Stephen Hawking, fallecido en 2018, es sin duda uno de los grandes científicos contemporáneos; además, un ejemplo de, superación, entereza y dignidad, por motivos evidentes. Su postura acerca de Dios acabó siendo muy clara y contundente, descartándole totalmente para explicar la creación del universo; la religión, basada en la autoridad, y la ciencia, estimulada por la razón y la observación, resultaban claramente incompatibles.
Su conocido libro de divulgación, Breve historia del tiempo, precisamente dirigido a personas como yo, sin grandes conocimientos científicos, fue una de las obras que me mantuvieron a salvo de creencias místicas, vaivenes metafísicos y distorsiones pseudocientíficas, a las que son tan dados algunos seres humanos. El trabajo de Hawking, centrado en el estudio de los agujeros negros y en la creación del universo, le obligó a posicionarse sobre Dios, la religión y la posible existencia de vida después de la muerte. Es conocido el ateísmo del británico, mucho más contundente en los últimos años de su vida, y es gracias a mentes preclaras como la suya que se suscita un imprescindible debate sobre, no solo la existencia o no de algo similar a Dios, también sobre la necesidad o presumible bondad de la creencia religiosa. Hay quien piensa que solo se pudo ser abiertamente ateo a partir de que la ciencia, tanto la cosmología, como la biología, pudo dar respuestas convincentes a la existencia del universo y de los seres vivos. Antes de ese conocimiento, por supuesto, era posible negar a los dioses, lo mismo que a cualquier otra creencia sobrenatural, más por motivos filosóficos gracias a geniales intuiciones o incluso debido a una buena base argumentativa moral. Sin embargo, para el caso que nos ocupa, vamos a centrarnos en los argumentos científicos de Hawking, una de las mentes más brillantes y respetadas de las últimas décadas. Es tan sencillo como comprender que, antes de que la ciencia diera explicaciones convincentes, podía ser lógico seguir creyendo en algo como Dios, pero es más que cuestionable intelectualmente hacerlo después.
Su conocido libro de divulgación, Breve historia del tiempo, precisamente dirigido a personas como yo, sin grandes conocimientos científicos, fue una de las obras que me mantuvieron a salvo de creencias místicas, vaivenes metafísicos y distorsiones pseudocientíficas, a las que son tan dados algunos seres humanos. El trabajo de Hawking, centrado en el estudio de los agujeros negros y en la creación del universo, le obligó a posicionarse sobre Dios, la religión y la posible existencia de vida después de la muerte. Es conocido el ateísmo del británico, mucho más contundente en los últimos años de su vida, y es gracias a mentes preclaras como la suya que se suscita un imprescindible debate sobre, no solo la existencia o no de algo similar a Dios, también sobre la necesidad o presumible bondad de la creencia religiosa. Hay quien piensa que solo se pudo ser abiertamente ateo a partir de que la ciencia, tanto la cosmología, como la biología, pudo dar respuestas convincentes a la existencia del universo y de los seres vivos. Antes de ese conocimiento, por supuesto, era posible negar a los dioses, lo mismo que a cualquier otra creencia sobrenatural, más por motivos filosóficos gracias a geniales intuiciones o incluso debido a una buena base argumentativa moral. Sin embargo, para el caso que nos ocupa, vamos a centrarnos en los argumentos científicos de Hawking, una de las mentes más brillantes y respetadas de las últimas décadas. Es tan sencillo como comprender que, antes de que la ciencia diera explicaciones convincentes, podía ser lógico seguir creyendo en algo como Dios, pero es más que cuestionable intelectualmente hacerlo después.
