte substrato en la sociedad actual), mientras que conscientes de nuestras posibilidades de elegir y actuar, podemos elegir ser lo que queramos en ese proceso humanizador constantemente innovador. Por mucho que nos insistan en la autonomía individual, mediante filosofías de baratillo, hay que ser conscientes de que dependemos en gran medida, para nuestro desarrollo, del entorno social y cultural. Así, la liberación personal va estrechamente vinculada a la emancipación social, ya que es necesario modificar aquello que nos determina: las instituciones que hemos creado a lo largo de la historia, las cuales favorecen o limitan nuestra libertad. A pesar de la tendencia del ser humano al dogmatismo y la enajenación, mediante toda suerte de creencias e identidades colectivas, tenemos también una fuerte disposición a la innovación intelectual y a la capacidad de elección. Liberados de todo determinismo biológico y conductas meramente instintivas, hay que combatir también la repetición de patrones establecidos, el estatismo social, plagado de conformismo y distorsiones culturales, para abrir la conducta a lo innovador e inédito.
A pesar de lo que nos diga todo suerte de metafísicos, que normalmente hablan de cierta dependencia externa, la moralidad tiene su origen en el cerebro humano, es decir, en nuestra capacidad para conocer, deliberar, evaluar y tomar una decisión. Por otra parte, es la acción las que nos permite ir creando un mayor horizonte humano; para, frente a todo acomodamiento al legado del pasado o a nuevas creencias dogmáticas, esforzarnos para ir renovando y refundando la producción cultural. Ese mayor horizonte para el horizonte humano se establece en función de la libertad, estrechamente vinculada a la igualdad y la diversidad; así, una bella concepción del progreso la podemos establecer en función del grado de articulación y diferenciación del individuo dentro de la sociedad. El ser humano debe ser un miembro activo en el proceso social, lo que le permite una comprensión amplia y profunda de la existencia humana. Si debemos ser críticos, a nivel social, con las instituciones rígidas e inamovibles, podemos establecer una analogía en el aspecto psíquico e individual. Las ideas en el cerebro nunca deberían ser "institucionalizadas", muy al contrario, deben permanecer en constante revisión y ser reemplazadas para establecer nuevos modo de organización. El objetivo último de una identidad personal emancipadora, al contrario de una identidad rígida y colectiva, es mantenerse siempre fresco y abierto para enfrentar la realidad, en todo momento, con formas innovadoras y efectivas, sin vínculos rígidos con reglas preestablecidas. Si lo pensamos bien, aunque muchas personas insisten en la "apertura de mente", lo hacen para aferrarse a ciertas creencias dogmáticas; si las cuestionas, nos acusan de estar "cerrado" a su forma de entender el conocimiento, cuestionable por rígida y no verificada, lo que supone una irritante y distorsionada concepción de la realidad.
En cualquier caso, para este proceso dinámico de la construcción de la identidad personal, es primordial desarrollar el sentido crítico, lo cual contribuye enormemente a la capacidad autónoma del sujeto, siempre conscientes de los condicionantes externos que imposibilitan una visión absoluta de la misma. Por supuesto, esa capacidad crítica del sujeto depende de la calidad de las interacciones con el medio social, de la cultura que se le presenta y de la manera en que se hace. El sujeto crítico busca con su reflexión una posible verdad, pero sabiendo que no existe ninguna absoluta; del mismo modo, se evita la "institucionalización" de una idea inmutable. Por otra parte, el sentido crítico no se construye adecuadamente sin el conocimiento reflexivo de ciertos hechos personales y sociales, los cuales pueden hallarse en polémica desde el punto de vista de los valores y requieren ejercicios prácticos de juicio, de comprensión y de transformación. Una comprensión crítica de la realidad requiere, tanto de un desarrollo de habilidades morales, como de una capacidad de modificarlas en base a la argumentación, el debate y la discusión. Es por eso que el intercambio de ideas y opiniones constante, en aras de llegar a un entendimiento, lleva a la evitación de todo dogmatismo y autoritarismo.
Recapitulemos. No existe propiamente sujeto, identidad personal, sin los otros, los cuales contribuyen de manera decisiva a su propia configuración. De sus relaciones con la comunidad, la persona toma modos de ser y estilos de hacer, desarrolla unas capacidades e inhibe otras, en suma, forma su identidad. Somos animales simbólicos, es decir, seres capaces de innovar y de crear; es por ello que han ido aumentando las posibilidades de acción racional, de los individuos y de la especie, gracias a esas grandes capacidades de aprendizaje. También nos define como humanos nuestra capacidad de actuar, lo cual a veces se manifiesta como incertidumbre o es incluso pernicioso, ya que en no pocas ocasiones las elecciones se realizan en contextos de fatalidad. Así, se ha asumido la complejidad e incertidumbre de los fenómenos humanos o, lo que es lo mismo, del fenómeno moral. La tradicional diferenciación entre una ética de las convicciones y una ética consecuencialista ha dado paso a una especie de síntesis entre ambas, lo que ha apoyado una educación basada en la autonomía moral de la persona y en el desarrollo de su sentido crítico, basado en la capacidad para revisar viejas convicciones, en transgredir todo legado cultural y en buscar nuevas argumentos racionales en un sentido siempre dialógico. Por otra parte, esa preocupación por las actitudes individuales, por la construcción de una identidad personal no erosionada por fuerzas externas ni colectivas, es paralela a una realización de la libertad que exija la moralización de las instituciones, las costumbres y los hábitos sociales.
Cuando hablamos de identidad personal, nos referimos a la "individualidad", que hay que diferenciar del individualismo o atomización imperante en las sociedades contemporáneas, insolidario e incapaz de una auténtica conciencia social. Es decir, un individualismo rechazable, que lo relega todo a la subjetividad, obviando los conflictos sociales que están detrás de tantos problemas. No es de extrañar que gran parte de las personas corran a abrazar viejas o nuevas formas de religiosidad, o todo tipo de creencias, que prometen la "curación" o "salvación" personal. Desde nuestro punto de vista, en esta cuestión se encuentra el origen de una profunda distorsión de la "espiritualidad" o, para que nos entendamos mejor, de la manera de entender los valores humanos. Pero, volvamos a la cuestión de la identidad. Esta, entendida como una proceso de individuación, debería ser auténticamente humanizadora y emancipadora, por lo que es necesario un proceso educativo que haga que la persona se implique en la construcción social y cultural de su personalidad. De forma paulatina, vamos construyendo nuestra identidad personal mediante múltiples interacciones con los demás en contextos que deben ser complejos y plurales; por lo tanto, no se trata de un proceso con un principio y un final, sino dinámico, constantemente estimulado para la innovación. De lo contrario, no es de extrañar que las personas caigan en el estatismo y la alienación, volvemos de nuevo a las creencias en algo permanente, no sujeto a crítica, con la cual nuestra propia identidad se convierte en algo inamovible. No resulta extraño el enfado monumental de ciertas personas, cuando criticas sus creencias dogmáticas, ya que al hacerlo estás cuestionando indirectamente su propia identidad sagrada e inmutable.
Dicho de otra manera, la identidad personal no sería una esencia, sino una construcción social en diálogo permanente con el resto de miembros de la sociedad. La teoría queer, de la que nos ocuparemos en profundidad en otro momento, en el aspecto de la identidad sexual, tiene mucho que ver con esto. Así, la sociedad nos empuja a "ser" de determinada manera (heterosexual y patriarcal, por ejemplo, en la visión tradicional, todavía con un fuerte substrato en la sociedad actual), mientras que conscientes de nuestras posibilidades de elegir y actuar, podemos elegir ser lo que queramos en ese proceso humanizador constantemente innovador. Por mucho que nos insistan en la autonomía individual, mediante filosofías de baratillo, hay que ser conscientes de que dependemos en gran medida, para nuestro desarrollo, del entorno social y cultural. Así, la liberación personal va estrechamente vinculada a la emancipación social, ya que es necesario modificar aquello que nos determina: las instituciones que hemos creado a lo largo de la historia, las cuales favorecen o limitan nuestra libertad. A pesar de la tendencia del ser humano al dogmatismo y la enajenación, mediante toda suerte de creencias e identidades colectivas, tenemos también una fuerte disposición a la innovación intelectual y a la capacidad de elección. Liberados de todo determinismo biológico y conductas meramente instintivas, hay que combatir también la repetición de patrones establecidos, el estatismo social, plagado de conformismo y distorsiones culturales, para abrir la conducta a lo innovador e inédito.
A pesar de lo que nos diga todo suerte de metafísicos, que normalmente hablan de cierta dependencia externa, la moralidad tiene su origen en el cerebro humano, es decir, en nuestra capacidad para conocer, deliberar, evaluar y tomar una decisión. Por otra parte, es la acción las que nos permite ir creando un mayor horizonte humano; para, frente a todo acomodamiento al legado del pasado o a nuevas creencias dogmáticas, esforzarnos para ir renovando y refundando la producción cultural. Ese mayor horizonte para el horizonte humano se establece en función de la libertad, estrechamente vinculada a la igualdad y la diversidad; así, una bella concepción del progreso la podemos establecer en función del grado de articulación y diferenciación del individuo dentro de la sociedad. El ser humano debe ser un miembro activo en el proceso social, lo que le permite una comprensión amplia y profunda de la existencia humana. Si debemos ser críticos, a nivel social, con las instituciones rígidas e inamovibles, podemos establecer una analogía en el aspecto psíquico e individual. Las ideas en el cerebro nunca deberían ser "institucionalizadas", muy al contrario, deben permanecer en constante revisión y ser reemplazadas para establecer nuevos modo de organización. El objetivo último de una identidad personal emancipadora, al contrario de una identidad rígida y colectiva, es mantenerse siempre fresco y abierto para enfrentar la realidad, en todo momento, con formas innovadoras y efectivas, sin vínculos rígidos con reglas preestablecidas. Si lo pensamos bien, aunque muchas personas insisten en la "apertura de mente", lo hacen para aferrarse a ciertas creencias dogmáticas; si las cuestionas, nos acusan de estar "cerrado" a su forma de entender el conocimiento, cuestionable por rígida y no verificada, lo que supone una irritante y distorsionada concepción de la realidad.
En cualquier caso, para este proceso dinámico de la construcción de la identidad personal, es primordial desarrollar el sentido crítico, lo cual contribuye enormemente a la capacidad autónoma del sujeto, siempre conscientes de los condicionantes externos que imposibilitan una visión absoluta de la misma. Por supuesto, esa capacidad crítica del sujeto depende de la calidad de las interacciones con el medio social, de la cultura que se le presenta y de la manera en que se hace. El sujeto crítico busca con su reflexión una posible verdad, pero sabiendo que no existe ninguna absoluta; del mismo modo, se evita la "institucionalización" de una idea inmutable. Por otra parte, el sentido crítico no se construye adecuadamente sin el conocimiento reflexivo de ciertos hechos personales y sociales, los cuales pueden hallarse en polémica desde el punto de vista de los valores y requieren ejercicios prácticos de juicio, de comprensión y de transformación. Una comprensión crítica de la realidad requiere, tanto de un desarrollo de habilidades morales, como de una capacidad de modificarlas en base a la argumentación, el debate y la discusión. Es por eso que el intercambio de ideas y opiniones constante, en aras de llegar a un entendimiento, lleva a la evitación de todo dogmatismo y autoritarismo.
Recapitulemos. No existe propiamente sujeto, identidad personal, sin los otros, los cuales contribuyen de manera decisiva a su propia configuración. De sus relaciones con la comunidad, la persona toma modos de ser y estilos de hacer, desarrolla unas capacidades e inhibe otras, en suma, forma su identidad. Somos animales simbólicos, es decir, seres capaces de innovar y de crear; es por ello que han ido aumentando las posibilidades de acción racional, de los individuos y de la especie, gracias a esas grandes capacidades de aprendizaje. También nos define como humanos nuestra capacidad de actuar, lo cual a veces se manifiesta como incertidumbre o es incluso pernicioso, ya que en no pocas ocasiones las elecciones se realizan en contextos de fatalidad. Así, se ha asumido la complejidad e incertidumbre de los fenómenos humanos o, lo que es lo mismo, del fenómeno moral. La tradicional diferenciación entre una ética de las convicciones y una ética consecuencialista ha dado paso a una especie de síntesis entre ambas, lo que ha apoyado una educación basada en la autonomía moral de la persona y en el desarrollo de su sentido crítico, basado en la capacidad para revisar viejas convicciones, en transgredir todo legado cultural y en buscar nuevas argumentos racionales en un sentido siempre dialógico. Por otra parte, esa preocupación por las actitudes individuales, por la construcción de una identidad personal no erosionada por fuerzas externas ni colectivas, es paralela a una realización de la libertad que exija la moralización de las instituciones, las costumbres y los hábitos sociales.
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