De hecho, el propio Hawking, como toda mente digna de ser llamada inteligente, tuvo su propia evolución, y también ante la creencia divina. Pasó, de cierto agnosticismo, según el cual el ser humano podría llegar a entender la mente de Dios (en el caso de existir) cuando comprendiera las leyes que gobiernan el universo, a un abierto ateísmo según el cual el universo fue creado de la nada (algo criticado, aunque parece que más por motivos más filosóficos), de forma espontánea, producto de las leyes de la física. Es precisamente la creación espontánea la razón de que exista algo, en lugar de nada, y esa es la razón para Hawking de la existencia del universo. Fue en su obra El gran diseño, de hace pocos años, donde expuso que la idea de Dios ya no era necesaria; asimismo, consideró la superioridad de la ciencia, basada en la observación y en la razón, sobre la religión, subordinada a la autoridad. Hawking confiaba en el avance en los conocimientos científicos, en que los avances tecnológicos condujeran al ser humano a comprender exhaustivamente toda la realidad. Como es sabido, el británico fue uno de las artífices en el cambio de perspectiva hacia la visión del universo al fusionar la Teoría de la Relatividad, de Einstein, con la Teoría Cuántica sobre la evolución de la vida. Y es precisamente la conocida frase de Einstein, acerca de que Dios no juega a los dados con el universo, que el propio Hawking trato de refutar al considerar que, no solo jugaba a los dados, sino que a veces los arrojaba allá donde no podíamos verlos. Para los que quieran buscar alguna justificación en tanta mención a Dios, hay que decir que, obviamente, estos dos grandes científicos se limitaban a usar una metáfora que todavía resultaba de importancia para gran parte de la humanidad.
En cualquier caso, volviendo a Hawking, su hipótesis del Cosmos, tal y como él la expuso, quería demostrar que Dios no existe como creador del universo. Por supuesto, no todos los científicos han apoyado esta tesis, aunque no parece que tengan argumentos de demasiado peso en contra. Es curioso que Hawking fuera discípulo de un científico como Fred Hoyle, que defendía que el universo siempre había sido como lo conocíamos ahora, sin un principio, ni un final; esta visión era propia de una época en la que, tal vez, la cosmología estaba demasiado cargada de especulaciones. Como es sabido, Hawking refutó a su maestro para defender la tesis opuesta, el inició del universo con el Big Bang. Por supuesto, aunque la teoría del Big Bang se considera hoy en día probada, todavía hay mucho que estudiar sobre lo que ocurrió en el origen del cosmos, algo que siempre abrirá la puerta para la creencia religiosa. Sobre esta cuestión, la religiosa, y uno de sus asuntos primordiales que es la posible vida después de la muerte, el científico británico estaba convencido de que la mente humana era, sencillamente, un mecanismo que dejaría de funcionar una vez sus componentes fallasen. Algo como el paraíso celestial, o cualquier otra posible existencia después de la muerte, era un simple cuento de hadas para aquellas personas con miedo a la oscuridad. En un sentido ético, también Hawking parece ser un modelo, al entender que el sentido de la existencia humana solo puede derivarse en el valor de aquello que realizamos en la vida; es decir, en este mundo y no en ningún otro. Esperemos, desde nuestro punto de vista, que un gran número de personas acaben comprendiendo esto.
En cualquier caso, volviendo a Hawking, su hipótesis del Cosmos, tal y como él la expuso, quería demostrar que Dios no existe como creador del universo. Por supuesto, no todos los científicos han apoyado esta tesis, aunque no parece que tengan argumentos de demasiado peso en contra. Es curioso que Hawking fuera discípulo de un científico como Fred Hoyle, que defendía que el universo siempre había sido como lo conocíamos ahora, sin un principio, ni un final; esta visión era propia de una época en la que, tal vez, la cosmología estaba demasiado cargada de especulaciones. Como es sabido, Hawking refutó a su maestro para defender la tesis opuesta, el inició del universo con el Big Bang. Por supuesto, aunque la teoría del Big Bang se considera hoy en día probada, todavía hay mucho que estudiar sobre lo que ocurrió en el origen del cosmos, algo que siempre abrirá la puerta para la creencia religiosa. Sobre esta cuestión, la religiosa, y uno de sus asuntos primordiales que es la posible vida después de la muerte, el científico británico estaba convencido de que la mente humana era, sencillamente, un mecanismo que dejaría de funcionar una vez sus componentes fallasen. Algo como el paraíso celestial, o cualquier otra posible existencia después de la muerte, era un simple cuento de hadas para aquellas personas con miedo a la oscuridad. En un sentido ético, también Hawking parece ser un modelo, al entender que el sentido de la existencia humana solo puede derivarse en el valor de aquello que realizamos en la vida; es decir, en este mundo y no en ningún otro. Esperemos, desde nuestro punto de vista, que un gran número de personas acaben comprendiendo esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario